(Ponencia en el curso de formación de los Catequistas y Ministros Extraordinarios de la Comunión Parroquia San Francisco de Chillán. 19-22 de octubre de 2010)
Hno. Manuel Alvarado S., ofm
La Misión en el tiempo de la Iglesia. La Evangelización como don del Espíritu.
¿Por qué la Iglesia evangeliza? ¿Por qué la Iglesia misiona? ¿Por qué hay pastoral en la Iglesia? ¿Es sólo una decisión tomada por ella? ¿En que se funda esta labor? La Evangelización como tarea atraviesa cada uno de las estados en los que podemos encontrar a Jesús, la exigencia de ir por el mundo y anunciar la Buena Noticia de Jesús y la persona misma de Él, está presente en el Jesús carismátizado, o sea, el que es recibido por la predicación de la comunidad post pentecostés, es puesto en boca del Jesús resucitado por cada uno de los evangelistas y el mandato es presentado como parte central de la enseñanza del Jesús Maestro y predicador con sus discípulos. Por lo tanto, podemos afirmar con certeza que Jesús es el fundamento del porque vamos al encuentro del ser humano.
Hechos de los Apóstoles tiene una perícopa central para el vínculo entre Evangelización y Espíritu Santo: Hch 8, 1b-4: “Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra.” Este texto nos presenta la consecuencia del Martirio de Esteban, el primer mártir de la fe, debe llamarnos la atención que Lucas nos dice que toda la labor misionera de la Iglesia depende de un hecho fortuito, no buscado ni esperado por la comunidad. La persecución es usada por el Espíritu para impulsar el encuentro entre los judíos y los paganos con la comunidad creyente en Jesús, judeocristianos. Éstos salen de sus comodidades y de sus seguridades para testimoniar, no como algo buscado o preparado, como sí naciese de un proyecto con objetivos, medios y tareas, sino guiados por la acción de Dios en la historia. Esta persecución, convertida en oportunidad para testimoniar lo que significa Jesús en la vida de sus discípulos, abre a la Iglesia más allá de donde sus miembros pudiesen imaginar, la comunidad perseguida que testimonia a su maestro lo hace incluso a los paganos, lo que sigue a esta perícopa es la misión de Felipe entre los samaritanos, su encuentro con el eunuco etíope, un pagano, que es bautizado y culmina con el bautismo de Cornelio y toda su casa, de manos de Pedro, luego de un sueño y una manifestación del Espíritu Santo. El perseguidor Saulo, que se convertirá en el apóstol de los gentiles, que cambiará incluso su nombre a Pablo, es precedido por estos signos, será él quien entenderá con mayor radicalidad la universalidad esta apertura de Dios a todos los pueblos, se manifiesta como la gran exigencia de Dios, se la reveló a Pedro y la manifestó en su dirigir la historia del nuevo pueblo adquirido en el sacrificio de su Hijo. Nace así la Iglesia con su catolicidad, que es don y tarea.
La invitación del resucitado a ir al encuentro de todos los hombres y mujeres.
El Resucitado, según san Juan, nos permite mantener la continuidad entre el Espíritu Santo y la misión, Éste “… les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20, 20b-22) La alegría de los discípulos no debe engañarnos, su situación es de temor, están a puertas cerradas por temor de que los judíos les hagan correr la misma suerte de su Maestro, además, no se alegran todos, Tomás, uno de los doce, no será testigo de esta aparición. Lo central en este texto es el envío, pero no es cualquier tipo de envío, tiene un modelo, son enviados a reproducir la obra de Jesús teniendo en vista, que finalmente deben hacer la obra de su Padre. Así, como ningún hombre puede ver a Dios ni reconocerlo, sino es por la mediación de su Hijo, nadie puede arrojarse la autoridad de estar viviendo la voluntad de Dios o de estar realizando su Obra sino lo hace incrustado en el modo de actuar de su Hijo y eso, tampoco, por propia voluntad sino facultado por el Espíritu. Dos cosas son necesarias para reproducir la misión de Hijo, encuentro con Jesús, de aquí se funda la constante necesidad de ir a los lugares que profundizan este encuentro, tales como la Palabra, la Comunidad, los Pobres, la Creación. Y, recibir el Espíritu, que es dado por Jesús, se tiene “más espíritu” en la medida en que se va mejorando la calidad de encuentro con Cristo. El texto continua con la falta de fe del ausente Tomás, “ver para creer”, que demuestra el límite de la predicación y de la misión de los discípulos, nosotros podemos darle todo a los que vienen a la Iglesia, los mejores proyectos pastorales, pero no puede dar la experiencia personal de Jesús, pues ella es gracia de Dios y abre al Espíritu y a sus frutos, pero ese encuentro se enriquece o se entorpece por el Testimonio de los creyentes, de allí una paradoja la Iglesia no puede convencer, pero no puede cejar en su esfuerzo por atestiguar que ha sido encontrada, perdonada y salvada, pues ella es el cuerpo de Cristo resucitado pero marcado por la cruz.
Lucas nos aporta el valor de la tradición. Jesús resucitado anuncia a sus discípulos que son testigos del cumplimiento de la Palabra más allá de lo que siquiera pudiese haber imaginado el pueblo depositario de las promesas, Israel. Su pasión, muerte y resurrección deben ser leídas a la luz de “… todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí…” y desde allí debe anunciarse a “…a todas las naciones, empezando desde Jerusalén…” (Cf. Lc 24, 44-48). Jesús no se inventa, no es la creación o la fantasía de un grupo, viene de una tradición, la judía, de allí el valor que tiene el Antiguo Testamento para la comunidad cristiana desde su origen, entre las primeras herejías combatidas por los Padres estará aquella que le resta valor o niega la revelación de los textos judíos. El reconocer este valor en el Testamento Común va unido a la clave de lectura que da Jesús, su mensaje, sus obras y el acompañamiento y auxilio que da a la comunidad el Espíritu Santo. La tradición, pasada por el Resucitado y el don del Espíritu, permite abrir el entendimiento a los discípulos y permite la continuidad, con los matices de la cultura y el avance en la verdad que el hombre y la mujer tienen en el tiempo, entre lo que creo y celebro hoy, con la primera comunidad y con la fe de mis padres o abuelos. La comunidad que anuncia a Jesús no debe inventarlo sino transmitirlo como lo ha recibido y enriquecer ese anuncio con el aporte de su testimonio. La tradición debe apuntar a descubrir lo esencial, la buena nueva hecha carne en Cristo, a quien padeció, murió, resucitó y envió a su Espíritu Santo, que es lo que debe ser anunciado, desde allí nos abriremos a la comunidad y a la solidaridad; la tradición, bien vivida, transmitida y enseñada, fortalece la fe para cuando se nos caen los templos o los clérigos o los fieles, porque enraíza la fe en lo único importante y absoluto. Desde Lucas, debemos aprender el respeto debido al modo de vivir la fe desde un pueblo o un ámbito cultural o una generación y tener una memoria agradecida por el don de la fe que hemos recibido por la transmisión de nuestros catequistas, padres, etc.
Es el Resucitado según Mateo, quien tiene la frase evangelizadora más famosa, “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (perícopa completa Mt 28, 18-20). Este mandato expresa con claridad la universalidad de los llamados a salvación, nadie queda fuera ni por su condición racial, social, de género, de orientación sexual o moral, como vamos a ver más adelante este desenlace mateano es visto como un proceso, de acá nace la catolicidad de la Iglesia, como don y tarea. La catolicidad debe ser construida, no viene dada, ella se puede ver entorpecida por las estructuras culturales o sociales, a las cuales se les debe hacer frente, hay que buscar ensanchar la tienda generación a generación, el único límite que conoce la catolicidad es la Verdad, como lo ha afirmado el papa Benedicto XVI, con todas las problemáticas que para nuestra época significa este concepto, su definición y él quien la define, de aquí nace la necesidad del diálogo con las demás comunidades creyentes, cristianas o no, y con quienes por otros caminos buscan a Dios tácitamente. Esta catolicidad se hace cósmica en Marcos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”, naciendo así una olvidada conexión entre evangelización y compromiso con la tierra, el que anuncia a Cristo debe conformar su vida a un esquema sustentable y respetuoso para el ambiente.
La misión es libertaria, según Marcos: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Cf. Mc 16, 18-20). La comunidad creyente reconoce que debe actuar como quien lo ha enviado, Jesús propone, invita no se impone, este puede ser un camino marcado por la frustración ante la falta de respuesta, pero es el camino correcto, hay que dejar que las obras hablen. La Iglesia hoy desespera ante la indiferencia del mundo juvenil, por ejemplo, que se muestra ajeno a lo sacramental o a lo ritual, la proclamación no debe depender del éxito numérico o de efectividad, puede evaluarse negativamente estadísticamente, pero no puede, nunca, cejarse en el deber de testimoniar con la vida lo que se cree, celebra y espera.
La misión en el corazón del encuentro con el Jesús histórico.
¿Para qué llamó Jesús a sus discípulos? Mc con simplicidad establece el vínculo entre vocación y Misión: “Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 16). Lejos de la voluntad de Jesús, entonces, crear un grupo cerrado, sectario o ajeno a la realidad de su entorno social, religioso, político, ecológico. Hay que buscar estar con Él, pero para ser enviados. ¿Cómo ir por el mundo? (Cf. Mc 6, 7-13) Según Marcos, de dos en dos, “livianos de equipaje”, con la confianza puesta en quien envía y es el dueño de la misión, los discípulos no deben centrar su preocupación en el éxito o fracaso de la misma, aunque existe la licencia para molestarse al enfrentarse a un grupo indiferente o abiertamente agresivo a la recepción de la Buena Nueva, la imagen de sacudir el polvo es un insulto en el contexto cultural del medio oriente, lo vimos en la caída de Hussein en Iraq, ante sus estatuas en el suelo la gente arrojaba sus zapatos como señal de desprecio. Lo esencial del texto, en todo caso, es la prontitud en el cumplimiento de la misión, los discípulos son llamados y gracias a su disponibilidad en el envío son capaces de ser lo que deben ser y eso se les nota, la promesa que conlleva el encargo se hace realidad en los llamados.
Mateo (Cf. Mt 10, 5-23) mantiene la exigencia de ir “livianos de equipaje” en la misión, al igual que en Marcos, Jesús no viene a engañarnos, no nos asegura el éxito en la tarea evangelizadora ni que ella nos eximirá de problemas, dolores, frustraciones, tanto desde dentro de la misma comunidad como por agentes externos a esta, nos envía como ovejas en medio de lobos. El texto mateano tiene una característica llamativa en el envío, claramente excluye la misión entre los paganos, “no toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel”, para descubrir la catolicidad en el Evangelio de Mateo es necesario descubrirla como un proceso, en diálogo con la realidad, sí nos quedamos sólo con este envío ningún hijo de madre no judía sería sujeto de la evangelización y del pastoreo de la Iglesia, es necesario contemplar a Jesús en proceso de apertura, dejándose asombrar por la fe de la mujer extranjera, cananea (cf. Mt 15, 21-28), que lo invita a ensanchar la tienda de la salvación ¡Que lección para la comunidad creyente! Los versículos siguientes nos muestran a un Jesús sanador en medio de una multitud de lisiados y enfermos, con los que se vincula sin preguntar de donde son y de qué origen. La catolicidad, vocación y misión de la Iglesia, se manifiesta así como don y tarea de los creyentes en Jesús.
Lucas, a su vez, nos ofrece la novedad de dos envíos, a doce (Cf. Lc 9, 1-6) y a setenta y dos (Cf. Lc 10, 1. 3-11. 19-21), este es el modo de este autor de expresar la catolicidad de la misión, claramente los doce representan a Israel, fundada sobre las doce tribus, a su vez los setenta o los setenta y dos expresan, según el libro del Génesis la totalidad de los pueblos paganos. Esta duplicidad no significa que las responsabilidades o la misión sean distintos, Lucas, con distintas palabras, duplica la autoridad de los discípulos, van por el mundo con poder de sanar y exorcizar, que las promesas se cumplen cuando se va por el mundo. Mantiene la exigencia de ir “livianos de equipaje”. Lucas, nos entrega la urgencia de anunciar que el reino o el reinado de Dios está cerca, más allá del éxito o el fracaso, acepten o no acepten el mensaje el discípulo tiene la obligación de hacerlo.
A modo de conclusiones.
La Misión es obra de la Trinidad, actúa en ella el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, por lo tanto, la misión es en comunidad y es para la comunidad, lo prioritario es la comunidad. Un discípulo de Jesús es miembro de una comunidad y desde ella es enviado. Como actúa el Padre, esta es una comunidad de hermanos, cuya meta es ser una fraternidad universal, abierta a todos los hombres y mujeres, y cósmica, abierta a toda creatura. Por la actuación del Hijo en la evangelización, la Iglesia, vocacionada y convocada, debe aprender a como habitar el mundo, a ir liviana de equipaje, en respeto por su tradición, en diálogo con la realidad, invitando a la comunión fraterna más con el testimonio que con las palabras. En la actuación de Espíritu Santo, vínculo del amor, la comunidad creyente siempre enviada, debe profundizar en sus lazos afectivos al interior de sus comunidades y estructuras, en la Iglesia debe habitar el don de la reconciliación y de la paz, ser ella el lugar para seguir esperando, solidarizando y creyendo.
La misión, es a la vez, obra del ser humano, quien al descubrirse descubierto por el amor del Gran Otro en su Hijo Jesucristo, se lanza a la aventura comunitaria de anunciar lo vivido. Anuncia lo que recibió de su comunidad, el testimonio de solidaridad, acogida y la escuela de comunión, reconciliación y paz, que ha encontrado con los otros discípulos en torno al único Maestro. Anuncia el corazón nuevo que se la ha dado, que le enseña a relativizar el valor de las cosas, los afectos y la vida, descubre que su vocación es que no sea más él sino Cristo crezca y nazca en él. Anuncia que aquí y ahora es posible y se debe vivir los valores del Reino, no como un discurso sino como los frutos de su propia conversión. Anuncia que lo celebrado, la comunión de Dios con los hombres en los ritos, los sacramentos y en la oración se prolonga en una solidaridad activa y fecunda, que nace y a la vez retroalimenta lo celebrado. Y, finalmente, anuncia lo que viene, la comunión es el destino del hombre y de la mujer.