15 de junio de 2006

¿Cuál podría y debería ser hoy el aporte de los franciscanos a la Iglesia de Chile?

Hno. Manuel Alvarado, ofm.
(Ponencia presentada en la Celebración de la Unificación Provincia de la Santísima Trinidad y su Custodia dependendiente de San José. 12 de junio del 2006)

Los franciscanos somos invitados a vivir un triple tiempo de jubileo, al interior de nuestra Orden la celebración de los 800 años de la aprobación de nuestra forma de vida; en este país en el que estamos insertos, el bicentenario de la independencia. Y, finalmente, en nuestra Provincia, estamos invitados no a celebrar un jubileo por venir sino uno ya presente, que nos convoca hoy, la supresión de la custodia de san José dependiente de nuestra Provincia de la Santísima Trinidad. Cada evento de esta historia humana y de salvación nos desafía a un nivel propio como hermanos menores. Los 800 años nos abren al desafío de actualizar nuestro carisma. “La celebración del VIII Centenario de la fundación de nuestra Fraternidad nos ofrece una oportunidad de gracia para recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirnos con confianza al futuro (cf. NMI 1b). Éste será nuestro modo de celebrar La gracia de los orígenes. Así, al inicio de este tercer milenio, los franciscanos queremos reafirmar nuestra firme voluntad de permanecer fieles a nuestro propio carisma, “viviendo en la Iglesia el Evangelio según la forma observada y propuesta por San Francisco” (CCGG 1 §1), pero recreándolo hoy a la luz de los desafíos de la vida franciscana” (José Rodríguez Carvallo, 2004. La Gracia de los Orígenes. En: http://www.ofm.org/ofmnews/ofmorg/00cent.php). El bicentenario nos recuerda el deber de ser constructores de una sociedad nueva, desde nuestro ser religiosos. “Ante la posibilidad de contribuir a la creación de una nueva sociedad nadie debería sustraerse de aportar al proyecto de país que quisiéramos llegar a formular. Especial responsabilidad y participación nos cabe a los cristianos, a la Iglesia toda, como seguidores de Jesús, en esta tarea” (Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Chilena (CECH), 2004. En camino al bicentenario 13. Publicación de la CECH). Y el presente encuentro, nos recuerda los rostros, nombres y tareas concretos de nuestra fraternidad-en-misión inserta en un territorio, cultura e historia, que con sus virtudes y sus limitaciones nos habla de una salvación/liberación que se opera en nuestro hoy, y que nos exigen “... una vida radicalmente evangélica, es decir: en espíritu de oración y devoción y en comunión fraterna; a dar testimonio de penitencia y minoridad; y abrazando en la caridad a todos los hombres, a anunciar el Evangelio al mundo entero, a predicar con las obras la reconciliación, la paz y la justicia y a mostrar un sentido de respeto hacia la creación” (CCGG 1§2). Por ello, este momento que vivimos pone en crisis la validez de todos nuestros discursos, pues sólo de la vivencia de una comunión fraterna, de la evangelización – o sea, ser buena noticia unos para otros-, del respeto a nuestra diversidad de orígenes, de edades, de generaciones, entre nosotros hermanos menores belgas, chilenos, del norte y de la Provincia, puede nacer una coherente construcción de una sociedad chilena que abrace al otro ciudadano como un hermano o hermana, más allá de su lugar geográfico o social, que ayude a superar esas odiosas y escandalosas brechas entre ricos y pobres, denunciadas por nuestros obispos en abril del año pasado. Y sólo, desde la actualización en lo local de los valores del franciscanismo tendrá sentido los 800 años de nuestra forma de vida, será celebración de un memorial, o sea, una nueva conversión de los seguidores de Francisco ante el leproso y el Cristo de san Damián, y un nuevo impulso carismático y purificador de la comunidad eclesial, y no una mera recordación de una fecha histórica, importante pero que no toca ni transforma el corazón ni el medio en que estamos insertos. Finalmente, lo que esta en juego es la credibilidad de nuestro carisma y sus valores, sólo sí nos ven vivirlos se harán atrayentes para otros hermanos y hermanas, lo que no redunda sólo en el aumento de vocaciones a los diversos institutos inspirados en el estilo de vida de Francisco, sino en el influir en el proceso social, político y económico del mundo, pero, además, habla de cuanto estamos convencidos de la veracidad del testimonio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el hermano Francisco, o sea, que lo vivido por Francisco y sus primeros compañeros es sacramento de salvación y liberación integral para cada uno de nosotros.

Este es el contexto en el que queremos aportar, queremos dar “algo” de la riqueza que en los 800 años de vivencia de la experiencia de Francisco nos ha sido manifestada, nos ha sido dado como un regalo que queremos viviéndolo compartirlo con la Iglesia y la sociedad chilena. En La Gracia de los Orígenes se propone que el año 2008-2009 tenga como motivación: “¡Restituyamos todo al Señor con las palabras y la vida!”, o sea se nos invita a convertir ese año en el año de la restitución. Desde una perspectiva bíblica es coherente celebrar un jubileo restituyendo, en el Antiguo Testamento esta fiesta conlleva la devolución del descanso de la tierra, de la misma tierra a quien la haya perdido, de la libertad (Cf. Lv 25). Jesús al proclamar su misión como el Año de gracia del Señor, lo proclama como un tiempo de restituir la libertad, la salud, la humanidad a quienes no la poseen o la habían perdido (Cf. Lc 4). En san Francisco, cuya vida desde su conversión se convierte en un tiempo permanente de gracia y jubileo, pues es el Señor quien lo invita a la conversión, por la conducción a los leprosos (Cf. Test 1-3), lo abre a la Iglesia (Cf. Test 4), al Evangelio y a los hermanos (Cf. Test 14), la restitución es un elemento central para entender su propuesta de vida. Para él, restituir es un deber del ser humano, es el reconocer a Dios como la única fuente de todo bien. “Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien de El procede. Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, posea, a El se le tributen y El reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las acciones de gracias y la gloria, suyo es todo bien; sólo El es bueno (cf. Lc 8,19)” (RnB 17, 17-18); y el modo de realizar esta acción es concreto, es “...con la palabra, y el ejemplo...” (Adm 7,4), pues, el “ejemplo” no es otra cosa que el seguimiento de Cristo, por ende no basta con predicar lo ya hecho por Él o sus discípulos, la predicación sin acción “... es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor...” (Adm 6,3). Al reconocer y devolver al Señor, lo que de por sí le pertenece, quien no quiere restituir se engaña, pues igual los bienes de los que se apropió indebidamente le serán arrebatados (Adm 18,2). La restitución aleja al hermano de la soberbia y de la autosuficiencia (Cf. Adm 7) y le ayuda a discernir lo que es de Dios y lo que es del César (Cf. Adm 11), así los hermanos menores puede habitar el mundo como hombres “... pacíficos y moderados, mansos y humildes...” (RB 3,11), sin escandalizarse ni del pecado ni de los estilos de vida diverso (Cf. RB 2,17) y abrazando a toda la creación, incluso la muerte, como hermana (Cántico). Ella, finalmente, nos permite a nosotros, que por nuestros pecados “...somos hediondos, miserables y contrarios al bien, pero prontos y voluntariosos para el mal...” (RnB 22,6), descubrir en el hermano, y en nosotros mismos, al Señor, que obra y dice el bien en la parroquia, en la casa o en el capítulo, por ello nada hay más grave que la envidia, que finalmente es una blasfemia contra Dios (Cf Adm 8).

Entonces, sí queremos aportar “algo”[1] a la Iglesia y a la sociedad chilena en el contexto actual, y a la Orden en su búsqueda de refundación, debemos restituir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, con la boca y el testimonio de vida en lo cotidiano, las muchas gracias dadas en estos 800 años de la forma de vida y en los más de 450 años de presencia en Chile. ¿Qué podemos restituir[2] los Hermanos Franciscanos de la Provincia de la Santísima Trinidad en estos tiempos?

§ Restituir la presencia de los hermanos en las diversas labores de solidaridad a lo largo de Chile. Una de las cosas que debemos sentirnos orgullosos es de la presencia en nuestra historia de hermanos franciscanos preocupados de los pobres y marginados, brillan por su santidad y vigencia testimonial fray Andresito y fray Pedro de Bardecci, con ellos muchos hermanos que se insertaron en la defensa de los indígenas en los tiempos de la colonia y de la “pacificación”, cierto, que visto desde hoy, puede ser criticable o incomprensibles ciertas posiciones o prácticas, pero que no niegan la validez de la intuición que los movió. En tiempos más cercanos, cada uno desde su posición, y no libres de ambigüedades, tuvimos presencia en la defensa de la vida y la dignidad humana en los tiempos del gobierno militar, y una presencia muy activa en la promoción de la dignidad de la Tierra, fuimos de las organizaciones fundadoras de una de las más emblemáticas organizaciones ecologistas chilenas, hoy lamentablemente alicaída, RENACE. A lo que deberíamos sumar una serie de actividades anónimas y silenciosas de nuestras comunidades, comedores, hogares estudiantiles, de ancianos, etc., todo ello habla de la conciencia profunda que, como hermanos menores, tenemos: esos rostros marginados nos hablan de Cristo y de su opción por encarnarse en un hombre pobre que murió en una cruz. Debemos agradecer a Dios, que esta intuición tan franciscana, “el pobre es Cristo”, cale profundamente en nuestra Iglesia chilena, cada cuaresma se manifiesta en el rostro de un hombre, mujer o niño empobrecido, al lado del rostro del Cristo de la Sábana de Turín, con el lema: “Este es Cristo”. Sin embargo, debemos reconocer que nuestra presencia en muchas de nuestras obras de solidaridad ha decaído en calidad, no son pocas en las que no tenemos presencia real, son laicos y laicas las que se llevan el trabajo y a lo más nos encargamos de lo “administrativo” o de las “relaciones públicas”. Necesitamos hoy día restituir la presencia de la persona del hermano y de la fraternidad en las acciones solidarias, esto es una propuesta y una insistencia en el magisterio del actual pontífice (Cf. Benedicto XVI, 2006. Mensaje de cuaresma 2006 y Deus Caritas est 34), teniendo como programa el propuesto por Juan Pablo II a la Iglesia de América ir desde “... la asistencia...” hacia la “...promoción, liberación y aceptación fraterna...” (Juan Pablo II, 1999. Ecclesia in America 58) del marginado. ¿Qué puede ser más desafiante, para nosotros, que tener como tarea en nuestra refundación el ser puentes de fraternidad entre las mayorías empobrecidas con las minorías enriquecidas? Ser puentes para que se acepten como lo que son, hermanos. La tarea de nuestra solidaridad exige, además, ir desde la acción a la reflexión del porque de los marginados en nuestra sociedad, no basta con tener obras y atenderlas, debemos preguntarnos, e indignarnos éticamente, al descubrir los rostros humanos, aunque sea nuestro propio rostro, detrás de los procesos deshumanizadores de la pobreza, la marginación y la brecha escandalosa entre ricos y pobres. Para ello debemos encontrarnos con otros hombres y mujeres, que desde la fe o desde otros lugares, están encaminados a buscar soluciones con y desde la organización de los excluidos. “...Es necesario ponerse al servicio del protagonismo de los pobres, de modo que no sólo se hagan cosas para los pobres sino que se hagan con y desde los pobres. Su dignidad exige que sean protagonistas de su desarrollo...” (Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Chilena (CECH), 2004. En camino al bicentenario 22). Restituir la persona del hermano, la vivencia de la minoridad, es restituirle al Dios-Hijo, “... camino que conduce al Padre...” (Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 18), el don de su encarnación, tanto en su opción como en su modo de realizarlo.

§ Restituir la esperanza. En los últimos tiempos, hemos asistido al fallecimiento de un número significativo de hermanos, en los próximos años habrá un par sin profesiones solemnes, algo que no ocurría hace tiempo. A lo que sumamos, una serie de partidas de hermanos profesos solemnes de nuestro estilo vida. La disminución de hermanos, puede oscurecer otro aspecto significativo, el aumento del promedio de edad de los hermanos, ambas causas están detrás del cierre de casas, pero, también, detrás de los cansancios y desgastes de muchos de los hermanos. Son muchas las veces, en el que pesimismo frente al futuro se hace ver con frases irónicas, como “¿quién será el último que apague la luz?”.¿Qué significa restituir la esperanza? Significa, pues, volver a confiar en la presencia del Espíritu Santo en la conducción de la Orden, y por ende, de la Provincia, nada más significativo que el afiche de la celebración de los 800 años le tenga a Él escribiendo las líneas de la historia. La verdad es que no sabemos que va a acontecer con nosotros, ni con la Provincia, ni con la Orden ¿Existirán en 20 o en 100 años? Pero, sí sabemos, desde la fe, que el futuro esta asegurado por el Dios-Espíritu Santo y que será llevada a su plenitud. Una fraternidad-en-misión que tenga claro esto, no debe temer ni a la merma, ni a la disminución de frailes, incluso, ni a su posible desaparición, y, por ende, se vuelve libre, porque se relativiza ella y las obras que le están asociadas, todo en ella es un medio, uno entre muchos suscitados por Dios, para llevar a la salvación. Libre de la tentación de volverse un ídolo necesario, puede hacerse libre para denunciar las estructuras idolátricas de la sociedad, el consumismo, el mercado, la violencia de los poderosos, y también, las estructuras idolátricas dentro de la misma Iglesia, muchas veces presentada como la guardiana del orden establecido y acomodada en sus seguridades e instituciones. El profetismo de nuestra vida exige ser hombres abiertos a la esperanza de un futuro mejor asegurado en Dios, pero que podemos y debemos ir develando en nuestro hoy, ser profeta es ser hermanos menores comprometidos con la realidad social y ecológica, y maestros de esperanza (Cf Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 27). Un hermano menor con esperanza puede caminar al lado de los pobres y de los ricos, como un hombre liberado y liberador, protagonista de su y de la historia, siendo testimonio de lo verdaderamente absoluto, el proyecto de Dios que ya es pero que aún no se plenifica, y con su estilo de vida en comunión eclesial y social desenmascarar los sucedáneos que gustan hacerse pasar por lo absoluto, entre ellos, la centralidad en el progreso económico, éste “... es un medio necesario que debe ser puesto al servicio... del hombre... Medir el desarrollo de un país sólo por los indicadores económicos, por el crecimiento de su producción o por el ancho de sus carreteras, es empequeñecer la visión de la persona humana y de la vida en sociedad...” (Comité Permanente de la Conferencia Episcopal Chilena (CECH), 2004. En camino al bicentenario 23), la misma historia guiada por el Espíritu se encarga de mostrar las fisuras de este desarrollo meramente materialista, son los jóvenes de la educación media que has dado la lucha por revindicar el derecho a una educación de calidad, o los deudores hipotecarios o los pobladores que ven su sueño, la casa propia, convertida en una pesadilla, luego de la primera lluvia, sus instrumentos; a ellos debemos llegar como maestros de esperanza para develar la unión paradójica entre la justicia de sus luchas y a las ambigüedades de toda realización humana, ellas se acerca al ideal en la misma medida en que se aleja; predicándoles la Buena Nueva: sus búsquedas, sus luchas y sus reivindicaciones son las de Dios y que con, por y en Él serán colmadas. Pararnos frente al mundo, de este modo, exige de nosotros una conversión continua de nuestras estructuras mentales e institucionales, pues entre nosotros hay “... obstáculos de naturaleza estructural. Unos nacen del sistema económico neoliberal y de su cultura que va penetrando nuestras mentes e influyendo en nuestras actitudes y criterios impidiéndonos asumir una posición evangélicamente critica ante el mismo. Y sin ello es imposible una acción profética. Otros surgen de las mismas estructuras y estilos de organización de nuestras. Entidades, que, con frecuencia, son excesivamente rígidos y no responden ya a las exigencias de nuestra época. Dificultan la creatividad que exigen las respuestas a los nuevos desafíos. Por otra parte, el modelo económico de la mayoría de nuestras Entidades y los mismos procesos formativos no ayudan, muchas veces...” (José Rodríguez Carballo, 2006. Abrazando a los excluidos de hoy. II Congreso de JPIC de la OFM). Restituir la esperanza es devolver al Dios-Espíritu con palabras y ejemplo su acompañar la historia de los hombres y mujeres creyentes en el transcurso del tiempo “... de acuerdo con las necesidades de la Iglesia y del mundo...” (Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 19) .

§ Restituir la fraternidad. Desde la Iglesia primitiva recogemos el núcleo de la vivencia del amor cristiano, “...en la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 20). Una de las pobrezas más lamentables en nuestro estilo de vida es la carencia de amor y confianza, se manifiesta en nuestros sistemas informales de información, rumores y comentarios de pasillos; la descalificación del otro que niega la posibilidad de la conversión y del cambio de vida; la falta de asertividad en nuestras relaciones, pocas cosas decimos en la cara. Sin amor no puede haber verdadera fraternidad, pueden haber hombres que viven en un lugar o en una casa unidos por un vínculo jurídico, que las constituya como una fraternidad-de-derecho, pero eso no los obligará a unirse integralmente. La fraternidad franciscana nace de la experiencia de amor de Francisco, que se descubre encontrado por Jesús en la miseria de los leprosos, y que allí le habla, pero, el encuentro con Cristo no se queda en la cerrazón de un par, sino se abre a los más débiles y marginados, como amor preferente pero no excluyente, a los hermanos, a los demás creyentes en Cristo, a la humanidad toda y a toda creatura. La fraternidad es un proceso que quiere ir del encuentro en Cristo con los hermanos y la Creación a hacer otro Cristo al hermano encontrado-amado-amante. “... Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 17), esa es su meta, y para ello integra toda las dimensión humanas, afectivas, sociales y religiosas. La fraternidad-en-misión requiere al hermano pleno e integro, con su contexto, con sus límites y con sus aportes, supone que aquí ha sido encontrado, que su historia personal se ha hecho historia de salvación. Desde esta historia lo llama a “... un proceso continuo de crecimiento y conversión...”, en el cual pueda “... desarrollar su dimensión humana, cristiana y franciscana viviendo radicalmente el santo Evangelio en espíritu de oración y devoción, en fraternidad y minoridad” (RFF 2). Los desafíos de nuestra fraternidad son variados, por un lado, ella debe evitar convertirse en un obstáculo para la continuidad y el desarrollo del proceso de cada hermano, la falta de testimonio y el ateísmo práctico pueden frustrarlo, por otro lado, debe vigilar la profundización humana, cristiana y franciscana que cada hermano va viviendo en el caminar. La fraternidad debe responsabilizarse de la vida, éxitos y tropiezos, estos no le pueden ser indiferentes, ni mucho fuente de envidia o de “hacer astillas del árbol caído”. Ella es el proyecto del Padre dado a la humanidad por el Hijo en el Espíritu Santo, es el acto de confianza de Dios para con nosotros, nos llamó a construirla, pues en ella, somos testimonios de su amor, nosotros somos amados; testigos de su amor, los de acá y los de allá son amados; y sacramentos de su amor, por nosotros, y ojalá no a pesar de nosotros, se sigue operando la liberación/salvación del amor en los hombres y mujeres en nuestro tiempo y sociedad. La vivencia de la fraternidad es sobretodo responsabilidad frente a la credibilidad del proyecto de Dios, pues los seres humanos no creerán en las promesas de plenitud del Evangelio sino ven en esta tierra los atisbos de los cielos nuevos y de la tierra nueva, en donde la comunión fraterna tiene un protagonismo central; del mismo modo, la exigencia de hacer operativo, en este mundo, el amor a Dios en el amor al prójimo, no pasará a ser más que un discurso, sí de verdad no somos capaces de amarnos fraternalmente, de aprender a mirar al hermano y su historia “...no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 18). Del mismo modo, todo proyecto de solidaridad con los excluidos y marginados; de evangelización, parroquias o misiones, de refundación, de la Provincia, de la Orden, de la Iglesia, caerá en el descrédito sino esta enraizado en una práctica de amor visible de parte de los hermanos, la comunión fraterna puede no parecer necesaria en la formulación de muchas iniciativas personales de los hermanos, pero su ausencia es percibida y la incoherencia que emana de ella hace no creíble su realización, es del sentido común que desde ella “... misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad...” (Benedicto XVI, 2006. Deus Caritas est 25b). Sólo desde el testimonio humano, cristiano y franciscano de la comunión fraterna desde donde podemos ayudar a la Iglesia chilena en construirse como “... signo visible del amor de Jesucristo en la historia, y este amor se expresa mediante la vivencia de un espíritu de comunión que muestre siempre el misterio de Dios y la vocación humana de vivir como una sola familia, fraterna y solidaria” (Comité Permanente del Episcopado, 2006. Acentuaciones 2006-2007. Orientaciones Pastorales “Si conocieras el Don de Dios” 25. Publicaciones de la CECH).Es, quizás, esta restitución la más difícil porque toca nuestras estructuras humanas más profundas y mueve a centrarme en el único que es absoluto, el Dios trino y uno, el único que tiene todas las respuestas, el único que puede dar sentido a la existencia y el único que no falla; a concentrarme en cuanto estoy amando a los que vivo y hasta donde estoy dispuesto a hacerlo, y no en cuanto soy amado y reconocido; y, a descentrarme, aceptar que no soy el centro de las preocupaciones ni de las iniciativas ni de las prioridades, salir de mi yo y de mis seguridades, para abrirme a la felicidad del hermano con y en Jesús. Esta restitución es fuente de las anteriores, pues esta dirigida a la Fuente de la divinidad, al Padre, cuyo llamado por gratuita iniciativa exige una “... respuesta de una entrega total y exclusiva” (Juan Pablo II, 1996.Vita Consecrata 17).

[1] Se pone entre comillas, pues lo que queremos aportar no es una cosa sino una Persona, mejor dicho la experiencia de encuentro y la vivencia con Jesús al modo del hermano Francisco. Encuentro y vivencia con el Señor que nos llamó y nos envió (Cf. Mc 3); Señor que no vino por los sanos sino por los enfermos (Cf. Lc 5); Señor de la historia, Él es “Alfa y Omega” (Cf. Apoc 21); y, Señor que nos enseña a llamar al Dios “Abba” (Cf. Gál 4). Cuya ausencia en la vida es la peor de las pobrezas en la vida de personal y social, como recuerda la Beata Teresa de Calcuta, citada por Benedicto XVI en el Mensaje de Cuaresma del 2006.

[2] Con la siguiente reflexión no se pretende “espiritualizar” o bajar el perfil a la invitación directa del Ministro General a restituir los bienes materiales de los frailes a los pobres:
“• Cuidar que toda Entidad establezca formas concretas de expropiación y de restitución de nuestros bienes a los pobres, que son nuestros maestros y señores.
• Verificar en cada Fraternidad local el uso de nuestros espacios, buscando realizar opciones solidarias y generosas en el compartir” (José Rodríguez Carvallo, 2004. La Gracia de los Orígenes.)

14 de junio de 2006

Presentación del Congreso de Uberlandia 2006 y su posible aplicación en la Familia Franciscana de Chile y la Provincia de la Santísima Trinidad

Hno. Manuel Alvarado, ofm.
Animador Provincial de JPIC (Provincia franciscana de la Santísima Trinidad).

Agradecido, primeramente, por la invitación de la hermana Trinidad Graver, Presidenta de la Familia Franciscana en Chile, me dirijo a los superiores y superioras mayores, Ministros de la OFS y Animadora Nacional de la JUFRA, para presentar, brevemente, el II Congreso de JPIC de la OFM celebrado en Uberlandia (Brasil) entre el 29 de enero y el 8 de febrero del presente año, un tiempo del Espíritu que quiere renovar la cara del seguimiento de Jesús al estilo de nuestros hermanos Francisco y Clara, y la multitud de religiosos, religiosas, clérigos, laicos y laicas que mirándolos a ellos han logrado, y muchos logran aún, la comunión con los hombres y mujeres, y con la creación, como signo de la realización plena de la búsqueda humana y cósmica de reencontrarse en el seno de nuestro Dios Padre y Madre. No hemos queridos ser egoístas y guardarnos sólo para los hermanos de la OFM los frutos y desafíos que brotan del II Congreso, queremos compartir los sueños que de él brotan y también, invitarlos a caminar juntos en la tarea de hacerlos realidad en el día a día, en las tareas cotidianas y sobretodo en el corazón, lugar en y desde donde debe partir la conversión.

¿Por qué reunirse en un Congreso de JPIC en el año 2006?

El año 2006 marca para los hermanos menores el inicio de las celebraciones jubilares de los 800 años de la aprobación de la “forma vitae” por parte del papa Inocencio III, lo cual es, podemos decir, el momento jurídico fundacional de la Orden y con ella de la Familia Franciscana. Quiere ser una “celebración jubilar”, o sea, un momento de restituir a Dios todas las gracias que el ha regalado por medio de Francisco y sus discípulos y discípulas a la Iglesia y a la humanidad; el jubileo[1] consiste en detenerse de la actividad diaria y cotidiana, o sea en descentrarse, en liberarse y liberar, para poder centrarse en lo verdaderamente importante, la acción salvadora del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, de la cual somos testimonios, nosotros somos liberados; testigos, los de acá y los de allá son liberados; y sacramentos, por nosotros, y ojalá no a pesar de nosotros, se sigue operando la liberación/salvación de hombres y mujeres en nuestro tiempo y sociedad; el jubileo debe ser, entonces, diferente a una conmemoración histórica, es un memorial, un volver a hacer presente el pasado, en este caso la experiencia originante y original del hermano Francisco de Asís y su forma de vida. La “forma vitae” expresa la humanidad radical del proyecto franciscano, él como cualquier otro tipo de comunidad o sociedad requiere asegurar su sobrevivencia, su modo de ejercer la autoridad y de relacionarse con otras comunidades diversas o entre las cuales esta sujeta o inserta, todas las relaciones humanas y sociales son sujetas a posibilidad de la injusticia, las normas buscan asegurar el buen funcionamiento y el más justo modo de encontrarse con el otro ser humano, con la naturaleza y con lo trascendente, o sea, con el otro y el Gran Otro.

El conjunto de citas bíblicas, que suponen los estudiosos del franciscanismo, contiene la protorregla presentada a Inocencio III habla del desde donde y del norte del proyecto de esos pobres de Asís con Francisco a la cabeza: El Evangelio; sin embargo, podemos caer en un error, llegar a pensar que fue el fruto de cavilaciones juridicistas cuyo fruto fue el texto final, nada más alejado del modo de vivir la fe de Francisco y sus primeros compañeros. La “forma vitae” nace de la experiencia, de la vivencia del día a día, pues antes del “momento fundacional jurídico” hay un “momento fundacional carismático”, que se vive en la intimidad de Dios y de Francisco, que es finalmente quien sustenta y fundamenta la norma que se propone para vivir. Ese momento del Espíritu la tradición la fija en el año 1206, año de la conversión del hermano Francisco, ahora que ocurrió o que desencadenó en él su estilo de seguimiento, eso queda en la nebulosa de la historia, en su Testamento el da pistas que nos pueden ser útiles:

“El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar de este modo a hacer penitencia: pues, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos; pero el Señor mismo me llevó entre ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y al separarme de ellos, lo que me aparecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después de un tiempo salí del mundo”[2]

De su propio testimonio podemos concluir:

  • Los personajes centrales de su conversión son: Él mismo, que es un sujeto pasivo, es a quien se le da, a pesar de entrar en contradicción consigo mismo; el Señor, el sujeto activo, es quien da y lleva; y los leprosos, quienes tienen como función ser el medio que permite al Señor dar y a Francisco recibir.
  • La conversión de Francisco es integral, involucra a toda su persona, cuerpo y alma, las cuales se afectan por igual. Nos alejamos así de un mero actuar social entre los leprosos, como de un modo espiritualista de insertarnos.
  • La conversión de Francisco tiene una consecuencia existencial, salir del mundo, o sea, exige otro modo de habitarlo, ya no es Francisco quien lo habita sino Francisco cristianizado.
Sin embargo, su propio testimonio no nos narra el “como” ni el “cuando” ocurrió, estamos frente a una experiencia personal e intransmisible desde un lenguaje objetivo, por eso, Francisco, recurre a un lenguaje más cercano a la poesía y a la metáfora, que al de la narración objetiva e histórica, según los patrones de las ciencias modernas. Por ello, los biógrafos acentuaron la importancia de cualquiera de los tres actores de la conversión, algunos pusieron el acento en Francisco y su contexto familiar, con sus crisis, exigencias, peleas; otros en su contexto social, la búsqueda de gloria en la guerra; otros acentuaron al Señor, el Cristo de San Damián que habla con él en la capilla o se le aparece en un sueño camino a la guerra; otros lo pusieron en los leprosos, particularmente en el encuentro con uno de ellos. El II Congreso de JPIC de Uberlandia hace opción por esta última visión de la conversión de Francisco[3], sin con ello negar las demás, como recordó el Ministro General en su ponencia: “Este acontecimiento, el encuentro con el leproso, no puede verse, sin embargo, aisladamente, sino que ha de leerse en estrecha relación con otros cinco encuentros más: el encuentro consigo mismo (cf. TC 4, cf. LM 1, 2; cf. AP 5; TC 6; 1 Cel 6), el encuentro con los pobres (cf. TC 3), el encuentro con el Crucifijo (cf. TC 13), el encuentro con el Evangelio (cf. TC 25) y el encuentro con los hermanos (cf TC 27). Todos estos encuentros están a la base de su vocación o, para ser más exactos, de la respuesta que Francisco da en un primer momento a la llamada que el Señor le hizo. Un encuentro sería ininteligible, o al menos incompleto, sin el otro”[4]. Ello explica el lema del II Congreso: “Abrazando a los excluidos de hoy” y su oportunidad, al igual que en el caso de Francisco, el abrazar al excluido de hoy quiere ser el fundamento de la renovación de nuestro estilo de vida en el siglo XXI, pues al abrazar al excluido de hoy, lo hacemos a la luz de nuestra conversión y en un movimiento inclusivo abrazamos a Cristo y su Evangelio, a los pobres, a nuestra Orden y Familia Franciscana, a la Iglesia, a la humanidad, al cosmos y a nosotros mismos[5], el abrazo al excluido nos vuelve el rostro, de este modo, a la Trinidad, comunidad de amor preferente y no excluyente, que tanta veces llamamos fraternidad cósmica. Los excluidos, los leprosos de Francisco, vuelven a ser sacramentos[6], vicarios de Cristo, que permiten el encuentro integral con el Dios Trino y Uno, con los hermanos y hermanas, y con toda creatura.

¿Cómo traer al año 2006 la experiencia fundante de nuestra Familia Franciscana?

El II Congreso optó por una metodología[7] que parte preguntando por el como se da el proceso de exclusión hoy, que mentalidades, ideologías, estructuras políticas, culturales, económicas y religiosas la sustentan y perpetúan en el tiempo y espacio social y por los sujetos excluidos de nuestro mundo, los rostros concretos de los excluidos de la sociedad del siglo XXI. Éste es un proceso necesario para no caer en la ingenuidad de pensar que los excluidos y marginados nacen por generación espontánea, ellos están en esa calidad y se mantienen allí porque hay mecanismos sociales que lo posibilitan y más aún lo quieren así, la ingenuidad o simplismo en nuestros juicios sociales nos pueden hacer parte de esos mecanismos estructurales de injusticia, ya sea como cómplices de palabra, obra u omisión, del mismo modo que no debemos olvidar que esos mecanismos perpetuadores de la marginación no existen en el aire sino que viven en cuanto hay seres humanos que lo animan y los mueven. “Nuestra humanidad es una “humanidad crucificada” y muchos, muchísimos, son los “crucificados” que forman el mundo de los excluidos. Mientras ha crecido la capacidad de la humanidad para producir riqueza, ha habido grandes avances en la conciencia de las sociedades sobre la dignidad y los derechos de las personas y los pueblos, se ha facilitado la comunicación entre los pueblos y la posibilidad de compartir los recursos; no podemos negar que al ritmo que aumenta la riqueza, aumenta también la avidez para controlarla por parte de los que ostentan el poder, no sólo económico. Esto lleva a que aumenten los excluidos”[8].

El segundo momento consistió en una novedad, concluido ya la búsqueda de los mecanismos marginadores y de sus víctimas, los excluidos, la tarea es entrar en su propia organización[9], o sea, descubrir que los marginados son actores y actores principales de su propia historia, capaces de organizarse en búsqueda de soluciones a sus propias luchas, la novedad radica en que ello nos invita a caminar junto al marginado, como un compañero de camino y no como quien le hace el camino, el desafío es creer que estamos frente a adultos en la historia, hombres y mujeres concientes de sus derechos y obligaciones sociales, políticas, medioambientales y económicas, que ya no piden ni suplicas lo que por derecho les corresponde, sino que lo exigen, aunque eso incomode o no sea comprendido de buenas a primeras, esta capacidad organizativas, como toda estructura humana, es ambigua, pero lo es menos que la perpetuación de modelos de dominación y exclusión encallados en nuestras sociedades.

El método lleva a un tercer momento, la pregunta por nosotros y nuestro modo de insertarnos en su organización, ¿somos meros espectadores de esta capacidad organizativa de los pobres, marginados y excluidos? ¿somos de quienes desconfiamos de esas organizaciones por ser “comunistas”, “anarquistas”, “utópicas”, “violentas”? ¿somos de quiénes ni siquiera nos hemos dado cuenta de que existen? El desafío más importante de este tercer momento es no caer en la tentación de encubrir nuestra indiferencia o ignorancia frente a estos nuevos movimientos, apologizando nuestras muchas obras de caridad y solidaridad en nuestros conventos, colegios o parroquias, allí están los hogares de ancianos, los comedores, las onces solidarias de navidad, las canastas familiares, etc. Nadie niega el valor intrínseco que posee cada obra solidaria que realizamos[10], pero ellas también necesitan pasar por el cedazo del Evangelio y de la experiencia fundante de Francisco y el encuentro con el leproso, pues incluso nuestras buenas obras pueden estar siendo cómplices del mantenimiento de la exclusión, pueden estar adormilando o drogando la necesidad de que los excluidos se organicen y sean protagonistas de sus propias luchas[11].

Nuestra tarea al caminar con ellos, no es aceptar todo lo que en ellos esta como bueno “per se” – no es reeditar la doctrina del indio bueno por la del pobre bueno-, sino iluminar con la experiencia de fe en Jesucristo y con el estilo de vida fraterno y menor, que sus búsquedas son queridas y acompañadas por el Padre, son la causa de su Hijo, por la cual se encarnó y murió como un pobre y un excluido, y son la presencia del Espíritu Santo que enciende sus corazones y los tensiona hacia el proyecto de fraternidad cósmica del Dios Trino y Uno, y en paralelo los pone en sobreaviso a las ambigüedades a las que en la tarea de concretizar sus búsquedas se verán enfrentados. Por ello, “caminar junto a” no significa renunciar a nuestra exigencia de ser profetas en el mundo y en la Iglesia, ni ha ser la voz de los sin voz y de dar, incluso, la vida si es necesario por la causa del Evangelio en la defensa de la vida, de la dignidad humana y de lo creado[12], pero invitados ha serlo por, con y entre los predilectos de nuestro Dios[13], solo así evangelizamos y nos dejamos evangelizar, “... como lo hizo Francisco, movido tanto por el espíritu del Señor como por el amor apasionado e incondicional; dispuestos no solo a tratarlos con misericordia y a compartir lo mejor de nosotros mismos, sino sobre todo a escucharlos y a dejarnos convertir por ellos”[14], ello lo vivimos en alma y en cuerpo al convivir un fin de semana con los “Sin Tierra”. Todo lo dicho no niega la presencia de nuestras propias ambigüedades, personales e institucionales en nuestra relación con las causas y los excluidos[15], al respecto fray José Rodríguez Carballo expreso: “Tengo miedo o, mejor aún, verdadero pánico de que la crisis que atravesamos, entendiendo ésta como oportunidad y dificultad, nos lleve a veces a paliar la inseguridad y el desconcierto en que vivimos y el déficit de vida, con palabras y discursos, inicialmente al menos algunas veces bonitos y novedosos, pero que muy pronto se convierten en tópicos, de modo que antes de ser estrenados vitalmente nos resuenan enseguida a envejecidos y superados, porque poco tienen que ver con nuestra vida concreta”[16], por ello, ante tan gran desafío solo queda pedir perdón y abrirse a la gracia, “... pedimos humildemente perdón por las veces que nos hemos separado de los pobres y de los excluidos. Lo hacemos a nombre propio y en nombre de los hermanos de ayer y de hoy. Al mismo tiempo queremos y deseamos ardientemente acoger el desafío que al inicio de las celebraciones del VIII centenario de la fundación de nuestra Orden y de este tercer milenio nos lanza la forma de vida que profesamos, la Iglesia y la sociedad en que vivimos...”[17].

¿Qué podemos hacer como Familia Franciscana chilena para vivir estos desafíos? Una propuesta desde JPIC.

Aunque suene muy reiterado a nuestros oídos vivimos un tiempo de crisis, eclesial, social, político, etc., lo importante, a mi parecer, radica en entenderla como “oportunidad y dificultad”, como ha dicho fray José Rodríguez Carvallo en el II Congreso de JPIC en Uberlandia-Brasil. Es en medio de esta crisis en donde debemos levantar la mirada y descubrir la oportunidad, para ello tenemos diversos momentos celebrativos que podemos y debemos hacer nuestro, a nivel nacional la proximidad del bicentenario de la independencia de Chile; a nivel de la Iglesia, la celebración de la V Conferencia de obispos latinoamericanos en Brasil 2007; a nivel de la Orden y la Familia Franciscana los 800 años de la aprobación de la forma de vida de san Francisco y sus primeros compañeros, no podemos negar que son regalos de nuestro Dios para abrir los ojos y los oídos a los signos y voces de su Espíritu. A la par con las oportunidades están las dificultades, que pueden ser muy diversas, nuestra falta de coordinación y comunicación entre las diversas congregaciones y movimientos franciscanos en Chile, una paradoja en medio de una sociedad cada vez más interconectada y cooperando en red, nosotros que nos decimos hermanos y hermanas y menores, o sea, que nos reconocemos afectiva y efectivamente necesitados de los otros, somos localistas y autosuficientes en nuestras gestiones, quizás debamos confesarnos del pecado del egoísmo, no compartimos las riquezas del carisma entre nosotros, y por lo tanto, empobrecemos la presencia operante de nuestra voz profética en medio de la sociedad chilena; y además, debemos confesarnos del grave pecado de querer vivir a costa de la buena fama de Francisco de Asís y su inspirado proyecto y estilo de vida, no aprovechando para ser constructores de puentes entre la sociedad civil, el mundo ecológico y de Derechos Humanos, y la Iglesia. ¿Podemos revertir estas situaciones y potenciar aún más las oportunidades entre nosotros(as)?

En base a la reflexión nacida desde Uberlandia-Brasil[18], a conversaciones con algunos hermanos y hermanas de la Familia Franciscana y a la animación de JPIC en la Provincia y Conferencia Conosur de la OFM, quisiera proponer dos pistas para ir trabajando en mayor comunión nuestros proyectos franciscanos en Chile:

1. Coordinar a los diversos hermanos y hermanas que operan en JPIC en Chile.

El concepto Justicia, Paz e Integridad de la Creación (o Salvaguarda de la Creación o Ecología, como ha sido llamado en diferentes momentos) tiene una historia no fácil, quizás, entre nosotros, puede traer malos o molestos recuerdos de tiempos pasados en que esta opción parecía teñida de cierto matiz político partidista, lo cual tenía mucho sentido en un mundo bipolar en lo político, pero que en la actualidad frente a un mundo pluripolar en las opciones políticas e ideológicas sería anacrónico mantener el mismo nivel de objeción. JPIC habla de nuestra necesidad de tener una clara opción por la vida, desde la concepción hasta la muerte natural; opción por el respeto a la dignidad humana en los diversos ámbitos del quehacer existencial, la política, la economía, la salud, la calidad de vida, la niñez, la vejez, la familia...; opción por la fraternidad como tarea a ser realizada en la historia, estar al lado de quienes quieren construir socialmente caminos de encuentro entre los seres humanos más allá de las diferencias étnicas, etarias, de género, de religión, pero no de cualquier modo queremos la fraternidad, la queremos desde los menores, es decir, construida desde abajo, sin violencia, sin exclusiones, sin afán de dominio o explotación del otro y de la tierra; opción por la cultura de la paz, por la resolución de conflictos locales, nacionales e internacionales desde una no-violencia activa; opción por un nuevo trato con nuestra hermana la Creación...; todo ello nace de una profunda experiencia de fe y del Evangelio, o sea, de una vida de oración que lanza a esas opciones; nace, igualmente, de una vivencia de la fraternidad minorítica, porque estamos convencidos que es válido, humanizador y bello vivir y compartir con otros desde el sin poder y sin propiedad queremos compartirlo con quienes no tienen esa suerte; y finalmente, nace del envío de Jesús, con quién nos unimos en la contemplación y en la vida fraterna, a hacer de todos los pueblos sus discípulos, a instaurar su Reino ya presente en medio de las realidades de las culturas, pero que aún necesitan ser plenificadas. JPIC tiene de opción social y política, no se puede negar, pero fundamentada en el abrazo al Cristo concreto que se presenta con rostro de pobre, de excluido, de naturaleza salvajemente agredida, eso diferencia a nuestra opción de una opción sólo filantrópica o sólo política.

Por ello, no es extraño que entre nosotros y nosotras, existan hermanos y hermanas que desde su vida de oración y misión tengan un compromiso más concreto con la pastoral de fronteras, con organizaciones de excluidos como enfermos de SIDA, indígenas, homosexuales, etc., cuyos nombres quisiéramos conocer y poder prestarles un servicio, hacer que se conocieran, que soñaran juntos formas de animarnos en responder con más amor al Amor que no es amado, que enloquecía a Francisco. En este sentido, sería bueno que en el tiempo pudiese tenerse una oficina de JPIC de la Familia Franciscana, que operase y nos animase en este servicio, y que aún más, pudiésemos tener una oficina de Franciscans Internationals en Chile, nuestra ONG internacional para dialogar con otros y otras buscadores de nuevos cielos y nueva tierra.

2. Trabajo de JPIC en los colegios franciscanos de Chile.

Esta es una invitación a un trabajo más ambicioso y, quizás, a mucho más largo plazo. Rhaner, un teólogo jesuita importante en el siglo recién pasado decía que este siglo XXI o era de los laicos o no era, el Vaticano II asumió este desafío y como nunca se abrió al trabajo laical en muchos de sus documentos (Lumen Gentium, Gaudium et Spes, Apostolicam Actuositatem), Juan Pablo II dedicó una exhortación apostólica sobre ellos, “Chistifideles laici”, las últimas orientaciones pastorales de la Conferencia Episcopal Chilena (Cech) ratifica la importancia del laicado y su rol fundamental en el mundo como presencia constructora de la Iglesia y de su credibilidad, “... son los laicos, constructores de la sociedad, quienes, están especialmente llamados a transformar las estructuras socioeconómicas y políticas, en la línea de los valores del Evangelio. Como Iglesia debemos estimular y acompañar este compromiso que brota de la fe”[19]. Es en los numerosos colegios de congregaciones franciscanas en todo Chile, sin contar a los de inspiración en San Francisco y su estilo de vida, en donde se forman niños(as), jóvenes, papás y mamás, profesores, profesionales, obreros, etc., en donde tenemos una “gran materia prima” para expresar con convicción que lo que profesamos como fe y estilo de seguimiento a Jesucristo tiene un valor y un correlato en las relaciones sociales, políticas y ecológicas, resultaría una gran tristeza si desperdiciáramos tantos rostros humanos, muchas veces ávidos de Dios y del sentido de la vida, por comodidad, ignorancia o indiferencia, resultaría más doloroso aún si nuestras unidades educativas no fueran más que un espacio para asegurar nuestra subsistencia económica, y no el lugar para evangelizar. Nuestros colegios deberían ser la escuela del encuentro de niños y jóvenes con los excluidos de hoy, el campo fértil donde poder sembrar la semilla de la responsabilidad social, de la ética política y ecológica, la resolución pacífica de los conflictos, sirviéndonos no sólo de la pastoral o las clases de religión sino como presencia transversal en los objetivos educativos de las materias, de los talleres, en el trato con los alumnos, docentes, padres y paradocentes, las reuniones de apoderados, etc. Sin lugar a duda ese es un sueño utópico, pero no ingenuo, lo que esta en juego es, en el fondo y sinceramente, la credibilidad que cada uno de nosotros(as) da a los valores que profesamos en el estilo de vida de Francisco de Asís, frente a lo cual deberemos buscar como convertir las sombras institucionales y personales que subsisten entre nosotros y al interior de nuestras propias congregaciones y colegios. Finalmente, no se pretende decir que no hay nada hecho en estas líneas en nuestros centros educacionales, seguramente debe haber grupos ecológicos o experiencias solidarias o formativas, de aquí lo importante de poder socializarlas y ver como se pueden replicar, coordinar y mejorar.

Propuesta en concreto es:
  • Encuesta nacional sobre los colegios franciscanos y sus necesidades de coordinación, formación franciscana, programas de JPIC.
  • Agendar encuentro de directores y directoras de colegios franciscanos en Chile.
  • Establecer una coordinación de los colegios franciscanos en Chile. Estatutos. Propuesta formativa. Trabajo en red.
  • Agendar formación de profesores de religión, encargados de pastoral, alumnos de las pastorales, centros de alumnos, centros de padres en temas franciscanos y de JPIC. Formación de líderes laicales y franciscanos.
  • Estudiar la posibilidad de tener una OTEC propia de la Familia Franciscana.
  • Coordinar encuentro para compartir experiencias solidarias y ecológicas en nuestros establecimientos.
  • Tarea concreta que de aquí al 2008, como forma de celebrar los 800 años de la forma de vida todos nuestros colegios tengan el certificado de sustentabilidad del CONAMA que les corresponde. Informarse e implementar lo necesario.
Los recursos que pueden parecer muchos están en nuestras manos: las casas de ejercicios de nuestras congregaciones, los locales de los colegios, el Centro Franciscano en Santiago, los hermanos y hermanas formados en teología, espiritualidad franciscana, pedagogía, administración educacional, y tantos otros temas de interés espiritual, JPIC, etc., tanto en Chile como en el Conosur y el resto del mundo, el Curso de Carisma Misionero Franciscano, los contactos con dirigentes ecológicos, sociales, políticos, y con redes religiosas y de otra índole (ONG, Centros Ecuménicos, etc.) la posibilidad de recurrir a Misión Central y a otros fondos públicos nacionales e internacionales, lo que se necesita es disponibilidad, ganas de trabajar unidos y en serio, fijando los tiempos y los objetivos claramente.


¿Qué podemos hacer como Provincia Franciscana chilena para vivir estos desafíos? Una propuesta desde JPIC.

Aunque suene muy reiterado a nuestros oídos vivimos un tiempo de crisis, eclesial, social, político, etc., lo importante, a mi parecer, radica en entenderla como “oportunidad y dificultad”, como ha dicho fray José Rodríguez Carvallo en el II Congreso de JPIC en Uberlandia-Brasil. Es en medio de esta crisis en donde debemos levantar la mirada y descubrir la oportunidad, para ello tenemos diversos momentos celebrativos que podemos y debemos hacer nuestro, en el ámbito nacional la proximidad del bicentenario de la independencia de Chile; en lo eclesial, la celebración de la V Conferencia de obispos latinoamericanos en Brasil 2007; a nivel de la Orden y la Familia Franciscana los 800 años de la aprobación de la forma de vida de san Francisco y sus primeros compañeros, no podemos negar que son regalos de nuestro Dios para abrir los ojos y los oídos a los signos y voces de su Espíritu. A la par con las oportunidades están las dificultades, que pueden ser muy diversas, nuestros inmovilismos y miedos frente a la reducción y envejecimiento de los hermanos; la falta de creatividad y de opciones para emprender nuevos modos de presencia y de inserción en la Iglesia y en Chile; nuestra falta de crítica ante nuevas formas de espiritualidades intimistas y carentes de responsabilidad ética, presentes entre los creyentes y en la sociedad civil; nuestra autosuficiencia, no somos puentes de comunión ni con las organizaciones sociales, eclesiales, de religiosos e incluso de nuestra propia Familia Franciscana, una paradoja en medio de una sociedad cada vez más interconectada y cooperando en red, nosotros que nos decimos hermanos y hermanas y menores, o sea, que nos reconocemos afectiva y efectivamente necesitados de los otros, somos localistas en nuestras gestiones; entre otras que ustedes pudieran aportar, cada una de ellas favorece a una conclusión , a mí parecer, dramática: empobrecemos la presencia operante de nuestra voz profética en medio de la sociedad chilena; y además, debemos confesarnos del grave pecado de querer vivir a costa de la buena fama de Francisco de Asís y su inspirado proyecto y estilo de vida, no aprovechando para ser constructores de puentes entre la sociedad civil, el mundo ecológico y de Derechos Humanos, y la Iglesia. ¿Podemos revertir estas situaciones y potenciar aún más las oportunidades entre nosotros?


1. Coordinar a los diversos hermanos y hermanas que operan en JPIC en Chile.

El concepto Justicia, Paz e Integridad de la Creación (o Salvaguarda de la Creación o Ecología, como ha sido llamado en diferentes momentos) tiene una historia no fácil, quizás, entre nosotros, puede traer malos o molestos recuerdos de tiempos pasados en que esta opción parecía teñida de cierto matiz político partidista, lo cual tenía mucho sentido en un mundo bipolar en lo político, pero que en la actualidad frente a un mundo pluripolar en las opciones políticas e ideológicas sería anacrónico mantener el mismo nivel de objeción. JPIC habla de nuestra necesidad de tener una clara opción por la vida, desde la concepción hasta la muerte natural; opción por el respeto a la dignidad humana en los diversos ámbitos del quehacer existencial, la política, la economía, la salud, la calidad de vida, la niñez, la vejez, la familia...; opción por la fraternidad como tarea a ser realizada en la historia, estar al lado de quienes quieren construir socialmente caminos de encuentro entre los seres humanos más allá de las diferencias étnicas, etarias, de género, de religión, pero no de cualquier modo queremos la fraternidad, la queremos desde los menores, es decir, construida desde abajo, sin violencia, sin exclusiones, sin afán de dominio o explotación del otro y de la tierra; opción por la cultura de la paz, por la resolución de conflictos locales, nacionales e internacionales desde una no-violencia activa; opción por un nuevo trato con nuestra hermana la Creación...; todo ello nace de una profunda experiencia de fe y del Evangelio, o sea, de una vida de oración que lanza a esas opciones; nace, igualmente, de una vivencia de la fraternidad minorítica, porque estamos convencidos que es válido, humanizador y bello vivir y compartir con otros desde el sin poder y sin propiedad queremos compartirlo con quienes no tienen esa suerte; y finalmente, nace del envío de Jesús, con quién nos unimos en la contemplación y en la vida fraterna, a hacer de todos los pueblos sus discípulos, a instaurar su Reino ya presente en medio de las realidades de las culturas, pero que aún necesitan ser plenificadas. JPIC tiene de opción social y política, no se puede negar, pero fundamentada en el abrazo al Cristo concreto que se presenta con rostro de pobre, de excluido, de naturaleza salvajemente agredida, eso diferencia a nuestra opción de una opción sólo filantrópica o sólo política.

Por ello, no es extraño que entre nosotros, existan hermanos que desde su vida de oración y misión tengan un compromiso más concreto con la pastoral de fronteras, con organizaciones de excluidos como enfermos de SIDA, indígenas, homosexuales, etc., cuyos nombres quisiéramos conocer y poder prestarles un servicio, hacer que se conocieran, que soñaran juntos formas de animarnos en responder con más amor al Amor que no es amado, que enloquecía a Francisco. En este sentido, sería bueno que en el tiempo pudiese establecerse contacto con hermanas y hermanos de nuestra Familia Franciscana.

2. Trabajo de JPIC en las presencias y trabajos de los hermanos, especialmente en nuestras Parroquias.

Esta es una invitación a un trabajo más ambicioso y, quizás, a mucho más largo plazo. Rhaner, un teólogo jesuita importante en el siglo recién pasado decía que este siglo XXI o era de los laicos o no era, el Vaticano II asumió este desafío y como nunca se abrió al trabajo laical en muchos de sus documentos (Lumen Gentium, Gaudium et Spes, Apostolicam Actuositatem), Juan Pablo II dedicó una exhortación apostólica sobre ellos, “Chistifideles laici”, las últimas orientaciones pastorales de la Conferencia Episcopal Chilena (Cech) ratifica la importancia del laicado y su rol fundamental en el mundo como presencia constructora de la Iglesia y de su credibilidad, “... son los laicos, constructores de la sociedad, quienes, están especialmente llamados a transformar las estructuras socioeconómicas y políticas, en la línea de los valores del Evangelio. Como Iglesia debemos estimular y acompañar este compromiso que brota de la fe”[20]. Cada presencia de los hermanos con sus particularidades, santuarios, casa de inserción, eremitorio, parroquia, es un lugar privilegiado para el trabajo y el encuentro con laicos y laicas, pero son sin lugar a dudas las parroquias un lugar central de nuestro modo de inserción en la Iglesia chilena[21], aunque no siempre sean el centro de nuestras prioridades, muchas son las veces que en pasillos y reuniones nos preguntamos como debe ser nuestra presencia parroquial, cual debe ser el sello que las marqué y las distinga de otras parroquias diocesanas o atendidas por otros religiosos[22], a la luz del II Congreso de Uberlandia y de nuestras celebraciones, quizás, el repensar nuestra vocación desde el abrazo al leproso puede colaborar con esta búsqueda de respuesta coherente, profética, fraterna y minoritica. En concreto, desde JPIC, para celebrar los VIII años de nuestra forma de vida se propone darle prioridad a nuestro trabajo social y solidario en nuestras presencias, trabajo que generalmente realizamos con y desde el mundo laical, para concretizarlo se darían los siguientes pasos:

  1. Establecer, donde no las haya, o fortalecer las pastorales de solidaridad, acción fraterna o ayuda fraterna, teniendo dos líneas de acción, por un lado, buscando superar el asistencialismo paternalista y la falta de proyección global y de cambio estructural del que adolecen muchas veces nuestro trabajo solidario, para ello tener como norte las palabras de Juan Pablo II a la Iglesia de América: “Partiendo del Evangelio se ha de promover una cultura de la solidaridad que incentive oportunas iniciativas de ayuda a los pobres y a los marginados,...”[23], cuya meta es ambiciosa: “La Iglesia en América debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad de la Iglesia universal hacia los pobres y marginados de todo género. Su actitud debe incluir la asistencia, promoción, liberación y aceptación fraterna. La Iglesia pretende que no haya en absoluto marginados...”[24], es importante notar que el asistencialismo es un primer paso que debe abrirse a asumir el rostro fraterno de los excluidos, y a su evangelización: “La actividad de la Iglesia en favor de los pobres en todas las partes del Continente es importante; no obstante hay que seguir trabajando para que esta línea de acción pastoral sea cada vez más un camino para el encuentro con Cristo, el cual, siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9). Se debe intensificar y ampliar cuanto se hace ya en este campo, intentando llegar al mayor número posible de pobres...”[25], y con una lógica astuta debemos invitar a actuar localmente pensando globalmente, la comunidad cristiana “... ha de alentar también a los organismos internacionales del Continente con el fin de establecer un orden económico en el que no domine sólo el criterio del lucro, sino también el de la búsqueda del bien común nacional e internacional, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos...”[26]; y segunda pista, asumir el desafío lanzado por el actual Papa en su Mensaje de Cuaresma, no olvidar, “... en el contexto de la interdependencia global, se puede constatar que ningún proyecto social o político puede sustituir el don de uno mismo a los demás en el que se expresa la caridad...”[27], lo que aterrizado para lo que estamos hablando, expresa que ninguna presencia de laicos o laicas en la acción solidaria de nuestras presencias sustituye la necesaria presencia de los hermanos de la casa en las actividades de bien social, y eso al modo de una donación de sí mismos. El camino para ir trabajando esta propuesta será: Encuestas a las fraternidades, a los equipos de solidaridad existentes, a los consejos pastorales, donde corresponda, y un Encuentro Nacional de asesores y animadores de pastorales solidarias de nuestra Provincia a mediados del 2007. La meta es establecer el espíritu y la organización de animaciones de solidaridad en nuestras presencias desde los hermanos y con los laicos y laicas que trabajan con nosotros.
  2. Fortalecer la formación de nuestros párrocos en el área de solidaridad y acción social, para ello se buscaría trabajar en conjunto con Formación Permanente y Evangelización.
  3. Establecer los modos de realizar por zonas capacitaciones de solidaridad desde JPIC a los Consejos Pastorales, abierto además, a otros agentes pastorales no necesariamente vinculados a la pastoral solidaria.

[1] Cf. Lv 25

[2] Test 1-3

[3] “Es muy importante recordar que este II Congreso Internacional de JPIC se inscribe dentro del itinerario de preparación del VIII Centenario de la fundación de la Orden. Un itinerario que se inspira en el camino de conversión de San Francisco de Asís”. (Joseph Rozansky y Luis Cabrera, 2006. “Saludo de Bienvenida e inauguración oficial”. II Congreso Internacional de JPIC OFM. Abrazando a los excluidos de hoy)

[4] José Rodríguez Carvallo, 2006. “Abrazando a los excluidos de hoy”. Ponencia en el II Congreso de JPIC de la OFM en Uberlandia-Brasil.

[5] “El abrazo del leproso de parte de Francisco, o mejor aún el “ir entre ellos”, no es un simple gesto de compasión, cercanía o solidaridad. Para el Poverello es mucho más: Es el abrazo a Cristo pobre y crucificado, pues, como dice san Buenaventura. “si en alguno veía alguna carencia o necesidad, llevado de la dulzura de su piadoso corazón, lo refería a Cristo mismo” (LM 8, 5). Abrazar al leproso es abrazar la forma de vida semejante a la de Cristo, tal y como se lo revelará en la escucha del Evangelio en la Porciúncula (cf 1 Cel 22). Abrazar a los últimos es para Francisco inseparable del abrazo con el Señor y con la forma de vida de “altísima pobreza”, que abrazaron el Hijo y “su pobrecilla madre”. Pero, al mismo tiempo, el “abrazo al leproso” es inseparable “del abrazo a los hermanos” (dimensión fraterna de nuestra vida) y del abrazo a los “pobrecillos sacerdotes” que “viven según la forma de la santa Iglesia romana” (dimensión eclesial de nuestra vocación y misión). En otras palabras, bien podemos decir que cualquier opción en favor de los “leprosos” y “excluidos” ha de hacerse desde un corazón transformado que nos posibilite vivir “sine propio” (2 R 1, 1), y ha de hacerse en comunión con los hermanos y con la Iglesia. El Señor que llevó a Francisco entre los leprosos, fue el mismo que le dio hermanos y le reveló que debía vivir “según la forma del santo Evangelio”(Test 14), y el mismo que le dio “tanta fe” en los sacerdotes que viven según la forma de la santa Iglesia romana” (José Rodríguez Carvallo, 2006. “Abrazando a los excluidos de hoy”. Ponencia en el II Congreso de JPIC de la OFM en Uberlandia-Brasil).

[6] Sacramento en su sentido teológico más profundo, pues, el sacramentum latino traduce mysterion de la Biblia griega, que expresa el proyecto o el designio de salvación en la historia que el Padre por el Hijo en el Espíritu Santo nos ha querido revelar (Cf. Ef 3,9), de allí que los pobres al ser sacramentum son Vicarios de Cristo, porque en el mundo son sus representantes, sus rostros humanos más cercanos; la Iglesia chilena lo ha reconocido así en las últimas Cuaresmas de Fraternidad donde junto al rostro de un anciano pobre, de una mujer jefa de hogar o de niños en riesgo dice: “Este es Cristo”. Si tomamos en serio ello, entendemos en profundidad porque se insiste en que son nuestros maestros, aunque en la experiencia su modo de actuar nos parezca tan poco ético muchas veces.

[7] “Un Congreso que, de acuerdo con la metodología propuesta, nos ayudará a individualizar las causas que están generando la exclusión y los procesos que la posibilitan, y cuyos efectos deshumanizantes en las personas, en los pueblos y en el ambiente ecológico los experimentamos todos los días. Un Congreso que, con seguridad, nos desafiará nuevamente a ir entre los excluidos de hoy, pero no como lo hacen los curiosos investigadores de la sociología que no se duelen ni se comprometen con ellos; ni como los políticos de turno que, para obtener réditos electorales, ofrecen el paraíso en esta tierra; ni tampoco como los falsos filántropos que, movidos por su vanidad, se acercan con sus migajas para intentar saciar la necesidad de los pobres y acallar sus conciencias”. (Joseph Rozansky y Luis Cabrera, 2006. “Saludo de Bienvenida e inauguración oficial”. II Congreso Internacional de JPIC OFM. Abrazando a los excluidos de hoy)

[8] José Rodríguez Carvallo, 2006. “Abrazando a los excluidos de hoy”. Ponencia en el II Congreso de JPIC de la OFM en Uberlandia-Brasil.

[9] La organización de los excluidos no debe confundirse con las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), ellas al igual que nosotros, muchas veces trabajan a favor de éstos, pero no son ni administradas ni regidas desde los mismos marginados, lamentablemente, más de alguna vez pueden adolecer de ciertas manipulaciones ideológicas o aprovechamiento económico de la situación de quienes dicen querer ayudar. En el contexto chileno, hablamos de organizaciones como la de los deudores habitacionales o las juntas de vecinos que se organizan en torno a las campañas de “Comprando juntos”, por ejemplo.

[10] Esta claro que ellas expresan nuestro intento de hacer vida a Mt 25 y de tener una caridad operante a través de esas concretizaciones de las llamadas obras de piedad en la tradición. Pero lo asistencial en la pastoral solidaria es pensada como un primer paso que se abra a la promoción, liberación y aceptación fraterna (Cf. Juan Pablo II, Ecclesia in America, 58). En este sentido es bueno reflexionar ¿sí nuestra solidaridad es meramente asistencial será por falta de creatividad o por flojera o por indiferencia?

[11] Las razones pueden ser muy variadas desde las relacionadas con nuestro modo de relaciones al interior de las estructuras de la Orden como: “

  • El miedo, que tiene varios rostros: miedo de correr riesgos en el plan institucional y de la misión; miedo de confrontarse con lo nuevo y lo diferente; miedo de perder poder; miedo de la inseguridad que el compromiso con los excluidos nos puede traer.
  • Nuestras propias divergencias y conflictos internos que paralizan la acción profética del grupo y de algunos de sus miembros con vocación profética.
  • La falta de una real colaboración entre distintas Entidades.
  • El estilo de vida de algunas comunidades religiosas que las aleja del pueblo.”
Otras en el estilo de vida de cada hermano: “
  • Cuando la conformidad con lo suficiente ha dejado de ser una virtud y parece que la codicia ha ocupado su lugar.
  • Cuando no nos sentimos cómodos siendo pobres y estando con ellos, sino que más bien nos definimos y nos medimos por lo que tenemos o por lo que contamos.
  • Si asumimos con toda naturalidad lo que nos corresponde no sólo lo necesario o incluso lo bueno, sino lo mejor.
  • Si cedemos a la tentación de buscar la seguridad y de acumular “grano en nuestros graneros”, contra la advertencia evangélica, para protegernos, justificamos, cuando llegue el tiempo de las “vacas flacas”.
  • Cuando al cambio de algunos lugares naturales y de algunos niveles naturales de consumo, no va acompañado del cambio de la red de nuestras amistades y relaciones sociales.
  • En definitiva, cuando nuestras palabras en favor de los excluidos son palabras “aprendidas” que nada o poco tienen que ver con nuestra vida, convirtiéndose por tanto en palabras “huecas”, cuando los utilizamos e instrumentalizamos, cuando hacemos de su defensa pura ideología.”
(José Rodríguez Carvallo, 2006. “Abrazando a los excluidos de hoy”. Ponencia en el II Congreso de JPIC de la OFM en Uberlandia-Brasil)

[12] “Nosotros, en cuanto Hermanos Menores, hemos sido llamados, como en otro tiempo Moisés, a hacer todo lo que esté de nuestra parte por “liberarlos” a todos ellos y sacarlos de esa situación de exclusión en que se encuentran (cf Ex 3 10). Somos llamados a abrazarlos y a practicar misericordia con ellos (cf Test 2), como hizo Francisco hace ahora 800 años” (José Rodríguez Carvallo, 2006. “Abrazando a los excluidos de hoy”. Ponencia en el II Congreso de JPIC de la OFM en Uberlandia-Brasil)

[13]“Se nos pide incluso una opción de tipo político, en el sentido de ponernos totalmente al lado de los excluidos y así acompañarlos en su camino de liberación. No basta ocuparse de ellos, ayudarlos y sostenerlos, como lo ha hecho de manera espléndida la Orden durante siglos.

Se trata de compartir su vida y, también, en este sentido la historia de la Orden es rica, pero solamente en relación a minorías. Se trata de analizar las causas de la exclusión (más aún, de las exclusiones, tan numerosas y diferentes entre ellas) y de entrar en los movimientos que los excluidos mismos crean para construir juntos alternativas de vida digna” (II Congreso de JPIC de la OFM, 2006. “Declaración final”)

[14]Joseph Rozansky y Luis Cabrera, 2006. “Saludo de Bienvenida e inauguración oficial”. II Congreso Internacional de JPIC OFM. Abrazando a los excluidos de hoy.

[15] “Hay obstáculos de naturaleza estructural. Unos nacen del sistema económico neoliberal y de su cultura que va penetrando nuestras mentes e influyendo en nuestras actitudes y criterios impidiéndonos asumir una posición evangélicamente critica ante el mismo. Y sin ello es imposible una acción profética. Otros surgen de las mismas estructuras y estilos de organización de nuestras Entidades, que, con frecuencia, son excesivamente rígidos y no responden ya a las exigencias de nuestra época. Dificultan la creatividad que exigen las respuestas a los nuevos desafíos. Por otra parte, el modelo económico de la mayoría de nuestras Entidades y los mismos procesos formativos no ayudan, muchas veces, a vivir como “compañeros y amigos” de los excluidos. Más bien crean unos espacios “protegidos” que impiden una solidaridad real con esas personas”. (José Rodríguez Carvallo, 2006. “Abrazando a los excluidos de hoy”. Ponencia en el II Congreso de JPIC de la OFM en Uberlandia-Brasil)

[16] José Rodríguez Carvallo, 2006. “Abrazando a los excluidos de hoy”. Ponencia en el II Congreso de JPIC de la OFM en Uberlandia-Brasil.

[17] José Rodríguez Carvallo, 2006. “Homilía. Misa de clausura. II Congreso de JPIC de la OFM en Uberlandia-Brasil”.

[18] “Necesitamos abrirnos a una mayor colaboración con los laicos y con los miembros de la vida consagrada y muy particularmente de la familia franciscana”. “Colaborar con otros consagrados para promover la presencia de la vida consagrada en los foros mundiales alternativos y en los centros de decisión donde se determina el futuro de la humanidad”. (José Rodríguez Carvallo, 2006. “Abrazando a los excluidos de hoy”. Ponencia en el II Congreso de JPIC de la OFM en Uberlandia-Brasil) “Que los Animadores JPIC establezcan, en todos los niveles, redes de colaboración con los organismos de la familia franciscana, de las Iglesias, de la sociedad y con los movimientos sociales” (II Congreso de JPIC de la OFM, 2006. “Declaración final”)



[19] Cech, 2006. “Orientaciones Pastorales. Acentuaciones 2006-2007”, 33

[20] Cech, 2006. “Orientaciones Pastorales. Acentuaciones 2006-2007”, 33

[21] En este momento en Chile tenemos 25 presencias, desde Iquique a Punta Arenas, con las cuales atendemos 20 parroquias, o sea, un 80% de nuestro trabajo pastoral esta en parroquias.

[22] Para profundizar en estas reflexiones puede ayudar Juan Pablo II,1999 . Ecclesia in America 41

[23] Ibídem 52

[24] Ibídem 58

[25] Ídem

[26] Ibídem 52

[27] Benedicto XVI, 2006. Mensaje de Cuaresma.

5 de junio de 2006

Reflexiones en torna a la Fe y la Política.

Hno. Manuel Alvarado, ofm
En el II Congreso de JPIC de nuestra Orden hemos dicho: “Se nos pide incluso una opción de tipo político, en el sentido de ponernos totalmente al lado de los excluidos y así acompañarlos en su camino de liberación. No basta ocuparse de ellos, ayudarlos y sostenerlos, como lo ha hecho de manera espléndida la Orden durante siglos” (Mensaje final del II Congreso de JPIC, 2006). Para muchos el uso del término “político” puede generar cierta incomodidad o, lo que es peor, indiferencia, sin embargo, ha habido una insistencia permanente en el valor de la acción política como modo de presencia de los cristianos en el Magisterio de los últimos años. En la primera Encíclica del Papa Benedicto XVI, Deus Caritas Est, la unión entre fe y política se aclara y desafía a nuestras estructuras pastorales y de evangelización. El Papa plantea la verdadera orientación de la política “... La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética. Así, pues, el Estado se encuentra inevitablemente de hecho ante la cuestión de cómo realizar la justicia aquí y ahora. Pero esta pregunta presupone otra más radical: ¿qué es la justicia? Éste es un problema que concierne a la razón práctica; pero para llevar a cabo rectamente su función, la razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que la deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente...” (Deus Caritas Est 28 a), las concretizaciones de esa “ceguera” son las diversas formas de corrupción y su posterior descalificación de toda la acción política. “La corrupción, frecuentemente presente entre las causas de la agobiante deuda externa, es un problema grave que debe ser considerado atentamente. La corrupción “sin guardar límites, afecta a las personas, a las estructuras públicas y privadas de poder y a las clases dirigentes”. Se trata de una situación que “favorece la impunidad y el enriquecimiento ilícito, la falta de confianza con respecto a las instituciones políticas, sobre todo en la administración de la justicia y en la inversión pública, no siempre clara, igual y eficaz para todos”...” (Juan Pablo II, 1999. Eclessia in America 23). La fuerza de la fe frente a la política radica en que invita a la razón a ir más allá de sí misma, a salir de su mirada parcial sobre los intereses propios o de clase o partidistas, pues nace de un encuentro personal, gratuito e incondicional con un Gran Otro – que es Amor-, pero no porque la fe, o los hombres y mujeres que la poseen, tenga alguna verdad oculta o desconocida por el ser humano, sino porque es capaz de insertarse en la lucha por la justicia por medio “...de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales...” (Deus Caritas Est 28 a) presentes en los procesos sociales que buscan y promueven el bien común de la humanidad. La unión entre fe y política de ningún modo significa no reconocer la justa autonomía de las realidades sociales frente a la Iglesia, “... La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política...” (Ídem), y la comunidad creyente se debe insertar en ella “...esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien...” (Idem). Por ende, la comunión entre fe-política, Iglesia-Sociedad, se aleja de un concepto de autonomía equivocada, en la cual ella “... quiere decir que la realidad creada no depende de Dios y que el hombre puede disponer de todo sin relacionarlo con el Creador...” (Concilio Vaticano II, 1965. Gaudium et spes 36), por lo tanto, ninguna sociedad puede prescindir de la voz de la Iglesia y sus valores para la construcción temporal de una sociedad más humana, como ninguna comunidad cristiana puede prescindir de pensar los procesos políticos-económicos-ecológicos de las sociedades en las que están insertas, nada menos humano y cristiano que los “secularismos” y los “espiritualismos”, finalmente ambos se encuentran en la destrucción del rostro verdadero de Dios, de la Sociedad y del Cosmos.

Lo que une fe y política, finalmente, es el amor, entendido como “Eros-Ágape”, o sea, experiencia que abre integralmente al hombre, cuerpo y espíritu, al otro y al Gran otro, inclinándolo a la entrega, a la donación, incluso renunciando así mismo por el bien y la felicidad del otro. Entrega que no significa negarse a la reciprocidad, todo lo contrario la espera, pues nadie que ama esta pleno sí el amado no responde de modo semejante (Cf. Deus Caritas Est 7). Esta unión pone en crisis dimensiones esenciales de la fe cristiana. Pone en crisis su Comunión, que “...se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra...” (Deus Caritas est 25 a), ello lo une al actuar de la Trinidad, de la cual es testigo y testimonio (Cf Deus Caritas Est 19). Su Catolicidad, la comunidad creyente no es una secta que admita una doble destinación del ser humano, esto iría en contra de la gratuidad de la vocación propia que conlleva el don de la fe, pero al mismo tiempo no es un amor que se diluya en una obligación abstracta o espiritualista, que al invitar a amar a todos no lleva a los rostros concretos en el aquí y en el ahora de mi propia historia. Los hombres y mujeres de fe son “...la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Pero, al mismo tiempo, la caritas-agapé supera los confines de la Iglesia;...” (Deus Caritas Est 25 b), con una meta ambiciosa “... pretende que no haya en absoluto marginados...” (Juan Pablo II, 1999. Eclessia in America 58), sin dejar de revisar su propio ejercicio del amor en su interior, “... también se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad...” (Deus Caritas Est 25 b), o sea, somos invitados por el amor a pensar globalmente actuando localmente y a predicar con el ejemplo. Su misión, ella “...es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos, empresa tantas veces heroica en su realización histórica; y busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres....” (Deus Caritas Est 19), necesidades que siempre existirán y exigirán la operatividad de la caridad. “...No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo...” (Deus Caritas Est 28 b). Frente a las cuales estamos llamados a responder con las particularidades de nuestro modo de amar al prójimo, que no es sólo “un número” o “un objeto” o “un cliente”, “...se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial...” (Deus Caritas Est 31 a), por lo tanto, es absolutamente irrenunciable el don de uno mismo en el servicio a lo demás, “... no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona...” (Deus Caritas Est 34). De la íntima comunión entre fe y política hemos llegado al corazón mismo de la credibilidad de nuestra fe, sólo sirviendo al prójimo servimos a Dios (Cf. Deus Caritas Est 16-17), porque sólo amando a los otros, respondemos al amor derramado sobre nosotros por el Gran Otro (Cf. Deus Caritas Est 1).

A la luz de estas reflexiones sería bueno preguntarnos:

  • ¿Cómo esta el ejercicio del amor entre nosotros? ¿Vivimos un amor en apertura al otro y que espera su respuesta de reciprocidad, o estamos cerrados en un amor-Eros que se agota en mí mismo, en mis necesidades, en mis proyectos, o estamos encerrados en un amor-Ágape que es puro sacrificio y abnegación, negando mis necesidades afectivas, sociales y psicológicas? Recordemos que, sólo un amor Eros-Ágape es humano, cristiano y franciscano.

  • ¿Es nuestra vida fraterna, la porciúncula – la pequeña Iglesia-, un lugar para vivir el amor de comunión, de catolicidad, de misión como testigos del Amor Trinitario? ¿Cuáles son los aportes y dificultades que encontramos en ella para realizar el ejercicio del Amor?

  • ¿Tenemos conciencia de unir fe y política en nuestra formación permanente y en la de los laicos de nuestras comunidades? O ¿Somos de quienes creemos que no existe o somos indiferentes ante la relación entre responsabilidad cívica y operatividad del amor al prójimo y a Dios, haciendo de lo social y económico una esfera de la vida del ser humano sin vínculos con la religiosidad?

(Publicado en el boletín provincial de junio 2006)