24 de octubre de 2006

Bautizados en el amor y seguidores de Jesús.

(Apuntes para el retiro de la OFS de Chillán. Octubre del 2006)

Hno. Manuel Alvarado, ofm.


I. La vida cristiana como un encuentro en el amor.

¿Qué es la vida cristiana? “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva...” [1]. Este es un encuentro que transforma desde el corazón la mirada del hombre o a la mujer que lo experimenta, san Francisco lo expresa en sencillas y claras palabras: “... aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo...”[2]. La nueva mirada pone las cosas en su lugar, el hombre y la mujer distanciado de Dios, “... todos pecaron y están privados de la gloria de Dios...” (Rom 3, 23), incluso las demás creaturas están sometidas al yugo del pecado (Cf. Rom 8, 20). Esta nueva mirada, entonces, no es ingenua, asume el estado de malestar que acompaña la vida humana, la contradicción y la incoherencia entre lo que queremos hacer y lo que realizamos, la distancia entre nuestros discursos por la paz y la justicia, y el mundo que logramos construir que no puede evitar las guerras y sus víctimas; ni la depredación del hombre por el hombre, cuyos rostros concretos denunció Puebla, en 1979 y que mantiene plena actualidad: “rostros de niños, golpeados por la pobreza” (Puebla 32), “... de jóvenes, desorientados por no encontrar un lugar en la sociedad...” (Puebla 33), “... de indígenas y ...afroamericanos... viviendo marginados y en situaciones inhumanas...” (Puebla 34), “... de campesinos... que viven relegados en casi todos nuestro continente, a veces, privados de tierra...” (Puebla 35), “... de obreros frecuentemente mal retribuidos...” (Puebla 36), “... de subempleados y desempleados despedidos por las duras exigencias de crisis económicas y muchas veces de modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos” (Puebla 37), “... de ancianos... frecuentemente marginados de la sociedad del progreso que prescinde de las personas que no producen” (Puebla 39), a lo que se sumas los rostros de las víctimas de la violencia política del Estado o las guerrillas, de quienes son atropellados en sus derechos humanos más básicos, y otros muchos más (Cf. Puebla 40-50); ni la depredación del medio ambiente en aras del desarrollo económico que no piensa más que en el hoy y no se pregunta por la contaminación y la muerte asociada a ella, mucho menos puede ser sensible a la tierra como hermana y madre, como la saluda el hermano Francisco[3]. Esta mirada incisiva de la realidad esta abierta a la esperanza, no es una mirada catastrófica, sabe que en medio de las contradicciones del día a día están las semillas de un mundo mejor, posible de ser construido, el hombre o la mujer encontrados por Jesús no las contempla ni en un más allá de la muerte o en un grupo particular se sabe heredero de ellas, San Pablo lo dice claramente “ ... poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo...” (Rom 8, 23), eso funda una esperanza activa y protagónica en la historia, pues, no es el mismo hombre o mujer quien se liberará del peso del malestar, sino que alguien nos va a redimir, o sea, alguien va a pagar un precio por nuestra libertad, y ese “alguien” no es otro sino quien nos encontró, y a ese encuentro y liberación le debemos responder amando.

Y ¿De dónde nace y qué es ese malestar vivido en nuestro corazón? El designio de Dios para el hombre y la mujer desde su creación es ser un otro capaz de entrar en diálogo directo con su Creador, lo cual se rompe con la desobediencia de los primeros padres (Cf. Gn 2-3), la mayor consecuencia es la ruptura de la comunión en todos los niveles, el hombre desconoce a la mujer, Eva pasa de ser “... hueso de mis huesos y carne de mi carne...” (Gn 2,23) a la acusada, esa “.. mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí...” (Gn 3, 12), y no sólo a ella, todo el género humano no descubrirá el rostro del hermano o la hermana en el otro, por ello, la primera acción de los hombres fuera del Edén será el fratricidio, Caín asesina a Abel (Cf. Gn 4, 1-16); la relación con el Creador pasa de la cercanía del diálogo directo a la desconfianza, el hombre y la mujer ya no quieren ser vistos desnudos por su Creador (Gn 3, 8-10), o sea, hay algo en la relación de amor mutuo que quiere ser reservado, se niega a la entrega total, esta opción del ser humano lo pone fuera del Paraíso, que no es otro lugar que el de la muerte; y, finalmente, el ser humano deja de ser compañero de la creación, “... Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera...” (Gn 2,19), para convertirse en y por sentencia de Yahvé en adversario suyo, “... maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan...” (Gn 3, 17-19). La vida cristiana, se inserta aquí, ella no es otra cosa que la historia de amor del Dios Trino y Uno con el su creación toda y, en particular, con cada ser humano, “....resulta evidente que, por la gracia de Dios, la más digna de las criaturas, el alma del hombre fiel, es mayor que el cielo, ya que los cielos y las demás criaturas no pueden contener al Creador, y sola el alma fiel es su morada y su sede, y esto solamente por la caridad, de la que carecen los impíos, como dice la Verdad: El que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y vendremos a él, y moraremos en él (Jn 14,21.23)...”[4]. Es una relación que se ha dado, como ya hemos insinuado al inicio del párrafo, desde el inicio de los tiempos, “... la idea de una creación existe también en otros lugares, pero sólo aquí queda absolutamente claro que no se trata de un dios cualquiera, sino que el único Dios verdadero, Él mismo, es el autor de toda la realidad; ésta proviene del poder de su Palabra creadora. Lo cual significa que estima a esta criatura, precisamente porque ha sido Él quien la ha querido, quien la ha « hecho ». Y así se pone de manifiesto el segundo elemento importante: este Dios ama al hombre...”[5]. Amor que tomó rostro concreto en la compañía y defensa que hace de su pueblo elegido, Israel, al cual salvó “... de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido...”[6], y que llegó a su máxima expresión en la encarnación, pasión, muerte, resurrección de Jesús y en Pentecostés, que manifiestan el designio de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, “.... el designio del Padre que, movido por el amor (cf. Jn 3, 16), ha enviado el Hijo unigénito al mundo para redimir al hombre. Al morir en la cruz —como narra el evangelista—, Jesús « entregó el espíritu » (cf. Jn 19, 30), preludio del don del Espíritu Santo que otorgaría después de su resurrección (cf. Jn 20, 22). Se cumpliría así la promesa de los « torrentes de agua viva » que, por la efusión del Espíritu, manarían de las entrañas de los creyentes (cf. Jn 7, 38-39). En efecto, el Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado, cuando se ha puesto a lavar los pies de sus discípulos (cf. Jn 13, 1-13) y, sobre todo, cuando ha entregado su vida por todos (cf. Jn 13, 1; 15, 13)...” [7].

La relación del creyente con el Dios Trino y Uno no tiene otro fundamento ni otra expresión que los rostros humanos de las relaciones de amor, Dios no es ni un dios sanguinario, ni castigador, ni lejano, ni indiferente al quehacer de sus creaturas, sino, en lenguaje de Francisco de Asís, los creyentes fieles “... serán hijos del Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras hacen. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a Jesucristo. Somos ciertamente hermanos cuando hacemos la voluntad de su Padre, que está en el cielo (cf. Mt 12,50); madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20), por el amor y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (cf. Mt 5,16). ¡Oh cuán glorioso y santo y grande, tener un Padre en los cielos! ¡Oh cuán santo, consolador, bello y admirable, tener un esposo! ¡Oh cuán santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal hermano y un tal hijo!, que dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10,15) y oró al Padre por nosotros...”[8], todas ellas son modos de hablar que se relacionan con nuestras experiencias cotidianas de relaciones familiares y sociales, la filiación, la maternidad y el desposorio. Sobre este último quiero resaltar que es, según el papa Benedicto XVI, la fuente de donde emana cualquier otro tipo de vínculo, pues “... en toda esta multiplicidad de significados [del amor] destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor...”[9], entonces, ese es el tipo de relación amorosa que quiere ofrecer el Padre por el Hijo en el Espíritu Santo a cada hombre y mujer llamado a la salvación, una relación que involucra la integralidad de la creatura, no quiere salvar sólo nuestras almas sino también nuestros cuerpos, nuestra historia personal con sus virtudes y sus deficiencias, nuestra vida síquica, emocional, en fin todo lo que somos y tenemos; es una invitación a abrirnos a la legitima búsqueda de la felicidad propia y de los demás, viviéndola en el ya del el hoy de nuestra historia, pero con conciencia que sólo en Él estará la plenitud de la dicha; es una relación que exige exclusividad, no pueden haber otros “dioses” u otros “amores” que dividan el corazón, todo, los bienes, los proyectos, los afectos, se vuelven relativo frente al único absoluto.


II. El bautismo, un llamado desde, hacia y en el amor.

Como toda relación de amor, sólo madura en la socialización del compromiso. Quienes se aman de verdad desean compartir la felicidad del encuentro con ese otro que colma los anhelos más profundos y que da sentido a la vida. En el caso de una pareja es la unión matrimonial quien los saca del riesgo del intimismo y los abre a la responsabilidad social de no ser sólo dos sino de ser familia y constructores de la sociedad. En el vínculo de amor entre Dios y el hombre es el bautismo quien sella el compromiso de amor. Este compromiso no es igual en ambas partes, Dios-Padre no sólo salva o libera al hombre o la mujer pagando con la sangre de su Hijo nuestro rescate, sino que reparte en los redimidos las gracias y auxilios necesarios para alcanzar y permanecer en ese estado. El creyente bautizado, por su parte, responde aceptando libremente el don de la salvación, lo cual se ratifica en el testimonio de vida, busca el culmen de todo amante-amado, “... querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común...”[10].

Desde los inicios de la Iglesia, el bautismo fue vivido en la línea de hacer del creyente convertido otro Cristo, la versión de Mateo del Bautismo de Jesús (Mt 3) y su paralelo en Lucas (Lc 3, 1-22), según creen algunos exegetas tienen “... la intención de presentar[lo]... como modelo arquetípico del bautismo cristiano e incluso como su institución...”[11]. Esta intención no olvida la diferencia con la que llegamos al bautismo los cristianos con respecto a Jesús, Él “... se sometió voluntariamente al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7)...”[12], de su opción por ser solidario en todo con los hombres y mujeres. Profundizando en Mt 3, en la línea de ser modelo de lo que ocurre en el hombre o mujer que se bautiza, encontramos los elementos necesarios para entender que es nuestro bautismo:


1. Los personajes.

A) Juan el Bautista. Representa el nexo entre el Testamento común y la novedad de Jesús (Cf Mt 3,2). El bautismo cristiano hunde sus raíces en la conciencia del pueblo de Israel de estar permanentemente necesitado de purificación, son un pueblo de labios impuros necesitados de la acción benéfica de Dios que los haga dignos (Cf. Isaías 6). Influenciados por el movimiento bautista, que se presenta entre el siglo II aC al IV dC en los pueblos del valle del Jordán, los israelitas tienen el bautismo de los prosélitos, “... baño de purificación que debía tomar todo pagano convertido a la religión judía. Formaba parte del rito de iniciación y era irrepetible... el prosélito judío se sumergía él mismo dentro del agua ante testigos judíos; el bautismo de los prosélitos sólo confería una purificación ritual (el perdón de los pecados se relacionaba con el sacrificio que venía a continuación)...”[13]. Otros grupos, como los esenios, también poseían baños rituales que eran repetibles[14]. “El bautismo de Juan presentaba aspectos novedosos... Juan actuaba de ministro: el sujeto era bautizado por él... Por otra parte, cada uno recibía el bautismo una sola vez (aunque esto no se diga expresamente)... su bautismo se puede considerar de alguna manera como rito de iniciación y agregación a la comunidad de los penitentes que se preparaban para la inminente venida de Yahvé...”[15]. Los elementos básicos del bautismo cristianos están contenidos en la práctica de Juan.

B) Jesús. Su presencia en la historia representa una novedad, una novedad de la que esta preñado el Testamento Común, éste la intuye, pero se quedan cortas y miopes sus expectativas ante la plena realización del Amor de Dios en la vida de Jesús. Con Él lo impensable va a ocurrir, el bautismo de Juan no perdona los pecados, sólo bautiza a los arrepentidos, él mismo conoce y reconoce las limitaciones de su celebración: “Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego...” (Mt 3,11). Para comprender bien lo que expresa Juan Bautista, debemos tomar en cuenta el lugar del bautismo en el ministerio de Jesús y en el de la Iglesia. La misión de Jesús comienza con su bautismo, y el bautismo estará en el centro de la misión de la Iglesia post-resurrección, “... después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc 16,15-16)”[16]. La misión no es una tarea de la mera voluntad de los discípulos, ella se puede llevar a cabo, porque el mismo Jesús asegura su desarrollo con el auxilio del Espíritu Santo, por ello desde “... el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo...”[17], de hecho la Iglesia apostólica ve en cada bautismo la repetición de la llegada del Espíritu, cumplimiento de las profecías veterotestamentarias[18]. “En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5). Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2,6)”[19]. Por ello, es inseparable, en el bautismo, la presencia de Jesús con su historia de nuestra liberación y su prolongación, que es la comunidad de sus discípulos y discípulas, y la del Espíritu Santo.


2. El agua y el Espíritu.

A pesar de la rupturas de la comunión, Dios no nos abandonó a nuestra suerte, se hace encontradizo de muchos modos en la historia: “Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas;...” (Heb 1,1), o sea, por la revelación, pero sin olvidarnos que el mismo que se Reveló es el mismo que Creó, por lo cual, su materia creada se convierte, también, en “libro revelado” que debemos auscultar, como dice San Francisco de Asís, “... las creaturas... sirven, reconocen y obedecen, a su modo, a su Creador...”[20], y en ello le significan como él bello y radiante[21], el hacedor de lo claro, precioso y bello[22], el providente de todas las creaturas[23], etc., y el ser humano puede leerlo, pues “... no es un mero manipulador de su mundo, sino alguien capaz de leer el mensaje que el mundo trae en su interior...”[24], de ello se sirve Dios para establecer un camino que devuelva a la comunión perdida. Ante ello no debe extrañarnos que se sirviera del agua como signo para la salvación o liberación, ella simboliza con la misma fuerza la vida, en el estado fetal es el agua, el líquido amniótico, en el vientre materno el que nos permite vivir; quizás con menos fuerza hoy por los procesos potabilización, la experiencia de dejar agua en un lugar y ver que al pasar el tiempo bulle en ella vida; sin ir más lejos, nuestra discusión con Bolivia tiene que ver con el agua, es la falta de ella la que es acusada como causa de la pobreza, o sea, de muerte entre los ciudadanos del altiplano; finalmente, sabemos que sin agua no podemos sobrevivir ni puede haber vida. Pero a la vez, el agua significa la muerte, eso lo saben muy bien los pescadores, y esta en el sustrato de nuestros miedos a los monstruos marinos o a la fuerza devastadora de un tsunami, por ejemplo. Esta dualidad, aparentemente contradictoria, es muy útil para entender que ocurre en el creyente que se bautiza. En primer lugar, el bautismo nos pone en el vientre del Padre para nacer de nuevo, “... el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios...” (Jn 3,5), o sea no puede ser salvo. “Nacer de nuevo y Nacer del Espíritu vienen a ser sinónimos de nacer de Dios, expresión que es frecuente en la pluma de Juan (cf. Jn 1,13; 1Jn 2,29; 3,9; 4,7; 5,1.4.18) para significar la raíz de la nueva condición en que se encuentra el bautizado”[25]. Esto marca una profunda diferencia con el bautismo de Juan bautista, en él son bautizados los que se arrepienten, en el bautismo como nacimiento en Dios, que es la propuesta cristiana, es el mismo Padre quien elige incondicionalmente, sólo movido por el amor decide preñarse de cada uno de nosotros. “... Su amor, además, es un amor de predilección: entre todos los pueblos, Él escoge a Israel y lo ama, aunque con el objeto de salvar precisamente de este modo a toda la humanidad...”[26], cuando Él nos eligió para ser bautizados, en su mente esta su voluntad de que todos y todo sea retornado a la comunión original. Por esta gratuidad e incondicionalidad se sella la relación entre Dios y el creyente de una vez y para siempre[27].

Cuando Jesús sale del agua y se abren los cielos (Cf. Mt 3, 16), presenciamos su “parto”, que también es el nuestro, nace una nueva creatura. “En este contexto donde hemos de situar y valorar la expresión hoiothesia que, referida a los cristianos en relación con Dios, encontramos en Rom 8,23, Gál 4,5 y Ef 1,5. Se traduce generalmente por adopción filial. Se trata de un término de uso común en la jurisprudencia del mundo greco-romano y del semítico; allí la acción jurídica significada no afecta intrínsecamente al que es objeto de adopción; es pura denominación extrínseca. En cambio, el contexto en que lo encontramos en el NT y la mención de la potencia creadora del Espíritu que se hace en algunos textos obligan a traducirlo por el término más expresivo de filiación (divina), atribuyéndole significación y consistencia ontológica. No es una ficción jurídica, sino que presupone la comunicación real de una vida nueva. Esta vida es la vida nueva comunicada por el Espíritu a Cristo por su resurrección. Es ya la vida inmutable, incorruptible, inmortal, eterna. Es la misma vida de Dios, en la medida en que ésta es participable por las creaturas...”[28], esta conciencia en la Iglesia primitiva permite elaborar, especialmente en el mundo oriental cristiano, la doctrina de la divinización. Para los padres de la Iglesia “... el bautismo, que nos confiere la vida eterna (que es la vida misma de Dios) y nos hace partícipes de la naturaleza divina, nos hace también dioses: «hacerle a uno hijo (de Dios...)» equivale a divinizarlo. Repiten el adagio: «Dios se hizo hombre, para que los hombres se hicieran dioses», obviamente por el bautismo...”[29]. Esta nueva creatura no nace para sí, ni vive su filiación en un intimismo “mi-Padre-y-yo”, sino que es parido para la comunidad de los salvados, la Iglesia, el “... Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por tanto...somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo"...”[30], es en y con ella donde vive el triple modo de ser hijo o hija de Dios, profeta, sacerdote y rey, a través del “... anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia)...”[31]. Existe, entonces, un doble nacimiento en nuestro bautismo, nacemos para Dios y para la Iglesia.

Hemos dicho que el designio de nuestro Dios Trino y Uno es hacer del ser humano una creatura en comunión integral, consigo mismo y con los otros seres humanos y creaturas, y con el Gran Otro, que es su Creador, comunión que pasa por el amor concreto al prójimo y a las demás seres, sin embargo, la cerrazón del hombre en sí mismo, el egoísmo y la egolatría, ponen al hombre en competencia fratricida con el otro, ese divorcio entre lo que debería ser y lo que logramos construir en nuestra sociedad, es lo llamamos pecado original, el malestar en la vida. El único modo de salir de ese estado es volviendo a nacer, a la creatura nueva, por el amor del Padre al Hijo en el Espíritu Santo, “... todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado (cf DS 1316). En efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios...”[32]. Este es el sentido de morir del bautismo, el creyente muere, al ser sumergido en las aguas, a la esclavitud del pecado, que lo hace repugnante a los ojos de Dios: “Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahveh de haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. Y dijo Yahveh: «Voy a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado, - desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo - porque me pesa haberlos hecho.» ...” (Gn 6,5-7). Es sólo en el sacrificio en la Cruz de su Hijo Jesús, que es un “... ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical...”[33], en donde la mirada de Dios cambia, “... estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo por gracia habéis sido salvados y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús...” (Ef 2, 5-6); en el bautismo actualizamos el misterios de nuestra salvación. “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado...” (Rom 6, 2-6). Bautizados no sólo en la muerte de Jesús sino por él mismo, “... Él es quien bautiza, él quien actúa en sus sacramentos con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa...”[34].

Este cambio se opera en el baño ritual, por medio del agua. Hemos dicho que Dios se comunica en el profundo significado de las cosas materiales, y que el hombre y la mujer tienen la gracia de poder escrutar ese misterio, el simbolismo de vida y muerte del agua tiene como trasfondo al mismo Espíritu Santo, “... el binomio agua-Espíritu, bautismo de agua-bautismo de Espíritu, no ha de entenderse primordialmente como oposición, sino como semejanza: para una mente bíblica, el agua es símbolo del Espíritu. «En la Escritura, frecuentemente, el Espíritu es prefigurado por el agua» (Orígenes). Desde las aguas primordiales de la creación sobre las que se cernía el Espíritu fecundándolas (Gn 1,2), el agua. En la Biblia, es signo del Espíritu vivificante. El don mesiánico del Espíritu: «Derramaré sobre vosotros un agua pura, que os purificará...; Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos» (Ez 36, 25-26). Es símbolo del Espíritu capaz de convertir el desierto en vergel floreciente (cf. Is 44, 3-4)...”[35]. Cuando en Jesús hemos salido del agua bautismal se ha abierto el cielo y el Espíritu Santo se ha posado sobre nosotros (Cf. Mt 3, 16), es importante unir este momento a la al inicio de la misión de Jesús, según Lucas, en la sinagoga de Nazaret (Cf. Lc 4, 16ss), poniendo atención en el texto leído de Isaías: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciego, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor...” (Lc 4, 18-19), allí esta el programa de vida de todo discípulo del Nazareno, vivir el amor como opción preferente, pero no excluyente, por los pobres, por los que no cuentan (Cf. Puebla 1145), pues en y por su Amor donado y transformante “...aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde... [su] perspectiva... Su amigo es mi amigo...”[36], partiendo desde nuestro círculo más cercano, “...quedando a salvo la universalidad del amor, también se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad...”[37], de ningún tipo, ni material ni espiritual ni afectiva ni social. La misión de los discípulos y discípulas cristificados y carismatizados, especialmente de los laicos, debe aportar a la construcción de una sociedad más justa, “...a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar...”[38], es sobre este último punto en donde los franciscanos y franciscanas debemos tener especial participación, nuestra vivencia de la fraternidad universal, ecuménica y cósmica debe ser una invitación a concretizar el sueño de nuestro Dios para su Creación.

3. La mirada del Padre.

Finalmente, detengamos en el último versículo de la versión mateana del Bautismo de Jesús. “Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco»” (Mt 3,17). Desde la perspectiva de quien escribió, la acción es oír una voz, pero debemos invitarnos a ponernos en la perspectiva del que emitió esa voz, la frase oída evoca la imagen del hablante apuntando, con el dedo, por ejemplo, y con la mirada fija en Jesús. Detengámonos en la mirada de Dios. Frente a ella podemos aterrarnos, revivir la experiencia de nuestros primeros Padres y querer ocultar nuestra desnudez (Cf. Gn 3, 6ss), o posiblemente si fija su mirada entre nosotros o en nuestras sociedad para “...ver si hay un sensato, alguien que busque a Dios. Todos ellos están descarriados, en masa pervertidos. No hay quien haga el bien, ni uno siquiera...” (Salm 53, 3-4), o sea, revele nuestros dobleces, nuestras hipocresías e incoherencias en el estilo de vida. Una mirada de este estilo es parcial, Dios no es ni se hace el ingenuo con nuestras falsedades e incoherencias, las conoce, más aún en su Hijo las asumió, su mirar es severo pero invita a la esperanza, en el Salmo 53, por ejemplo, junto con constatar la universalidad de la insensatez, la promesa de salvación de ese estado abre a la esperanza en Yahvé, “ ¡Cuando Dios cambie la suerte de su pueblo, exultará Jacob, se alegrará Israel!” (Salm 53,7). Dios siempre promete al hombre mirarlo para salvarlo, que lejos estamos de tantas creencias incrustadas entre nosotros que le sienten y le piensan como un avasallador o como un destructor de la humanidad. La misma Sagrada Escritura lo afirma con abundancia, en el poema sacerdotal de la Creación (Cf. Gn 1–2,4a), ante cada día Dios ve su obra y contempla que es buena (Cf. Gn 1, 3.10.13.19.21.25), debe llamar la atención que cuando crea al ser humano, con lo cual culmina su Creación, no sólo mira y lo ve como “bueno”, sino como “muy bueno” (Cf. Gn 1,31), “... es algo más que un mero recurso poético; esta al servicio de una opción teológica que ve la creación como una obra buena que procede de un Dios bondadoso y fiel a su alianza...”[39], tanto con toda sus creaturas, como con el ser humano. “Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, y con toda alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha salido del arca, todos los animales de la tierra. Establezco mi alianza con vosotros, y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra»...” (Gn 9,8-11). Es quizás Lucas quién con mayor maestría recoge esta enseñanza de Jesús sobre la mirada del Padre en la parábola del hijo pródigo (Cf. Lc 15,11-32), cuando el hijo se levanta, recapacita y se encamina a la casa paterna, estando “... él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente...”(Lc 15,20), esa es la experiencia afectiva de la salvación-liberación, nuestro Padre nos anticipa, espera nuestro retorno, antes que la reprimenda nos acoge con afecto, hace fiesta por nuestro regreso. “La alegría está ostensiblemente presente en la praxis, en la teología y en la catequesis bautismales de la Iglesia antigua...”[40], este sentir se vive en el cielo (Cf. Lc 15,7), y en la Iglesia, ella se goza “... al recibir a nuevos miembros, primeros como catecúmenos, luego como neófitos. Es un lugar común de las catequesis bautismales..., el expresar la alegría exultante de la Ecclesia Mater y de sus ministros ante el nacimiento de nuevos hijos...”[41]. Queda establecido el como Dios Trino y Uno nos mira, su mirada es de protección y anticipación, somos sus aliados, y de alegría sobreabundante cuando respondemos con un corazón abierto a la propuesta de amor que nos hace. No debemos rehuir entonces de su mirada.

¿Por qué su mirada es así? Sí seguimos la presente argumentación sobre el texto del bautismo de Jesús de Mateo, o sea, que ese texto narra como es nuestro bautismo, entonces tenemos que decir que cuando fuimos bautizados el Padre nos miró y dijo: «Este es mi hijo amado o mi hija amada, en quien me complazco», o sea en quien me alegro, en quien hallo plena satisfacción. Una adecuada comprensión de lo dicho exige dos aclaraciones. Primero, sería errado pensar que esa mirada del Padre ocurre en un pasado, el momento del bautismo esta siempre frente a Él, ese “nos miró y dijo” es un “nos mira y dice”, por lo tanto, debe ser erradicada cualquier creencia o enseñanza que de al pecado poder de alejarnos de Dios, éste, es verdad, puede impedir dar los frutos de salvación[42]. Segundo, sería errado pensar que esa mirada se debe al hombre o a la mujer por sí mismas, como sí Dios tuviese una obligación o una deuda que cumplir, ella es debida a que somos bautizados “en” Jesús, hemos sido “... revestido de Cristo...” (Ga 3,27), o sea, nuestro cuerpo, que según Francisco de Asís es “...imagen de su Hijo Amado...”[43], ha sido cristificado, pues al ser sumergido en las aguas bautismales se ha asegurado “... una participación real en la muerte-resurrección de Cristo...”[44], con ello hemos cambiado de señorío, somos sellados como pertenencia de Cristo[45], desde allí cuando el Padre nos ve, nos mira en Cristo. No solo hemos sido cristificados en nuestros cuerpos, sino además, constituidos templos del Espíritu Santo (Cf. 1 Co 6,19), o sea, cuando el Padre nos ve, mira el lugar de su morada. Entonces, la mirada de complacencia del Padre es porque nos ve como alguien suyo.


Bibliografía.

Biblia y textos del Magisterio.

Biblia de Jerusalén.
o Catecismo de la Iglesia Católica. En: http://www.vatican.va/archive/ESL0022/_INDEX.HTM
o Deus Caritas Est. Carta Encíclica de Benedicto XVI, 2005. En: www.Vatican.va
o Puebla En: Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, 1993.

§ Textos Franciscanos y Clareanos.

o Admoniciones de San Francisco de Asís. (Adm)
o Cántico del hermano Sol, compuesto por San Francisco (Cant)
o Carta 3ª de Santa Clara de Asís a la beata Inés de Praga (Cl3C)
o Carta de san Francisco a los fieles, segunda redacción (CtaF2).
o Testamento de San Francisco de Asís (Test).

§ Libros y publicaciones.

o Boff, Leonardo, 1990. Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos. Indo-american Press Service-Editores. 9º edición.
o Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, 1993. Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo. Documentos Pastorales. San Pablo. 1º edición.
o Noemí, Juan, 1996. El mundo, creación y promesa de Dios. San Pablo. 1ª edición. Chile.
o Oñatibia, Ignacio, 2000. Bautismo y confirmación. BAC. Madrid.
[1] Deus Caritas est (Desde aquí DCE) 1
[2] Test 3
[3] Cf. Cant 9
[4] CL3C 21-23
[5] DCE 9
[6] Catecismo de la Iglesia Católica (Desde aquí CEC) 62
[7] DCE 19.
[8] CtaF2 49-56
[9] DCE 2
[10] DCE 17
[11] Ignacio Oñatibis, 2000: 41.
[12] CEC 1224
[13] Ignacio Oñatibia, 2000: 38.
[14] Cf. Ídem
[15] Íbidem: 39
[16] CEC 1223
[17] CEC 1226
[18] Cf. Ignacio Oñatibia, 2000: 35-36.
[19] CEC 1225
[20] Adm 5
[21] Cf. Cant 4
[22] Cf. Cant 5
[23] Cf. Cant 6
[24] Leonardo Boff, 1990: 11
[25] Ignacio Oñatibia, 2000: 181
[26] DCE 9
[27] Cf. CEC 1272
[28] Ignacio Oñatibia, 2000: 181
[29] Ignacio Oñatibia, 2000: 183-184.
[30] CEC 1267
[31] DCE 25
[32] CEC 1263
[33] DCE 12
[34] CEC 1127
[35] Ignacio Oñatibia, 2000: 35-36
[36] DCE 18
[37] DCE 25
[38] DCE 28
[39] Juan Noemí, 1996: 41
[40] Ignacio Oñatibia, 2000: 200
[41] Ibídem: 201
[42] Cf. CEC 1272
[43] Adm 5,1
[44] Ignacio Oñatibia, 2000: 183
[45] CEC 1272

13 de octubre de 2006

Los desafíos desde JPIC, como opción franciscana, para América Latina a la luz de la próxima V Conferencia del Episcopado latinoamericano y del Caribe

(Ponencia para el curso de primavera de la Familia Franciscana Octubre del 2006)
Hno. Manuel Alvarado S., ofm

1. JPIC en el corazón de nuestra espiritualidad.-

La espiritualidad franciscana, como toda nuestra Iglesia, ha vivido un proceso de cambios inmensos en las últimas cuatro décadas, ello impulsados por los aires renovadores del Concilio Vaticano II, que la impulso a volver a sus orígenes, una vida de discípulas y misioneras, discípulos y misioneros, de Jesús en fidelidad a “...los propósitos de los Fundadores...”[1], éste fue el punto de partida de cambios que hasta aquí no se han detenido y que no avizoran quietud. Nuestra espiritualidad tiene una historia de fecundidad tanto en santos y santas como en expresiones institucionales, laicos, laicas, religiosos, religiosas y sacerdotes hacen vida fraterna de diversos modos y lugares, ninguna expresión le agota ni ninguna puede afirmar ser el modo pleno de vivirlo, “... el carisma otorgado por Dios a San Francisco hace patente y pone de manifiesto todos sus múltiples frutos tanto entre los hermanos menores como entre los otros miembros de la Familia Franciscana...”[2], rezan las CCGG de la OFM.

Esta diversidad no impide ni puede ser causa de dificultad para establecer algunos puntos en común desde donde vivir la necesaria actualización del carisma en y con Iglesia, en este tiempo post Vaticano II han destacado 3 características prioritarias para comprenderla, a saber, la dimensión contemplativa: La consagración franciscana no nace “... por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva...”[3], que en nuestra tradición es Jesús con rostro de leproso, que cambia profundamente al hermano Francisco, “...aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo...”[4], según sus propias palabras. Es esta experiencia fundante la que da sentido a la vida de oración, misas fraternas, retiros, lectio divina, liturgias de las horas, y otras prácticas de piedad religiosa, es celebrar los permanentes encuentros entre Dios Trino y Uno con nuestras vidas. La Regla de la OFS tienen una frase que explica muy bien la circularidad querida en nuestra contemplación franciscana, “... del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio...”[5], es decir, es una contemplación activa, que mira lo concreto de la historia social y personal a la luz de la Palabra, en el sentido hebreo del término, “... la identificación de Dabar con Logos puede prestarse a confusión. En efecto, el concepto griego de Logos tiene un sentido más cognoscitivo. Se trata de una “palabra” cuya función es informar objetivamente. Por ella se nos ofrece una teoría del mundo..., el concepto semítico de Dabar (al cual corresponde la traducción griega de Logos, usado en la Biblia) tiene un contenido no sólo informativo, sino sobre todo interpelador...”[6] y que vuelve a ella para ser enriquecida en su perenne actualidad. Los franciscanos estamos lejos de una contemplación de fuga del mundo, al contrario necesitamos de él, para hacer de nuestra vida interior fecunda. La dimensión evangelizadora: Los franciscanos y franciscanas consagran su vida para un anuncio que “...tiene por objeto a Cristo crucificado, muerto y resucitado: en él se realiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de la muerte; por él, Dios da la " nueva vida ", divina y eterna. Esta es la " Buena Nueva " que cambia al hombre y la historia de la humanidad, y que todos los pueblos tienen el derecho a conocer. Este anuncio se hace en el contexto de la vida del hombre y de los pueblos que lo reciben. Debe hacerse además con una actitud de amor y de estima hacia quien escucha, con un lenguaje concreto y adaptado a las circunstancias.misión...”[7], vamos por el mundo gloriándonos de “... llevar a cuestas a diario la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo...”[8], sin apropiarnos de nada[9] y sin juzgar a quienes tienen opciones diferentes a las nuestras[10]. Desde allí iluminamos nuestras presencias, sean estas centenarias o nuevas entre quienes no conocen a Jesús, la misión “ad gentes”, entre quienes lo conocen pero necesitan renovar, reencantar el encuentro con Jesús y su propuesta, nueva evangelización, y, quienes lo conocen y viviendo en comunidades necesitan atención pastoral. De allí, también, la variedad de servicios y tareas que tenemos en las iglesias locales, parroquias, casas de inserción, colegios, hogares de niños, ancianos, enfermos, etc. Y la dimensión de JPIC: una lectura de la actualidad desde el modo de vivir el Evangelio según el hermano Francisco. El papa Benedicto XVI ha dicho que la fe se inserta en la tarea de construir un mundo más justo “...a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar...”[11], la primera tarea, la argumentación racional, nos debe invitar a tener una mirada crítica y profunda de la realidad, sus luces y sombras, que nos aleje de los simplismos de demonización y de la mera aceptación de los valores sociales como buenos en sí, debemos iluminar los campos de la economía, de la política, de la organización vecinal, del sindicato, desde nuestra vivencia de la Buena Nueva de Jesús; la segunda tarea, despertar las fuerzas espirituales, nos pone en crisis, pues invita a la validación en la sociedad de los valores del hermano Francisco, las relaciones con los demás seres humanos y las otras creaturas desde la sin propiedad; la fraternidad como propuesta religiosa, social y política; la minoridad como el nombre de la solidaridad, que no es mero asistencialismo sino llegar a identificarse, hacerse un pobre, un marginado, un excluido en respuesta al amor del Amor que no es amado.

Esta división no puede ser entendida como una fracción que deja tres elementos inconexos entre sí, el que ora no se preocupa de la misión, o el que misiona no se preocupa por lo que ocurre en el mundo laboral de la comunidad que evangeliza o el que trabaja en JPIC ya no participa de la Eucaristía, por ejemplo. No, aquí se divide para entender y por lo tanto no se debe perder de vista que estamos frente a tres prioridades que se unen profundamente sin perder sus características propias. De hecho, al revisarlas con atención encontramos los elementos centrales del discipulado, escucha atenta de la palabra, centralidad de la vida en Cristo, el encuentro del otro como un hermano o hermana en Jesús y en el Padre Creador, y el valor de la historia y el contexto, no es un accidente que seamos llamados en este tiempo y en esta sociedad a servir como Francisco. Por lo tanto, la dimensión de JPIC debe ser entrada a una contemplación en el hoy social, político, económico, familiar y laboral que nos toca vivir y también, la puerta que nos ayude a descubrir, por ejemplo, nuevos lugares necesitados de ser evangelizados en nuestros barrios, lugares de trabajo, estudio, etc. Desde esta perspectiva el trabajo, la oración, la misión desde JPIC nos une a nuestro ser profetas, algo a lo que todo bautizado esta llamado a vivir con, en y por la gracia de este sacramento. Esta dimensión de la vida franciscana, la JPIC, es una de las tareas pendientes en nuestra vida fraterna actualmente, aunque paradójicamente muchos de nuestros más bellos discursos y documentos no dejen de impulsarnos a concretizar nuestra misión profética en el mundo actual, es un hecho innegable que no ha pasado del papel o del discurso a los hechos concretos. No nos faltan ejemplos para destacar: En las CCGG de los OFM se dice “Vivan los hermanos en este mundo como promotores de la justicia y como heraldos de la paz...”[12] y “...muestren los hermanos hacia la naturaleza, amenazada por todas partes, un sentimiento de respeto...” , que las luchas por estas causas sean [13]“...renunciando a la acción violenta recurran a medios que, por otra parte, están al alcance de los más débiles...”[14]. Las CCGG de la OFS expresa estas mismas ideas al hablar de la identidad de un laico franciscano: “Adopten una posición firme contra el consumismo y contra las ideologías y las posturas que anteponen la riqueza a los valores humanos y religiosos y que permiten la explotación del hombre...”[15], “... rechacen con firmeza toda forma de explotación, de discriminación, de marginación y toda actitud de indiferencia hacia los demás...”[16] y “... promuevan activamente iniciativas para la salvaguardia de la creación, esforzándose para evitar la contaminación y la degradación de la naturaleza, y crear condiciones de vida y ambiente, que no sean una amenaza para el hombre...”[17]. Sí revisamos nuestras legislación o los documentos que emanan de nuestras comunidades podemos enriquecer la presencia de JPIC como un valor en nuestra Familia. ¿Qué nos ha fallado o faltado para poner JPIC en práctica? Es la pregunta que debe ponernos a reflexionar y a poner manos a la obra para cambiar esta lamentable realidad, invitándonos a cambios en nuestras estructuras mentales, ¿cuál es el concepto de “mundo” con el que nos movemos?, ¿cómo relacionamos fe y vida concreta en nuestras fraternidades?

2. Las Conferencias del Episcopado y el desafío pendiente.-

“... América es hoy una realidad compleja, frutos de las tendencias y modos de proceder de los hombres y mujeres que lo habitan. En esta situación real y concreta es donde ellos han de encontrarse con Jesús...”[18], y es a este encuentro en el que la Iglesia quiere colaborar como prolongadora de su misión. La compleja realidad de América es tarea de análisis de los estudiosos de las ciencias sociales en nuestro continente, en el origen de ella esta el proceso colonizador, a la que vino aparejada la evangelización. “...Ello, si bien facilitó la expansión cristiana, marcó también desde un principio la evangelización y la fe con las ambigüedad propia de las pasiones humanas. La fe cristiana se impuso como integrante de la cultura dominante...”[19]. Este proceso es la madre de lo variopinto de nuestra realidad racial. “De acuerdo a los datos recogidos en el censo 2002, 692.192 personas, equivalentes al 4,6% de población total, pertenecen, en Chile, a grupos étnicos...”[20], lo cual es un índice bajo con respecto a los demás países del continente, en donde “... la incidencia indígena es numéricamente significativa e incluso a veces mayoritaria. La fe cristiana no puede desarrollarse con “buena conciencia” sin tomar seriamente en cuenta esa presencia autóctona...”[21] y sus conflictos, frente a los cuales la Iglesia debe ser protagonista de “...erradicar todo intento de marginación contra las poblaciones indígenas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar sus tierras y los pactos contraídos con ellos; igualmente, hay que atender a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habrá que recordar la necesidad de reconciliación entre los pueblos indígenas y las sociedades en las que viven ....”[22]. Igualmente, debe ser puente de reconciliación entre los descendientes de los esclavos, los afroamericanos, y las sociedades donde hoy están insertos, en muchas de las cuales “...siguen sufriendo también, en algunas partes, prejuicios étnicos, que son un obstáculo importante para su encuentro con Cristo...”[23].

A estas divisiones y heridas que vienen de épocas pasadas, debemos unir el empobrecimiento que viven vastos sectores de nuestro continente, que ha venido aparejado al anterior proceso. “...Las élites gobernantes desde la independencia desarrollaron a menudo modelos socio-económicos en función de minorías poderosas criollas, las cuales eran de paso el trampolín para que los antiguos colonizadores extranjeros mantuvieran y acrecentaran progresivamente su poder económico en el continente”[24]. Estas opciones socioeconómicas y el neocolonialismos estarían detrás de nuestro subdesarrollo continental, “... este consiste en un sistema de dependencia de unos países con respecto a otros, que funcionan como centros metropolitanos o imperiales, alrededor de los cuales giran los países satélites...”[25], estas palabras de Leonardo Boff dichas en el contexto de la Guerra fría, mantienen su actualidad, hoy los países satélites no son deudores de una ideología, o marxismo soviético o capitalismo norteamericano, el neoliberalismo ha salido victorioso y a partir de la década de 1990, se ha alzado como el único modelo económico viable para el mundo, de su antagonista no queda recuerdo ni entre sus antiguos defensores políticos. Sin embargo, la hegemonía neoliberal no ha resultado lo suficientemente efectiva para revertir el proceso de empobrecimiento de la gran masa latinoamericana, al contrario parece producir el efecto contrario y profundizar el proceso. “La brecha entre ricos y pobres en lugar de disminuir se acrecienta: recordemos que en los últimos treinta años la participación en el ingreso mundial del 20% más pobre de nuestro planeta se redujo de 2,3 a 1,4%; en contrapartida, el 20% más rico aumento sus ingreso de 70 a 85%; al extremo de que, en 1996, 358 personas supermillonarias – de las cuales cuatro son chilenas- acumulaban 47% de la riqueza mundial. En 1996, en América Latina, 86 millones de personas (18% de la población) se encontraba en condiciones de pobreza extrema y se calcula que para 2005 176 millones en las mismas o peores condiciones...”[26], en Chile la voz de nuestros pastores, el año recién pasado fue muy clara a este respecto, “...manifestamos nuestra preocupación por los hermanos y hermanas que sufren la injusticia de un salario, jubilación o montepíos insuficientes, y los efectos de una pobreza persistente. En nuestro país las diferencias sociales, manifestadas en calidad de vivienda, acceso a bienes de consumo, salud, educación, salario, etc., alcanzan niveles escandalosos...”[27]. La gran pregunta a responder, por nuestras sociedades, en las cuales peregrina la Iglesia, es: ¿A quién o a quienes favorecen los grandes esfuerzos y sacrificios que se realizan en el trabajo diario por millones de latinoamericanos? Este es el contexto en el que siempre la Iglesia latinoamericana debe confrontarse.

Los pastores latinoamericanos han hecho frente, con luces y sombras, a estos desafíos reuniéndose cada cierto tiempo, en Conferencias latinoamericanas y del Caribe, desde 1955. Cuatro son, hasta aquí, estos encuentros: Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992). El primero de ellos, Río de Janeiro, se establece como “... un intento para establecer perspectivas globales de pastoral para el continente...”[28], pero es en Medellín, a la luz de las enseñanzas del Vaticano II donde se da el impulso definitivo. El nuevo planteamiento sobre la comprensión de las relaciones Iglesia-mundo marcarán el proceso de la reflexión de la vida cristiana de nuestro continente, una comprensión que invita a ver a la Iglesia ya no en un paralelismo antagónico con el mundo sino inserta y asumiendo los desafíos que de el vienen. “... Esto se plantea claramente en los párrafos introductorios de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Sobre todo en Gaudium et spes 4 hay un texto que se convertirá en un verdadero programa teológico en Latinoamérica: «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a las perennes interrogantes de la humanidad sobre el destino de la vida presente y de la futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia lo caracteriza.»...”[29]. A partir de este momento, la fe cristiana en Latinoamérica no podrá desligarse de sus contextos, “... la reflexión magisterial y teológica de la Iglesia latinoamericana se ah visto fuertemente afectada, particularmente durante estos veinte últimos años, por la situación sociopolítica de nuestros países. La fe de los católicos latinoamericanos está enmarcada un contexto social del cual la misma Iglesia quiere ser plenamente conciente...”[30]. “Recordemos, una vez más, las características del momento actual de nuestros pueblos en el orden social: desde el punto de vista objetivo, una situación de subdesarrollo, delatada por fenómenos masivos de marginalidad, alienación y pobreza, y condicionada, en última instancia, por estructuras de dependencia económica, política y cultural con respecto a las metrópolis industrializadas que detentan el monopolio de la tecnología y de la ciencia (neocolonialismo). Desde el punto de vista subjetivo, la toma de conciencia de esta misma situación, que provoca en amplios sectores de la población latinoamericana actitudes de protesta y aspiraciones de liberación, desarrollo y justicia social...”[31], frente a esta realidad la “...Iglesia no puede permanecer indiferente... La Iglesia opta decididamente a favor de las transformaciones sociales. Medellín propone “comprometer a la Iglesia en el proceso de transformación de los pueblos latinoamericanos”...”[32]. Medellín apunta a la responsabilidad de los modelos económicos en pugna y a las consecuencias de sus intentos hegemónicos: “...Ambos sistemas atentan contra la dignidad de la persona humana; pues uno, tiene como presupuesto la primacía del capital, su poder y su discriminatoria utilización en función del lucro; el otro, aunque ideológicamente sostenga un humanismo, mira más bien al hombre colectivo, y en la práctica se traduce en una concentración totalitaria del poder del Estado. Debemos denunciar que Latinoamérica se ve encerrada entre estas dos opciones y permanece dependiente de uno u otro de los centros de poder que canalizan su economía...”[33]. El gran valor de Medellín es instalar la situación y contexto latinoamericano en la reflexión eclesial, como un elemento indispensable e imprescindible[34].

La III Conferencia de Puebla profundizará en las líneas propuestas por Medellín, la finalidad del encuentro es “... enfrentar los nuevos desafíos que plantea la realidad histórica del continente, según una lectura de los tiempos, en fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio...”[35]. Esta confrontación de la realidad se hace desde el ser pastor de los obispos “... asumiendo e invitando a asumir a todos la causa de los pobres del continente como la causa del mismo Jesús, en una actitud humilde pidiendo perdón por las faltas y las limitaciones en la vivencia concreta de la caridad, e insistiendo en la necesidad de una constante y evangélica autocrítica”[36]. La invitación, sin exclusiones, es a ser protagonistas de la construcción del amor[37]. Tres son los aspectos centrales de la reflexión de Puebla[38]. Primero, la injusticia institucionalizada que vive el continente, que se expresa en la escandalosa mala distribución de la riqueza y que la sufren rostros concretos de hombres, mujeres y niños. A la base de este pecado social están las estructuras sociales y políticas, que con sus ideologías materialistas y falso humanismo son el origen y el apoyo de esta realidad, se denuncia expresamente el libre mercado más dogmático. El segundo acento es la violencia institucionalizada, cuyo rostro preclaro es el no respeto de los Derechos Humanos, a través, de los abusos de poder de las autoridades, la tortura, la desaparición forzada, el exilio, etc., sin ingenuidad, se manifiesta la relación entre modelo económico y los procesos de violencia del continente. Finalmente, la manipulación de la cultura producto de influencias de los grupos de poder, quienes usando los medios de comunicación, potencian los valores que ponen las relaciones humanas en planos de opresión-dependencia, entre ellos el consumismo y el materialismo individualista. Tanto Medellín como Puebla tienen en común ser “... un enfoque de interés pastoral, más que pronunciamientos doctrinales sobre la identidad eclesial...”[39]. Esta situación comienza a cambiar en Santo Domingo, ya no se usa el método del ver-juzgar-actuar, que se uso en las dos anteriores Conferencias, que consistía en que a “... partir de una descripción ética de la realidad, se pasa a una iluminación teológico-pastoral para terminar con una orientación pastoral del compromiso eclesial”[40], el año 2002 se opta por comenzar “... por una reflexión doctrinal o una declaración de principios éticos y se sigue con una descripción temática de la realidad para terminar con proposiciones pastorales”[41], este cambio metodológico no implica un cambio en la búsqueda de las respuestas de los obispos y de sus iglesias, se mantienen los grandes temas de Medellín y Puebla, pero enfatizando en “... los tres elementos doctrinales que constituyen las tres coordenadas de la nueva evangelización: Cristología, Eclesiología y Antropología”[42]. Tres son las ideas centrales que se rescatan del documento de Santo Domingo[43], primero, la constatación de una realidad creciente de empobrecimiento, se apunta, a diferencia de las anteriores Conferencias, a la responsabilidad más de las personas que de las estructuras, desparecen los conceptos de pecado social y de injusticia institucionalizada, se evitan los juicios éticos y teológicos sobre el modelo neoliberal triunfador, luego de la caída de los socialismos reales, e imperante en gran parte del continente, aunque se le asigna la debida responsabilidad en el ahondamiento de las distancias sociales del Continente. Una segunda idea es la importancia de los Derechos Humanos, en el documento existe un claro llamado al respeto y profundización de éstos, en donde se inserta la preocupación por la situación ecológica y las debilidades de los sistemas democráticos latinoamericanos. Finalmente, la inculturización del Evangelio, la Iglesia esta llamada a abrir el oído atentamente a la presencia del Espíritu presente entre los pueblos, siendo invitada desde el diálogo respetuoso, franco y fraterno a iluminar y denunciar los modos de vivir, celebrar y reflexionar de esas culturas a la luz de Jesucristo, su encarnación, su Pascua y el envío de su Espíritu.

Como podemos notar, el camino de nuestra Iglesia latinoamericana es profundo y crítico, pero lamentablemente, debemos preguntarnos: ¿Cuánta de esta reflexión ha llegado a las bases de las mismas iglesias locales? ¿Cuánto de la misma ha cambiado las estructuras de relaciones entre fieles y pastores, entre el modelo pastoral y el entorno urbano o rural en que están insertas? Es verdad, que mucha de esta reflexión produjo movimientos significativos en América Latina, los religiosos debemos a Puebla el impulso de la inserción poblacional, por ejemplo, y muchos laicos encontraron sentido a otras tareas “pastorales” como el trabajo en sindicatos o colegios gremiales, sin embargo, tampoco debemos cerrar los ojos y negar que esta reflexión, por mucho, supera nuestra capacidad de cambios y de presencias entre los fieles menos comprometidos y aún entre obispos, clérigos, religiosos, religiosas y laicos con mayor compromiso, temas como la ecología, el respeto a las leyes sociales, el compromiso político como apostolado laical, siguen siendo temas marginales de nuestros encuentros o a lo mucho un slogan bonito.

3. Una nueva luz de esperanza: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”.-

Hoy día nos encontramos a las puertas de la V Conferencia a celebrarse en Nuestra Señora de la Aparecida, Brasil el año 2007, y que a mi parecer no ha logrado motivar mucho la reflexión de las comunidades cristianas, a pesar de los esfuerzos e invitaciones de los pastores. Al revisar los grandes temas tratados, desde una lectura personal y, por ende, subjetiva, es muy entristecedor descubrir que siguen siendo vigentes y actuales, luego de más de cuarenta años de Medellín, más de veinticinco de Puebla y de diez de Santo Domingo. Seguimos siendo un continente de contraste y donde cada día los ricos son más ricos y los pobres más pobres, de hecho en la medida en que vamos reflexionando sobre el rostro del pobre, surgen nuevas caras, los bebes abortados, los hijos no deseados, los enfermos terminales, nuestra Hermana Madre Tierra, etc. Son tantos y cada vez más, que cobra para nosotros los cristianos de la América Morena una actualidad dramática las palabras de Benedicto XVI: “La experiencia de la inmensa necesidad puede, por un lado, inclinarnos hacia la ideología que pretende realizar ahora lo que, según parece, no consigue el gobierno de Dios sobre el mundo: la solución universal de todos los problemas. Por otro, puede convertirse en una tentación a la inercia ante la impresión de que, en cualquier caso, no se puede hacer nada. En esta situación, el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para continuar en el camino recto: ni caer en una soberbia que desprecia al hombre y en realidad nada construye, sino que más bien destruye, ni ceder a la resignación, la cual impediría dejarse guiar por el amor y así servir al hombre...”[44].

A la luz del documento preparatorio de la V Conferencia, de la vida, él cual tiene aspectos ciertamente mejorables, y el testimonio del hermano Francisco y del trabajo de JPIC, quiero invitar a una reflexión sobre los caminos de futuro para nuestra Iglesia y nuestra espiritualidad inserta en ella.

3.1 Discípulas y Discípulos de Jesús.

El punto de partida para ser discípulas o discípulos de Jesucristo, que no es otra cosa que “... "ir detrás de" Jesús, para aprender su estilo de vivir, de amar y de servir, y para adoptar una manera de pensar, de sentir y de actuar, al punto de experimentar que "no soy yo sino que es Cristo que vive en mí"...”[45], él mismo “... es el que elige y llama (cf. Lc 6, 12-13). El discípulo experimenta que la elección manifiesta gratuitamente el amor de predilección de Dios... Esta elección amorosa da fuerzas al discípulo para que pueda seguir a Cristo, conformar su vida con Él y ponerse a su servicio para la misión...”[46], no es llamado para sí o para una exclusiva y excluyente relación de a dos, “Dios y yo”, el llamado “... lo vincula inmediatamente a una comunidad de fieles, en la que discierne luego cuál es su misión en la Iglesia y en la Sociedad...”[47], la actitud del llamado o llamada es la de tener “... oídos atentos para escuchar y prontos a obedecer...”[48], oídos atentos a la voz de su Maestro, por quién “... tienen una profunda admiración...”[49], y con quién vive una “... estrecha amistad...”[50], relación que caracteriza el estilo de discipulado fundado en y por Jesucristo[51]; esta pronto a obedecer porque sabe que lo propuesto es vida y vida en abundancia, es formado para “... vivir con confianza filial, encaminada a "participar así de la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8,21)...”[52], realidad que ya experimentamos “... en la medida que vivimos con mayor plenitud nuestra vocación al amor, a la verdad, a la libertad y a la felicidad, y realizamos así más plenamente lo que da todo su sentido a nuestra vida: ser imagen y semejanza de Dios...”[53], que no es otra cosa sino entrar “... en comunión de vida y de misión...”[54] con el Maestro y Amigo. Es importante, destacar la dimensión personal del seguimiento, que nos aleja de un compromiso en la fe basado en el mero cumplir normas o preceptos, seguimos a un Maestro y Amigo que entabla con nosotros una relación de amor, mi fe es la historia de amor del Dios Trino y Uno conmigo, es una relación de intimidad, que implica tendencia del uno al otro, y a la vez es un amor social, se abre para compartir la vida como donación y entrega.
Nuestro hermano Francisco expresa esto con genialidad en su Testamento, como buen discípulo descubre que siempre la iniciativa es del Maestro y Amigo, es éste quien le conduce entre los leprosos[55], quien le abre a la experiencia gratuita de la eclesialidad[56] y a la fraternidad, tanto como origen, “... el Señor me dio hermanos...”[57], como institucionalidad, “...el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio...”[58]. Lo interesante de esta experiencia es que tiene un correlato en la historia cotidiana de Francisco, de la ciudad de Asís y de la Iglesia contemporánea a él, no es una historia de amor en el aire, como un amor adolescente, sino un amor maduro capaz de afrontar las dificultades propias de la vida, las ambigüedades y las contradicciones propias del ser humano y de su vida social. Es una historia de amor que acoge cordialmente la condición humana, contraria al bien, pero pronta a realizar el mal[59]; eclesial, san Francisco vivió en medio de una Iglesia más preocupada del poder y de los privilegios, que de los pobres y los fieles en general; fraterna, el doblez del corazón humano es muy conocido por Francisco, el denuncia la falsedad de las prácticas religiosas meramente externas, de algunos hermanos[60], por ejemplo; y, social, vive en una sociedad que busca nuevas formas más igualitarias de relaciones sociales, que descubre las injusticias del modelo feudal y quiere abrazar en las ciudades un modelo más fraterno, pero fracasan, nuevas formas de desigualdad surgen de las nuevas estructuras sociales, los campesinos marginados, los explotados de la burguesía dominante, etc., se pasa de señores y vasallos, a mayores y menores. Estas ambigüedades son celebradas por él, sin ingenuidades, somos invitados a odiar esa ambigüedad en la que vivimos[61], para poder contemplar la maravilla que somos cuando vivimos la gracia de la comunión reparada, el ser humano cumple su destino cuando hace del abrazo con el otro y con la historia humana tal cual es, un signo de la reconciliación ofrecida por el Padre en Jesucristo. “Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y soportan enfermedad y tribulación. Bienaventurados aquellos que las soporten en paz, porque por ti, Altísimo, coronados serán”[62]
Nosotros debemos aprender a vivir la vida con este mismo espíritu, somos libre y gratuitamente llamados por Jesucristo para seguirle como discípulos y discípulas, en esta perspectiva y desde nuestro compromiso de JPIC debemos, primeramente, fortalecer las estructuras fraternas al interior de nuestras propias formas de vida actuales, celebrar en nuestras fraternidades la riqueza de nuestras diversidades, tema difícil, si somos sinceros, de edades y formación, convivimos no sólo generaciones distintas sino esquemas formativos que muchas veces entran en crisis y confrontación, le tememos a la radicalidad de la vida fraterna, los jóvenes no quieren unirse a la OFS, generalmente, “por ser sólo grupos de viejos o de viejas”; en las comunidades religiosas los mayores imponen, muchas veces, el inmovilismo del “siempre se ha hecho así”, y los más jóvenes, hijos de generaciones, quizás, no preparadas para el rigor de la vida, muchas veces empezamos y empezamos actividades o trabajos sin un norte claro o sólo para hacer algo, lo cual esconde, no pocas veces, el sin sentido de un discipulado que no mira a Jesucristo sino a la nada. Las consecuencias de esto o de otros ejemplos, es la presencia de hermanas o hermanos aislados entre nosotros, las murmuraciones, la falta de confianza, lo que nos hace vivir hacia fuera los proyectos fraternos y las relaciones humanas. Sí queremos ser íconos de san Francisco para nuestros días, debemos hacer de la vida fraterna una escuela del discípulado, que asume los “tres libros” donde podemos leer al Maestro y Amigo, la Palabra de Dios leída y celebrada en la comunidad creyente; la Historia personal, eclesial, fraterna y social como la constante actualización de esa Palabra revelada en y por Jesús, y la Creación, que nos abre a un real y cierto diálogo con quienes no comparten nuestra fe bíblica, pero que por medio de la contemplación de sus maravillas o por su defensa se unen, de modos misteriosos y siempre gratuitos de nuestro Padre, a Cristo, Señor de todo lo creado. Entonces, nada más lejos de un discípulo o discípula franciscano que la demonización de la realidad, personal, eclesial, fraterna o social, ella puede no ser lo más óptimo a la luz de nuestros ideales evangélicos, eso no lo negamos, pero en esa limitación y muchas veces podredumbre debemos, es un mandato franciscano, develar el rostro de un Dios que nos invita a la plenitud, una plenitud que empieza a ser construida por nosotros y que ha sido plenificada en el triunfo definitivo de Jesús, su resurrección. La fraternidad es un el lugar de la amistad sincera y sin dobleces, el lugar donde los hermanos y las hermanas se encuentran entre sí y ofrecen la acogida a toda creatura humana o no, donde nadie sobra, al contrario siempre esta incompleta porque faltan hermanos y hermanas, donde lo que sobra son manos acogedoras y pies disponibles para moverse hacia el que esta sólo y abandonado; ella es la escuela donde se aprende a admirar al Maestro y Amigo que camina, preferente más no excluyentemente, entre los pobres, sana las heridas de los depresivos y sin sentido de la vida, defiende los derecho de los despojados y construye un hogar a los excluidos. Una Admiración que mueve el corazón ha ser constructores de un mundo mejor que es posible construir.

3.2 Misioneros y misioneras de Jesús.

La misión implica dos presupuestos básicos, primero, el misionero no es dueño del mensaje, el esta para servir a alguien que posee un mensaje y que le envía, por ende, el mensaje es anterior al misionero. Es Jesús quien elige y llama y quien capacita para la misión[63], en la Iglesia Apostólica esta es una experiencia directa, “...Él llamó a los apóstoles... Además, declara su amistad con ellos: "Ustedes son mis amigos" (Jn 15, 14). Con esta profunda amistad de vida, Jesús también implica a "sus amigos" en su propia misión (cf. Jn 17,18) y los envía a anunciar el Evangelio a todos los pueblos...”[64], será con Pentecostés que vendrá el impulso de crecimiento de esta comunidad unida a Cristo. El mensaje, entonces, pertenece al Padre que envío a Jesús y a su Espíritu, y a ese anuncio hay que ser fieles. Segundo, somos enviados desde una comunidad concreta, “no hemos inventado la pólvora”, como dice un dicho popular, estamos insertos en una comunidad de creyentes existente antes de mi incorporación bautismal, que tiene una historia, de luces y sobras, como corresponde a “...buscadores y peregrinos...”[65], y que, con la seguridad que nace de la presencia del Espíritu Santo que la conduce, tendrá futuro más allá de nuestra muerte. No basta el mensaje sólo, es necesaria la debida coherencia y vivencia en la comunidad portadora de la Buena nueva, para su crecimiento maduro y profundo. “Una comunidad unida, sacramento de comunión con Dios y entre los hermanos, es normalmente la condición necesaria para la formación del discípulo...”[66], la cual no tiene otro fin que llegar a la identificación entre el Maestro y Amigo y el discípulo-misionero[67]. América conoce de esta realidad, antes de la llegada explicita del Evangelio estaba presente en sus pueblos “...las semillas del Verbo, ... en [su]... hondo sentido religioso, esperaban el rocío fecundo del Espíritu. Eran muchos los valores que los caracterizaban y que los predisponían a una más pronta recepción del Evangelio. A los primeros habitantes de esta tierra llegó el bautismo y la conciencia de su dignidad como hijos de Dios...”[68], por medio, de la predicación y el testimonio de hombres y mujeres, tanto en los tiempos de la colonia[69] como en tiempos más reciente[70], sin olvidar que desde el inicio de la evangelización hubieron acciones que negaban la misma dignidad que se venía a predicar[71].

Los discípulos y discípulas de Cristo al modo de san Francisco, tenemos en éste nuestro padre y hermano un gran testimonio de libertad frente a los modos, muchas veces limitados por la cultura imperante, de entender el ser portador de Jesucristo en lo concreto de la sociedad. Dos hechos de su vida nos dan luces, el encuentro con el Sultán y la Florecilla sobre los ladrones convertidos. Sobre el encuentro entre Francisco y el Sultán poseemos diversas tradiciones[72], éste ocurre cuando “...la guerra entre cristianos y sarracenos crecía a diario en dureza y crueldad...”[73], no libre de contratiempos, Francisco“... fue apresado por sus satélites: colmado de ultrajes y molido a azotes, no tiembla; no teme ante las amenazas de suplicios, ni le espanta la proximidad de la muerte...”[74], cuando logra finalmente estar cara a cara predica la fe de Jesucristo, le admira el Sultán por “...su constancia en la fe y al desprecio del mundo que observaba en él, pues siendo pobrísimo, no quería aceptar regalo ninguno, como también por anhelo de martirio que mostraba...”[75]. Debe llamar la atención la opción misionera de Francisco, va en paralelo a las tropas cristianas, mientras unos van a encontrarse con las armas, listos para aniquilarse, él va con las manos desnudas. Curiosamente, es él que tiene éxito, el hombre pobre y desarmado logra lo que las tropas cristianas jamás soñarían, estar frente al Sultán y ganarse su corazón, éste “...le escuchaba con gran placer...”[76] ¿Cuál era el atractivo? La coherencia de su discurso y su estampa, era portador de Buenas Noticias y estas no se imponen, se presentan con las fuerzas del testimonio verificable por las obras, no se puede hablar de un Dios de paz y de amor, un Padre mío y tuyo, si al encontrarnos pongo un arma en tu cuello o tengo dobles intenciones, o sea, te presento supuestas buenas noticias, pero, a la vez, vengo y te despojo de tu dignidad o de tus bienes o ridiculizo tus valores y forma de vida. Por ello, cualquier hermana o hermano no puede ser misionero, tiene que estar invitado por el Espíritu Santo y debe discernirse en la fraternidad. “Cualesquiera hermanos que, por divina inspiración, quieran ir entre los sarracenos y otros infieles, pidan la correspondiente licencia de sus ministros provinciales. Pero los ministros a ninguno le concedan la licencia de ir, sino a aquellos que vean que son idóneos para enviar...”[77], del mismo modo, es siempre el testimonio coherente del amor el mejor modo de Evangelizar, la Buena Noticia es la fraternidad como escuela de relaciones de justicia, de paz y de respeto, por ello, es mandato que los hermanos cuando misionan “...no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos...”[78], sin negar el valor de otros medios “...cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios, para que crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y hagan cristianos, porque el que no vuelva a nacer del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios (cf. Jn 3,5)...”[79]. Se ratifican estos valores en la conversión de los tres ladrones, narradas por las Florecillas[80], el encuentro con ellos desde la misericordia y no desde el juicio simple y fácil, que aquí representa el hermano Ángel, “¿No tenéis vergüenza, ladrones y asesinos sin entrañas, que, no contentos con robarles a los demás el fruto de sus fatigas, tenéis cara, además, insolentes, para venir a devorar las limosnas que son enviadas a los servidores de Dios? No merecéis que os sostenga la tierra, puesto que no tenéis respeto alguno ni a los hombres ni a Dios que os creó. ¡Fuera de aquí, id a lo vuestro y que no vuelva a veros aquí!”. Es el encuentro con la misericordia, alguien ama la miseria de esos ladrones, Cristo por medio de Francisco, lo que se convierte en Buena Noticia anunciada. “Padre, nosotros hemos cometido muchos y abominables pecados; no creemos poder hallar misericordia ante Dios; pero, si tú tienes alguna esperanza de que Dios nos admita a misericordia, aquí nos tienes, prontos a hacer lo que tú nos digas y a vivir contigo en penitencia”. Sólo el amor gratuito e incondicional puede ser fuente de transformación profunda del corazón. Para Francisco, lo que debe Evangelizarse es el corazón de cada hombre y mujer, es su centro y, además, el lugar de Dios en la creatura humana.

La fraternidad franciscana debe descubrirse hoy día enviada a hombres y mujeres concretos, hambrientos de Dios, que le buscan por caminos sinuosos y no siempre con buen fin. Los hermanos y hermanas debemos aprender, desde nuestras identidades, a ir con la Buena Nueva a los que parecen casos perdidos o a los que se descubren como tales. Acá es donde desde JPIC debemos iluminar nuestros proyectos pastorales, nuestras parroquias, nuestros colegios, nuestro estilo de vida fraterno, no puede ser como el de cualquier otra comunidad cristiana o de otro signo, debemos revisar nuestras estructuras pastorales y ponerlas a la luz del Evangelio y de la propuesta de seguimiento y envío del hermano Francisco, debemos ser pioneros en pastoral de separados, de homosexuales, y de tantos que pueden sentirse excluidos de la Buena Noticia dentro de nuestra propia Iglesia, debemos rescatar la intuición de ir paralelamente a la oficialidad de la Iglesia y de la sociedad, no como quien es sabio y poderoso, sino como pobres cuya confianza esta en el Señor, no para destruir o atacar a los otros, no somos una secta, sino para demostrar que es posible ejercer misericordia donde parece que todo esta perdido. Una de las trampas más peligrosas, entre nosotros hoy, es la de la eficacia, es verdad que debemos tener objetivos claros y responsabilidad frente a este mensaje que no nos pertenece, pero no podemos ir al otro sin gratuidad, vamos a compartir nuestra historia de amor, personal y fraterna, como algo bello y plenificador para el que lo quiera aceptar, pero debemos alejarnos de las pretensiones de éxito desmedido o espectacular, vamos como portadores de Buenas Nuevas, como servidores de ella, que se da libremente y que espera libremente ser acogida. Lo que sí es una responsabilidad ineludible es nuestro testimonio de vida coherente, no podemos hablar de fraternidades y no conocernos, ni compartir nuestras vidas; no podemos ser menores, y vivir buscando privilegios sociales o eclesiales; no podemos ser hijos del Patrono de la ecología y carecer de un verdadero compromiso con la Tierra y sus dolores. La sociedad nos exige hoy día no seguir viviendo de la buena fama del hermano Francisco, que triste es que nos contentemos con su historia y sus logros, y nada de ello repercuta en esa misma sociedad. Como Francisco debemos hacer caminos alternativos, caminos de hombres y mujeres pobres, en el sentido más propio de nuestro caminar, desapropiados de los bienes, de las ideologías y de estructuras, en fin, libres para amar; y desarmados, no sólo de pistolas, sino de privilegios y de tantas seguridades; ser hombres y mujeres capaces de hacer escuelas de diálogo y de trabajo con otros cristianos, y con otros hombres y mujeres de buena voluntad, que se unen a Cristo en el corazón de su causa. JPIC nos invita a mirar la realidad con los ojos de este Francisco, que va al corazón del Sultán y al de los ladrones, y que a fuerza de convicciones los convierte, no necesariamente en otros cristianos, pero sí en alguien capaz de acoger con amistad el rostro humano y de toda creatura, porque hay comunión misteriosa con ella.

3.3 Insertos en pueblos que buscan y quieren tener vida en Él.

Éste puede sonar a un título muy pretencioso, podemos estar de acuerdo en que nuestros pueblos busquen vida, ella es siempre un gran valor querido por el ser humano, pero que necesariamente lo que busquen sea Cristo, más de alguien pudiese manifestar su inconformidad. Sin embargo, al afirmar que la vida es un bien, afirmamos que ella sólo puede provenir de Jesucristo, quien “...dice y hace todo bien...”[81]. “...Buscamos el amor y la paz en su plenitud. Queremos una vida fraterna sin injusticias ni discriminación alguna; un amor que no desengañe; una felicidad plena, sin amenazas ni restricciones. Buscamos la libertad en la paz y la verdad. En lo más profundo de nuestro ser late la vocación al encuentro con Aquel que es el Amor, la Paz y la Felicidad...”[82]. ¿Qué obstáculos existen en nuestro continente, que dificulten la realización de esta vocación? Entre ellos esta la globalización económica, ella “...es un fenómeno complejo que genera riquezas gracias a la intercomunicación mundial y a la elevación de los estándares de producción a parámetros internacionales, y genera, a la vez, de manera más o menos sistemática, pobreza y marginaciones diversas que afectan gravemente a muchos pueblos...”[83], ello es especialmente grave entre nosotros, los latinoamericanos, “...una de las regiones menos equitativas del mundo: la brecha entre ricos y pobres se amplia en lugar de disminuir, los esfuerzos por disminuir significativamente la pobreza casi siempre son insuficientes o inadecuados. Las desigualdades, fruto de la inadecuada distribución de la educación y de la riqueza, hieren severamente el tejido social...”[84], este proceso es acompañado por una ideología que “...promueve el culto al propio yo, al dinero y al placer, atenta contra la solidaridad con los marginados, contra el respeto y el valor sagrado de la vida, contra el matrimonio, la familia y la heterosexualidad, contra la identidad y misión de la mujer, contra la diversidad cultural, y contra la autentica concepción de la libertad, cuya vocación es aliarse con la verdad, la belleza y el bien...”[85]. Esto tiene consecuencias nefastas para una gran masa de hermanos y hermanas nuestras, la “...la persistencia de la pobreza, la miseria y el desempleo...Este mal golpea especialmente a millones de mujeres, indígenas y de afroamericanos. Crece la brecha entre los más ricos y los más pobres...”[86], a ello se agrega una escandalosa realidad, es más fácil movilizarse en nuestro continente sí se es un capital o bien de producción, que sí se es un hombre o mujer pobre que necesita desplazarse para mejorar su condición de vida[87]. Otra víctima del modelo neoliberal, tras la globalización imperante, es la Tierra, “... el capital volátil movido por el afán de lucro busca regiones con sueldos más bajos y con legislaciones ambientales más permisivas...”[88], lo cual ha estado depredando sin conciencia alguna la naturaleza tanto como fuente de recursos para la vida como de belleza para el encuentro con el Creador.

Un segundo obstáculo, es la debilidad del Estado en la búsqueda y administración del bien común, por un lado se ha visto afectada por los diversos cambios culturales de las últimas décadas[89], y por otro, un cansancio en la ineficiencia de la democracia formal, hay una “...deficiente penetración de la democracia como cultura de participación, solidaridad y subsidiaridad en nuestras sociedades e instituciones...”[90], ello debido al creciente número de casos de corrupción política[91], a la influencia del narcotráfico[92] y a la carencia de una educación cívica adecuada de vastos sectores de nuestro continente[93]. Ello ha producido el retorno a liderazgos caudillistas y populistas[94], a la par de la justa o injusta pérdida de credibilidad en la clase política tradicional y en el poder judicial[95].

Otros obstáculos, vienen de las deudas aún pendientes del pasado, como la justa lucha por las reivindicaciones indígenas[96]. Otra vertiente proviene de corrientes ideológicas que favorecen y promueven el divorcio entre fe y vida, y que muchas veces ataca encarnizadamente a la Iglesia y sus propuestas[97].

Más de alguien puede pensar que estos son temas para “expertos” en sociología u otras disciplinas, pero lo enumerado aquí esta presente en muchos de nuestros diálogos y en muchos de los modos de relacionarnos en la vida fraterna, en el servicio pastoral y en el modo de insertarnos en la sociedad. ¿Podríamos negar el sólo preocuparse por sí mismo no se ha filtrado en nuestra vida comunitaria? ¿Acaso no es más la publicidad del mercado lo que más esta ante nuestros ojos? Para enfrentar esta temática, primero, debemos reconocer que mucho de ello es desconocido para el hermano Francisco, el no vive un mundo interconectado ni en medio de democracias modernas, su contexto es otro, sin embargo, no se puede negar el valor que tiene aún su propuesta de no-propiedad y de minoridad. Ambos parten de la exigencia de identificarse con el Cristo pobre en su nacimiento, en su vida y en su muerte en cruz, pero la invitación es ir más allá del discurso, es ha representarlo en el aquí y ahora de nuestra historia, exteriormente deben verse como excluidos, “…todos los hermanos vístanse de ropas viles, y puedan reforzarlas de sayal y otros retazos…”[98], interiormente relacionarse con los demás como un pobre, “…no litiguen ni contiendan con palabras (cf. 2 Tim 2,14), ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, como conviene…”[99]. El uso de los bienes y del dinero, en particular, esta regido por el contexto, “… según los lugares y tiempos y frías regiones…”[100], fuera de eso los “…hermanos nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna…”[101]¿Nos podemos imaginar algo más contracultural para nuestros días?
Nuestra vida franciscana debe recuperar la invitación de Francisco a discernir sobre los bienes, debemos ser críticos de lo que tenemos, no sea que escandalicemos a los más débiles y pequeños de nuestro hoy. Este proceso pasa por recuperar la dimensión social de la “minoridad franciscana”, no sólo somos hermanos y hermanas, sino fraternidades desde los menores, desde los pequeños, desde los marginados, ese es nuestro punto de lectura de la economía. Esta es una ciencia antropológicamente necesaria, siempre necesitamos organizar la casa, lo importante es marcar nuestra opción desde Francisco, nosotros administramos la casa desde los pobres y los excluidos. Las preguntas mínimas para ello, son: ¿Con qué necesito vivir?¿Cuán necesario es para mi servicio?¿Cuál es el impacto social y ecológico del bien o los bienes que necesito? La minoridad nos abre a un consumo ético, todos los bienes son buenos más no todos me son necesarios, es más, no todos dan lo mismo, estamos acostumbrados a buscar precio y calidad, como pobres solidarios con otros pobres, también es importante develar los procesos de injusticia que se esconden detrás de un bajo precio de un producto asiático o la devastación ecológica que significa esta opción de gasto de energía, etc. Sí la lectura desde el excluido nos abre a la ética del consumo, el sin-propiedad, nos abre a la libertad frente a los bienes, éstos fueron hechos para servir al hombre y a la mujer, no es posible que esa ayuda se convierta en un sustituto de a quien debía ayudar, ni muchos menos pueden convertirse en un valor sobre el ser humano, cosa que ocurre cuando hoy es más fácil que el dinero o los bienes de producción pasan sin trabas entre el norte y el sur del mundo gracias a los TLC, mientras los que se desplazan en búsqueda de mejores oportunidades, a las cuales tienen derecho, chocan con burocracias, corrupción de las policías fronterizas, mafias de esclavitud y muros construidos por otros seres humanos que sienten que su forma de vida debe ser protegida contra los posibles invasores. Somos libres frente a los bienes para proclamar el anuncio de una Buena Nueva, Dios tiene cara de otro entre nosotros, Dios-Hijo se vuelve a encarnar y a dejarse crucificar en las cruces de un desarrollismo que lleva a la nada y que como los ídolos de antaño pide y exige sacrificios humanos, que se expresan en cargas horarias inhumanas, familias rotas no por falta de diálogo sino por la inexistencia de éste, pues nunca se puede disfrutar de un encuentro amoroso y gratuito entre esposos o entre padres e hijos. Como los profetas veterotestamentarios debemos denunciar esos ídolos, proclamando con nuestra vida fraterna entre, con y por los pobres y excluidos el valor del otro por sobre cualquier otra cosa, no hay futuro si los seres humanos no se encuentran como hermanos, su destino es sólo la aniquilación por su propia mano, cosa que ya podemos presentir con la crisis ecológica, la tierra es nuestra única nave, si la destruimos, nos destruimos; con el surgimiento de movimientos que reivindican la violencia, ya el diálogo es máscara de la nada, el consenso es inmovilismo; con la apatía generalizada por proyectos de cambios estructurales, todo es más de lo mismo. Nuestras fraternidades no tienen respuestas, quizás ni siquiera la pregunta, la fe nos mueve a vivir la vida con optimismo, el triunfo esta asegurado, y con responsabilidad, debemos avizorar, comenzar a acostumbrarnos al lugar del triunfo que se anticipa, no sea que cuando llegue o lleguemos, lo rechacemos por desconocerlo. Los desafíos de la fraternidad franciscana son los de toda la humanidad de hoy y con ellos, con sus búsquedas entre continuidad y ruptura entraremos en comunión con el Maestro.
Bibliografía.

Documentos del Magisterio.

§ Deus Caritas est (DCE). Carta encíclica de Benedicto XVI. 2005.
§ Ecclesia in America (EiA). Exhortación apostólica de Juan Pablo II. 1999.
§ Justicia. Documento de la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. 1968.
§ Movimientos de laicos. Documento de la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. 1968.
§ Perfectae Caritatis (PC). Decreto del Vaticano II sobre la adecuada renovación de la vida religiosa. 1965.
§ Redentoris Missio (RM). Carta encíclica de Juan Pablo II. 1990.

Publicaciones.

§ Bentué, Antonio, 2001. La opción creyente. San Pablo. 6ª edición. Chile.
§ Boff, Leonardo, 1981b. Una cristología desde la periferia. En: Leonardo Boff, 1981a: 13-37.
§ Boff, Leonardo, 1981a: Jesucristo y la liberación del hombre. Ediciones Cristiandad. Madrid.
§ CELAM, 2005. Hacia la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. CELAM y CECH. Bogotá.
§ INE, 2002. Censo 2002. Síntesis de resultados. En: http://www.ine.cl/cd2002/sintesiscensal.pdf
§ Martínez, Luis, 2002. Misericordia quiero, no sacrificios.
§ Mifsud, Tony, 2002. Moral de discernimiento. Tomo IV. San Pablo y Universidad Alberto Hurtado. 4ª edición. Chile.
§ Noemi, Juan, 1998. Rasgos, imperativos y desafíos. En: Juan Noemí y Fernando Castillo, 1998: 11-93.
§ Noemi, Juan y Castillo, Fernando, 1998. Teología Latinoamericana. Centro Ecuménico Diego de Medellín. Santiago de Chile.
§ Obispos chilenos, 2005. Declaración del 25-04-2005. En: http://documentos.iglesia.cl/documento.php?id=2211

Textos franciscanos.

§ Admoniciones de San Francisco (Adm). En: http://www.franciscanos.org/esfa/adm-ae.html
§ Cántico del hermano sol (Cánt). En: http://www.franciscanos.org/esfa/cant.html
§ Constituciones Generales de la OFM (CCGG OFM).
§ Constituciones Generales de la OFS (CCGG OFS).
§ Florecillas (Flor). En: http://www.franciscanos.org/florecillas/menu.html
§ Primera Vida de Celano (1Cel). En: http://www.franciscanos.org/fuentes/1Cel00.html
§ Regla Bulada de San Francisco de Asís (RB). En: http://www.franciscanos.org/esfa/rb1r.html
§ Regla no Bulada de San Francisco de Asís (RnB). En: http://www.franciscanos.org/esfa/rnb1r.html
§ Testamento de San Francisco de Asís (Test). En: http://www.franciscanos.org/esfa/teste.html




[1] PC 2
[2] CCGG OFM 55§1
[3] DCE 1
[4] Test 3
[5] Regla OFS 4
[6] Antonio Bentué, 2001: 100
[7] RM 44
[8] Adm 5, 8
[9] RB 6,1
[10] RB 2,17
[11] DCE 28
[12] CCGG OFM 68§1
[13] CCGG OFM 71
[14] CCGG OFM 69§1
[15] CCGG OFS 15§3
[16] CCGG OFS 18§2
[17] CCGG OFS 18§4
[18] EiA 13
[19] Antonio Bentué, 2001: 404
[20] INE, 2002: 23
[21] Antonio Bentué, 2001: 405
[22] EiA 64
[23] Idem
[24] Antonio Bentué, 2001: 407
[25] Leonardo Boff, 1981b: 23
[26] Luis Martínez, 2002: 29
[27] Obispos chilenos, 2005.
[28] Tony Mifsud, 2002: 200
[29] Juan Noemi, 1998: 20
[30] Antonio Bentué, 2001:407-408
[31] Movimientos de laicos 2
[32] Tony Mifsud, 2002: 205
[33] Justicia 3
[34] Cf. Juan Noemi, 1998: 20-21
[35] Tony Mifsud, 2002: 209
[36] Idem
[37] Cf. Idem
[38] Cf. Antonio Bentué, 2001: 408-411
[39] Tony Mifsud, 2002: 201
[40] Ibidem: 222
[41] Idem
[42] Juan Pablo II. Discurso inaugural IV Conferencia del Episcopado latinoamericano y del Caribe, Santo Domingo, 1992. Citado en: Ibidem: 221
[43] Cf. Antonio Bentué, 2001: 413-417.
[44] DCE 36
[45] CELAM, 2005 54 (El documento del CELAM será citado no por sus páginas sino por la numeración de párrafos que trae el texto)
[46] CELAM, 2005 47
[47] CELAM, 2005 46
[48] CELAM, 2005 49
[49] CELAM, 2005 53
[50] CELAM, 2005 55
[51] Cf. CELAM, 2005 51
[52] CELAM, 2005 54
[53] CELAM, 2005 3
[54] CELAM, 2005 51
[55] Cf. Test 2
[56] Cf. Test 3ss
[57] Test 14
[58] Idem
[59] Cf. RnB 23, 6
[60] Cf. Adm 14
[61] Cf. RnB 23, 5
[62] Cánt 10-11
[63] Cf. CELAM, 2005 47
[64] CELAM, 2005 51
[65] CELAM, 2005 1
[66] CELAM, 2005 69
[67] Cf. CELAM, 2005 55
[68] CELAM, 2005 22
[69] Cf. CELAM, 2005 25
[70] Cf. CELAM, 2005 28
[71] Cf. CELAM, 2005 25-27
[72] Cf. 1Cel 37; 2Cel 30; LM 9,8s; Flor 24
[73] 1Cel 37
[74] Idem
[75] Flor 24
[76] 1Cel 37
[77] RB 12, 1-2
[78] RnB 16, 6
[79] RnB 16,7
[80] Flor 26
[81] Adm 8,3
[82] CELAM, 2005 2
[83] CELAM, 2005 118
[84] CELAM, 2005 119
[85] CELAM 2005 121
[86] CELAM, 2005 126
[87] Cf. CELAM 2005 123
[88] CELAM 2005 122
[89] Cf. CELAM 2005
[90] CELAM 2005 130
[91] Cf. CELAM 2005 135
[92] Cf. CELAM 2005 137
[93] Cf. CELAM 2005 136
[94] Cf. CELAM 2005 131
[95] Cf. CELAM 2005 134
[96] Cf. CELAM 2005 127
[97] Cf. CELAM 2005 147
[98] RB 2,16
[99] RB 3,10-11
[100] RB 4, 2
[101] RB 6,1