2 de abril de 2011

Catequesis: Camino de encuentro con la misericordia de Dios.

(Tema del Retiro para los catequistas de la Parroquia San Francisco de Chillán. 02 de abril de 2011)

Introducción

Uno de los objetivos principales de la catequesis, sea esta familiar, de jóvenes, matrimonial, bautismal, etc., es: “... que el creyente aprenda a entregarse integralmente al Señor al cual se ha convertido: que conozca su mensaje, que se adhiera a su persona, que haga su voluntad”[i]. Catequizamos para educar en el encuentro con Jesucristo, se nos ha confiado a un hombre o mujer o pareja o niño o niña que ya ha hecho una primera opción por Jesús, pero que requiere ser profundizada. Aquí, nos sirve la parábola del sembrador, Jesús, el sembrador, ya plantó la semilla, la fe, la inquietud por encontrarse con el Amor Fontal, con el amado, con el amigo que nunca falla, el catequista como cara visible y testigo de la Iglesia, debe abonar, alumbrar, dar calor, regar esa semilla, pero, también, debe tener conciencia de sus límites, puede convertirse en cardo o en espinas que la ahoguen; puede erosionar esa tierra hasta convertirla en un desierto en donde ninguna semilla puede dar fruto; puede convertirse en esas aves que arrebatan lo sembrado.

Entonces, toma la mayor importancia la pregunta: ¿A que Jesús anunciamos? Debemos reconocer primeramente, que no pocas veces proclamamos a un Jesús más cercano a los fariseos, con su dictadura del cumplimiento, que al cercano a los pobres, afligidos y pecadores, por eso, la primera conversión que debemos buscar en nuestros corazones es la purificación de la imagen de Jesús, debe ser confrontada con la del Evangelio. Cercanía, acogida, misericordia, encuentro, dialogo, son las palabras claves que acompañan al Jesús del Evangelio, en Él estos términos se convierten en valores que deben regir nuestro modo de acercarnos a quienes buscan en nosotros guía para profundizar su fe.

En los tiempos que nos toca vivir, tiempos marcados por la paradoja de la conectividad global aparejada con las mayores soledades padecidas por el ser humano, que se expresan en los aumentos de tazas de suicidios, enfermedades mentales, sentimientos de abandono o de “no saber para donde va la micro”, la misericordia y la acogida, primeramente por parte de Dios y, luego, por ser discípula toda la Iglesia, debe ser centro de nuestro testimonio, con gestos y actos concretos, medibles y eficientes. Cada hombre o mujer debe sentir que al llegar a la Capilla o a la Sede, a su casa no mas llega, y los agentes pastorales, mirando al Padre del hijo pródigo, y al Buen Pastor, deben hacer fiesta por cada familia o hermano que nos pide que le acompañemos a enraizarse en la fe. No somos “funcionarios” de la Iglesia, ni mucho menos de Dios, somos hermanos en la fe, discípulos, con más o menos “carrete”, del mismo Maestro. La acogida exige el desapropio, de oficios, de servicios, de encargos, otros lo podrán hacer mejor que yo, no importa cuan visible o cuan anónimo sea mi servicio, la importante es estar disponible.

La acogida es la puerta que abre a la misericordia. Cuando alguien llega a nosotros y es recibido con una sonrisa, o cuando nos damos el tiempo de escuchar el problema o situación del otro, antes de imponer la norma, ya estamos permitiendo que ese otro comience a saborear la misericordia. Misericordia significa que la miseria del otro pase por mi corazón, no por mi rabia o mi frustración, como suele ocurrir. Tener misericordia del otro, es un acto segundo, para poder vivirla realmente debo tener conciencia que el Gran otro la ha tenido conmigo, no se puede dar lo que no se tiene o no se ha sentido. Por eso, en este retiro queremos profundizar en la experiencia de la misericordia que Dios por su Hijo, Jesucristo, y en su Espíritu Santo ha tenido con nosotros, en la Iglesia y en mi vida personal.

1. ¿Qué es el pecado? ¿Contra quién peco?

Hemos dicho que misericordia es hacer pasar la miseria de otro por mi corazón, esa miseria del otro es lo que llamamos pecado. En la Sagrada Escritura no existe una sola palabra para expresar lo que llamamos pecados, distintos vocablos se usaron para dar cuenta de esta experiencia, pero todos ellos refieren a una experiencia muy común, la de “equivocar el camino”, diremos que pecado es “... el hecho de no alcanzar una meta y la no-observancia de ciertas normas o reglas para alcanzar dicha meta. Se trata de una acción equivocada; pero no cualquier equivocación se llama pecado. Debe ser “voluntaria”, es decir, libremente aspirada. Además, esta en juego la misma persona humana...”[ii], en su desarrollo e integralidad. ¿Qué camino equivocado toma el hombre cuando peca?

El Catecismo de la Iglesia nos enseña:

“Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.”[iii]

De este texto podemos concluir que la vocación de ser ser humano es comunión en diversos niveles, consigo mismo, con los demás hombres, con la creación y con el Creador. Esta vocación es un don recibido en esa creación desde la nada que Dios ha realizado con cada uno de nosotros y con todas las cosas, pero es, también, una tarea, de allí el símil con un camino, tiene un origen, el don de la creación y una meta, la vida eterna, que no es otra cosa que “... el abrazo con la totalidad...”[iv], vocacionados y destinados a la comunión, entre ambos polos esta la nuestra vida y lo que hacemos con ella.

“…El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna…”[v], por lo tanto, debemos tener conciencia de que nuestro pecado, errar el camino, siempre es padecido por nuestro hermano, puede ser negación de la verdad, del respeto a las cosas, a la cultura, a la dignidad o al cuerpo del prójimo. Por la muerte y resurrección de Jesús sabemos que el Padre no es ni ciego ni sordo ni mudo frente a la explotación, la violencia o la muerte injusta de sus criaturas, el hace solidario con la víctima, esa solidaridad es la que lo hace identificarse con la víctima de nuestro desviarnos del camino.

2. Vivir la reconciliación de Dios en una Iglesia preñada de misericordia.

El ser humano funda su vocación en la misma voluntad de Dios. Pablo en la Carta a los Efesios lo describe con maestría:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en si mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.

En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.” (Ef 1, 3-14)

De este texto podemos destacar:

La Voluntad de Dios es la Salvación universal, con diversos nombres: Salva por medio de la elección, salva por medio de la adopción, salva por medio de la inserción en su pueblo, nada de ello por propio mérito sino por Jesucristo. La opción de Dios, Universal y Cósmica, apunta a un futuro, que no es más que volver al punto de origen, al primer momento de la Creación, “... reunir todas las cosas en Cristo...”. Sí aceptamos esto, entonces, debemos reconocer que las puertas de esta salvación deben ser muchas, no sería coherente de parte de Dios con su propia voluntad, tener un proyecto cósmico y universal, con pocos modos históricos de realizarse en la historia de la Creación y en la vida de cada uno de nosotros. Sí el proyecto es un sueño ambiciosos exige ambiciosas y abundantes mediaciones para pasar de sueño a realidad.

No bastaría con que Dios sea coherente, la comunidad depositaria de sus promesas, también debo serlo. Sí la salvación de todos y de todas las cosas centra la relación entre el Creador-Salvador con su Creación, abrazar este proyecto como propio es una exigencia de ser vivida y enseñada por sus discípulos.

2.1. La misericordia de Dios en la vida cotidiana.

El Catecismo de la Iglesia enseña: “La lectura de la Sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados”[vi]. Una vida de oración que busca profundizar en la relación con Jesús en la Iglesia, da frutos de salvación pues reaviva y contribuye a tener conciencia de la necesidad que tenemos de Dios, como Padre, como Hermano, como nexo y comunión de amor. No existe “el modo de oración” más perfecto, debemos buscar aquel que nos contribuya a santificar las horas, las actividades cotidianas, pastorales, sociales, etc. Debe ser una vida de oración tomada en serio. Rosario, Lectio Divina, Rosario de la misericordia, visita al Santísimo, rezo del Via Crucis, etc., contribuirán a nuestra propia Salvación, por eso, es bueno aprovechar los tiempos de gracia especial, especialmente Cuaresma y Adviento, y sus propuestas de acercamiento a las liturgias y a las prácticas de piedad[vii].

A una vida de oración profunda y seria se une la práctica del amor, que nos recuerda el Catecismo, cubre una multitud de pecados (Cf. 1 P 4,8), que se expresa en “... los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20)...”[viii], y “... en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Am 5,24; Is 1,17),...”[ix]. Y la práctica de la humildad, que invita a mirar nuestra vida y nuestras relaciones desde la sinceridad de nuestra pequeñez y fragilidad, “... por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23)...”[x]. Tanto la oración como la práctica del amor tiene un sólo fin la búsqueda de la propia conversión, volver el corazón a ese Padre Misericordioso que vive observando el horizonte esperando nuestro retorno.

2.2. Los Sacramentos como puertas a la misericordia de Dios.

Generalmente, se piensa que el sacramento de la misericordia es el de la Reconciliación o Confesión, sin embargo, siendo fieles a la definición del Concilio Vaticano II, es la Eucaristía la fuente de la mayor presencia de la misericordia del buen Dios, ella es hacia quien “... tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza...”[xi]. En el punto anterior hemos afirmado que la oración y la solidaridad que buscan la propia conversión son fuente de la salvación, y es en la Eucaristía donde con más fuerza se unen ambas expresiones, es en ella donde la “...Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda...”[xii], se convierte en el modo de oración más perfecta, y, además, ella impulsa a la solidaridad: “La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40): Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4)”[xiii]. Por tanto, quien participa viva y eficazmente en la Cena del Señor renueva el amor al prójimo. “Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales...”[xiv].

Si revisamos la liturgia eucarística, la expresión misericordia y perdón de los pecados, abundan, por ejemplo, en el inicio de la Misa, a la petición de perdón va unida una oración del presidente de la celebración, invocando la misericordia, perdón de los pecados y el don de la vida eterna. Otro momento privilegiado de la conciencia de ser salvados, está en el momento posterior a la consagración del pan y el vina o relato de la institución, esta parte es llamada técnicamente anamnesis, cuando se “... hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él...”[xv]. Esta reconciliación se expresa con bellas frases como: este es el sacrificio sacrificio agradable a Dios y salvación para todo el mundo[xvi], sacrificio que expresa la reconciliación perfecta[xvii], estos son los dones que nos dan la vida eterna y la salvación[xviii], que nos devuelven su amistad[xix], su gracia o favor[xx] y nos hacen dignos de servir en su presencia[xxi]. ¿Que duda nos puede quedar que la Eucaristía es fuente de misericordia?

El bautismo, por su parte, “... es un baño que purifica, santifica y justifica...”[xxii], lo cual significa que “... todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado...”[xxiii]. “Por la Confirmación, los cristianos, es decir, los que son ungidos, participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee...”[xxiv] Ambos sacramentos nos permiten ir viviendo y profundizando lo que implica la misericordia y la salvación donada por Jesucristo, sentirnos hijos de un Padre común y hermano de todos y de todo, como don y tarea, lo cual se va logrando desde la oración y la práctica del amor.

“Si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón "a los que están a punto de salir de esta vida" ("in exitu viae constituti"; Cc. de Trento: DS 1698), de manera que se la llamado también "sacramentum exeuntium" ("sacramento de los que parten", ibid.). La Unción de los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y a la resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un sólido puente levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndose en los últimos combates...”[xxv] Es un sacramento que apunta a la integridad del ser humano, “... por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios (cf Cc. de Florencia: DS 1325). Además, "si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,15; cf Cc. de Trento: DS 1717)”[xxvi]

El Sacramento de la reconciliación o penitencia tiene un doble efecto, perdón de los pecados y reintegración a la comunidad, apunta directamente a las consecuencias del pecado, y esto lo aprendió la Iglesia de su propio Maestro y Fundador. “Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9)”[xxvii]. Volver a la mesa del Señor, significa poder unirse nuevamente a la plena comunión en la oración y a la búsqueda de reencontrarse con el prójimo, por ello, exige un proceso de preparación que se inicia con la contrición, que es “… un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar…”[xxviii]. “Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta"(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cf Cc. de Trento: DS 1677)”[xxix] “La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición") es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf Cc. de Trento: DS 1678, 1705)”[xxx] “…Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.”[xxxi] La confesión consiste en acusarse de los pecados graves[xxxii], acusarse de los veniales es aconsejable más no obligatorio[xxxiii] y por norma de la Iglesia debe realizarse al menos una vez al año[xxxiv]. “Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas)… debe "satisfacer" de manera apropiada o "expiar" sus pecados. Esta satisfacción se llama también "penitencia"…”[xxxv]

En el caso de los Sacramentos del matrimonio y del orden sagrado, llamados en el Catecismo Sacramentos al servicio de la comunidad: “…Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás. Confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios”[xxxvi]



[i] Orientaciones para la Catequesis en Chile 64

[ii] Anneliese Meis, 1998: 42-43

[iii] CEC 357

[iv] Spe Salvi 12

[v] CEC 1469

[vi] CEC 1437

[vii] Cf. CEC 1438

[viii] CEC 1434

[ix] CEC 1435

[x] Idem

[xi] SC 10

[xii] CEC 1368

[xiii] CEC 1397

[xiv] CEC 1394

[xv] CEC 1354

[xvi] Cf. Plegaria Eucarística IV

[xvii]Cf. Plegaria Eucarística Reconciliación II

[xviii]Cf. Plegaria Eucarística I

[xix]Cf. Plegaria Eucarística III

[xx] Cf. Plegaria Eucarística Reconciliación I

[xxi] Cf. Plegaria Eucarística II

[xxii]CEC 1228

[xxiii]CEC 1263

[xxiv]CEC 1294

[xxv]CEC 1523

[xxvi]CEC 1520

[xxvii]CEC 1443

[xxviii] CEC 1451

[xxix] CEC 1452

[xxx] CEC 1453

[xxxi] CEC 1455

[xxxii] Cf. CEC 1456

[xxxiii] Cf. CEC 1458

[xxxiv] Cf CEC 1457

[xxxv] CEC 1459

[xxxvi] CEC 1536

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