16 de junio de 2011

Comentario a los Evangelios del mes de Junio 2011

Publicado en Revista "Nuestro Camino" del mes de Junio de 2011

Fecha Pentecostés 12 de junio 2011

Título: En ti hay algo de Dios, vive como un creyente habitado por ese Don.

Textos bíblicos: Hech 2, 1-11; Salm 103; 1 Cor 12, 3-7; Jn 20,19-23

Comentario al Evangelio.

La fiesta de la Ascensión del Señor que acabamos de celebrar el Domingo pasado, expresa una verdad de fe, en Dios hay humanidad, decir que Jesús, en cuerpo y espíritu, esta sentado a la derecha del Padre, o sea, que comparte su Gloria y su Poder, es decir que en el seno de la Trinidad la corporalidad y la experiencia, afectiva, social, cultural, etc., de existir como ser humano es conocida e integrada a la divinidad. En Dios hay algo de ti, como de toda la creación, pues el hombre es la síntesis del cosmos, tanto en lo físico como en lo espiritual. Pentecostés, que celebramos hoy, cierra una circularidad, así como en Dios hay algo de ti, en ti hay algo de Dios, ese Espíritu dado por el resucitado a todos los creyentes y trasmitido por la Iglesia por la imposición de manos al que es bautizado. Este Espíritu nos hace a todos iguales en dignidad, más allá de las válidas diferencias funcionales en la Iglesia, por eso cada bautizado puede dirigirse propiamente a su Padre del cielo, puede interceder por otros, puede bendecir a sus hijos o acceder al perdón paterno de Dios o fraterno con los miembros de su familia o su comunidad, en el ejercicio de una piedad verdadera, a la que es movido por el amor de Dios y el empeño por enmendar el daño realizado. Por este Espíritu somos verdadero pueblo sacerdotal y nación santa.

Este Espíritu disipa los temores del corazón, expresados en el Evangelio en esas puertas cerradas de los discípulos, “por temor a los judíos”, la verdad es que no temen a los judíos sino a perder la vida en sus manos, a ser maltratados o vejados; este Espíritu es el que nos convence de la resurrección del Maestro, la muerte no tiene la última palabra, hará de estos hombres cobardes, encerrados, testigos hasta dar la vida. El Espíritu hace de hombres y mujeres cobardes y temerosos, mártires. El martirio, que es dar la vida o desgastarla sin esperar recompensa de tu prójimo, nace desde tu interior, aquel que es el don de Dios en ti, te impulsa a la generosidad, a compartir, a la solidaridad, te convence que vale la pena sacrificarte, hacerte sagrado o hacer sagrado al otro, tu vida se hace sacramento de salvación, porque disipados los miedos al que dirán o que pensarán de mí, o a la muerte, o a los desafíos del futuro, porque sabes que el mañana esta asegurado en el triunfo de Jesús puedes entregarte a los demás, porque te sabes en manos de Aquel que nunca te abandonara a la muerte o a la soledad. El Espíritu desde tu corazón se hace luz que ilumina las tinieblas de tu corazón y te da fe recta y esperanza perfecta en el amor de tu Padre.

Este Espíritu te da la Paz, un corazón reconciliado invitado al perdón y a la alegría, que son sus consecuencias. La reconciliación no es acto mágico sino un proceso en cada creyente, reconciliación con el prójimo, que parte con no desear el mal a quien te ha maltratado o negado el válido amor que esperas, sea un padre, sea de una madre, sea un hijo o hija, de un vecino, de un hermano, de tu sociedad o de tu Iglesia, de ese piso comienza a elevarse hacia caminos más profundos, que te van a permitir aceptando al otro con su carácter, con su historia, con sus oscuridades, aceptación que te abrirán al don de Dios presente en aquel que te ha ofendido. El hombre o la mujer lleno de rencor no tendrá nunca paz, porque no puede pensar bien o esperar el bien del otro, se pierde la dulzura de la sorpresa de las caricias de Dios, que vienen del prójimo, por eso, un creyente lleno del Espíritu de Dios es portador y constructor de la Paz, felices los constructores de la paz porque ellos. Felices porque descubren que esa paz es inspirada desde tu corazón iluminado por el don de Quien te habita e impulsa. No te resistas, no tengas miedo, a su presencia o a sus exigencias.

Preguntas

¿A pesar de mi pequeñez y fragilidad, tengo conciencia de ser habitado por el Espíritu de Dios? ¿Cuáles son los temores que aún este Espíritu debe disipar en mi corazón para ser más santo en vida? ¿Soy un cristiano de perdón y alegría en mi vida diaria?

Fecha: Santísima Trinidad 19 de junio 2011

Título: El Padre te amó, el Hijo se entregó por ti, el Espíritu ha sido enviado para tu corazón. Todo un Dios a tu servicio.

Textos bíblicos: Éx 34, 4-6.8-9; {salm} Dan 3, 52-56; 2 Cor 13, 11-13; Jn 3,16-18.

Comentario al Evangelio.

Las palabras claves del Evangelio de este domingo son: Amó, entregó y envió a su Hijo al mundo. La Trinidad es una comunidad con una finalidad, amar lo que se ha creado, toda la creación tiene como fin ser el lugar donde Dios ponga su amor y toda su bondad, y ese amor se expresa en la salvación, cada cosa y cada persona es sostenida en el mundo y no arrojada a la existencia. Es uno el que te ama y un uno no cerrado en sí mismo sino abierto en sí y para todo lo creado, ese es el misterio del amor, cuando se ama se divide sin perder consistencia, el que ama puede amar a muchos o a uno con la misma intensidad si perder nada de sí mismo, dividir el amor es distinto de dividir una torta, en donde al repartirse va quedando nada, cuando se divide el amor se produce el milagro, mientras mas se da o reparte más va quedando. Por lo tanto, cuando el Padre ama al mundo, le entrega lo que más quiere a su Hijo, una entrega que se da primero en la Creación, entrega a cada criatura y en particular al ser humano la impronta el sello del rostro del amado, esa es la imagen presente en la pequeña molécula de polvo cósmico o en la complejidad del hombre o de la mujer, a quien le es agregado el don de la semejanza, la última creatura es capaz de amar como el Padre. Entonces, cuando el Padre mira a cualquiera de sus creaturas ve a su Hijo. Una entrega que se da en la salvación, todo lo creado no esta destinado a la nada sino destinado a la comunión plena con su creador, así como el Padre no puede dejara a su Hijo en la muerte y lo resucita, no puede dejar que ninguno de los suyos se quede en el silencio y la desolación del valle de las tinieblas, del sin sentido o de la muerte, el Padre por el Hijo da sentido a la vida, expresado en el modo de vida enseñado y testimoniado por Jesús, tu vida tiene norte cuando abrazas al otro como un hermano y estas dispuesto a desgastar y incluso a darla por los derechos, la dignidad o la felicidad suya. Del mismo modo que la muerte, ni los poderes o egoísmos que la provocaron, tuvieron la última palabra en Jesús, la fe en el amor del Padre por el Hijo, y por quienes llevan su signo, enseña que tampoco la tendrá en tu vida ni en la existencia de todo lo creado. La entrega del Hijo por parte del Padre mira a esa salvación universal y cósmica, que paso por la cruz y la resurrección, la primera como opción del hombre y su egoísmo, y la segunda como opción del Padre y su amor, que es más fuerte que cualquier egoísmo, pecado o poder. La entrega va unida al envío, para ser coherentes, debemos decir que sí el amor es apertura no basta con sentirlo o experimentarlo, como yo y mi Dios, o yo y mi altar, o yo mis oraciones o mi misa, sino que debe ser compartido como solidaridad y testimonio de palabra y de actos en la Iglesia y la sociedad, quienes han sido marcados por el sello del Hijo deben comportarse a la altura del don.

Y ¿Quién permite que ese amor sea descubierto e impulsado? Cuando alguien ama o es amado, el vínculo puede ser invisible, pero no por ello inexistente, existe un medio o un mediador entre el amado y el amante y ese es el Espíritu Santo. Él es el vinculante, cuando el Padre mira al Hijo y en Él mira al ser humano y a toda creatura, y ama y salva, esa mirada bondadosa es posible gracias a este Espíritu. Cuando el Hijo devuelve el amor recibido, entregándose como ofrenda agradable al Padre en su solidaridad con toda naturaleza caída y esclava de su egoísmo, va allí nuestros esfuerzos por amar con raíces y profundidad al prójimo. El Hijo lleva al Padre tu solidaridad, tu compartir, tu sufrimiento unido al amor, incomprensiones, abandonos, traiciones que conlleva el darse a los demás, es el mismo Espíritu el que lo permite. La Trinidad es comunidad de salvación para ti y todo lo creado.

Preguntas

¿Cuál es mi imagen de Dios, un Dios castigador o un Dios amante? ¿Cómo responder al amor de un Dios puesto a mi servicio? ¿Puedo hacer del milagro trinitario, dividir para multiplicar el amor, un proyecto en mi vida? ¿Tengo conciencia de que todo el bien que me es regalado y el cual comparto va y viene de la dinámica trinitaria del Padre que ama a su Hijo en el Espíritu Santo y de este Hijo que responde a este amor en el Espíritu Santo al Padre? ¿Qué significa escuchar que Dios me mira como su Hijo?

Fecha Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. 26 de Junio 2011

Título: Caminando hacia una coherencia eucarística transformaremos nuestro corazón, nuestra Iglesia, nuestra sociedad.

Textos bíblicos: Deut 8,2-3; Salm 147; 1 Cor 10, 16-17; Jn 6, 51-58

Comentario al Evangelio.

Una de las primeras imágenes caricaturescas de los cristianos, de las cuales hoy abundan mucho, es la de tener un culto antropófago, se leía de modo literal esto de comer la carne o beber la sangre de Cristo, era uno de los argumentos para desprestigiarlos o justificar las persecuciones. La Eucaristía, compartir el cuerpo y la sangre de Cristo, nos inserta en lo materno de Dios ¿Cuál es la experiencia humana en donde somos alimentados por la carne y la sangre de otro? ¿no es acaso nuestra experiencia en el vientre de la madre? Una madre por nueve meses alimenta con su cuerpo y con su sangre el don de la vida que porta en su interior, entonces, cada vez que estamos y participamos de la comunión volvemos al seno materno de Dios, de donde hemos venidos. La Eucaristía es la respuesta a Nicodemo, sí hermano es posible para un ser humano joven o viejo, volver al vientre de su madre.

El Evangelio de este Domingo nos invita a la comunión con Cristo, quien no come su cuerpo y no bebe su sangre no tendrá acceso al dulcísimo don de la salvación. Esta comunión no puede ser restringida sólo a la de la misa, pasa por ella, pero no se agota en ella. Nuestro Dios sería incoherente al manifestar una salvación cósmica y universal, que tuviese o se agotase en una sola puerta abierta, la comunión eucarística. Debemos reflexionar, invitados por Benedicto XVI, en nuestra coherencia eucarística, un tema que desde los orígenes ha provocado discusiones. La Iglesia primitiva debió frenar el ritualismo de la fracción del pan, no eran pocas las comunidades en donde se sentía suficiente participar de la liturgia pero no unir el pan partido y compartido con la vida, esta tentación de divorcio entre lo celebrado y lo vivido debe ser superada por cada generación que comparte la fe. Pablo frente a esta tentación en la comunidad de los Corintos, les recuerda que partir el pan en el altar debe ser signo de buscar ser una verdadera comunidad de hermanos que supera las diferencias sociales, permanecer en el Señor es buscar destruir las estructuras de muerte y división, cuyo origen es el odio, según el Apóstol, que impiden ver y actuar frente al otro, con una mirada y un encuentro fraterno. San Juan, en su Evangelio, nos recuerda que el Pan bajado del Cielo, no vino a ser señor del mundo sino servidor en éste, la Eucaristía es ponerse a lavar los pies a sus discípulos e invitados a hacer lo mismo con los que vendrán. Hacen Eucaristía, en esta línea, san Francisco de Asís y su cuidado por los leprosos; San Alberto Hurtado y su cuidado por los niños bajo los puentes de Santiago; la beata Teresa de Calcuta y su cuidado por los moribundos y los abandonados en la India. La coherencia eucarística parte de allí, partir el pan no basta sino existe la voluntad de compartirlo, esto abre a una espiritualidad renovada, que se siente hermano de todos y de todo, pero con voluntad de servir como madre a esos hermanos encontrados y descubiertos. La Solidaridad es el primer camino para vivir una Comunión del Cuerpo y la Sangre con raíces y sentido. Por lo tanto, si tenemos hermanos, por razones que no juzgamos, que no pueden participar de la comunión litúrgica, los podemos invitar a una comunión solidaria con los más necesitados de tu barrio o de tu comunidad.

Frente a la comunión debemos reconocer, que no son pocos los que sienten que basta comer el pan o beber el vino eucaristizados, sin que esto exija un cambio en su vida, un cambio en sus relaciones sociales, laborales, ecológicos; otros, sienten que porque se les ha pedido no comulgar litúrgicamente, ya no son parte de la Iglesia, olvidando los demás caminos de salvación, la comunión espiritual y la solidaria. La invitación es ir caminando como Iglesia hacia una coherencia eucarística, que sea capaz de desafiar y transformar la propia Iglesia y el mundo, que apunte a la fraternidad como norte y a la solidaridad como motor de sus relaciones. Así ese amor paterno y materno de Dios podrá ser más visible en nuestra actualidad.

Preguntas

¿Cómo está mi coherencia eucarística? ¿Descubro a la Eucaristía como la fuerza que me impulsa a mi compromiso con los demás? ¿Cómo ayudo a quienes no pueden acercarse al altar a la comunión a vivir la comunión espiritual y solidaria? ¿O simplemente los margino o los excluyo de mis preocupaciones?

Fecha 3 de Julio de 2011. 14º Domingo durante el año

Título:

Textos bíblicos:

Comentario a las lecturas.

Hemos vuelto al tiempo de la esperanza, al tiempo de gracia en donde en lo ordinario de la vida y del paso del calendario nuestro Dios nos acaricia con su ternura y nos regala el don de las eternas oportunidades, marcado por el verde litúrgico, que nos acompañara hasta el adviento.

¿Cuáles son esas cosas sencillas ocultas a sabios y reveladas a los pequeños? ¿Es que Dios discrimina entre las personas? Las cosas sencillas se descubren en la vida pública de Jesús, el Padre es un Dios cercano que se mueve por la misericordia y que ha puesto todo su empeño, y el de su Hijo y su Espíritu, en función del proyecto de crear, sostener y salvar lo que nacido de su amor. La cercanía se manifiesta: en sentarse a la mesa de pecadores y publicanos, no tener ser contados entre ellos; en quedarse en lo cotidiano del pan y en asumir la alegría de la fiesta que se expresa en el vino; en quedarse colgado de un madero, como una de las tantas víctimas inocentes sacrificados en los altares o cruces del poder, del prestigio, de la seguridad de unos pocos; en ser resucitado, Dios tiene un lado, el de las víctimas. Esta cercanía, según algunos que creen saber les parece abiertamente insultante, ofensivo o peligroso, la verdadera sabiduría consiste, desde aquí, no en conocer mucha información y ser capaz de entenderla, poseerla o manipularla, sino saber vivir en espíritu fraterno con los demás, lo cual sólo se puede lograr en la adhesión al Hijo, que conoce y da a conocer el verdadero rostro del Padre. Esto toma una actualidad profunda hoy día, la interconectividad que vivimos, gran número de celulares y de conexiones a internet, nos han hecho más cercanos más no más hermanos, curiosamente estar más cercanos nos ha hecho más solitarios, egoístas e indiferentes, casi nada nos asombra. El Evangelio de hoy invita a volver a lo central de la fe y de la vida, a descubrirnos hermanos en la cercanía del Dios trinitario, que se manifiesta en la paciencia y humildad de corazón, a descubrirlo como un don para ser compartido, no debemos evangelizar desde los datos de la fe sino, primeramente, desde el testimonio de la vida en donde descubrir al otro hermano, exige ocuparse y preocuparse de él. Invita, también, a demoler los ídolos de nuestras falsas sabidurías que invitan a afirmar la vida en los sucedáneos que nacen del egoísmo, la autosuficiencia, el arribismo, la acumulación… esas sabidurías nos llevaran a radicalizar la soledad y la indiferencia, que nada tienen que ver con Jesús y su proyecto, por eso, la fe es camino para los cansados y afligidos, que han descubierto no como una desgracia sino como una oportunidad su momento, sólo cuando la necesidad se hace manifiesta, en la crisis, en la enfermedad, en la soledad, el hombre o la mujer pueden revisar sus estructuras valóricas y preguntarse porque vale la pena vivir, e incluso morir. Enseñar a saber vivir, es hoy la gran tarea de la pastoral, en todas sus dimensiones, de la Iglesia.

Preguntas

¿Me siento un hombre o mujer sabia a la luz del Evangelio? ¿Voy tras Jesús con mis agobios y dolores? ¿Vivo mis malestares como una desgracia o como la oportunidad de dejarme encontrar por Quien me ama hasta dar la vida por mí? ¿Cuán hermano me siento en mi familia, en mi comunidad y en mi barrio?

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