Hno. Manuel Alvarado, ofm.
(Ponencia presentada en la Celebración de la Unificación Provincia de la Santísima Trinidad y su Custodia dependendiente de San José. 12 de junio del 2006)
Los franciscanos somos invitados a vivir un triple tiempo de jubileo, al interior de nuestra Orden la celebración de los 800 años de la aprobación de nuestra forma de vida; en este país en el que estamos insertos, el bicentenario de la independencia. Y, finalmente, en nuestra Provincia, estamos invitados no a celebrar un jubileo por venir sino uno ya presente, que nos convoca hoy, la supresión de la custodia de san José dependiente de nuestra Provincia de la Santísima Trinidad. Cada evento de esta historia humana y de salvación nos desafía a un nivel propio como hermanos menores. Los 800 años nos abren al desafío de actualizar nuestro carisma. “La celebración del VIII Centenario de la fundación de nuestra Fraternidad nos ofrece una oportunidad de gracia para recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirnos con confianza al futuro (cf. NMI 1b). Éste será nuestro modo de celebrar La gracia de los orígenes. Así, al inicio de este tercer milenio, los franciscanos queremos reafirmar nuestra firme voluntad de permanecer fieles a nuestro propio carisma, “viviendo en la Iglesia el Evangelio según la forma observada y propuesta por San Francisco” (CCGG 1 §1), pero recreándolo hoy a la luz de los desafíos de la vida franciscana” (José Rodríguez Carvallo, 2004. La Gracia de los Orígenes. En: http://www.ofm.org/ofmnews/ofmorg/00cent.php). El bicentenario nos recuerda el deber de ser constructores de una sociedad nueva, desde nuestro ser religiosos. “Ante la posibilidad de contribuir a la creación de una nueva sociedad nadie debería sustraerse de aportar al proyecto de país que quisiéramos llegar a formular. Especial responsabilidad y participación nos cabe a los cristianos, a la Iglesia toda, como seguidores de Jesús, en esta tarea” (Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Chilena (CECH), 2004. En camino al bicentenario 13. Publicación de la CECH). Y el presente encuentro, nos recuerda los rostros, nombres y tareas concretos de nuestra fraternidad-en-misión inserta en un territorio, cultura e historia, que con sus virtudes y sus limitaciones nos habla de una salvación/liberación que se opera en nuestro hoy, y que nos exigen “... una vida radicalmente evangélica, es decir: en espíritu de oración y devoción y en comunión fraterna; a dar testimonio de penitencia y minoridad; y abrazando en la caridad a todos los hombres, a anunciar el Evangelio al mundo entero, a predicar con las obras la reconciliación, la paz y la justicia y a mostrar un sentido de respeto hacia la creación” (CCGG 1§2). Por ello, este momento que vivimos pone en crisis la validez de todos nuestros discursos, pues sólo de la vivencia de una comunión fraterna, de la evangelización – o sea, ser buena noticia unos para otros-, del respeto a nuestra diversidad de orígenes, de edades, de generaciones, entre nosotros hermanos menores belgas, chilenos, del norte y de la Provincia, puede nacer una coherente construcción de una sociedad chilena que abrace al otro ciudadano como un hermano o hermana, más allá de su lugar geográfico o social, que ayude a superar esas odiosas y escandalosas brechas entre ricos y pobres, denunciadas por nuestros obispos en abril del año pasado. Y sólo, desde la actualización en lo local de los valores del franciscanismo tendrá sentido los 800 años de nuestra forma de vida, será celebración de un memorial, o sea, una nueva conversión de los seguidores de Francisco ante el leproso y el Cristo de san Damián, y un nuevo impulso carismático y purificador de la comunidad eclesial, y no una mera recordación de una fecha histórica, importante pero que no toca ni transforma el corazón ni el medio en que estamos insertos. Finalmente, lo que esta en juego es la credibilidad de nuestro carisma y sus valores, sólo sí nos ven vivirlos se harán atrayentes para otros hermanos y hermanas, lo que no redunda sólo en el aumento de vocaciones a los diversos institutos inspirados en el estilo de vida de Francisco, sino en el influir en el proceso social, político y económico del mundo, pero, además, habla de cuanto estamos convencidos de la veracidad del testimonio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el hermano Francisco, o sea, que lo vivido por Francisco y sus primeros compañeros es sacramento de salvación y liberación integral para cada uno de nosotros.
Este es el contexto en el que queremos aportar, queremos dar “algo” de la riqueza que en los 800 años de vivencia de la experiencia de Francisco nos ha sido manifestada, nos ha sido dado como un regalo que queremos viviéndolo compartirlo con la Iglesia y la sociedad chilena. En La Gracia de los Orígenes se propone que el año 2008-2009 tenga como motivación: “¡Restituyamos todo al Señor con las palabras y la vida!”, o sea se nos invita a convertir ese año en el año de la restitución. Desde una perspectiva bíblica es coherente celebrar un jubileo restituyendo, en el Antiguo Testamento esta fiesta conlleva la devolución del descanso de la tierra, de la misma tierra a quien la haya perdido, de la libertad (Cf. Lv 25). Jesús al proclamar su misión como el Año de gracia del Señor, lo proclama como un tiempo de restituir la libertad, la salud, la humanidad a quienes no la poseen o la habían perdido (Cf. Lc 4). En san Francisco, cuya vida desde su conversión se convierte en un tiempo permanente de gracia y jubileo, pues es el Señor quien lo invita a la conversión, por la conducción a los leprosos (Cf. Test 1-3), lo abre a la Iglesia (Cf. Test 4), al Evangelio y a los hermanos (Cf. Test 14), la restitución es un elemento central para entender su propuesta de vida. Para él, restituir es un deber del ser humano, es el reconocer a Dios como la única fuente de todo bien. “Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien de El procede. Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, posea, a El se le tributen y El reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las acciones de gracias y la gloria, suyo es todo bien; sólo El es bueno (cf. Lc 8,19)” (RnB 17, 17-18); y el modo de realizar esta acción es concreto, es “...con la palabra, y el ejemplo...” (Adm 7,4), pues, el “ejemplo” no es otra cosa que el seguimiento de Cristo, por ende no basta con predicar lo ya hecho por Él o sus discípulos, la predicación sin acción “... es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor...” (Adm 6,3). Al reconocer y devolver al Señor, lo que de por sí le pertenece, quien no quiere restituir se engaña, pues igual los bienes de los que se apropió indebidamente le serán arrebatados (Adm 18,2). La restitución aleja al hermano de la soberbia y de la autosuficiencia (Cf. Adm 7) y le ayuda a discernir lo que es de Dios y lo que es del César (Cf. Adm 11), así los hermanos menores puede habitar el mundo como hombres “... pacíficos y moderados, mansos y humildes...” (RB 3,11), sin escandalizarse ni del pecado ni de los estilos de vida diverso (Cf. RB 2,17) y abrazando a toda la creación, incluso la muerte, como hermana (Cántico). Ella, finalmente, nos permite a nosotros, que por nuestros pecados “...somos hediondos, miserables y contrarios al bien, pero prontos y voluntariosos para el mal...” (RnB 22,6), descubrir en el hermano, y en nosotros mismos, al Señor, que obra y dice el bien en la parroquia, en la casa o en el capítulo, por ello nada hay más grave que la envidia, que finalmente es una blasfemia contra Dios (Cf Adm 8).
Entonces, sí queremos aportar “algo”[1] a la Iglesia y a la sociedad chilena en el contexto actual, y a la Orden en su búsqueda de refundación, debemos restituir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, con la boca y el testimonio de vida en lo cotidiano, las muchas gracias dadas en estos 800 años de la forma de vida y en los más de 450 años de presencia en Chile. ¿Qué podemos restituir[2] los Hermanos Franciscanos de la Provincia de la Santísima Trinidad en estos tiempos?
§ Restituir la presencia de los hermanos en las diversas labores de solidaridad a lo largo de Chile. Una de las cosas que debemos sentirnos orgullosos es de la presencia en nuestra historia de hermanos franciscanos preocupados de los pobres y marginados, brillan por su santidad y vigencia testimonial fray Andresito y fray Pedro de Bardecci, con ellos muchos hermanos que se insertaron en la defensa de los indígenas en los tiempos de la colonia y de la “pacificación”, cierto, que visto desde hoy, puede ser criticable o incomprensibles ciertas posiciones o prácticas, pero que no niegan la validez de la intuición que los movió. En tiempos más cercanos, cada uno desde su posición, y no libres de ambigüedades, tuvimos presencia en la defensa de la vida y la dignidad humana en los tiempos del gobierno militar, y una presencia muy activa en la promoción de la dignidad de la Tierra, fuimos de las organizaciones fundadoras de una de las más emblemáticas organizaciones ecologistas chilenas, hoy lamentablemente alicaída, RENACE. A lo que deberíamos sumar una serie de actividades anónimas y silenciosas de nuestras comunidades, comedores, hogares estudiantiles, de ancianos, etc., todo ello habla de la conciencia profunda que, como hermanos menores, tenemos: esos rostros marginados nos hablan de Cristo y de su opción por encarnarse en un hombre pobre que murió en una cruz. Debemos agradecer a Dios, que esta intuición tan franciscana, “el pobre es Cristo”, cale profundamente en nuestra Iglesia chilena, cada cuaresma se manifiesta en el rostro de un hombre, mujer o niño empobrecido, al lado del rostro del Cristo de la Sábana de Turín, con el lema: “Este es Cristo”. Sin embargo, debemos reconocer que nuestra presencia en muchas de nuestras obras de solidaridad ha decaído en calidad, no son pocas en las que no tenemos presencia real, son laicos y laicas las que se llevan el trabajo y a lo más nos encargamos de lo “administrativo” o de las “relaciones públicas”. Necesitamos hoy día restituir la presencia de la persona del hermano y de la fraternidad en las acciones solidarias, esto es una propuesta y una insistencia en el magisterio del actual pontífice (Cf. Benedicto XVI, 2006. Mensaje de cuaresma 2006 y Deus Caritas est 34), teniendo como programa el propuesto por Juan Pablo II a la Iglesia de América ir desde “... la asistencia...” hacia la “...promoción, liberación y aceptación fraterna...” (Juan Pablo II, 1999. Ecclesia in America 58) del marginado. ¿Qué puede ser más desafiante, para nosotros, que tener como tarea en nuestra refundación el ser puentes de fraternidad entre las mayorías empobrecidas con las minorías enriquecidas? Ser puentes para que se acepten como lo que son, hermanos. La tarea de nuestra solidaridad exige, además, ir desde la acción a la reflexión del porque de los marginados en nuestra sociedad, no basta con tener obras y atenderlas, debemos preguntarnos, e indignarnos éticamente, al descubrir los rostros humanos, aunque sea nuestro propio rostro, detrás de los procesos deshumanizadores de la pobreza, la marginación y la brecha escandalosa entre ricos y pobres. Para ello debemos encontrarnos con otros hombres y mujeres, que desde la fe o desde otros lugares, están encaminados a buscar soluciones con y desde la organización de los excluidos. “...Es necesario ponerse al servicio del protagonismo de los pobres, de modo que no sólo se hagan cosas para los pobres sino que se hagan con y desde los pobres. Su dignidad exige que sean protagonistas de su desarrollo...” (Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Chilena (CECH), 2004. En camino al bicentenario 22). Restituir la persona del hermano, la vivencia de la minoridad, es restituirle al Dios-Hijo, “... camino que conduce al Padre...” (Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 18), el don de su encarnación, tanto en su opción como en su modo de realizarlo.
§ Restituir la esperanza. En los últimos tiempos, hemos asistido al fallecimiento de un número significativo de hermanos, en los próximos años habrá un par sin profesiones solemnes, algo que no ocurría hace tiempo. A lo que sumamos, una serie de partidas de hermanos profesos solemnes de nuestro estilo vida. La disminución de hermanos, puede oscurecer otro aspecto significativo, el aumento del promedio de edad de los hermanos, ambas causas están detrás del cierre de casas, pero, también, detrás de los cansancios y desgastes de muchos de los hermanos. Son muchas las veces, en el que pesimismo frente al futuro se hace ver con frases irónicas, como “¿quién será el último que apague la luz?”.¿Qué significa restituir la esperanza? Significa, pues, volver a confiar en la presencia del Espíritu Santo en la conducción de la Orden, y por ende, de la Provincia, nada más significativo que el afiche de la celebración de los 800 años le tenga a Él escribiendo las líneas de la historia. La verdad es que no sabemos que va a acontecer con nosotros, ni con la Provincia, ni con la Orden ¿Existirán en 20 o en 100 años? Pero, sí sabemos, desde la fe, que el futuro esta asegurado por el Dios-Espíritu Santo y que será llevada a su plenitud. Una fraternidad-en-misión que tenga claro esto, no debe temer ni a la merma, ni a la disminución de frailes, incluso, ni a su posible desaparición, y, por ende, se vuelve libre, porque se relativiza ella y las obras que le están asociadas, todo en ella es un medio, uno entre muchos suscitados por Dios, para llevar a la salvación. Libre de la tentación de volverse un ídolo necesario, puede hacerse libre para denunciar las estructuras idolátricas de la sociedad, el consumismo, el mercado, la violencia de los poderosos, y también, las estructuras idolátricas dentro de la misma Iglesia, muchas veces presentada como la guardiana del orden establecido y acomodada en sus seguridades e instituciones. El profetismo de nuestra vida exige ser hombres abiertos a la esperanza de un futuro mejor asegurado en Dios, pero que podemos y debemos ir develando en nuestro hoy, ser profeta es ser hermanos menores comprometidos con la realidad social y ecológica, y maestros de esperanza (Cf Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 27). Un hermano menor con esperanza puede caminar al lado de los pobres y de los ricos, como un hombre liberado y liberador, protagonista de su y de la historia, siendo testimonio de lo verdaderamente absoluto, el proyecto de Dios que ya es pero que aún no se plenifica, y con su estilo de vida en comunión eclesial y social desenmascarar los sucedáneos que gustan hacerse pasar por lo absoluto, entre ellos, la centralidad en el progreso económico, éste “... es un medio necesario que debe ser puesto al servicio... del hombre... Medir el desarrollo de un país sólo por los indicadores económicos, por el crecimiento de su producción o por el ancho de sus carreteras, es empequeñecer la visión de la persona humana y de la vida en sociedad...” (Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Chilena (CECH), 2004. En camino al bicentenario 23), la misma historia guiada por el Espíritu se encarga de mostrar las fisuras de este desarrollo meramente materialista, son los jóvenes de la educación media que has dado la lucha por revindicar el derecho a una educación de calidad, o los deudores hipotecarios o los pobladores que ven su sueño, la casa propia, convertida en una pesadilla, luego de la primera lluvia, sus instrumentos; a ellos debemos llegar como maestros de esperanza para develar la unión paradójica entre la justicia de sus luchas y a las ambigüedades de toda realización humana, ellas se acerca al ideal en la misma medida en que se aleja; predicándoles la Buena Nueva: sus búsquedas, sus luchas y sus reivindicaciones son las de Dios y que con, por y en Él serán colmadas. Pararnos frente al mundo, de este modo, exige de nosotros una conversión continua de nuestras estructuras mentales e institucionales, pues entre nosotros hay “... obstáculos de naturaleza estructural. Unos nacen del sistema económico neoliberal y de su cultura que va penetrando nuestras mentes e influyendo en nuestras actitudes y criterios impidiéndonos asumir una posición evangélicamente critica ante el mismo. Y sin ello es imposible una acción profética. Otros surgen de las mismas estructuras y estilos de organización de nuestras. Entidades, que, con frecuencia, son excesivamente rígidos y no responden ya a las exigencias de nuestra época. Dificultan la creatividad que exigen las respuestas a los nuevos desafíos. Por otra parte, el modelo económico de la mayoría de nuestras Entidades y los mismos procesos formativos no ayudan, muchas veces...” (José Rodríguez Carballo, 2006. Abrazando a los excluidos de hoy. II Congreso de JPIC de la OFM). Restituir la esperanza es devolver al Dios-Espíritu con palabras y ejemplo su acompañar la historia de los hombres y mujeres creyentes en el transcurso del tiempo “... de acuerdo con las necesidades de la Iglesia y del mundo...” (Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 19) .
§ Restituir la fraternidad. Desde la Iglesia primitiva recogemos el núcleo de la vivencia del amor cristiano, “...en la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 20). Una de las pobrezas más lamentables en nuestro estilo de vida es la carencia de amor y confianza, se manifiesta en nuestros sistemas informales de información, rumores y comentarios de pasillos; la descalificación del otro que niega la posibilidad de la conversión y del cambio de vida; la falta de asertividad en nuestras relaciones, pocas cosas decimos en la cara. Sin amor no puede haber verdadera fraternidad, pueden haber hombres que viven en un lugar o en una casa unidos por un vínculo jurídico, que las constituya como una fraternidad-de-derecho, pero eso no los obligará a unirse integralmente. La fraternidad franciscana nace de la experiencia de amor de Francisco, que se descubre encontrado por Jesús en la miseria de los leprosos, y que allí le habla, pero, el encuentro con Cristo no se queda en la cerrazón de un par, sino se abre a los más débiles y marginados, como amor preferente pero no excluyente, a los hermanos, a los demás creyentes en Cristo, a la humanidad toda y a toda creatura. La fraternidad es un proceso que quiere ir del encuentro en Cristo con los hermanos y la Creación a hacer otro Cristo al hermano encontrado-amado-amante. “... Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 17), esa es su meta, y para ello integra toda las dimensión humanas, afectivas, sociales y religiosas. La fraternidad-en-misión requiere al hermano pleno e integro, con su contexto, con sus límites y con sus aportes, supone que aquí ha sido encontrado, que su historia personal se ha hecho historia de salvación. Desde esta historia lo llama a “... un proceso continuo de crecimiento y conversión...”, en el cual pueda “... desarrollar su dimensión humana, cristiana y franciscana viviendo radicalmente el santo Evangelio en espíritu de oración y devoción, en fraternidad y minoridad” (RFF 2). Los desafíos de nuestra fraternidad son variados, por un lado, ella debe evitar convertirse en un obstáculo para la continuidad y el desarrollo del proceso de cada hermano, la falta de testimonio y el ateísmo práctico pueden frustrarlo, por otro lado, debe vigilar la profundización humana, cristiana y franciscana que cada hermano va viviendo en el caminar. La fraternidad debe responsabilizarse de la vida, éxitos y tropiezos, estos no le pueden ser indiferentes, ni mucho fuente de envidia o de “hacer astillas del árbol caído”. Ella es el proyecto del Padre dado a la humanidad por el Hijo en el Espíritu Santo, es el acto de confianza de Dios para con nosotros, nos llamó a construirla, pues en ella, somos testimonios de su amor, nosotros somos amados; testigos de su amor, los de acá y los de allá son amados; y sacramentos de su amor, por nosotros, y ojalá no a pesar de nosotros, se sigue operando la liberación/salvación del amor en los hombres y mujeres en nuestro tiempo y sociedad. La vivencia de la fraternidad es sobretodo responsabilidad frente a la credibilidad del proyecto de Dios, pues los seres humanos no creerán en las promesas de plenitud del Evangelio sino ven en esta tierra los atisbos de los cielos nuevos y de la tierra nueva, en donde la comunión fraterna tiene un protagonismo central; del mismo modo, la exigencia de hacer operativo, en este mundo, el amor a Dios en el amor al prójimo, no pasará a ser más que un discurso, sí de verdad no somos capaces de amarnos fraternalmente, de aprender a mirar al hermano y su historia “...no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 18). Del mismo modo, todo proyecto de solidaridad con los excluidos y marginados; de evangelización, parroquias o misiones, de refundación, de la Provincia, de la Orden, de la Iglesia, caerá en el descrédito sino esta enraizado en una práctica de amor visible de parte de los hermanos, la comunión fraterna puede no parecer necesaria en la formulación de muchas iniciativas personales de los hermanos, pero su ausencia es percibida y la incoherencia que emana de ella hace no creíble su realización, es del sentido común que desde ella “... misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 25b). Sólo desde el testimonio humano, cristiano y franciscano de la comunión fraterna desde donde podemos ayudar a la Iglesia chilena en construirse como “... signo visible del amor de Jesucristo en la historia, y este amor se expresa mediante la vivencia de un espíritu de comunión que muestre siempre el misterio de Dios y la vocación humana de vivir como una sola familia, fraterna y solidaria” (Comité Permanente del Episcopado, 2006. Acentuaciones 2006-2007. Orientaciones Pastorales “Si conocieras el Don de Dios” 25. Publicaciones de la CECH).Es, quizás, esta restitución la más difícil porque toca nuestras estructuras humanas más profundas y mueve a centrarme en el único que es absoluto, el Dios trino y uno, el único que tiene todas las respuestas, el único que puede dar sentido a la existencia y el único que no falla; a concentrarme en cuanto estoy amando a los que vivo y hasta donde estoy dispuesto a hacerlo, y no en cuanto soy amado y reconocido; y, a descentrarme, aceptar que no soy el centro de las preocupaciones ni de las iniciativas ni de las prioridades, salir de mi yo y de mis seguridades, para abrirme a la felicidad del hermano con y en Jesús. Esta restitución es fuente de las anteriores, pues esta dirigida a la Fuente de la divinidad, al Padre, cuyo llamado por gratuita iniciativa exige una “... respuesta de una entrega total y exclusiva” (Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 17).
[1] Se pone entre comillas, pues lo que queremos aportar no es una cosa sino una Persona, mejor dicho la experiencia de encuentro y la vivencia con Jesús al modo del hermano Francisco. Encuentro y vivencia con el Señor que nos llamó y nos envió (Cf. Mc 3); Señor que no vino por los sanos sino por los enfermos (Cf. Lc 5); Señor de la historia, Él es “Alfa y Omega” (Cf. Apoc 21); y, Señor que nos enseña a llamar al Dios “Abba” (Cf. Gál 4). Cuya ausencia en la vida es la peor de las pobrezas en la vida de personal y social, como recuerda la Beata Teresa de Calcuta, citada por Benedicto XVI en el Mensaje de Cuaresma del 2006.
[2] Con la siguiente reflexión no se pretende “espiritualizar” o bajar el perfil a la invitación directa del Ministro General a restituir los bienes materiales de los frailes a los pobres:
“• Cuidar que toda Entidad establezca formas concretas de expropiación y de restitución de nuestros bienes a los pobres, que son nuestros maestros y señores.
• Verificar en cada Fraternidad local el uso de nuestros espacios, buscando realizar opciones solidarias y generosas en el compartir” (José Rodríguez Carvallo, 2004. La Gracia de los Orígenes.)
Los franciscanos somos invitados a vivir un triple tiempo de jubileo, al interior de nuestra Orden la celebración de los 800 años de la aprobación de nuestra forma de vida; en este país en el que estamos insertos, el bicentenario de la independencia. Y, finalmente, en nuestra Provincia, estamos invitados no a celebrar un jubileo por venir sino uno ya presente, que nos convoca hoy, la supresión de la custodia de san José dependiente de nuestra Provincia de la Santísima Trinidad. Cada evento de esta historia humana y de salvación nos desafía a un nivel propio como hermanos menores. Los 800 años nos abren al desafío de actualizar nuestro carisma. “La celebración del VIII Centenario de la fundación de nuestra Fraternidad nos ofrece una oportunidad de gracia para recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirnos con confianza al futuro (cf. NMI 1b). Éste será nuestro modo de celebrar La gracia de los orígenes. Así, al inicio de este tercer milenio, los franciscanos queremos reafirmar nuestra firme voluntad de permanecer fieles a nuestro propio carisma, “viviendo en la Iglesia el Evangelio según la forma observada y propuesta por San Francisco” (CCGG 1 §1), pero recreándolo hoy a la luz de los desafíos de la vida franciscana” (José Rodríguez Carvallo, 2004. La Gracia de los Orígenes. En: http://www.ofm.org/ofmnews/ofmorg/00cent.php). El bicentenario nos recuerda el deber de ser constructores de una sociedad nueva, desde nuestro ser religiosos. “Ante la posibilidad de contribuir a la creación de una nueva sociedad nadie debería sustraerse de aportar al proyecto de país que quisiéramos llegar a formular. Especial responsabilidad y participación nos cabe a los cristianos, a la Iglesia toda, como seguidores de Jesús, en esta tarea” (Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Chilena (CECH), 2004. En camino al bicentenario 13. Publicación de la CECH). Y el presente encuentro, nos recuerda los rostros, nombres y tareas concretos de nuestra fraternidad-en-misión inserta en un territorio, cultura e historia, que con sus virtudes y sus limitaciones nos habla de una salvación/liberación que se opera en nuestro hoy, y que nos exigen “... una vida radicalmente evangélica, es decir: en espíritu de oración y devoción y en comunión fraterna; a dar testimonio de penitencia y minoridad; y abrazando en la caridad a todos los hombres, a anunciar el Evangelio al mundo entero, a predicar con las obras la reconciliación, la paz y la justicia y a mostrar un sentido de respeto hacia la creación” (CCGG 1§2). Por ello, este momento que vivimos pone en crisis la validez de todos nuestros discursos, pues sólo de la vivencia de una comunión fraterna, de la evangelización – o sea, ser buena noticia unos para otros-, del respeto a nuestra diversidad de orígenes, de edades, de generaciones, entre nosotros hermanos menores belgas, chilenos, del norte y de la Provincia, puede nacer una coherente construcción de una sociedad chilena que abrace al otro ciudadano como un hermano o hermana, más allá de su lugar geográfico o social, que ayude a superar esas odiosas y escandalosas brechas entre ricos y pobres, denunciadas por nuestros obispos en abril del año pasado. Y sólo, desde la actualización en lo local de los valores del franciscanismo tendrá sentido los 800 años de nuestra forma de vida, será celebración de un memorial, o sea, una nueva conversión de los seguidores de Francisco ante el leproso y el Cristo de san Damián, y un nuevo impulso carismático y purificador de la comunidad eclesial, y no una mera recordación de una fecha histórica, importante pero que no toca ni transforma el corazón ni el medio en que estamos insertos. Finalmente, lo que esta en juego es la credibilidad de nuestro carisma y sus valores, sólo sí nos ven vivirlos se harán atrayentes para otros hermanos y hermanas, lo que no redunda sólo en el aumento de vocaciones a los diversos institutos inspirados en el estilo de vida de Francisco, sino en el influir en el proceso social, político y económico del mundo, pero, además, habla de cuanto estamos convencidos de la veracidad del testimonio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el hermano Francisco, o sea, que lo vivido por Francisco y sus primeros compañeros es sacramento de salvación y liberación integral para cada uno de nosotros.
Este es el contexto en el que queremos aportar, queremos dar “algo” de la riqueza que en los 800 años de vivencia de la experiencia de Francisco nos ha sido manifestada, nos ha sido dado como un regalo que queremos viviéndolo compartirlo con la Iglesia y la sociedad chilena. En La Gracia de los Orígenes se propone que el año 2008-2009 tenga como motivación: “¡Restituyamos todo al Señor con las palabras y la vida!”, o sea se nos invita a convertir ese año en el año de la restitución. Desde una perspectiva bíblica es coherente celebrar un jubileo restituyendo, en el Antiguo Testamento esta fiesta conlleva la devolución del descanso de la tierra, de la misma tierra a quien la haya perdido, de la libertad (Cf. Lv 25). Jesús al proclamar su misión como el Año de gracia del Señor, lo proclama como un tiempo de restituir la libertad, la salud, la humanidad a quienes no la poseen o la habían perdido (Cf. Lc 4). En san Francisco, cuya vida desde su conversión se convierte en un tiempo permanente de gracia y jubileo, pues es el Señor quien lo invita a la conversión, por la conducción a los leprosos (Cf. Test 1-3), lo abre a la Iglesia (Cf. Test 4), al Evangelio y a los hermanos (Cf. Test 14), la restitución es un elemento central para entender su propuesta de vida. Para él, restituir es un deber del ser humano, es el reconocer a Dios como la única fuente de todo bien. “Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien de El procede. Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, posea, a El se le tributen y El reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las acciones de gracias y la gloria, suyo es todo bien; sólo El es bueno (cf. Lc 8,19)” (RnB 17, 17-18); y el modo de realizar esta acción es concreto, es “...con la palabra, y el ejemplo...” (Adm 7,4), pues, el “ejemplo” no es otra cosa que el seguimiento de Cristo, por ende no basta con predicar lo ya hecho por Él o sus discípulos, la predicación sin acción “... es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor...” (Adm 6,3). Al reconocer y devolver al Señor, lo que de por sí le pertenece, quien no quiere restituir se engaña, pues igual los bienes de los que se apropió indebidamente le serán arrebatados (Adm 18,2). La restitución aleja al hermano de la soberbia y de la autosuficiencia (Cf. Adm 7) y le ayuda a discernir lo que es de Dios y lo que es del César (Cf. Adm 11), así los hermanos menores puede habitar el mundo como hombres “... pacíficos y moderados, mansos y humildes...” (RB 3,11), sin escandalizarse ni del pecado ni de los estilos de vida diverso (Cf. RB 2,17) y abrazando a toda la creación, incluso la muerte, como hermana (Cántico). Ella, finalmente, nos permite a nosotros, que por nuestros pecados “...somos hediondos, miserables y contrarios al bien, pero prontos y voluntariosos para el mal...” (RnB 22,6), descubrir en el hermano, y en nosotros mismos, al Señor, que obra y dice el bien en la parroquia, en la casa o en el capítulo, por ello nada hay más grave que la envidia, que finalmente es una blasfemia contra Dios (Cf Adm 8).
Entonces, sí queremos aportar “algo”[1] a la Iglesia y a la sociedad chilena en el contexto actual, y a la Orden en su búsqueda de refundación, debemos restituir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, con la boca y el testimonio de vida en lo cotidiano, las muchas gracias dadas en estos 800 años de la forma de vida y en los más de 450 años de presencia en Chile. ¿Qué podemos restituir[2] los Hermanos Franciscanos de la Provincia de la Santísima Trinidad en estos tiempos?
§ Restituir la presencia de los hermanos en las diversas labores de solidaridad a lo largo de Chile. Una de las cosas que debemos sentirnos orgullosos es de la presencia en nuestra historia de hermanos franciscanos preocupados de los pobres y marginados, brillan por su santidad y vigencia testimonial fray Andresito y fray Pedro de Bardecci, con ellos muchos hermanos que se insertaron en la defensa de los indígenas en los tiempos de la colonia y de la “pacificación”, cierto, que visto desde hoy, puede ser criticable o incomprensibles ciertas posiciones o prácticas, pero que no niegan la validez de la intuición que los movió. En tiempos más cercanos, cada uno desde su posición, y no libres de ambigüedades, tuvimos presencia en la defensa de la vida y la dignidad humana en los tiempos del gobierno militar, y una presencia muy activa en la promoción de la dignidad de la Tierra, fuimos de las organizaciones fundadoras de una de las más emblemáticas organizaciones ecologistas chilenas, hoy lamentablemente alicaída, RENACE. A lo que deberíamos sumar una serie de actividades anónimas y silenciosas de nuestras comunidades, comedores, hogares estudiantiles, de ancianos, etc., todo ello habla de la conciencia profunda que, como hermanos menores, tenemos: esos rostros marginados nos hablan de Cristo y de su opción por encarnarse en un hombre pobre que murió en una cruz. Debemos agradecer a Dios, que esta intuición tan franciscana, “el pobre es Cristo”, cale profundamente en nuestra Iglesia chilena, cada cuaresma se manifiesta en el rostro de un hombre, mujer o niño empobrecido, al lado del rostro del Cristo de la Sábana de Turín, con el lema: “Este es Cristo”. Sin embargo, debemos reconocer que nuestra presencia en muchas de nuestras obras de solidaridad ha decaído en calidad, no son pocas en las que no tenemos presencia real, son laicos y laicas las que se llevan el trabajo y a lo más nos encargamos de lo “administrativo” o de las “relaciones públicas”. Necesitamos hoy día restituir la presencia de la persona del hermano y de la fraternidad en las acciones solidarias, esto es una propuesta y una insistencia en el magisterio del actual pontífice (Cf. Benedicto XVI, 2006. Mensaje de cuaresma 2006 y Deus Caritas est 34), teniendo como programa el propuesto por Juan Pablo II a la Iglesia de América ir desde “... la asistencia...” hacia la “...promoción, liberación y aceptación fraterna...” (Juan Pablo II, 1999. Ecclesia in America 58) del marginado. ¿Qué puede ser más desafiante, para nosotros, que tener como tarea en nuestra refundación el ser puentes de fraternidad entre las mayorías empobrecidas con las minorías enriquecidas? Ser puentes para que se acepten como lo que son, hermanos. La tarea de nuestra solidaridad exige, además, ir desde la acción a la reflexión del porque de los marginados en nuestra sociedad, no basta con tener obras y atenderlas, debemos preguntarnos, e indignarnos éticamente, al descubrir los rostros humanos, aunque sea nuestro propio rostro, detrás de los procesos deshumanizadores de la pobreza, la marginación y la brecha escandalosa entre ricos y pobres. Para ello debemos encontrarnos con otros hombres y mujeres, que desde la fe o desde otros lugares, están encaminados a buscar soluciones con y desde la organización de los excluidos. “...Es necesario ponerse al servicio del protagonismo de los pobres, de modo que no sólo se hagan cosas para los pobres sino que se hagan con y desde los pobres. Su dignidad exige que sean protagonistas de su desarrollo...” (Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Chilena (CECH), 2004. En camino al bicentenario 22). Restituir la persona del hermano, la vivencia de la minoridad, es restituirle al Dios-Hijo, “... camino que conduce al Padre...” (Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 18), el don de su encarnación, tanto en su opción como en su modo de realizarlo.
§ Restituir la esperanza. En los últimos tiempos, hemos asistido al fallecimiento de un número significativo de hermanos, en los próximos años habrá un par sin profesiones solemnes, algo que no ocurría hace tiempo. A lo que sumamos, una serie de partidas de hermanos profesos solemnes de nuestro estilo vida. La disminución de hermanos, puede oscurecer otro aspecto significativo, el aumento del promedio de edad de los hermanos, ambas causas están detrás del cierre de casas, pero, también, detrás de los cansancios y desgastes de muchos de los hermanos. Son muchas las veces, en el que pesimismo frente al futuro se hace ver con frases irónicas, como “¿quién será el último que apague la luz?”.¿Qué significa restituir la esperanza? Significa, pues, volver a confiar en la presencia del Espíritu Santo en la conducción de la Orden, y por ende, de la Provincia, nada más significativo que el afiche de la celebración de los 800 años le tenga a Él escribiendo las líneas de la historia. La verdad es que no sabemos que va a acontecer con nosotros, ni con la Provincia, ni con la Orden ¿Existirán en 20 o en 100 años? Pero, sí sabemos, desde la fe, que el futuro esta asegurado por el Dios-Espíritu Santo y que será llevada a su plenitud. Una fraternidad-en-misión que tenga claro esto, no debe temer ni a la merma, ni a la disminución de frailes, incluso, ni a su posible desaparición, y, por ende, se vuelve libre, porque se relativiza ella y las obras que le están asociadas, todo en ella es un medio, uno entre muchos suscitados por Dios, para llevar a la salvación. Libre de la tentación de volverse un ídolo necesario, puede hacerse libre para denunciar las estructuras idolátricas de la sociedad, el consumismo, el mercado, la violencia de los poderosos, y también, las estructuras idolátricas dentro de la misma Iglesia, muchas veces presentada como la guardiana del orden establecido y acomodada en sus seguridades e instituciones. El profetismo de nuestra vida exige ser hombres abiertos a la esperanza de un futuro mejor asegurado en Dios, pero que podemos y debemos ir develando en nuestro hoy, ser profeta es ser hermanos menores comprometidos con la realidad social y ecológica, y maestros de esperanza (Cf Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 27). Un hermano menor con esperanza puede caminar al lado de los pobres y de los ricos, como un hombre liberado y liberador, protagonista de su y de la historia, siendo testimonio de lo verdaderamente absoluto, el proyecto de Dios que ya es pero que aún no se plenifica, y con su estilo de vida en comunión eclesial y social desenmascarar los sucedáneos que gustan hacerse pasar por lo absoluto, entre ellos, la centralidad en el progreso económico, éste “... es un medio necesario que debe ser puesto al servicio... del hombre... Medir el desarrollo de un país sólo por los indicadores económicos, por el crecimiento de su producción o por el ancho de sus carreteras, es empequeñecer la visión de la persona humana y de la vida en sociedad...” (Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Chilena (CECH), 2004. En camino al bicentenario 23), la misma historia guiada por el Espíritu se encarga de mostrar las fisuras de este desarrollo meramente materialista, son los jóvenes de la educación media que has dado la lucha por revindicar el derecho a una educación de calidad, o los deudores hipotecarios o los pobladores que ven su sueño, la casa propia, convertida en una pesadilla, luego de la primera lluvia, sus instrumentos; a ellos debemos llegar como maestros de esperanza para develar la unión paradójica entre la justicia de sus luchas y a las ambigüedades de toda realización humana, ellas se acerca al ideal en la misma medida en que se aleja; predicándoles la Buena Nueva: sus búsquedas, sus luchas y sus reivindicaciones son las de Dios y que con, por y en Él serán colmadas. Pararnos frente al mundo, de este modo, exige de nosotros una conversión continua de nuestras estructuras mentales e institucionales, pues entre nosotros hay “... obstáculos de naturaleza estructural. Unos nacen del sistema económico neoliberal y de su cultura que va penetrando nuestras mentes e influyendo en nuestras actitudes y criterios impidiéndonos asumir una posición evangélicamente critica ante el mismo. Y sin ello es imposible una acción profética. Otros surgen de las mismas estructuras y estilos de organización de nuestras. Entidades, que, con frecuencia, son excesivamente rígidos y no responden ya a las exigencias de nuestra época. Dificultan la creatividad que exigen las respuestas a los nuevos desafíos. Por otra parte, el modelo económico de la mayoría de nuestras Entidades y los mismos procesos formativos no ayudan, muchas veces...” (José Rodríguez Carballo, 2006. Abrazando a los excluidos de hoy. II Congreso de JPIC de la OFM). Restituir la esperanza es devolver al Dios-Espíritu con palabras y ejemplo su acompañar la historia de los hombres y mujeres creyentes en el transcurso del tiempo “... de acuerdo con las necesidades de la Iglesia y del mundo...” (Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 19) .
§ Restituir la fraternidad. Desde la Iglesia primitiva recogemos el núcleo de la vivencia del amor cristiano, “...en la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 20). Una de las pobrezas más lamentables en nuestro estilo de vida es la carencia de amor y confianza, se manifiesta en nuestros sistemas informales de información, rumores y comentarios de pasillos; la descalificación del otro que niega la posibilidad de la conversión y del cambio de vida; la falta de asertividad en nuestras relaciones, pocas cosas decimos en la cara. Sin amor no puede haber verdadera fraternidad, pueden haber hombres que viven en un lugar o en una casa unidos por un vínculo jurídico, que las constituya como una fraternidad-de-derecho, pero eso no los obligará a unirse integralmente. La fraternidad franciscana nace de la experiencia de amor de Francisco, que se descubre encontrado por Jesús en la miseria de los leprosos, y que allí le habla, pero, el encuentro con Cristo no se queda en la cerrazón de un par, sino se abre a los más débiles y marginados, como amor preferente pero no excluyente, a los hermanos, a los demás creyentes en Cristo, a la humanidad toda y a toda creatura. La fraternidad es un proceso que quiere ir del encuentro en Cristo con los hermanos y la Creación a hacer otro Cristo al hermano encontrado-amado-amante. “... Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 17), esa es su meta, y para ello integra toda las dimensión humanas, afectivas, sociales y religiosas. La fraternidad-en-misión requiere al hermano pleno e integro, con su contexto, con sus límites y con sus aportes, supone que aquí ha sido encontrado, que su historia personal se ha hecho historia de salvación. Desde esta historia lo llama a “... un proceso continuo de crecimiento y conversión...”, en el cual pueda “... desarrollar su dimensión humana, cristiana y franciscana viviendo radicalmente el santo Evangelio en espíritu de oración y devoción, en fraternidad y minoridad” (RFF 2). Los desafíos de nuestra fraternidad son variados, por un lado, ella debe evitar convertirse en un obstáculo para la continuidad y el desarrollo del proceso de cada hermano, la falta de testimonio y el ateísmo práctico pueden frustrarlo, por otro lado, debe vigilar la profundización humana, cristiana y franciscana que cada hermano va viviendo en el caminar. La fraternidad debe responsabilizarse de la vida, éxitos y tropiezos, estos no le pueden ser indiferentes, ni mucho fuente de envidia o de “hacer astillas del árbol caído”. Ella es el proyecto del Padre dado a la humanidad por el Hijo en el Espíritu Santo, es el acto de confianza de Dios para con nosotros, nos llamó a construirla, pues en ella, somos testimonios de su amor, nosotros somos amados; testigos de su amor, los de acá y los de allá son amados; y sacramentos de su amor, por nosotros, y ojalá no a pesar de nosotros, se sigue operando la liberación/salvación del amor en los hombres y mujeres en nuestro tiempo y sociedad. La vivencia de la fraternidad es sobretodo responsabilidad frente a la credibilidad del proyecto de Dios, pues los seres humanos no creerán en las promesas de plenitud del Evangelio sino ven en esta tierra los atisbos de los cielos nuevos y de la tierra nueva, en donde la comunión fraterna tiene un protagonismo central; del mismo modo, la exigencia de hacer operativo, en este mundo, el amor a Dios en el amor al prójimo, no pasará a ser más que un discurso, sí de verdad no somos capaces de amarnos fraternalmente, de aprender a mirar al hermano y su historia “...no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 18). Del mismo modo, todo proyecto de solidaridad con los excluidos y marginados; de evangelización, parroquias o misiones, de refundación, de la Provincia, de la Orden, de la Iglesia, caerá en el descrédito sino esta enraizado en una práctica de amor visible de parte de los hermanos, la comunión fraterna puede no parecer necesaria en la formulación de muchas iniciativas personales de los hermanos, pero su ausencia es percibida y la incoherencia que emana de ella hace no creíble su realización, es del sentido común que desde ella “... misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 25b). Sólo desde el testimonio humano, cristiano y franciscano de la comunión fraterna desde donde podemos ayudar a la Iglesia chilena en construirse como “... signo visible del amor de Jesucristo en la historia, y este amor se expresa mediante la vivencia de un espíritu de comunión que muestre siempre el misterio de Dios y la vocación humana de vivir como una sola familia, fraterna y solidaria” (Comité Permanente del Episcopado, 2006. Acentuaciones 2006-2007. Orientaciones Pastorales “Si conocieras el Don de Dios” 25. Publicaciones de la CECH).Es, quizás, esta restitución la más difícil porque toca nuestras estructuras humanas más profundas y mueve a centrarme en el único que es absoluto, el Dios trino y uno, el único que tiene todas las respuestas, el único que puede dar sentido a la existencia y el único que no falla; a concentrarme en cuanto estoy amando a los que vivo y hasta donde estoy dispuesto a hacerlo, y no en cuanto soy amado y reconocido; y, a descentrarme, aceptar que no soy el centro de las preocupaciones ni de las iniciativas ni de las prioridades, salir de mi yo y de mis seguridades, para abrirme a la felicidad del hermano con y en Jesús. Esta restitución es fuente de las anteriores, pues esta dirigida a la Fuente de la divinidad, al Padre, cuyo llamado por gratuita iniciativa exige una “... respuesta de una entrega total y exclusiva” (Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 17).
[1] Se pone entre comillas, pues lo que queremos aportar no es una cosa sino una Persona, mejor dicho la experiencia de encuentro y la vivencia con Jesús al modo del hermano Francisco. Encuentro y vivencia con el Señor que nos llamó y nos envió (Cf. Mc 3); Señor que no vino por los sanos sino por los enfermos (Cf. Lc 5); Señor de la historia, Él es “Alfa y Omega” (Cf. Apoc 21); y, Señor que nos enseña a llamar al Dios “Abba” (Cf. Gál 4). Cuya ausencia en la vida es la peor de las pobrezas en la vida de personal y social, como recuerda la Beata Teresa de Calcuta, citada por Benedicto XVI en el Mensaje de Cuaresma del 2006.
[2] Con la siguiente reflexión no se pretende “espiritualizar” o bajar el perfil a la invitación directa del Ministro General a restituir los bienes materiales de los frailes a los pobres:
“• Cuidar que toda Entidad establezca formas concretas de expropiación y de restitución de nuestros bienes a los pobres, que son nuestros maestros y señores.
• Verificar en cada Fraternidad local el uso de nuestros espacios, buscando realizar opciones solidarias y generosas en el compartir” (José Rodríguez Carvallo, 2004. La Gracia de los Orígenes.)
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