Publicados en Nuestro Camino de Septiembre de 2011
Domingo 23º durante el año. 04 de septiembre de 2011.
Lecturas: Ez 33,7-9; Salm 94; Rom 13,8-10; Mt 18, 15-20.
Título: El desafío de corregir al hermano desde el amor.
Comentario al Evangelio.
El Evangelio de este día nos enfrenta a uno de los temas más difíciles de nuestras relaciones comunitarias: la corrección fraterna. Jesús parte diciendo “Sí tu hermano peca contra ti”, y, por lo tanto, esta en relación al pecado y ¿Qué es pecar? Pecar es faltar al amor, y no al amor como una sencilla emoción sino que aquello que permite vincular el amor con las intenciones y las acciones del hermano, se falta al amor cuando se niega la verdad, el respeto por las cosas, la dignidad, el cuerpo del otro. Pecar es negarle el amor debido al hermano y es herirlo porque no actúas a la altura de lo esperado. Pecar es herir al otro. Y es mayor la herida cuando esta es proferida por quien debe amarte, por ello, no hay mayor dolor que la infidelidad de pareja o el abandono de los padres o la traición del amigo. La única deuda entre ustedes es el amor mutuo, dice san Pablo, y cuando esa deuda se acrecienta, porque no somos amados con intención y con actos por los que deben, sólo nos queda enfrentarnos a la desazón y la frustración. Cuando tu hermano falta al amor contra ti, que te duela, pero que ese dolor válido y legítimo, has sido herido, no se cierre solo en lo realizado contra ti, ábrete y ponte en su lugar ¿Qué oscuridades? ¿Qué luchas existen en el interior de ese hermano para que actuara así en tu contra? Sal de tu dolor y ponte es su lugar, sí tu amas a tu hermano no lo puedes dejar en su error, en su oscuridad, en su falta de testimonio, por eso, “ve y corrígelo”. La corrección fraterna parte desde el amor del herido por su victimario, es la actualización del “perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”, grito de Jesús en la cruz. El secreto es sentir a ese capaz de herirte como hermano o hermana, no es cualquiera, es quien comparte contigo un origen común, un mismo Padre, y una herencia común, la de ser hijos en el Hijo. Hacerse otro Cristo es desear y trabajar para bajar de la cruz del egoísmo, del carácter, del límite moral a quien tiene dificultades para amar, cuando tu sales de tu dolor y abrazas ese dolor secreto e íntimo de tu hermano, causante de tu dolor, e incluso de tu rabia, lo desclavas, lo bajas de su cruz, en palabras de este Evangelio, lo liberas, lo absuelves. El hombre o la mujer no cambia de vida, se libera, se convierte, por un conjunto de normas o de reglas, lo más transformador es el descubrirse amado y aceptado por otro, otros y por el Gran Otro. Ese abrazo con el ofensor es “desatar” a tu hermano en la tierra, para que pueda abrirse al cielo.
La corrección fraterna no puede ser realizada de cualquier modo, debe nacer del amor y mantener el sigilo, el respeto por la buena fama y la honra del ofensor, por eso, “corrígelo en secreto”. Ese respeto es debido también para los testigos y la propia comunidad, que debería irse involucrando en la crisis de amor entre hermanos. No es un tema fácil, una de nuestras mayores debilidades humanas, hoy acrecentadas por la “farandulización” de las relaciones humanas, es ser livianos “de lengua” y de juicio sobre el otro, nos cuesta guardar silencio y secretos del otro, pero esta es una condición necesaria e impuesta por el propio Jesús. La corrección fraterna no tiene como finalidad la expulsión del hermano ofensor, la verdad es que sí tu hermano no tiene la voluntad de ser liberado por el amor, no es echado fuera de la comunidad, sino que el mismo se ha puesto en la periferia y ya se ha ido. El don de la comunión fraterna tiene responsabilidades, una de ellas es contribuir a la construcción y la consolidación de la misma, y ello, implica comprometerse con el otro y revisar periódicamente el propio actuar, sentir y vivir.
Finalmente, debemos reconocer que nuestra experiencia puede contradecir a Jesús, corregir al otro no hace ganarme a mi hermano, al contrario, puede significar que lo pierda. Por eso, es fundamental tomarse en serio las últimas frases del texto de hoy, “donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”. La verdadera corrección fraterna no es un acto impulsivo sino un acto de discernimiento, requiere paz interior, la cual nace del encuentro con Jesús. ¿Qué es la paz interior para enfrentar la corrección de tu hermano? Hay un ejercicio sencillo, sí tienes que corregir a tu hermano, pero descubres que no tienes nada bueno que decir de él, es mejor esperar y orar, para que sea el amor el motor del reencuentro fraterno.
Preguntas:
¿Puedo actuar más allá de mi legítimo dolor y rabia frente a la ofensa de mi hermano? ¿Puedo perdonar o soy fiel a la fatídica frase “yo no perdono, sólo Dios puede hacerlo, a lo más disculpo? ¿Estoy dispuesto a ser corregido fraternalmente por mis hermanos, pastores y familiares?
Domingo 24º durante el año. 11 de septiembre de 2011.
Lecturas: Ecli 27,30-28; Salm 102; Rom 14,7-9; Mt 18,23-35.
Título: Que la misericordia recibida se convierta en misericordia con tus hermanos.
Comentario al Evangelio.
La corrección fraterna, tema central del Evangelio del domingo pasado, no es un tema fácil de vivir, la tentación es interpretar equívocamente la expulsión, del corazón, de la agenda, de la comunidad al ofensor, al que tiene dificultades para amar, como la solución, Pedro lo expresa con claridad en el inicio del texto de este domingo. Pareciera de sentido común, que las oportunidades tienen un techo, un límite. No se puede perdonar siempre “¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me hagas? ¿Hasta siete veces?” Y sí ya lo perdone siete veces ¿Se hace válido, entonces, negarle el saludo, desconocerlo, marginarlo? El riesgo de todo techo es que se puede alcanzar y lo que pase más allá, puede ser fuente de injusticia y de falta de testimonio. La respuesta de Jesús es no pongas tú los limites, “hasta setenta veces siete” es un juego simbólico de palabras, quiere decir siempre. Cargar con tu hermano desde el amor no tiene límite, y ese amor se expresa en el perdón, la gratuidad y la compasión, y esta tarea debe ser vivida con humildad, ama sin esperar cambios, y ama no porque sea tu propiedad el hermano o el amor, ama porque has sido amado primero, perdona porque has sido perdonado primero, como decimos en la consagración del vino en la liturgia, haz lo mismo en memoria de quien te ha amado incondicional y gratuitamente. Ese es el norte de la parábola que corona Mateo 18.
Revisemos esta parábola. El “rey” es una imagen de Dios y las “cuentas a arreglar” son la conciencia del creyente que su vida, su familia, su iglesia, su sociedad son prestadas, no son su propiedad, y como vive y existe no por sí mismo sino por gracia y don del Gran Otro, hay un momento en que debe dar cuenta por lo hecho o dejado de hacer, dicho y sentido, es el fondo del “Yo pecador” de la liturgia, hemos faltado al amor en “pensamiento, palabra, obra y omisión” ¿Cuándo se tiene esta conciencia? Normalmente cuando se vive una crisis de salud, de relaciones humanas en la familia, en lo laboral, en lo eclesial o en lo social, frente a la muerte; hay no damos cuenta de la no propiedad sobre las cosas, los proyectos y el prójimo. La crisis nos pone frente al espejo de nuestra pequeñez. Como el rey es el dueño de la vida es justo que realice el ajuste de cuentas, y cuando se encuentra con el primer deudor, ojo representa al ofendido, al herido por su hermano; es igualmente justo aplicar la pena o castigo, ser vendido como esclavo junto a los suyos y sus propiedades. El rey da la primera señal, va más allá de la justicia, no la niega pero la supera, la misericordia es más perfecta que lo justo, abrazar el dolor, el miedo, la poquedad del otro y sentirla como propia es un camino que no niega exigir o pedir lo que corresponde, pero es un modo más unido al amor y a la tarea de cargar y encargarse del hermano. Trata a los demás como te gustaría ser tratado, dice una vieja frase en boca de Jesús, pero más antigua que la encarnación del Verbo, esta en la conciencia del hombre y la mujer de diversas culturas y tradiciones religiosas. Es bueno notar, que lo que pide el deudor, “dame un tiempo y te pagaré todo”, es sobreabundantemente superado por la misericordia del rey, “le perdonó la deuda”, no hay techo para la misericordia. No hay techo o límite pero hay responsabilidad, “haz tú lo mismo” es la exigencia que nace de ser agraciado por la misericordia del rey.
Surge en escena un segundo personaje, el ofensor, quien te hirió o pecó contra ti. La justicia tiene como finalidad superar el “ojo por ojo, diente por diente”, pues la verdad es que la aplicación de la Ley del talión solo generaría una sociedad de tuertos, ciegos y desdentados, por lo tanto, lo justo no es hacer a tu hermano el mismo mal que te realizó, no es válido devolver mal por mal. Ese es un avance de la cultura humana, pero el seguimiento de Jesús pide un paso más, no es suficiente para el creyente buscar la restitución del mal sufrido, sino abrirse al perdón, a la reconciliación, a reconstruir la comunión y la convivencia fraterna. Lo que escandaliza es que los creyentes, quienes se suponen se han encontrado con Jesús en la forma de la sobreabundante misericordia derramada sobre su vida y sus relaciones sociales, religiosas, familiares, etc., no puedan realizar lo mismo que Jesús y su Padre han hecho en él, lo han aceptado y acogido en el seno de su familia, le han perdonado, le han dado un norte para vivir… haz tú lo mismo… No hacerlo es hacer de la fe algo superficial e inútil para transformar la vida de otros, quien no da lo que ha recibido gratis corre el riesgo de ser sobreabundantemente mal tratado, de ser tratado como él ha tratado a su hermano, con la regla que midas serás medido. La misericordia de Dios no tiene límite, pero muchas veces la tuya sí, y por eso, tu capacidad de perdón, de construcción de la comunión y la solidaridad, será la regla del juicio del Maestro.
Preguntas:
¿Con qué regla quiero ser juzgado por el Jesús? ¿Por la sin techo o límite de Dios, o por la estrecha que uso con mi prójimo? ¿Cuáles son los signos en mi vida donde descubro la sobreabundante misericordia del Padre? ¿Soy misericordioso con mis relaciones familiares, laborales y comunitarias?
Domingo 25º durante el año. 18 de septiembre de 2011.
Lecturas: Is 55,6-9; Salm 144; Flp 1,20-26; Mt 19,30-20,16.
Título: La vocación cristiana a servir debe respetar el proceso de cada ser humano.
Comentario al Evangelio.
El ser humano es complejo por naturaleza, nace, crece y se consolida según procesos sociales, psicológicos, afectivos, etc. Es criatura de procesos y los procesos tienen tiempos y respuestas que dependen de los sujetos, nadie vive una adolescencia o un enamoramiento o un proceso de inserción laboral igual al vivido por otro, pueden haber semejanzas más no serán iguales. Nada es más inhumano que los uniformismos culturales, sociales o religiosos, ni nada más desfigurador de la condición humana que exigir al otro que piense, sienta o actúe como yo. Las dictaduras, de cualquier signo, caen finalmente al no tomar en cuenta el valor de la diversidad y de la individualidad. La Trinidad creadora, el Padre que formó, el Hijo que dio su imagen y el Espíritu Santo que donó la subsistencia a todo lo existente, no puede desconocer esa realidad, de hecho la diversidad de las creaturas y del ser humano no es una desgracia ni un límite sino su mayor riqueza, la suma de lo diverso da como resultado lo perfecto, lo pleno. Sí el Dios Trino y Uno esta en el origen, el plan de salvación asume la complejidad y la diversidad del hombre o la mujer, es una propuesta para cada ser humano, según su edad, condiciones, lugares sociales, cultura y capacidades; espera la madurez para que la propuesta de respuesta. De ello nos habla la parábola de este domingo.
El propietario de la viña, quien desea contratar obreros, no es otro que el mismo Dios, propone un trato justo, un denario por el día de trabajo. La viña es el mundo y es el lugar donde los contratados son enviados, el trabajo allí consiste en hacer pasar de mundo a Reino de Dios, por lo tanto, la labor esta unida al testimonio. Los discípulos esto lo sabemos, debemos convertir las estructuras de muerte en estructuras de vida; discernir en el hoy y sus ídolos, como el mercado, el dinero y el status, y la propuesta de Jesucristo, solidaridad, comunión, encuentro; no son pocos los esfuerzos de las iglesias por dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, acompañar al moribundo, según los lugares y las necesidades, en tiempos fuertes o como algo permanente, allí están nuestros comedores, hogares de ancianos, campañas en torno a Navidad o a algún santo como San Alberto Hurtado. Así se trabaja en la viña del Señor, pero en este mismo trabajo se encuba una de las mayores tentaciones del creyente, la apropiación de la obra. Reflexionemos un poco sobre esto, nos falta de pronto generosidad y gratuidad para dar espacio a otros o a otros proyectos en el amor al prójimo, que da fruto en la solidaridad o en la construcción de la comunidad. No son pocos los agentes pastorales, religiosos e inclusos pastores, que sospechan de toda novedad en la entrega; no son pocos los que tienen una mirada “militarizada” de ser Iglesia, “antigüedad constituye grado”, cerrando puertas o restando gente en vez de sumar; la mayor deuda de nuestras comunidades esta en la acogida a las personas y a los aportes de jóvenes o los recién llegados. Nos falta purificar nuestros modos de ejercer la autoridad, que en su origen no es poder sino acompañar a otros en el crecer, nos predicamos mucho a nosotros mismos, por nuestras propias debilidades y fragilidades, olvidando que desde el último bautizado y al Papa, esta y habla el mismo Espíritu, que nadie es tan rico como para no necesitar nada ni tan pobre como para no tener algo que compartir. La falta de generosidad y gratuidad con el prójimo, no sólo se expresa en la horizontalidad fraterna, se vuelca, también, a la relación con Dios, el creyente puede olvidar que es sólo un contratado en la viña y sentirse y actuar como el propietario, la alarma la expresa Lucas, por ejemplo, en el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, Mateo la expresa en esa queja de los que se sienten injustamente tratados por el propietario, al recibir la misma paga que los del mediodía o los del atardecer. Es una queja recurrente, que oímos en parroquias, comunidades y diócesis, “porque se reconoce al recién llegado” o “se me posterga a mí con equis años de párroco o de catequista o de animador”, no son pocos los que al dejar un oficio se enojan tanto que dejan la comunidad o notoriamente se alejan.
El Reino de Dios se construye en la suma de todos los dones, la comunidad perfecta no se crea por uno o unos pocos, sino por el aporte desde lo diverso de cada seguidor de Cristo, sin importar cuando se llegó o cuanto tiempo se ha trabajado. El Reino es para y de todos, pero exige profundizar en la generosidad y en la gratuidad de lo hacemos pastoralmente, no sentirnos propietarios de la viña sino siervos contratados no por mérito propio sino por pura gracia a asumir un proyecto más grande que yo y mis debilidades, en donde debo sumar lo que soy, tengo y sueño, no sólo ni sólo con Dios, sino caminando con otros, unos con más camino y otros más lentos que yo en la fe, no dependiendo ni de la edad ni la condición sino del proceso de vida, que sí Dios respeta en su diversidad e individualidad ¿Con que derecho yo, puedo no aceptar a mi hermano con su vida, sus preguntas, su ritmo?
Preguntas:
¿Me siento libre para asumir o dejar servicios en mi comunidad? ¿Cómo esta la acogida al recién llegado o al retornado o a los proyectos en mi comunidad? ¿Cómo construir esa acogida necesaria para el testimonio?
Domingo 26º durante el año. 25 de septiembre de 2011.
Lecturas: Ez 18,24-28; Salm 24; Flp 2,1-11; Mt 21,28-32
Título: Hay que involucrar toda mi existencia en una verdadera obediencia al plan de Dios.
Comentario al Evangelio.
La parábola que acabamos de leer es la versión de Mateo de la parábola del Hijo Pródigo de Lucas, tiene aspectos semejantes y diferencias notorias. Esta dirigida a la clase dirigente de Israel, “sacerdotes y ancianos del pueblo”, estos representan la autoridad no sólo religiosa sino, también, la representación política, y lo más importante son los depositarios del saber y quienes sirven a Dios y al pueblo. Habla de los “seguros de la fe”. El texto encierra una profunda crítica a la conducción y guía de quienes tienen la misión de animar la vida del pueblo, en todas sus dimensiones. En el centro esta la obediencia, ella significa escuchar con atención, implica hacer el esfuerzo por saber discernir y comprender lo que el otro quiere, exige apertura y cercanía con el otro. La obediencia no se reduce a sencillamente realizar lo que se manda y pedir la obediencia es más que simplemente mandar ¿Cómo Dios pide nuestra obediencia? “Hijo, quiero que vayas a mi viña a trabajar”, es lo que pide a ambos hijos, la frase no habla de imposición sino de proposición. La propuesta nace de un diálogo que asume la libertad, yo quiero que vayas, pero finalmente la decisión es tuya. La respuesta negativa del primero no da como resultado la rabia o la amenaza del castigo; de igual modo, la respuesta positiva del segundo no se acompaña ni con la alabanza ni con la promesa de una recompensa. Tanto la promesa de amenaza como de recompensa, coartan la libertad, esta bien, quizás, para tratar con niños, pero no con adultos, el hombre o la mujer maduro debe decidir motivado por su libertad y por la búsqueda de aquello que más convenga a sí mismo y a su sociedad. Jesús manifiesta, primeramente, que vivir la voluntad de Dios debe nacer de un acto libre, de hombres y mujeres maduros en la fe, capaces de discernir lo que es acorde o no con lo que creen y esperan. El primer acto libre es aceptar haber sido amado primero gratuita e incondicionalmente, que de esa libertad de y para amar nace la responsabilidad por mi vida y la vida de mi prójimo, responsabilidad se traduce en cargar y encargarme de mi hermano desde mi contexto, esa es la misión, “trabajar en la viña”, a la que soy llamado. Debo comprender la voluntad de Dios, asumir mi misión para la humanidad, la iglesia y el mundo con gratuidad, generosidad y humildad, no olvidarse somos “contratados” no somos “propietarios”.
Toda propuesta espera una respuesta, no sólo de labios sino de toda mi persona. El primer hijo dice que “no”, pero luego reflexiona y sin más vive su vocación, en cambio, el segundo, dice “si”, pero no es sincero, quiere dejar tranquilo a su padre y él mismo quedar bien, finalmente no hace lo que su padre quiere, sino sólo lo que el quiere. Este último modelo es el más peligroso, detrás esta la manipulación, manejar a los demás para mis intereses y satisfacciones, con la boca dejo felices a muchos, pero en mi interior no hago nada que no me sirva, es un verdadero ególatra, mi yo se hace dios. Esta egolatría unida al poder es nefasta, una Iglesia o una sociedad en manos de quienes no quieren servir a nadie más que a sí mismo y sus intereses partidistas, políticos, religiosos, o de clase, edificarán sociedades donde los pobres serán más pobres y los ricos serán más ricos, y no pueden construir el Reino, pues éste es apertura y comunión. La parábola es una bofetada a toda clase dirigente, creyente o no, que olvida que todo poder es servicio, sea éste en la pequeña capilla o en la santa sede en Roma, en la junta de vecinos o en la Moneda. Y una invitación a mirar la sencillez y la pequeñez de los que no cuentas, “publicanos y prostitutas”, no para seguir su ejemplo de vida sino para descubrir la solidaridad que se vive entre pobres, la mano que se tiende entre presos y el apoyo desinteresado que se da entre marginados, el discernimiento creyente parte de sentirse pequeño, humilde, frágil, pecador y necesitado del prójimo, al dar soy yo el que más recibe; cuando evangelizo, yo profundizo en mi fe. Sólo un discernimiento desde la pequeñez puede dar como fruto realizar con toda mi persona la voluntad de Dios, sin importar que sea mendigo o rey, laico o clérigo, de derecha o de izquierda.
Preguntas:
¿Cómo es el liderazgo que descubro en mi Iglesia y sociedad? ¿Cómo ejerzo la autoridad en mis servicios comunitarios? ¿Tengo conciencia de dejarme evangelizar por los pequeños y los pobres? ¿Soy como el primer o el segundo hijo?