Hno. Manuel Alvarado S., ofm
¿Existe
algo más sutil, en nuestra experiencia humana que el aire? No pesa, no tiene
olor o color, y sin embargo, es esencial para la existencia de la vida, es una
mediación fundamental para ella. La vida se va en inspirar y expirar a cada
momento, este movimiento biológico habla, también, de nuestra experiencia
religiosa, “inspirar” o “estar inspirado” habla de estar invadido de un “buen
espíritu”, que nos abre a la felicidad o al placer; y expirar nos habla de la
muerte, de abandonar o ser deshabitado del “espíritu”. De la experiencia
biológica y religiosa podemos entrar al misterio de la Trinidad, con los
cuidados y salvaguardas correspondientes: “El Espíritu de Dios es, pues, la
misma Vida divina, su propio hálito o respiración. Tanto el Padre como el Hijo
respiran el mismo «aire» (pneuma) divino; ese es su único y común Espíritu, que se
identifica con el Amor gratuito”[1].
El Padre y el Hijo inspiran y expiran amor, pero de cualquier tipo o forma,
sino de aquel que “… es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se
busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más
bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio,
más aún, lo busca…”[2].
Iluminación bíblica.
Dos textos
del Antiguo Testamento nos invitan a descubrir como el Padre y el Hijo respiran
en el mundo su amor gratuito:
·
Génesis 1,1-2:
“En
el principio creó Dios el cielo y la tierra.
La tierra
era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento[3]
de Dios aleteaba por encima de las aguas”.
Con estas
palabras comienzan los textos sagrados de la tradición judeocristiana, en el
inicio está Dios y el vacío o la nada, que sería el lugar del caos y la
confusión, mejor dicho sería el “no-lugar”. Y Dios, el Padre respira sobre él,
de allí que el autor sagrado use al aire en movimiento, como un viento o un
soplo. Lo que expira el Padre, el Amor gratuito, da el orden, construye el
escenario de la existencia, tierra, agua, cielo, lo que las habita, hasta el
ser humano, en quien el respiro de Dios se hace explicito, “… Yahvé Dios formó
al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y
resultó el hombre un ser viviente…” (Gén. 2,7). La liturgia de la Iglesia expresa
esta verdad con claridad y maestría, “… hiciste todas las cosas para colmarlas
de tus bendiciones…”[4],
de aquí que todo y todos sean intrínsecamente buenos, pues han nacido de la
inspiración del Padre. La fe cristiana ha agregado el rol del Hijo o de la
Palabra en la Creación: “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada. Lo
que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz
brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron...” (Jn 1,3-5) El Paso
del “no-lugar” a un “donde poner las bendiciones” del Creador, no se ha hecho
sin modelo o un motivo, sino que desde el amado por el Padre, Él es la medida y
forma de las cosas y del ser humano, por lo tanto, es el sentido último de todo
lo existente, y es la inspiración de todo lo salido del Amor gratuito del
Padre, y su expirar es la “luz” que vence toda oscuridad. En la Creación el
Padre y el Hijo respiran al Espíritu Santo, van más allá de sí mismos, no basta
con amarse a sí y en sí mismo, abren su mundo, del cual se ocupan y preocupan,
hasta el extremo que todo lo realizado será desde el primer momento de la
creación “por nosotros, los hombres, y nuestra salvación”[5],
como lo expresa el Credo Niceno-Constantinopolitano.
·
1Reyes 19,9-16:
“Allí se introdujo [Elías] en la cueva, y pasó en ella
la noche. Le llegó la palabra de Yahvé, diciendo: "¿Qué haces aquí,
Elías?" Él dijo: "Ardo en celo por Yahvé, Dios Sebaot, porque los
israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a
espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela." Le
dijo: "Sal y permanece de pie en el monte ante Yahvé." Entonces Yahvé
pasó y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las
rocas ante Yahvé; pero en el huracán no estaba Yahvé. Después del huracán, un
terremoto; pero en el terremoto no estaba Yahvé. Después del terremoto, fuego,
pero en el fuego no estaba Yahvé. Después del fuego, el susurro de una brisa
suave. Al oírlo Elías, enfundó su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie
a la entrada de la cueva. Le llegó una voz que le dijo: "¿Qué haces aquí,
Elías?" Él respondió: "Ardo en celo por Yahvé, Dios Sebaot, porque
los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han
pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para
quitármela." Yahvé le dijo: "Vuelve a tu camino en dirección al
desierto de Damasco. Cuando llegues, unge rey de Aram a Jazael, rey de Israel a
Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Abel
Mejolá.” Al que escape de la espada de Jazael, lo hará morir Jehú; al que
escape de la espada de Jehú, lo hará morir Eliseo. Pero yo preservaré en Israel
un resto de siete mil hombres: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal
y todas las bocas que no lo besaron".
El “susurro
de una brisa suave” tiene más fuerza que lo tremendo de un viento huracano, un
terremoto o un fuego, esta es la experiencia del Profeta Elías en el Horeb, en
el mismo lugar donde Moisés se encontró con la zarza ardiente, inicio de la
liberación de Egipto. Hay que tomar en cuenta, que este encuentro no es el
punto de partida de la conversión o de la misión de Elías, sino, prácticamente,
el final de su camino. ¿De qué, entonces, tendría que liberarse un profeta
hecho y derecho?[6] Dos son las ambigüedades
presentes en la experiencia del profeta que serán convertidas en el encuentro
con la “brisa”, primero el apropiarse de Dios y de su obra, Elías en su
búsqueda de ser reconocido como autoridad, convencido que él sería el mejor
consejero, por el Rey Ajab, quien ha abrazado al ídolo Baal, por influencia de
su esposa Jezabel, ha hecho de Yahvé un instrumento de su plan, abusando de la
palabra que le ha sido confiada. Dios le ha pedido que anuncie el fin de la
sequia que azota al pueblo al rey y Elías, en vez, de ello desafía al rey y los
profetas de Baal, desafío en el que vence con la ayuda de Yahvé, y más aún
aplica violencia, exterminio, sobre los vencidos profetas de Baal. El camino de
Elías es adquirir un pueblo, en tensión entre la fe de sus padres y el ídolo de
los poderosos, a través, de la violencia y la fuerza. Este camino sólo lo lleva
a enfrentarse con su impotencia, Jezabel será más fuerte y más violenta que él,
y el aparente triunfo se convierte en derrota, depresión y frustración. Segundo,
Elías no está sólo, no es verdad que todo el pueblo ha sido seducido o
arrastrado al culto de Baal, hay un pequeño resto siempre fiel, aunque anónimo
y conocido por Dios. Cuando Elías es tocado por la “brisa” descubre el
verdadero rostro de Dios, no es el Dios de la violencia o de la fuerza, ni es
el Dios de una gran masa, es el Dios suave que no quiere la muerte del pecador,
no quiere el exterminio sino ser la buena noticia, el es la acogida y la
compañía en medio de las alegrías y las miserias de la vida del ser humano;
para Él cada gesto y obra de gratuidad, justicia o solidaridad no cae en el
vacío o en el olvido, por muy anónimo que sea el gesto o quien lo realice, sus
ojos están atentos a los corazones. El Amor gratuito inspirado y expirado por el
Padre y el Hijo obra en la historia, que es su propiedad, por ser la primera
criatura, según sus designios y no según los del ser humano, por muy loables
que sean, y desde lo pequeño. A esta convicción somos invitados a convertirnos
junto a Elías.
Iluminación franciscana.
Al tocar el
tema del Espíritu Santo como el hálito o aquello que el Padre y el Hijo
inspiran y expiran, y unirlo al testimonio de san Francisco de Asís, es
imposible no releer el Cantico del Hermano Sol. Este poema es fruto de una vida
ya vivida, al igual que la experiencia de Elías y la suave brisa no es punto de
partida sino el de llegada, es la síntesis de una experiencia vital. El “aire”
es nombrado en el Cántico, “Loado seas, mi Señor, por el hermano viento, y por
el aire, el nublado y el sereno, y todo tiempo por el cual a tus creaturas das
sustento”[7],
esta alabanza nos une al Credo Niceno-Constantinopolitano, al decir que el
Espíritu Santo es Señor y dador de vida, este elemento de la naturaleza, en sus
distintas manifestaciones climáticas nos abre a abrazar la vida como el gran
don de Dios, sin el “aire” expiramos definitivamente, sin sus movimientos y
cambios la existencia de todo lo creado sería imposible. De allí, hay que
descubrir que todo es gracia, hasta el tan anónimo e inconsciente acto de
respirar y eso hace explotar en una alabanza extática al hermano Francisco, la
vida es un don y el mismo Dador la sostiene, en su biología, en su
espiritualidad, en su historia, toda posibilidad de existencia es un don en el
amor gratuito e incondicional con que Él se nos da. En esta línea considerar al
Espíritu Santo como un viento, una brisa o el aire, es signo de respeto por la
vida, en todas sus formas, y de la vida humana en todos sus momentos, desde el
primer instante de su concepción hasta su muerte natural, pasando por el
cuidado de la salud, propia y del prójimo, y de la dignidad encerrada en cada
ser humano, y de la de cada creatura. El mismo san Francisco lo testimonia al
final de sus días, “…estando ya para morir, confesó que había pecado mucho
contra el hermano cuerpo…”[8]
El Espíritu
Santo como don gratuito e incondicional, el aire es para todos y todo, nos
muestra, también, que es tarea. La vida es para vivirla y para vivirla bien. El
Cántico enseña que el modo de habitar el mundo es la comunión, la integración,
de lo masculino y lo femenino, Sol,
luna, estrellas, viento, aire, nube, clima, fuego, agua, la tierra, no están
solos sino en parejas en la alabanza. Incluso, aquello que acallamos como
realidad, la muerte, tiene espacio y es signo y don. El hombre y la mujer
alaban a Dios con una vida reconciliada, el perdón, consigo mismo, con su
historia, con sus prójimos, con la Creación. El camino para esta reconciliación
o vivencia del perdón, como signo de estar en el movimiento trinitario, es la
fraternidad, hermano de todos y de todo, no como un simple sentimiento sino,
también racional, profesar al Padre Creador, al Hijo solidario con la miseria y
la pequeñez humana y al Espíritu Santo como dador de toda existencia, nos hace
profundizar en nuestras relaciones sociales, eclesiales y ecológicas. De allí,
que para el hermano Francisco, hermano sea el que abraza con él su estilo de
vida, funda la Orden de los hermanos menores; sean los pobres, los creyentes y
cada creatura. El don de la vida se hace tarea en nuestras relaciones, quien
descubre lo que se respira en la Trinidad no puede volverse indiferente, ya que
amar es respetar la libertad del otro, deja a Dios ser Dios y al hermano ser
hermano, se aleja de la violencia como camino de convencimiento; y busca
abrazar en su pequeñez la fragilidad de otros, aunque estos otros me hayan
herido o no crean como yo, o en lo que creó yo, el abrazo impide la
discriminación y va más allá de la tolerancia, así abre los ojos para ver a los
pequeños “restos” de hombres o mujeres, que tienen su misma búsqueda, hacer un
mundo mejor.
Bibliografía.
a)
Fuentes del Magisterio.
·
Benedicto
XVI, Carta Encíclica Deus Caritas est (DCe)
b)
Fuentes Franciscanas.
·
Cántico
del Hermano Sol (Cánt) en: Los Escritos
de Francisco y Clara de Asís, textos y apuntes de lectura. Editorial franciscana
Arantzazu. Oñati. 2001.
·
Leyenda
de los tres compañeros (TC) en: San Francisco
de Asís, escritos, biografías, documentos de la época. BAC. 1985.
c)
Libros de autor.
·
Bentué,
Antonio, 2004. En qué creen los que creen.
Claret, 1° edición. Buenos Aires.
·
Varone,
François, 1988. El dios “sádico” ¿Ama Dios el sufrimiento? Sal terrae, 1° edición.
Santander.
[1] Bentué,
Antonio, 2004: 114
[2] DCe,
6.
[3]
Todos los textos bíblicos serán tomados de la Biblia de Jerusalén edición del
2001. En otras traducciones se opta por “soplo” (La Biblia del Pueblo de Dios),
“Espíritu de Dios” (Biblia de las Américas, Latinoamericana) al traducir el pneuma de la versión griega. En todas
estas opciones de traducción se tiende a entender el Espíritu Santo en conexión
con el aire en movimiento.
[4]
Prefacio de la Plegaria Eucarística IV.
[5]
El Credo Niceno-Constantinopolitano usa esta expresión para referirse
específicamente a la encarnación, pero eso no excluye la Creación y el destino
de todo y todos, la escatología, pues el Verbo bajado del cielo y encarnado en
el vientre de María da luz, profundidad y plenitud a estas dos acciones del
Dios Trinitario.
[6]
Vamos a seguir aquí la interpretación de 1Re 17-19 en Varone, François, 1988:
31-47.
[7]
Cánt 6
[8] TC
14