(Tema de formación OFS Zona Centro. Mayo 2007)
Hno. Manuel Alvarado, ofm.
Introducción.
En estos tiempos el tema del liderazgo ha tomado cierta centralidad paradojal en la discusión social, es habitual hablar de carencia o crisis de liderazgos en la estructura social, política y eclesial, pareciese que viviéramos como ovejas sin pastor; por otro lado, hay un surgimiento de liderazgos “mesiánicos”, con un fuerte culto al estilo y a la personalidad carismática del líder, apoyado por una fuerte presencia mediática. Esta búsqueda de líderes y estilos de liderazgos se expresa en la fuertes inversiones en formación para gestar, inventar o crear hombres y mujeres con capacidades de dirigir una empresa o una comunidad política o religiosa. ¿Qué es este liderazgo tan ansiado y como se relaciona con nuestra fe cristiana y nuestro seguimiento al estilo del hermano Francisco?
“Liderazgo” es la acción de liderar, y esto último, según el diccionario, es: “Dirigir o estar a la cabeza de un grupo, partido político, competición, etc...”[1], por lo tanto, el liderazgo esta unido a ser cabeza de una comunidad. En lenguaje bíblico, esto tiene mucha fuerza, pues quien esta en la cabeza representa al pueblo, en él se deposita la promesa de compañía de Dios, y de su fidelidad a la alianza depende la felicidad de los suyos, es lo que llamamos personalidad corporativa. De allí la importancia y centralidad que tienen los que deben dirigir al pueblo elegido, el rey, los profetas y los sacerdotes, todos ellos hombres y mujeres llamados a la proexistencia, es decir, abandonar sus propios y legítimos intereses para hacer de su vida un servicio a los demás, con preferencia a los más débiles y desposeídos. En la tradición bíblica, en general, el líder no nace sino que se hace, para ser más especifico surge cuando Dios llama a un hombre o a una mujer, es bueno recoger algún testimonio del Testamento Común que avalan lo acá expresado.
Vamos a tomar como ejemplo la vocación de Abraham: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra.» Marchó, pues, Abram, como se lo había dicho Yahveh, y con él marchó Lot. Tenía Abram 75 años cuando salió de Jarán” (Gén 12, 1-4). En este texto vemos como sobre el padre e la fe se depositan las promesas de Dios, la bondad de Dios será derramada en los pueblos pasando por él, su destino será el destino de la historia. Lo significativo es que con Abraham se inicia un nuevo orden en el mundo y un nuevo orden en las relaciones con Dios, se expresa en el cambio de nombre, de Abram a Abraham, y como es Dios esto se hace en su lógica, rompe los esquemas y hace líder a quién no tiene pasta de ello, en este caso a un anciano, sin descendencia y sin mérito explicito. Dios hace al líder, o sea, toda vocación esta llamada a liderar a su pueblo.
En el Testamento Cristiano, el liderazgo se centra en Jesús, el Buen Pastor, que es el icono juánico de un buen líder (Cf. Jn 10), éste se preocupa de sus ovejas y las saca a pastar, cuidar y nutrir a quienes llama, hasta dar la vida, para ser más fecundo aún, Jesús hace vida radicalmente la búsqueda del Testamento Común, vive pro-existentemente. Su modo de actuar lo demuestra y determina el seguimiento de su estilo de liderazgo: llama a discípulos entre quienes ningún maestro buscaría, pescadores, cobradores de impuestos; come con pecadores y prostitutas, del mismo modo que comparte con personajes seguramente connotados de la sociedad judía, como lo son Nicodemo y José de Arimatea; la síntesis de este estilo se descubre en la cruz y su resurrección, se entrega por todos: por los que lo siguieron y lo abandonaron, e incluso lo negaron, por quienes manipularon las acusaciones para causar su muerte, por la muchedumbre que primero lo aclama como rey y luego lo entrega como a un terrorista. La resurrección viene a sacar del fracaso histórico que implica la muerte en cruz al liderazgo del Buen Pastor, cuando parece que el liderazgo manipulador y asegurador de las cuotas de poder de esos pocos que controlan al pueblo y lo embarcan en la complicidad del asesinato de Jesús, ha triunfado colgado del madero al dolor de cabeza de turno, el Padre de Jesucristo, Aquel que espera incondicional y gratuitamente al pecador arrepentido, como se expresa en el “hijo pródigo”, reivindica su estilo, rompe la aparente neutralidad de Dios en la historia, levantándolo de la muerte. Esta reivindicación, que no es aislada de la vida y muerte de Jesús, sino consecuencia de ambas, dice a los seguidores de Jesús cual es la opción de Dios, preferente pero excluyente por los más pequeños, los débiles, los que no cuentan, los fracasados, los pobres, los sufrientes, y todo aquel que se haga testigo de este estilo del liderazgo recibirá en Cristo el mismo don, la resurrección de su carne. Es la Iglesia la continuadora de ese estilo de liderazgo, ella formada por testigos y seguidores, sabe que en cada uno de sus bautizados esta depositada toda la fuerza y la gracia para vivir este liderazgo, el ritual del sacramento del bautismo lo precisa con fuerza en la Unción con el santo crisma: “Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que te ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, te unge con el crisma de la salvación, para que incorporado a su pueblo santo, permanezcas como miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey...”[2]; con ello se expresa claramente que cada cristiano y cristiana esta llamado a ejercer ese triple ministerio en el lugar y contexto determinado en el que vive, hay que ser rey o reina, profeta o profetiza, sacerdote o sacerdotisa como trabajador o trabajadora, vecino o vecina, estudiante, dueña de casa, casado o casada, clérigo o laico o laica, sin excluir ningún ámbito de la vida y del quehacer humano. El ejercicio de este triple ministerio de los bautizados exige la constante confrontación con el obrar, morir y resucitar de Jesucristo, para que el liderazgo cristiano sea conforme al Buen Pastor y no al ejercido por los señores y príncipes de este mundo, de allí que se asemeje a la levadura en la masa, ésta es parte de la masa, la vivifica desde dentro, no se nota su presencia, pero sí su ausencia. Los cristianos deben alejarse, entonces, primero, de todo mal entendido con la humildad, una verdadera trampa diabólica, que nos enseña a no hacer nada para no tener presencia o importancia, con ella no se nota nuestra presencia en el mundo y sus diversos ámbitos, pero tampoco se nota nuestra ausencia; y en segundo lugar, debemos evitar la tentación de tener un liderazgo con tanta presencia e influencia en lo político, económico, etc., que llegue un momento en que se rece, especialmente los más débiles y pequeños, por nuestra ausencia.
“Liderazgo” es la acción de liderar, y esto último, según el diccionario, es: “Dirigir o estar a la cabeza de un grupo, partido político, competición, etc...”[1], por lo tanto, el liderazgo esta unido a ser cabeza de una comunidad. En lenguaje bíblico, esto tiene mucha fuerza, pues quien esta en la cabeza representa al pueblo, en él se deposita la promesa de compañía de Dios, y de su fidelidad a la alianza depende la felicidad de los suyos, es lo que llamamos personalidad corporativa. De allí la importancia y centralidad que tienen los que deben dirigir al pueblo elegido, el rey, los profetas y los sacerdotes, todos ellos hombres y mujeres llamados a la proexistencia, es decir, abandonar sus propios y legítimos intereses para hacer de su vida un servicio a los demás, con preferencia a los más débiles y desposeídos. En la tradición bíblica, en general, el líder no nace sino que se hace, para ser más especifico surge cuando Dios llama a un hombre o a una mujer, es bueno recoger algún testimonio del Testamento Común que avalan lo acá expresado.
Vamos a tomar como ejemplo la vocación de Abraham: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra.» Marchó, pues, Abram, como se lo había dicho Yahveh, y con él marchó Lot. Tenía Abram 75 años cuando salió de Jarán” (Gén 12, 1-4). En este texto vemos como sobre el padre e la fe se depositan las promesas de Dios, la bondad de Dios será derramada en los pueblos pasando por él, su destino será el destino de la historia. Lo significativo es que con Abraham se inicia un nuevo orden en el mundo y un nuevo orden en las relaciones con Dios, se expresa en el cambio de nombre, de Abram a Abraham, y como es Dios esto se hace en su lógica, rompe los esquemas y hace líder a quién no tiene pasta de ello, en este caso a un anciano, sin descendencia y sin mérito explicito. Dios hace al líder, o sea, toda vocación esta llamada a liderar a su pueblo.
En el Testamento Cristiano, el liderazgo se centra en Jesús, el Buen Pastor, que es el icono juánico de un buen líder (Cf. Jn 10), éste se preocupa de sus ovejas y las saca a pastar, cuidar y nutrir a quienes llama, hasta dar la vida, para ser más fecundo aún, Jesús hace vida radicalmente la búsqueda del Testamento Común, vive pro-existentemente. Su modo de actuar lo demuestra y determina el seguimiento de su estilo de liderazgo: llama a discípulos entre quienes ningún maestro buscaría, pescadores, cobradores de impuestos; come con pecadores y prostitutas, del mismo modo que comparte con personajes seguramente connotados de la sociedad judía, como lo son Nicodemo y José de Arimatea; la síntesis de este estilo se descubre en la cruz y su resurrección, se entrega por todos: por los que lo siguieron y lo abandonaron, e incluso lo negaron, por quienes manipularon las acusaciones para causar su muerte, por la muchedumbre que primero lo aclama como rey y luego lo entrega como a un terrorista. La resurrección viene a sacar del fracaso histórico que implica la muerte en cruz al liderazgo del Buen Pastor, cuando parece que el liderazgo manipulador y asegurador de las cuotas de poder de esos pocos que controlan al pueblo y lo embarcan en la complicidad del asesinato de Jesús, ha triunfado colgado del madero al dolor de cabeza de turno, el Padre de Jesucristo, Aquel que espera incondicional y gratuitamente al pecador arrepentido, como se expresa en el “hijo pródigo”, reivindica su estilo, rompe la aparente neutralidad de Dios en la historia, levantándolo de la muerte. Esta reivindicación, que no es aislada de la vida y muerte de Jesús, sino consecuencia de ambas, dice a los seguidores de Jesús cual es la opción de Dios, preferente pero excluyente por los más pequeños, los débiles, los que no cuentan, los fracasados, los pobres, los sufrientes, y todo aquel que se haga testigo de este estilo del liderazgo recibirá en Cristo el mismo don, la resurrección de su carne. Es la Iglesia la continuadora de ese estilo de liderazgo, ella formada por testigos y seguidores, sabe que en cada uno de sus bautizados esta depositada toda la fuerza y la gracia para vivir este liderazgo, el ritual del sacramento del bautismo lo precisa con fuerza en la Unción con el santo crisma: “Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que te ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, te unge con el crisma de la salvación, para que incorporado a su pueblo santo, permanezcas como miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey...”[2]; con ello se expresa claramente que cada cristiano y cristiana esta llamado a ejercer ese triple ministerio en el lugar y contexto determinado en el que vive, hay que ser rey o reina, profeta o profetiza, sacerdote o sacerdotisa como trabajador o trabajadora, vecino o vecina, estudiante, dueña de casa, casado o casada, clérigo o laico o laica, sin excluir ningún ámbito de la vida y del quehacer humano. El ejercicio de este triple ministerio de los bautizados exige la constante confrontación con el obrar, morir y resucitar de Jesucristo, para que el liderazgo cristiano sea conforme al Buen Pastor y no al ejercido por los señores y príncipes de este mundo, de allí que se asemeje a la levadura en la masa, ésta es parte de la masa, la vivifica desde dentro, no se nota su presencia, pero sí su ausencia. Los cristianos deben alejarse, entonces, primero, de todo mal entendido con la humildad, una verdadera trampa diabólica, que nos enseña a no hacer nada para no tener presencia o importancia, con ella no se nota nuestra presencia en el mundo y sus diversos ámbitos, pero tampoco se nota nuestra ausencia; y en segundo lugar, debemos evitar la tentación de tener un liderazgo con tanta presencia e influencia en lo político, económico, etc., que llegue un momento en que se rece, especialmente los más débiles y pequeños, por nuestra ausencia.
Un liderazgo desde.
En el caso concreto de san Francisco de Asís podemos descubrir dos niveles de liderazgos, el primero de ellos vivido previo a su conversión y el segundo al que llamaremos un “liderazgo cristificado”. Sobre los años previos del hermano Francisco es difícil de encontrar “fuentes neutrales”, él es leído desde el “... estereotipo agustiniano y medioeval del convertido: el pecador que, tocado por la gracia de Dios, se convierte en caballero de Cristo...”[3], por ello no extraña el duro juicio de Tomás de Celano en su Primera Vida del Santo, al decir que el tiempo en que le ha tocado nacer es particularmente dificultoso para vivir la fe en Jesucristo, pues las familias, desde sus primeros días “... se empeñan en educar a los hijos con extrema blandura y disolutamente..., llegado el tiempo del destete, se les obliga no sólo a decir, sino a hacer cosas del todo inmorales y lascivas. Ninguno de ellos se atreve, por un temor propio de su corta edad, a conducirse honestamente, pues sería castigado con dureza... ¿Cómo imaginas que han de ser cuando estrenan la adolescencia? En este tiempo, nadando en todo género de disolución, ya que les es permitido hacer cuanto se les viene en gana, se entregan con todo ardor a una vida vergonzosa...” (1C1). El mismo Francisco descubrirá en sus primeros años de vida, un modo de relaciones humanas erradas, no por malas sino porque le llevaban al engaño de sentirse satisfecho y no se mostraban como lo que eran, atisbos de un gozo total, veraz y permanente, que el encontrará en Jesús, poéticamente él lo expresa como “... aquello que me era amargo, se me tornó dulzura del cuerpo y del alma...” (Test 2). De sus primeros años queremos rescatar, prescindiendo de los juicios y críticas contra las faltas morales de los contemporáneos a Francisco, su liderazgo entre sus pares. “Como en la vecina ciudad de Perusa, y en otras muchas ciudades de Italia, existía en Asís por ese tiempo una “sociedad” o compañía juvenil, registrada en los archivos comunales como “Compañía del monte Subasio”, con estatutos aprobados por la autoridad comunal, y cuyo presidente o “podestá” era, como por derecho propio, Francisco. Su único propósito era procurar pasatiempos y distracciones a los jóvenes de Asís, promoviendo y organizando, entre otras cosas, festejos populares, rondas y pasacalles, en los que cantaba y danzaba al son de diversos instrumentos, así como comidas y francachelas, de las que no podían estar ausentes las buenas mozas y los buenos mostos de la región, como tampoco las danzas... El presidente de la sociedad, llamado también “bastonero”, en razón de que portaba un bastón de mando como símbolo de autoridad, estaba autorizado para designar al pagador de los insumos de las “comidas de camaradería”... costumbre que daba lugar a frecuentes disputas y altercados que solían terminar en sonados zipizapes, y tanto que las autoridades comunales se vieron obligadas no pocas veces a intervenir, frenando a los desabridos, y aun prohibiendo las actividades de la Compañía...”[4]. Al contemplar este momento de la vida de Francisco, podemos descubrir en potencia al líder cristiano que llegará a fundar, en el sentido profundo de dar origen y fundamento, a nuestra Familia Franciscana.
¿Qué le faltaba a este liderazgo juvenil de Francisco? Es bueno darnos cuenta que hemos descartado el camino fácil de desechar y de negarle valor a este liderazgo juvenil suyo, sino que partiendo de él queremos descubrir el camino tomado por Francisco para llegar a ser el “alter Chistus”. Francisco de Asís y todo ser humano se ve enfrentado a la lucha por dar sentido a su existencia, la cual esta atravesada por tres coordenadas[5]: muerte, vida y convivencia. Cada una de estas coordenadas enfrenta al ser humano con su límite frente a su deseo egocéntrico, el hombre no se basta sólo, se frustra ante el deseo de vivir limitado ante la muerte; se frustra ante la monotonía y la inconsistencia del vivir; y se frustra ante el tener que convivir con otros, cediendo y no pudiendo ser el que domina, sino muchas veces es el dominado. Ante estas frustraciones, el camino usado por el hombre o la mujer no es enfrentarlas sino enmascararlas, disimularlas con el poder, con el dinero o con el placer, estas son las llamadas alienaciones y opresiones que generan en el día a día que nos desgastemos en el trabajolismo, nos hundamos en las depresiones y seamos protagonistas o cómplices de modelos sociales, culturales, religiosos o económicos en donde se discrimina, se perpetúan las estructuras de injusticia y de muerte. En esta línea, el liderazgo vivido por el joven Francisco disimula y enmascara lo que como ciudadanos de Asís viven, la profunda contradicción entre la utopía propuesta por la burguesía emergente, fraternidad, más igualdad y más justicia, frente al piramidal modelo feudal que consagraba la desigualdad entre señores y vasallos. En medio de las fiestas de los jóvenes, los rostros de los nuevos marginados de los beneficios del nuevo orden emergen y los confrontan, la verdad es que esos rostros pueden pasar anónimos para muchos, pero para otros no, quizás eso este unido a la experiencia de dolor y sufrimiento personal, por los biógrafos sabemos de dos momentos críticos en nuestro santo, en 1202 es hecho prisionero por casi un año y cae en una prolongada enfermedad que comienza en la prisión y de ella tenemos noticias, posiblemente de recaídas, hasta 1204[6]. Este proceso termina con la conversión de Francisco, unido a un hecho en su historia, el encuentro con el leproso, éste último representa ponerse frente a los propios límites, representa a un muerto en vida, a una vida condenada al sin sentido y negado en él y para él todo tipo de convivencia con los demás seres humanos, el milagro de la fe en Francisco es dar el salto desde ese encuentro con la miseria a un encuentro con Cristo. El encuentro con el leproso le abre a nuevas perspectivas consigo mismo, con los pobres, con el Crucifijo, con el Evangelio y con los hermanos, ya la vida de Francisco no será la misma, no puede engañarse es desenmascarado de sus propias alienaciones y no le queda más que reconocerse y construirse como un hombre pequeño, débil y necesitado, reconocerse en el leproso como en un espejo. El liderazgo de Francisco se cristifica cuando da vuelta los papeles de la historia, cuando no es un joven con aires de caballero que se encuentra con un leproso, sino cuando se empatiza, se hace uno y con la historia del leproso, por ello se va a vestir, se va relacionar, va a leer el Evangelio y a construir la Iglesia como lo que es, un leproso en búsqueda de la Gracia de un Señor. El líder se hace seguidor, he aquí la paradoja del liderazgo Franciscano, no lidera para sí mismo, sino desde el modelo vivido por otro, el testimonio evangélico de Jesús, no lidera siendo cabeza sino siendo el último, no lidera como jefe sino como esclavo, el modelo del líder es Jesús Buen Pastor, quién lava los pies a sus discípulos. El liderazgo de Francisco es desde ese Cristo hecho leproso, que hace de la muerte salvación y liberación, de la vida solidaridad y encarnación desde, para y entre los pobres, y basa la convivencia humana desde la fraternidad y desde el servicio al otro.
¿Qué le faltaba a este liderazgo juvenil de Francisco? Es bueno darnos cuenta que hemos descartado el camino fácil de desechar y de negarle valor a este liderazgo juvenil suyo, sino que partiendo de él queremos descubrir el camino tomado por Francisco para llegar a ser el “alter Chistus”. Francisco de Asís y todo ser humano se ve enfrentado a la lucha por dar sentido a su existencia, la cual esta atravesada por tres coordenadas[5]: muerte, vida y convivencia. Cada una de estas coordenadas enfrenta al ser humano con su límite frente a su deseo egocéntrico, el hombre no se basta sólo, se frustra ante el deseo de vivir limitado ante la muerte; se frustra ante la monotonía y la inconsistencia del vivir; y se frustra ante el tener que convivir con otros, cediendo y no pudiendo ser el que domina, sino muchas veces es el dominado. Ante estas frustraciones, el camino usado por el hombre o la mujer no es enfrentarlas sino enmascararlas, disimularlas con el poder, con el dinero o con el placer, estas son las llamadas alienaciones y opresiones que generan en el día a día que nos desgastemos en el trabajolismo, nos hundamos en las depresiones y seamos protagonistas o cómplices de modelos sociales, culturales, religiosos o económicos en donde se discrimina, se perpetúan las estructuras de injusticia y de muerte. En esta línea, el liderazgo vivido por el joven Francisco disimula y enmascara lo que como ciudadanos de Asís viven, la profunda contradicción entre la utopía propuesta por la burguesía emergente, fraternidad, más igualdad y más justicia, frente al piramidal modelo feudal que consagraba la desigualdad entre señores y vasallos. En medio de las fiestas de los jóvenes, los rostros de los nuevos marginados de los beneficios del nuevo orden emergen y los confrontan, la verdad es que esos rostros pueden pasar anónimos para muchos, pero para otros no, quizás eso este unido a la experiencia de dolor y sufrimiento personal, por los biógrafos sabemos de dos momentos críticos en nuestro santo, en 1202 es hecho prisionero por casi un año y cae en una prolongada enfermedad que comienza en la prisión y de ella tenemos noticias, posiblemente de recaídas, hasta 1204[6]. Este proceso termina con la conversión de Francisco, unido a un hecho en su historia, el encuentro con el leproso, éste último representa ponerse frente a los propios límites, representa a un muerto en vida, a una vida condenada al sin sentido y negado en él y para él todo tipo de convivencia con los demás seres humanos, el milagro de la fe en Francisco es dar el salto desde ese encuentro con la miseria a un encuentro con Cristo. El encuentro con el leproso le abre a nuevas perspectivas consigo mismo, con los pobres, con el Crucifijo, con el Evangelio y con los hermanos, ya la vida de Francisco no será la misma, no puede engañarse es desenmascarado de sus propias alienaciones y no le queda más que reconocerse y construirse como un hombre pequeño, débil y necesitado, reconocerse en el leproso como en un espejo. El liderazgo de Francisco se cristifica cuando da vuelta los papeles de la historia, cuando no es un joven con aires de caballero que se encuentra con un leproso, sino cuando se empatiza, se hace uno y con la historia del leproso, por ello se va a vestir, se va relacionar, va a leer el Evangelio y a construir la Iglesia como lo que es, un leproso en búsqueda de la Gracia de un Señor. El líder se hace seguidor, he aquí la paradoja del liderazgo Franciscano, no lidera para sí mismo, sino desde el modelo vivido por otro, el testimonio evangélico de Jesús, no lidera siendo cabeza sino siendo el último, no lidera como jefe sino como esclavo, el modelo del líder es Jesús Buen Pastor, quién lava los pies a sus discípulos. El liderazgo de Francisco es desde ese Cristo hecho leproso, que hace de la muerte salvación y liberación, de la vida solidaridad y encarnación desde, para y entre los pobres, y basa la convivencia humana desde la fraternidad y desde el servicio al otro.
Un liderazgo para.
La fuente de este liderazgo encarnado por Francisco es el testimonio de Jesús, es mirándole. En la iconografía franciscana es habitual pintarlo abrazado a la Cruz con los ojos fijos en el rostro del crucificado, uno de sus pies esta afirmado sobre un globo terráqueo, quizás muchos interpretan este último signo como el rechazo del Francisco al mundo, pero quizás debamos explorar otra pista no excluyente sino incluyente. Francisco puede representar en su abrazo a Cristo y su pisada sobre el mundo el ejercicio del triple ministerio bautismal, el ser profeta del mundo, rey del mundo y sacerdote del mundo, o sea, de ser vínculo de comunión entre Jesús pobre y crucificado y un mundo engañado, alienado y oprimido, que busca en donde no hay respuestas permanente ni veraces el llenar su vacío existencial. La reflexión franciscana apoya esta interpretación, al afirmar el valor de la secularidad de nuestra espiritualidad, para nosotros “... “secular”... no tiene nada que ver con “antirreligioso”... precisamente significa todo lo contrario. Quiere decir que no es posible encontrar a Dios más que en el mundo secular, “en todas las cosas de este mundo”, como bien lo dijo Ignacio de Loyola, es decir, en las personas humanas, con sus preocupaciones y necesidades, sus alegrías y esperanzas, en los animales, en las plantas y en las piedras, en las situaciones concretas y en los problemas y asuntos de la sociedad, en los acontecimientos y en las experiencias de la historia..”[7]. El testimonio de Francisco es claro y tajante, no es un “testimonio religioso”, en el mal sentido en que lo religioso no toca las realidades mundanas (política, economía, ecología, etc.) o en el actual sentido interesado por ciertas corrientes ideológicas que insisten en “lo privado” de la practica de fe. San Francisco de Asís tiene claro que su vivencia de lo religiosos toca al mundo y es pública, pues ¿qué puede ser más social o político que amar al prójimo, haciéndose servidor suyo? Por ello, su pasar por las ciudades se convierte en un testimonio y en liderazgo, no buscado, ciertamente, pero no evitado. “Volviendo la espalda a las guerras santas y a los señoríos de Iglesia, Francisco se dedica a recorrer el país, lanzando a todos su saludo: “Paz y Bien”. Invita a todos los hombres a reconciliarse, a vivir como hermanos. De este modo en Bolonia, ante la ciudad reunida en la plaza pública, su discurso gira en torno al deber de apagar los odios y de concluir un nuevo tratado de paz...”[8], esto implica involucrarse con la gente, con las autoridades, etc. La fuerza del movimiento franciscano, en forma sobreabundante, estuvo, y estará para sus seguidores, en una vivencia coherente de lo que desean ser, una respuesta a las más profundas búsquedas del ser humano, para ello es fundamental el ser signos concretos y cotidianos de lo que se predica, más que discursos son obras tangibles de amor a los hermanos, estas primeras fraternidades eran “... hogares de paz y reconciliación. A decir verdad, los hermanos vivían una doble fraternidad: entre ellos, por supuesto, pero también con el resto de los hombres con los que se relacionaban, y más particularmente con los más pobres, los más pequeños. Ninguno de ellos debía ejercer un poder de dominación... Procedentes de diversos estratos de la sociedad, los hermanos aprendían a vivir juntos respetando sus diferencias, es decir, no tenían nada que ver con un modelo de alistamiento, sino que en una fraternidad de estas características, para Francisco, cada hermano era un ser singular, una persona única. La fraternidad solo se podía construir sobre el respeto hacia las personas...”[9]. Esta experiencia la podemos unir con la del joven Francisco, el liderazgo sigue buscando la fiesta en la vida de los demás, en la de los jóvenes amigos como ahora en los hermanos, en los pobres, en la Iglesia, en los enemigos, no olvidemos el encuentro con el Sultán, con la Creación, hacer que la vida sea alegría sea buena noticia, no ha cambiado sino que se ha profundizado, ha cambiado el “para”, ya no busca un liderazgo que disimule o enmascare el dolor, la angustia, el fracaso individual y social, sino que se va al encuentro de eso tan temido, que tiene cara y olor a leproso, se inserta en la propia realidad, se es limitado, se es frágil, se es necesitado y, entonces, se entrega a Aquel que puede dar sentido, y se es encontrado como líder por quienes buscan salir de su propio estado de angustia. En este sentido, el liderazgo de Francisco cristificado lo encuentra y el no lo rehuye, sabe, como dice Pablo, que no es él quién pacifica, quién reconcilia, quién canta a la Creación, sino que es Cristo que habita en él.
A modo de conclusión.
De lo dicho hasta aquí es bueno sacar algunas pistas para el ejercicio y vivencia del liderazgo en nuestras fraternidades:
1. El liderazgo cristiano nace del bautismo, él nos une a la causa, muerte y resurrección de Jesucristo y al ejercicio de su triple ministerio: rey, profeta y sacerdote. Esta dignidad heredada y donada en este sacramento debe fortalecer nuestro ejercicio de la autoridad, ella no es dominación sino servicio. Nuestro servicio como rey se ejerce en la libertad frente a los bienes, somos señores de las cosas y debemos ponerlas, y ayudar para que ello sea así, a disposición de todos. Él de profetas nos impulsa a vivir y testimoniar la relatividad del poder, del tener y del ser alguien, abre a la esperanza, no somos pregoneros de un fatalismo sino del triunfo de Jesús en el final de la historia. El ejercicio del sacerdocio común nos invita a ser intercesores ante de Dios de todos los que sufren y de todos los hermanos y hermanas en la comunidad y en la sociedad, y también intercesores de los más pobres y débiles ante quienes tienen poder o responsabilidad.
2. El liderazgo cristiano es una vocación, un llamado de Dios para servir a su pueblo, por ende, nadie puede desoírlo. El ejercicio de este liderazgo es la vivencia de la obediencia a Dios, obedecer es ponerse bajo la escucha, y Dios habla en la comunidad. El liderazgo es para el bien de su pueblo y sus necesidades hacen que Dios reaccione y pide, habla, revela a algunos de sus fieles que se comprometan más, que se hagan depositarios de su promesas y de su bondad, el líder es llamado por Dios para representar su compañía y su compromiso con los que ama.
3. El liderazgo franciscano exige mirar el rostro de Jesús, invita a crucificarse con Jesús en el servicio preferente, más no excluyentemente, por los más pobres, por los leprosos, teniendo claro que al servirles se sirve al crucificado.
4. El liderazgo franciscano se hace con el oído abierto a la realidad, el líder franciscano busca encarnar las esperanzas y gozos de los pobres y de los hombres de buena voluntad, desea ser alternativa frente a modelos sociales y económicos que pretender engañar al hombre y a la mujer prometiéndoles “cielos nuevos y tierras nuevas”, pero que al apropiarse de la historia no son más que más de lo mismo, más exclusión, más marginación, más empobrecimiento, ricos más ricos frente a pobres más pobres.
5. El líder cristiano y franciscano no busca el aplauso y la alabanza, sabe que sí el líder por excelencia, Jesús el Buen Pastor, por llevar una vida de coherencia y de denuncia frente a los poderes y a las minorías que manipulan y se aseguran sus cuotas de poder, muere crucificado, por lo tanto, no espera un mejor trato ni de los que le persigan e incluso, de sus hermanos o hermanas en la fe.
[1] Voz Liderar. En: El Pequeño Larousse ilustrado, 1998: 607.
[2] Ritual de bautismo: 78 En: Ritual conjunto , 1987. San Pablo. Chile.
[3] Camilo Luquin, 1982: 33. El joven Francisco. Cefepal. Santiago de Chile.
[4] Ibidem: 34-35
[5] Sigo aquí la propuesta antropológica del profesor Antonio Bentué (Antonio Bentué, 2001: 33-44. La opción Creyente. San Pablo6. Santiago de Chile)
[6] Cf. Leonardo Boff, 1982:226-227. San Francisco de Asís. Ternura y vigor. Ediciones Paulinas. Santiago de Chile.
[7] VVAA, 2000: 11. CBCMF, Lección 1Cristianismo: religión de la encarnación. Secretariado del CCFMC2. Bonn.
[8] Eloi Leclerc, 1999: 27. En: VVAA, 1999. Franciscanos por la justicia, la paz, la ecología. Editorial franciscana Arantzazu. Oñati: 22-34.
[9] Ibidem: 28