Hno.
Manuel Alvarado S., ofm
Curso
de Identidad franciscana Centro Franciscano 2014
Dos son las claves dialogadas en los
encuentros anteriores, Israel en el Testamento Común se define desde la
experiencia histórica de una Alianza, siempre cumplida por parte de Yahveh, oye
el clamor de su pueblo y actúa en su favor, y con un cumplimiento en tensión,
por parte del pueblo elegido, todo ello ocurre en el escenario de la historia.
Con la irrupción de Jesús, Verbo encarnado en la historia, la identidad se
construye desde la experiencia transformadora del encuentro personal con Él,
encuentro que tiene variopintas formas y mediaciones. Con este trasfondo entraremos
a buscar la identidad encontrada en Francisco y Clara, para ello nos serviremos
de dos ayudas, primeros de algunos de sus escritos, particularmente las
Admoniciones (desde aquí Ad) y la segunda redacción de la Carta a los Fieles de
San Francisco de Asís (desde aquí 1CII); y de la tercera carta de santa Clara a
Inés de Praga (desde aquí Cl3C); y haremos una búsqueda icónica, es decir, al
leerlas buscaremos las imágenes de Jesús, pues eso habla de su experiencia de
encuentro y de alianza personal y de su propuesta comunitaria.
El primer grupo de textos con los que
nos encontramos son las Admoniciones, estas “… son un conjunto de “dichos”
sapienciales nacidos en momentos diversos y que, por lo mismo, deben ser
tratados como textos independientes, aunque relacionados entre sí…” (Fernando
Uribe, 2012. Leer a Francisco y Clara de Asís: Sus escritos. Colección Hermano
Francisco N° 56, Ediciones franciscanas Arantzazu: 84), cuya finalidad sería
dar la imagen ideal que Francisco tiene sobre “… el hombre cristiano, el siervo
de Dios, del hermano menor…” (Martí Ávila i Serra, 2001. Los ojos del Espíritu.
Colección Hermano Francisco N° 39, Ediciones franciscanas Arantzazu: 2) Sí
somos fieles a san Francisco debemos reconocer que conocer a Jesús tiene un
punto de partida: Su humanidad (cf. Ad 1), desde contemplarlo en su nacimiento
en Belén, en su casa de obrero y en su vida ordinaria de aldeano, en su calidad
de predicador callejero, en sus actitudes con los leprosos, lisiados, y en
general, con los que no cuentan, en su rol de Maestro y líder de una incipiente
comunidad, en sus crisis, en su ruptura con el encasillamiento cultural o en
Getsemaní, signo de la lucha humana por vivir y no enfrentar la muerte, en sus
actitudes, gestos y también, en el devenir de su historia, hasta la muerte en
cruz, incluyendo el proceso previo, y su resurrección. Eso es contemplar la
humanidad, convertida es escala al cielo, pues sólo ella revela la imagen del
Hijo amado del Padre, en su corporalidad, y Su semejanza en el espíritu de la condición
humana (cf. Ad 5) y a la vez al volver a contemplar su origen se puede
encontrar paz y armonía (cf. Ad 15). ¿Cómo lo hacemos quienes no han podido
verlo con los ojos del cuerpo? Aquí viene la actualización en la Eucaristía (cf.
Ad 1) y en la Palabra (cf. Ad 7), razón de la veneración que Francisco
constantemente expone en sus escritos y en la actitud que de él nos dan sus
biógrafos contemporáneos. Es posible un acceso a Jesús más allá de los
claustros de una experiencia histórica determinada, lo que hizo ayer, narrado
en los Evangelios y celebrado en la liturgia, lo hace hoy por su cuerpo
místico, los fieles, y lo refrenda con el don de su presencia eucaristizada en
medio de una comunidad frágil, necesitada de la salvación del Buen Pastor, que
soporte la Cruz de sus infidelidades y sus vacios. Por ejemplo, cuando habla de
la obediencia (cf. Ad 3) manifiesta que las actitudes de Jesús son posibles de
llevar a la vida del hermano menor, la obediencia al superior tiene como modelo
la entrega total de sí mismo en la obediencia de Jesús en las manos del Padre,
una insistencia contante del Jesús de los Evangelios, que podemos resumir en la
frase, “no he venido a hacer mi voluntad sino la del que me envío, mi Padre y
Padre de ustedes”; del mismo modo, la donación total sin reserva a los
hermanos, símil del sacrificio universal y cósmico de la cruz del Señor, se da
en preferir la persecución antes que la separación de los hermanos y en no
imponer las propias ideas o proyectos, aun cuando pudiesen ser mejores, sí esto
significa crisis en las relaciones fraternas. El modelo de autoridad es el
Cristo que lava los pies a sus discípulos (Cf. Ad 4), la única tristeza válida
sería el dolor por no poder seguir sirviendo y no por la pérdida de poder,
seguridades o prestigio, en el fondo, no he servido a nadie sino solo a mí
mismo. Conocer la humanidad de Jesús es descubrir la identidad de la propia
humanidad y la del prójimo, que opera como origen, fuente y destino de todo
bien operado por el ser humano, es parte de la participación íntima del ser
humano y su modelo o paradigma, Jesús el Señor, de allí la necesidad de
reconocer ese bien como de otro en silencio (cf. Ad 28), por ello es coherente
la continua y drástica condena a la envidia (cf. Ad 8), pecado grave contra la
fraternidad, ella es una apropiación
indebida de lo que no es suyo, es engreírse en la carne por bienes que son del
Señor (cf. Ad 12) y que hace ciego al envidioso, no puede reconocer al Bien
Total expresado en el bien obrado por el hermano (cf. Ad 17) Donarse, desde el
bien operado del cual no se es dueño, a Dios y a los hermanos, aún a los
pecadores, es la humillación y el sacrificio realizado por Cristo, y la tarea
de los creyentes en el esfuerzo por actualizar la Eucaristía y la Palabra en
las relaciones con los hermanos.
En la Carta a todos los
fieles, segunda redacción (cf. 1CII), san Francisco presenta a Jesús como una
Palabra que opera en la historia de la creación en función de la voluntad del
Padre. El es la identidad de todo creyente o fiel. El es la Palabra, cuyo
origen es el cielo, el Padre nos lo ha dado como modelo en la Creación, todo
fue hecho en Él y todo su buen olor, ya que es la Palabra odorífera. No se
queda en el cielo, toma carne en el vientre de María, siendo rico opta por la
pobreza en este mundo, haciendo de su humanidad modelo para la salvación, todos
serán salvos por medio de Él, el por medio es la totalidad de su persona, no es
una simple salvación en lo espiritual sino en y desde toda la condición humana,
la transforma, con la condición de querer aceptar y recibir este don con un
corazón puro y un cuerpo casto. El fiel que le acepta en su corazón y en su
cuerpo se abre a un amor, que primero no separa a Dios del prójimo en este
ámbito, busca el bien del otro, aun cuando pudiese faltar la voluntad de amar,
por las circunstancias vitales o históricas de los seres humanos; juzga con
misericordia, recordando siempre la propia realidad frágil, pecadora y ambigua;
descubriendo que el mejor tesoro es la solidaridad, limosna, el único tesoro
que vale la pena atesorar; ello, no olvida la oración y una vida sacramental,
en donde el fiel se para frente al ejemplar y se pone en tensión y relación.
Una vida enraizada en este ejemplar tiene como resultado la transfiguración de
las relaciones humanas, que se revisten de su origen y meta en el presente y
anticipan la vida eterna, éstas sujetas al pecado de la carne relucen como
figura de las relaciones resucitadas.
Finalmente,
en la Carta de Clara (cf. Cl3C) nos encontramos con un Jesucristo divino en
profunda relación con los fieles, así, Él es imagen de lo divino, el esplendor
de la gloria, la figura de la divina substancia, reflejo de todo cuanto Dios
puede ser dicho, a la vez es el cumplimiento de las promesas a los creyentes.
La invitación de Clara de contemplarse en ese Espejo, da cuenta de la
conciencia de la íntima unión entre la creatura y su origen, solo el alma fiel
pudo contener al Creador, sólo ella y ninguna otra, al contemplarlo el ser
humano ve reflejada su relación y tensión con Él, con la creación y con los
demás seres humanos. Al inicio de la Carta, Clara da una serie de títulos
relacionales a Inés y a ella misma, “señora”, “esposa” y “esclava”, los cuales
no son propiedad de a quienes se les aplica, sino desde ese Señorío de Jesús,
dando cuenta que contemplarse en el Espejo del Dios y Hombre, de su humildad y
pobreza como opción de vida, es descubrirse y definirse como ser humano. La
salvación que se anuncia, no es la aniquilación del cuerpo, de allí el cuidado
materno a las enfermas y a la misma Inés, de parte de Clara, sino la invitación
a colaborar, desde la humildad y pobreza del alma fiel, con Dios y sostener a
quienes vacilan en el Cuerpo de Cristo, son estos los que se ponen en riesgo,
se ponen ciegos ante las acechanzas del enemigo, pues pueden llegar a
desfigurarse al no descubrirse y pertenecer a quien optó por la carne desde la
pequeñez del vientre de María, yendo por derroteros en donde él desde quien se
definen sea el propio yo u otras formas alienantes y el alma no sea fiel y no
pueda contener a quien quiere ser en Él.