Formación Permanente Comunidades Parroquia San Francisco de Alameda 2013
Hno. Manuel Alvarado S.
Introducción.
La palabra laico debe ser de
las más usadas en el interior de la Iglesia en los últimos tiempos. Se habla
mucho de “participación de los laicos”, “misión de los laicos”, “el lugar de
los laicos en la Iglesia”, “el futuro de la iglesia está en los laicos”, y así
en un sinnúmero de frases y slogans pastorales y eclesiales. Sin embargo,
tenemos claro ¿Qué es un laico?
Debemos reconocer que es una
palabra difícil, la RAE define laico con dos acepciones:
“1. adj. Que no
tiene órdenes clericales. U. t. c. s.
2. adj. Independiente
de cualquier organización o confesión religiosa. Estado laico. Enseñanza
laica.”[1]
Ambas definiciones son
problemáticas, la primera porque parte de lo negativo, que como veremos más
abajo no se puede definir una cosa o un sujeto desde lo que no es o no tiene. Y
la segunda, es quizás la más compleja, el concepto de “laico” es usualmente
usado para expresar lo que se opone, o lo que al menos quisiera ser alternativo
a lo confesional, en este sentido decir que se es cristiano, católico, musulmán
o judío, ya sea como ministro o como miembro de una organización religiosa
impediría definirse como “laico”. De allí, que no pocas veces el término laico
pudiese llegar a ser una “mala palabra” desde el interior de las organizaciones
religiosas. Este modo de entender “laico” llega a su máxima problemática en la
esfera de las decisiones sociales, políticas o económicas, en donde se llega a
exigir la total prescindencia de lo religioso en las decisiones o votaciones.
El tema se resolvería de un modo sencillo, sí alguno de sus sinónimos fuesen
menos ambiguos, pero los conceptos de seglar o secular por su referencia al
concepto de “mundo”, igualmente tienen una carga negativa u opositora a las
estructuras religiosas.
El concepto de laico viene del
griego “laos”. “En la septuaginta, frecuentemente se habla de Israel como el
laos de Dios. En los primeros capítulos de Hechos, hay un contraste claro entre
"pueblo" (laos) y sus dirigentes, de modo que mientras el
"pueblo" muestra simpatía hacia la iglesia naciente, son sus jefes
quienes se le oponen. Luego, el término "pueblo" se usaba
frecuentemente en el sentido de pueblo común, y es de ese uso que la práctica
cristiana tradicional surgió, de referirse a los creyentes en general como el
"laicado", en contraposición al clero... Aunque al principio el
movimiento monástico era en parte una protesta contra la profesionalización de
la fe en manos del clero, y por ello era un movimiento estrictamente
laico, pronto se le asoció con el clero, de tal modo que en algunos casos el
"laicado" incluye a los creyentes que no son ordenados, incluyendo a
los monásticos, y a veces se refiere a quienes no son ordenados ni tampoco
llevan vida monástica... Fue de todo esto que surgió el uso común hoy de
"laico" para una persona que no es profesional y que posiblemente no
conoce bien cualquier tema...”[2]
La dificultad presente es resultado de un proceso histórico que tendría su
origen en el Medioevo: “A partir de la Edad Media presenciamos un
desdoblamiento de la palabra laico: a) Se pierde paulatinamente el sentido de
participación activa del laicado en el ámbito propio de la Iglesia, tan vivo en
los primeros siglos, hasta el punto de que la misión de la Iglesia llega a
identificarse de modo casi exclusivo con el ministerio de los clérigos. a la
vez, se piensa que la plenitud de la vida cristiana corresponde solamente a
clérigos y religiosos, mientras que los l. han de contentarse con vivir las
virtudes comunes en el ejercicio de sus tareas profanas, consideradas por
muchos como un obstáculo para la verdadera santidad. En este contexto
ideológico, la palabra laico designará a un miembro meramente pasivo de la
Iglesia -no ordenado ni religioso-, sin ningún elemento positivo que
especifique su condición, puesto que, como hemos dicho, la inserción en el
orden temporal se ve sólo como algo negativo, como reflejo de una falta de
vocación más alta.
b) A la vez, la palabra laico se aplicará a
los señores seculares, que pretenden arrogarse prerrogativas en el gobierno de
la Iglesia durante la época de lucha entre el Imperio y el Pontificado.”[3]
Antes del Concilio Vaticano
II, tanto la mirada negativa de las realidades mundanas como la identificación
entre misión de la iglesia y clero, como también el de santidad o apostolado,
era dado como un lugar común en la tarea pastoral de la Iglesia, de allí vienen
conceptos aún tan arraigado entre nosotros, tales como creer que “los laicos
solo son colaboradores del sacerdote de turno”, o que “los laicos no pueden
tomar parte en los círculos de toma de decisiones pastorales, económicos,
nombramientos en la Iglesia”. Sobre el primer aspecto, la mirada negativa sobre
la realidad secular, se hizo cargo la Constitución
Pastoral GAUDIUM ET SPES sobre la Iglesia en el mundo de hoy, tema en el
cual no entraremos en el presente artículo. Y sobre la identidad y misión de
los laicos en el mundo y la iglesia, el Concilio trató del tema en Lumen
Gentium, particularmente en el Capítulo homónimo, y en el Decreto APOSTOLICAM
ACTUOSITATEM sobre el apostolado de los seglares. Ellos serán base de la
reflexión posterior sobre el lugar e
importancia de los laicos en la comunidad creyente, presente en el Catecismo de
la Iglesia Católica y en otros documentos de la Iglesia.
A la luz del Concilio Vaticano II ¿Qué es un laico?
A esta pregunta el Concilio da dos definiciones:
1. Son
“… todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y
los del estado religioso aprobado por la Iglesia…”
2. Son
“…los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados
al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal,
profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de
todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde…”[4]
La primera definición mantiene
la fidelidad a la tradición histórica sobre el concepto de laico, pero
quedarnos con ella nos termina dejando en el vacío. Decir que los laicos se
definen por lo que no son, es como decir que bastaría definir mujer como no
varón o definir gato como no perro. Nos puede dar una idea de donde no buscar,
pero jamás nos dará las notas propias y riquezas que significa el término. Y
además, tener claro donde no buscar nos puede terminar engañando, y llegar a
imágenes deformadas o falsas sobre qué es lo verdaderamente buscado. Más allá
de los problemas lógicos de esta definición, dividir los miembros de la Iglesia
en laicos y clérigos, como dos polos presenta el riesgo de no dar con los
vínculos permanentes entre ambos grupos humanos. El mismo Concilio reconoce que
existe una diferencia entre laicos y clérigos, en cuanto sacerdotes, ambos
“…difieren esencial y no sólo gradualmente…”, es decir, la diferencia no está
en la dignidad de uno u otro, sino en su misión, el clérigo “…dirige y forma al
pueblo de Dios…”, tiene la misión de marcar el norte, no por mérito o capricho
propio sino en la persona de Cristo, y los demás miembros de la Iglesia, los
laicos, “… concurren a la oblación de la Eucaristía… con la recepción de los
sacramentos, con la oración con la oración y acción de gracias, con el
testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante…”[5],
obligaciones que también son del Clérigo y que se suman a la nota propia de
éste párrafo, pues nunca debe ser olvidado que un Clérigo ha sido llamado a un
servicio desde su ser laico, primero es un bautizado que ha buscado el querer
de Dios. “Esta vocación se fundamenta en el Bautismo, que caracteriza al
presbítero como un «fiel» (Christifidelis), como un «hermano entre
hermanos», inserto y unido al Pueblo de Dios, con el gozo de compartir los
dones de la salvación (cf.Ef 4, 4-6) y el esfuerzo común de caminar
«según el Espíritu», siguiendo al único Maestro y Señor. Recordemos la célebre
frase de San Agustín: «Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano.
Aquél es un nombre de oficio recibido, éste es un nombre de gracia; aquél es un
nombre de peligro, éste de salvación»…”[6]
La segunda definición que da
el Concilio Vaticano II sí nos ayuda a comprender mejor quienes son los laicos.
Tiene como punto de partida el sacramento del Bautismo. “El Bautismo es la
puerta y el fundamento de la comunión en la Iglesia…”[7],
“«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la
vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre
abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia
y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta
supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo
(cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre
de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la
resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido
unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22)…”[8]
De estas palabras de nuestros pastores podemos sacar algunas conclusiones:
1. El
bautismo es la razón de una primera y fundamental igualdad entre los fieles. Sólo
se llega a la santidad, a la condición de hijo de Dios, a ser miembro pleno, a
ser habitado por la trinidad, al pasar esta puerta. No se puede tener otro
sacramento o abrazar un estilo de vida sin haberle recibido previamente[9].
2. Es
un proyecto integral que abarca toda la vida.
3. Funda
la dignidad de cada fiel y le abre a su misión.
Aquí esta puesto el acento en
el termino fiel, cada bautizado llega a ser un fiel cristiano. Esta perspectiva
nos abre al ecumenismo y al diálogo interreligioso y con los diversos ambientes
culturales. Es verdad que fiel cristiano es primeramente todo bautizado, sin
diferenciar el en que Iglesia o comunidad cristiana, el mismo Concilio afirma
que la Iglesia de Cristo, “… establecida y organizada en este mundo como
una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de
Pedro y por los Obispos en comunión con él si bien fuera de su estructura se
encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la
Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica…”[10],
abriéndonos a buscar caminos de encuentros con nuestros hermanos separados, con
quienes compartimos un mismo bautismo. Pero tiene una misión aún más universal,
que no puede ser olvidado, abrazar a cada hombre o mujer sin importar el lugar
o sus creencias. “…Este pueblo mesiánico, por consiguiente, aunque no incluya a
todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es,
sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de
esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de
caridad y de verdad, se sirve también de él como de instrumento de la redención
universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra…”[11]
Entonces ¿Cómo se entiende la
división clérigo/laico o religioso/laico? El Papa Juan Pablo II enseña: “La
comunión eclesial se configura, más precisamente, como comunión «orgánica»,
análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la
simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de
las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de
las responsabilidades…”[12],
por lo tanto, nunca debemos confundir comunión con uniformidad de pensamientos,
de estilos de vida, o de vocaciones. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda la profunda
comunión que existe entre toda vocación suscitada en la Iglesia, y además,
insiste en que no hay unas más importantes que otras, en particular parece
importante destacar la comunión entre matrimonio y virginidad consagrada y su
aporte a la construcción del proyecto de Dios:
“Estas dos realidades, el sacramento del
Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es él
quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos
conforme a su voluntad (cf. Mt 19,3-12). La estima de la
virginidad por el Reino (cf. LG 42; PC 12; OT 10)
y el sentido cristiano del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente:
Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad;
elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad...
(S. Juan Crisóstomo, virg. 10,1; cf. FC, 16)”[13]
En esta comunión al estilo de
un cuerpo vivo, cada vocación esta llamada a vivir su bautismo para la
edificación, dirección, crecimiento del pueblo de Dios, así entendemos “en la
parte que le corresponde”, correspondiente al final de la definición conciliar,
que nos ha llevado a esta reflexión.
¿Qué parte le corresponde al laico?
A todo fiel bautizado le
corresponde representar a Cristo en su triple dimensión de sacerdote, profeta y
rey, y ello es igual sea casado, soltero, clérigo, obrero, empresario, joven,
agente pastoral, dirigente sindical, religiosa, etc. O en palabras del
Concilio: “… Cuanto se ha dicho del Pueblo de Dios, se dirige tanto a laicos,
religiosos y clérigos…”[14],
pues todos estos estados de vida, variopintos en sí mismos, tienen su origen en
el bautismo, son sus gracias y frutos, y conforman el pueblo de Dios.
El sacerdocio bautismal del
Pueblo de Dios se define en el Concilio, como la gracia para que “… todos los
discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios
(cf. Hch 2,42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva,
santa y grata a Dios (cf. Rm 12,1) y den testimonio por
doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de
la vida eterna que hay en ellos (cf. 1 P 3,15)…”[15],
por lo tanto, una vida espiritual y sacramental es deber y don para todos los
fieles, y se realiza en el ofrecimiento de sí mismo y de todas sus actividades “…Pues
todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y
familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos
en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan
pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por
Jesucristo (cf. 1 P 2, 5), que en la celebración de la
Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del
cuerpo del Señor. De este modo, también los laicos, como adoradores que en todo
lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios…”[16]
La dimensión profética o carismática, la presencia del Espíritu en el
bautizado, “…no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los
sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también
distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición,
distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con
los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que
sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia…”[17],
son los dones dados para que más allá de nuestras fuerzas humanas y contextos
la obra buena de Dios se realice. Estos dones o carismas dados a la Iglesia
para transformar el mundo “…habilita y compromete a los fieles laicos a acoger
con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar
en denunciar el mal con valentía…”[18]
Finalmente, la comunión en Cristo da al bautizado la condición regia, que lo
impulsa a la catolicidad, pues es a este “…Rey a quien han sido dadas en
herencia todas las naciones (cf. Sal 2,8) y a cuya ciudad
ellas traen sus dones y tributos (cf. Sal 71 [72], 10; Is 60,4-7; Ap 21,24).
Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del
mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a
recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la
unidad de su Espíritu…”[19]
y que los fieles laicos viven haciendo “…de nuevo a la entera creación todo su
valor originario. Cuando mediante una actividad sostenida por la vida de la
gracia, ordenan lo creado al verdadero bien del hombre, participan en el
ejercicio de aquel poder, con el que Jesucristo Resucitado atrae a sí todas las
cosas y las somete, junto consigo mismo, al Padre, de manera que Dios sea todo
en todos (cf. Jn 12, 32; 1 Co 15, 28)...”[20]
¿Cuál es la misión específica del laico?
Todos los fieles sin distinción
comparten una vocación común: “… la noble obligación de trabajar para que
el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres
de cualquier lugar de la tierra…”[21],
particularmente los laicos deben ejercerla “…con su trabajo para la evangelización
y santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los
negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su
laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la
salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir
en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios
para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el
mundo a manera de fermento…”[22]
De estas palabras del Concilio
deben salir algunas conclusiones sobre la misión de los laicos en la Iglesia
hoy:
· La misión de los laicos es un apostolado propio
que nace como una noble obligación en su condición de bautizado. Evangelizar no
es un favor que se le hace al sacerdote de
turno sino una tarea propia por estar inserto en el Cuerpo de Cristo.
· Dos son los lugares de trabajo del laico, por un
lado el trabajo pastoral y por otro los ambientes seculares en los que se mueve
habitualmente (trabajo, familia, sociedad, política). Debe evitar convertirse
en un “pequeño sacerdote”, del mismo modo que dejarse seducir o “llevar” por
las corrientes sociales o ideológicas o modas. Debe hacer un constante
discernimiento en ambos lados de su quehacer cristiano.
·
La misión es abierta en una doble dimensión, es una
misión recibida con un camino ya hecho, del cual el fiel laico es heredero, pero
a la vez debe ser siempre renovada y dar a luz nuevos caminos de encuentro con los
hombres o mujeres de cada tiempo. Es una misión lejos de la novedad por la novedad
como de los fatídicos “siempre se ha hecho así”. Requiere de la humildad del fermento
de la levadura en la masa, puede no verse, pero se nota sí falta.
Y finalmente ¿Qué es un laico?
·
Es un fiel bautizado con un modo propio de vivir
el sello de Cristo sacerdote, profeta y rey.
·
Es un fiel plenamente inserto en el Pueblo de Dios.
·
Es un fiel con una misión propia en la construcción
del reino.
·
Una misión en la que debe buscar el equilibrio entre
lo pastoral y lo secular.
[1]
Según la pagina www.rae.es
[2]
Voz laicado en Diccionario manual de teología. Justo L. González
[3]
Voz Laicos. Gran Enciclopedia Rialp
[4]
Ambas definiciones en Lumen Gentium (LG) 31
[5] LG
10
[6]
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis (PDV) 20
[7]
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici (CFL) 19
[8]
Benedicto XVI, Porta Fidei (PF) 1
[9]
Juan Pablo II, les recuerda a los clérigos: “…Revestido por el bautismo con la
dignidad y libertad de los hijos de Dios en el Hijo unigénito, el sacerdote es
miembro del mismo y único cuerpo de Cristo (cf. Ef 4, 16). La
conciencia de esta comunión lleva a la necesidad de suscitar y desarrollar
la corresponsabilidad en la común y única misión de salvación,
con la diligente y cordial valoración de todos los carismas y tareas que el
Espíritu otorga a los creyentes para la edificación de la Iglesia. Es sobre
todo en el cumplimiento del ministerio pastoral, ordenado por su propia
naturaleza al bien del Pueblo de Dios, donde el sacerdote debe vivir y
testimoniar su profunda comunión con todos,…” (PDV 74) Y a los religiosos: “…En
la tradición de la Iglesia la profesión religiosa es considerada como una
singular y fecunda profundización de la consagración bautismal en
cuanto que, por su medio, la íntima unión con Cristo, ya inaugurada con el
Bautismo, se desarrolla en el don de una configuración más plenamente expresada
y realizada, mediante la profesión de los consejos evangélicos…” (Juan Pablo II,
Exhortación Apostólica Vita Consecrata 30)
[10] LG 8
[11] LG 9
[12] CFL 20
[14] LG 30
[15] LG 9
[16] LG 34
[17]
LG 12
[18]
CFL 14
[19]
LG 13
[20]
CFL 14
[21]
Apostolicam Actuositatem (AA) 3
[22]
AA2