6 de junio de 2014

En búsqueda de identidad: Un acercamiento desde la experiencia del hermano francisco y la hermana Clara.


Hno. Manuel Alvarado S., ofm

Curso de Identidad franciscana Centro Franciscano 2014

Dos son las claves dialogadas en los encuentros anteriores, Israel en el Testamento Común se define desde la experiencia histórica de una Alianza, siempre cumplida por parte de Yahveh, oye el clamor de su pueblo y actúa en su favor, y con un cumplimiento en tensión, por parte del pueblo elegido, todo ello ocurre en el escenario de la historia. Con la irrupción de Jesús, Verbo encarnado en la historia, la identidad se construye desde la experiencia transformadora del encuentro personal con Él, encuentro que tiene variopintas formas y mediaciones. Con este trasfondo entraremos a buscar la identidad encontrada en Francisco y Clara, para ello nos serviremos de dos ayudas, primeros de algunos de sus escritos, particularmente las Admoniciones (desde aquí Ad) y la segunda redacción de la Carta a los Fieles de San Francisco de Asís (desde aquí 1CII); y de la tercera carta de santa Clara a Inés de Praga (desde aquí Cl3C); y haremos una búsqueda icónica, es decir, al leerlas buscaremos las imágenes de Jesús, pues eso habla de su experiencia de encuentro y de alianza personal y de su propuesta comunitaria.
El primer grupo de textos con los que nos encontramos son las Admoniciones, estas “… son un conjunto de “dichos” sapienciales nacidos en momentos diversos y que, por lo mismo, deben ser tratados como textos independientes, aunque relacionados entre sí…” (Fernando Uribe, 2012. Leer a Francisco y Clara de Asís: Sus escritos. Colección Hermano Francisco N° 56, Ediciones franciscanas Arantzazu: 84), cuya finalidad sería dar la imagen ideal que Francisco tiene sobre “… el hombre cristiano, el siervo de Dios, del hermano menor…” (Martí Ávila i Serra, 2001. Los ojos del Espíritu. Colección Hermano Francisco N° 39, Ediciones franciscanas Arantzazu: 2) Sí somos fieles a san Francisco debemos reconocer que conocer a Jesús tiene un punto de partida: Su humanidad (cf. Ad 1), desde contemplarlo en su nacimiento en Belén, en su casa de obrero y en su vida ordinaria de aldeano, en su calidad de predicador callejero, en sus actitudes con los leprosos, lisiados, y en general, con los que no cuentan, en su rol de Maestro y líder de una incipiente comunidad, en sus crisis, en su ruptura con el encasillamiento cultural o en Getsemaní, signo de la lucha humana por vivir y no enfrentar la muerte, en sus actitudes, gestos y también, en el devenir de su historia, hasta la muerte en cruz, incluyendo el proceso previo, y su resurrección. Eso es contemplar la humanidad, convertida es escala al cielo, pues sólo ella revela la imagen del Hijo amado del Padre, en su corporalidad, y Su semejanza en el espíritu de la condición humana (cf. Ad 5) y a la vez al volver a contemplar su origen se puede encontrar paz y armonía (cf. Ad 15). ¿Cómo lo hacemos quienes no han podido verlo con los ojos del cuerpo? Aquí viene la actualización en la Eucaristía (cf. Ad 1) y en la Palabra (cf. Ad 7), razón de la veneración que Francisco constantemente expone en sus escritos y en la actitud que de él nos dan sus biógrafos contemporáneos. Es posible un acceso a Jesús más allá de los claustros de una experiencia histórica determinada, lo que hizo ayer, narrado en los Evangelios y celebrado en la liturgia, lo hace hoy por su cuerpo místico, los fieles, y lo refrenda con el don de su presencia eucaristizada en medio de una comunidad frágil, necesitada de la salvación del Buen Pastor, que soporte la Cruz de sus infidelidades y sus vacios. Por ejemplo, cuando habla de la obediencia (cf. Ad 3) manifiesta que las actitudes de Jesús son posibles de llevar a la vida del hermano menor, la obediencia al superior tiene como modelo la entrega total de sí mismo en la obediencia de Jesús en las manos del Padre, una insistencia contante del Jesús de los Evangelios, que podemos resumir en la frase, “no he venido a hacer mi voluntad sino la del que me envío, mi Padre y Padre de ustedes”; del mismo modo, la donación total sin reserva a los hermanos, símil del sacrificio universal y cósmico de la cruz del Señor, se da en preferir la persecución antes que la separación de los hermanos y en no imponer las propias ideas o proyectos, aun cuando pudiesen ser mejores, sí esto significa crisis en las relaciones fraternas. El modelo de autoridad es el Cristo que lava los pies a sus discípulos (Cf. Ad 4), la única tristeza válida sería el dolor por no poder seguir sirviendo y no por la pérdida de poder, seguridades o prestigio, en el fondo, no he servido a nadie sino solo a mí mismo. Conocer la humanidad de Jesús es descubrir la identidad de la propia humanidad y la del prójimo, que opera como origen, fuente y destino de todo bien operado por el ser humano, es parte de la participación íntima del ser humano y su modelo o paradigma, Jesús el Señor, de allí la necesidad de reconocer ese bien como de otro en silencio (cf. Ad 28), por ello es coherente la continua y drástica condena a la envidia (cf. Ad 8), pecado grave contra la fraternidad,  ella es una apropiación indebida de lo que no es suyo, es engreírse en la carne por bienes que son del Señor (cf. Ad 12) y que hace ciego al envidioso, no puede reconocer al Bien Total expresado en el bien obrado por el hermano (cf. Ad 17) Donarse, desde el bien operado del cual no se es dueño, a Dios y a los hermanos, aún a los pecadores, es la humillación y el sacrificio realizado por Cristo, y la tarea de los creyentes en el esfuerzo por actualizar la Eucaristía y la Palabra en las relaciones con los hermanos.
En la Carta a todos los fieles, segunda redacción (cf. 1CII), san Francisco presenta a Jesús como una Palabra que opera en la historia de la creación en función de la voluntad del Padre. El es la identidad de todo creyente o fiel. El es la Palabra, cuyo origen es el cielo, el Padre nos lo ha dado como modelo en la Creación, todo fue hecho en Él y todo su buen olor, ya que es la Palabra odorífera. No se queda en el cielo, toma carne en el vientre de María, siendo rico opta por la pobreza en este mundo, haciendo de su humanidad modelo para la salvación, todos serán salvos por medio de Él, el por medio es la totalidad de su persona, no es una simple salvación en lo espiritual sino en y desde toda la condición humana, la transforma, con la condición de querer aceptar y recibir este don con un corazón puro y un cuerpo casto. El fiel que le acepta en su corazón y en su cuerpo se abre a un amor, que primero no separa a Dios del prójimo en este ámbito, busca el bien del otro, aun cuando pudiese faltar la voluntad de amar, por las circunstancias vitales o históricas de los seres humanos; juzga con misericordia, recordando siempre la propia realidad frágil, pecadora y ambigua; descubriendo que el mejor tesoro es la solidaridad, limosna, el único tesoro que vale la pena atesorar; ello, no olvida la oración y una vida sacramental, en donde el fiel se para frente al ejemplar y se pone en tensión y relación. Una vida enraizada en este ejemplar tiene como resultado la transfiguración de las relaciones humanas, que se revisten de su origen y meta en el presente y anticipan la vida eterna, éstas sujetas al pecado de la carne relucen como figura de las relaciones resucitadas.
  Finalmente, en la Carta de Clara (cf. Cl3C) nos encontramos con un Jesucristo divino en profunda relación con los fieles, así, Él es imagen de lo divino, el esplendor de la gloria, la figura de la divina substancia, reflejo de todo cuanto Dios puede ser dicho, a la vez es el cumplimiento de las promesas a los creyentes. La invitación de Clara de contemplarse en ese Espejo, da cuenta de la conciencia de la íntima unión entre la creatura y su origen, solo el alma fiel pudo contener al Creador, sólo ella y ninguna otra, al contemplarlo el ser humano ve reflejada su relación y tensión con Él, con la creación y con los demás seres humanos. Al inicio de la Carta, Clara da una serie de títulos relacionales a Inés y a ella misma, “señora”, “esposa” y “esclava”, los cuales no son propiedad de a quienes se les aplica, sino desde ese Señorío de Jesús, dando cuenta que contemplarse en el Espejo del Dios y Hombre, de su humildad y pobreza como opción de vida, es descubrirse y definirse como ser humano. La salvación que se anuncia, no es la aniquilación del cuerpo, de allí el cuidado materno a las enfermas y a la misma Inés, de parte de Clara, sino la invitación a colaborar, desde la humildad y pobreza del alma fiel, con Dios y sostener a quienes vacilan en el Cuerpo de Cristo, son estos los que se ponen en riesgo, se ponen ciegos ante las acechanzas del enemigo, pues pueden llegar a desfigurarse al no descubrirse y pertenecer a quien optó por la carne desde la pequeñez del vientre de María, yendo por derroteros en donde él desde quien se definen sea el propio yo u otras formas alienantes y el alma no sea fiel y no pueda contener a quien quiere ser en Él.

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