¡Paz y Bien!
Con inmensa alegría he escuchado en la prensa su propuesta sobre compartir con Haití parte de los excedentes del buen momento del cobre, primero me alegra saber que quienes tienen responsabilidades políticas en Chile son seres humanos capaces de compadecerse – o sea empatizar con el dolor del otro- con la miseria de un pueblo crucificado, no como quien contempla como turista sino como residente de la humanidad, el dolor de los haitianos es nuestro propio dolor y es, además, nuestra responsabilidad como miembros de Latinoamérica y como miembros de una misma familia: la humanidad, que desde mi opción creyente se funda en la Paternidad del Dios de Jesucristo. Responsabilidad que se abre a la propia culpabilidad, la inhumanidad de la pobreza de Haití, o de cualquier otro lugar de la nuestra nave común, la Tierra, no es un fenómeno que surja por generación espontánea, sino es el resultado de modos de habitar el mundo de seres humanos que por opciones, concientes o no, económicas, políticas o culturales favorecen, desarrollan y mantienen esas estructuras de muerte. ¡Gracias! Por un respiro de humanidad que la enaltece a Ud. y a todos los que se sintieron de acuerdo con su propuesta.
Mi alegría, lamentablemente, no es completa, con dolor he visto como una propuesta humanizadora choca con los intereses partidistas y egoístas de quienes dicen defender muchas veces los valores y principios de la Iglesia, la defensa de la vida exige preocuparse por los niños por nacer, por la muerte digna, pero también por el hermano o hermana que con rostro concreto tiene hambre, tiene sed, tiene necesidad de vestuario (Cf. Mt. 25). Es tan lamentable que en tiempos en que los cristianos deberíamos ser los primeros protagonistas de una solidaridad concreta y eficaz, enseñado y testimoniado por nuestro hermano san Alberto Hurtado, sean rostros de cristianos y de católicos las voces que acallan, minusvalorizan y con cierto tono burlesco e irónico una propuesta que engrandece a nuestro país y que debería ser signo de comunión entre creyentes y hombres y mujeres de buena voluntad.
¿Es Chile un país católico? Es una pregunta que me invita a reflexionar bajo esta realidad, pareciera olvidarse que ser católico es estar abierto al abrazo universal con la humanidad, al estilo de Jesús, y en lenguaje de san Francisco, un abrazo-encuentro con los hombres, mujeres y con el cosmos. Chile no es un país católico, ni menos cristiano, si no es capaz de descubrir la necesidad de trascender a sus necesidades particulares, existentes y urgentes, en vistas de quienes están más empobrecidos, es bueno tomarse en serio el sentido profundo de un slogan que de tanto ser repetido parece perder su significado: “Dar hasta que duela”. Una vez más el Espíritu ha hablado en la historia y ha puesto al descubierto nuestras ambigüedades.
Mis palabras sólo quieren recordarle que no esta sola en su sueño de solidaridad.
Hno. Manuel Alvarado, franciscano. (nemasofm@gmail.com )
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