6 de junio de 2014

La identidad de los discípulos de Jesús

Hno. Manuel Alvarado S., ofm

(Apuntes clases en Centro Franciscano 2014 a profesos y profesas temporales)

El primer aspecto que debemos aclarar, al hablar de una identidad cristiana, es que ésta no parte de la negación de la tradición del Testamento Común, pues aquello conllevaría a caer en el error de las primeras herejías que padeció la comunidad cristiana, el rechazo al texto y a la historia presentada en él, e incluso al propio Dios de Israel; como tampoco es correcto leer la identidad de Israel como una etapa infantil o incompleta de la revelación o de la relación que Dios ofrece a los hombres. Ni rechazo ni superación. Los teólogos contemporáneos han optado por hablar de una continuidad discontinua, es decir, muchos de los aspectos de la revelación de Israel deben ser leídos ahora ya no desde las claves de la propia historia, las constantes relecturas del éxodo o de las crisis judías, sino desde la irrupción del Verbo en la condición humana, síntesis de todo lo creado, según san Buenaventura, desde el pueblo elegido, y su devenir histórico desde Belén a Jerusalén. Este hecho inédito e inaudito aclara tinieblas, relativiza y manifiesta lo fundamental de la voluntad de Dios en Israel, en la humanidad y en su Creación, todo se ha resignificado, desde su amor quiere salvar todo lo hecho por sus manos y por ello, ha puesto toda su divinidad, y las tres personas que la comparten, al servicio del hombre y la mujer.

Aclarado esto, debemos decir que la identidad cristiana se forma desde el encuentro con una persona y su historia, Jesús de Nazaret. En los Evangelios este encuentro tiene diversos modos, algunos son traídos a Él porque están enfermos, a otros se los encuentra en su crisis personal y sus consecuencias sociales, viven un duelo, están endemoniados o enfermos, a otros los visita en sus casas, otros vienen llegan atraídos por su cercanía, otros vienen a discutir o compartir sus enseñanzas o tienen dobles y malas intenciones, lo mismo ocurre con el testimonio  de los primeros evangelizadores. El modo más significativo de encuentro es el llamado o vocación, principalmente de los discípulos más cercanos, de los cual da testimonio los cuatro Evangelios:

“A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca". Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca de Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente” (Mat 4,17-23)

“Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios". Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?". "Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo” (Jn 1,35-41)


Estos son dos relatos que nos servirán de guía para ir descubriendo los elementos de una identidad cristiana desde el encuentro personal:

·         El encuentro tiene unas características muy propias, hay unos buscadores y hay uno que ofrece lo que ellos buscan, El encuentro exige conciencia de búsqueda. En el Evangelio de Mateo la respuesta inmediata de los vocacionados no puede ser un hecho fortuito o producto de la simple atracción, está unido a este Maestro que predica con palabras la conversión y la presencia del Reinado de Dios, y con obras, sana y conforta a quienes encuentra, esta es la carta de presentación de Jesús que convenció que valía la pena seguir su persona y su proyecto. Juan precisa algo más el tema de los buscadores, sabemos por el Nuevo Testamento que el contexto en que se presenta Jesús era rico de predicadores judíos, el bautista, es un ejemplo de ello, la etimología de Barrabas, da cuenta de otro posible predicador, el nombre significa “hijo del Padre”, en Hechos encontramos los nombres de otros predicadores anteriores, de mal fin. Podemos decir, entonces, que el terreno era apto para encontrar discípulos disponibles, incluso de cambiar de Maestro como ocurre con Andrés y su compañero. El encuentro se convierte en alegría que debe ser compartida.
·         El encuentro es guardado en la memoria. Aquí nos encontramos con la narración que un tercero, el evangelista, hace de una experiencia narrada una y otra vez en el anuncio gozoso de la persona de Jesús. Quienes lo han vivido guardan los detalles, hora, dialogo, palabras, donde y que hacían, es memoria actualizada, por ello no puede sorprendernos que Juan narre la vocación de los primeros discípulos no al inicio sino en clave del resucitado. El encuentro personal con Jesús se convierte en el anuncio nuevo de la Pascua, que conlleva liberación, alianza, compañía y promesa.
·         La conversión en el encuentro es apertura a un proceso experiencial. El encuentro no es la cima de la relación es el punto de partida, hay que caminar con Él desde el bautismo hasta su muerte y resurrección en Jerusalén. Los discípulos irán creciendo en relación desde las relecturas de su primer momento, descubrirán que están llamados a ser un pueblo nuevo sin fronteras, católico, unidos ya no por la sangre o un pasado común, sino por un encuentro personal que ha sido común, ser pescadores de hombres es ser más que pescadores de judíos invita a una universalidad, todo el que venga y vea donde vive, enseña y obra el Cordero de Dios y lo haga propio es parte de este pueblo en camino, en proceso y en el mundo. Son un pueblo guiado por el Mesías, el ungido de Dios y aceptado por el encontrado, aquel que es la respuesta definitiva a toda angustia personal y social, es quien quita los pecados del mundo confortando todo dolor, sufrimiento, tristeza. Ya no es un simple rey, otro más de los desastrosos descendientes de David, o un profeta o un sacerdote, sino el mismo dador de la promesa quien acompaña a su pueblo.

Se ha constituido un pueblo nuevo desde el seguimiento discipular, esa es la gran conclusión que puede sacarse de la vocación de los primeros discípulos. Esta nueva comunidad, cuyo punto de partida es el encuentro personal con Jesús, se relee en su identidad, el autor de Primera de Juan dice:

“¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.” (1Jn 3,1-2)

Este breve párrafo nos presenta algunas pistas más sobre quiénes son los llamados a seguir al Mesías, el Cordero de Dios:

·         La vocación no se funda en un acto de voluntad de quienes buscan, no es su decisión, sino se funda en el designio amoroso de Dios, de allí que llama a quienes quiere, donde quiere y espera la respuesta y la disponibilidad. No es una imposición sino una pregunta que espera como respuesta la donación de la propia vida en el amor.
·         Los discípulos no son sólo seguidores, forman parte de una familia, son hijos no sólo nominalmente sino propiamente, aunque esto no sea un ya frente a los demás, queda un misterio por esperar, que la respuesta del amado al amante sea su unión total, ser uno con Él. La esperanza ya no está puesta solo en la posesión de una tierra o en la compañía de Dios en la crisis persona y social, posesión y compañía serán parte del rostro de aquel que ama a los seres humanos como un Padre, la esperanza tiene sentido cuando la acción de Yahveh se lee íntegramente desde su rostro revelado en el encuentro personal con Jesús, crea por amor, sostiene por amor, redime por amor y espera en el amor.
·         La comunidad amada y amante debe Evangelizar, traer, “pescar”, a otros para que  “vengan y vean” en Jesús al verdadero rostro de su Padre, evangelizar el volver a trazar los aspectos desfigurados que Dios tiene en el mundo, para que se le reconozca, no desde la autoridad o el poder sino desde la fuerza del amor.

Finalmente, vamos a recurrir al testimonio en primera persona del encuentro entre Jesús un buscador, lo haremos con la experiencia de Pablo de Tarso:

“Quiero que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa de los hombres, porque yo no la recibí ni aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Seguramente ustedes oyeron hablar de mi conducta anterior en el Judaísmo: cómo perseguía con furor a la Iglesia de Dios y la arrasaba, y cómo aventajaba en el Judaísmo a muchos compatriotas de mi edad, en mi exceso de celo por las tradiciones paternas. Pero cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos, de inmediato, sin consultar a ningún hombre y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y después regresé a Damasco. Tres años más tarde, fui desde allí a Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días. No vi a ningún otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano del Señor. En esto que les escribo, Dios es testigo de que no miento. Después pasé a las regiones de Siria y Cilicia. Las Iglesias de Judea y que creen en Cristo no me conocían personalmente, sino sólo por lo que habían oído decir de mí: "El que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes quería destruir". Y glorificaban a Dios a causa de mí.” (Gál 1,11-24)

Darle valor a la experiencia de Pablo, es dejarse asombrar por la vida de quien paso de perseguidor a discípulo, con todas las consecuencias, crisis y críticas que eso implicó tanto a nivel personal y comunitario, refiriéndonos a los judíos que debieron contarlo entre los grandes traidores de la fe de sus padres, como a los cristianos, muchos de los cuales debieron desconfiar permanentemente de este converso, desconfianzas que cada cierto tiempo resurgen desde teólogos o escritores gustosos de las confabulaciones. Su experiencia de encuentro con el Resucitado, prueba del amor de Dios, es una de aquellas experiencias de la cual contamos con varias versiones dadas por él mismo en sus cartas, como las tres versiones que narra Hechos de los Apóstoles sobre este suceso. Veamos como describe Pablo su identidad cristiana:
·         Él revela que su encuentro se dio en un contexto social determinado, era un judío practicante, de aquellos que vieron en esta comunidad de seguidores del predicador galileo un peligro religioso, cuyas consecuencias podían minar la unidad del pueblo elegido e incluso hacerlo colapsar, en medio de un contexto político de ocupación camuflada de los romanos, pero que podía convertirse en una ocupación definitiva de insospechadas consecuencias. Perseguir a estos cristianos era hacer la obra de Dios, sostener y mantener al pueblo de la promesa.

·         Pablo, sólo por gracia y como don profético, desde el seno de madre, se pone en la antípoda del Iscariote, la reflexión del tipo de Reino predicado y testimoniado por Jesús, cada vez más claramente inclinado a la catolicidad como valor central, a diferencia del particularismo exagerado en la reflexión del pueblo elegido, leído “elegido” en clave excluyente de otros pueblos, llevaba a necesarias conclusiones: amar como realizar la voluntad de Dios, implica ir más allá de lo judío, lo mismo el cumplimiento de los mandamientos de la Alianza, y la oferta de la promesa de Abraham, incluso de abrazar como hermanos, hijos del mismo Dios, al enemigo del momento, los romanos. Ello es inaceptable para Judas, que decepcionado de ese camino, que se aleja de la violencia y la fuerza, lo entrega. Para Pablo en cambio, sin que podamos saber cómo, esta conclusión lo lleva de fanático perseguidor a apóstol del resucitado entre los paganos, los excluidos, para quien era el Reino en definitiva, no solo el judío ciego o paralitico o endemoniado. Ello le calza, no como una simple novedad sino como clave de lectura de toda la historia de salvación desde Adán y Eva, en adelante. La comunión no se alcanzará con la guerra y el sometimiento, sino con el diálogo y la propuesta de una comunidad de discípulos, dando cumplimiento así a la esperanza profética

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