1 de diciembre de 2006

Algunas pistas para vivir una Navidad cristiana y franciscana.

(Retiro de la Familia Franciscana Región Metropolitana, Navidad del 2005)
Hno. Manuel Alvarado, ofm


Introducción.

La Navidad es la fiesta más paradójica del calendario litúrgico, pues por un lado celebramos el nacimiento de Jesús, Dios y Hombre verdadero, que nace pequeño y pobre en Belén, en un pesebre por no haber posada, o sea, víctima de la indiferencia y de la nula solidaridad humana, el abrigo lo encuentra entre bestias de trabajo y es reconocido por extranjeros y por pastores, personajes de dudosa reputación moral y religiosa en el pueblo de Israel; esa contradictoria realidad se une a una más contradictoria celebración social, llena de regalos, compras, ofertas, endeudamientos, aumento en las tazas de delincuencia, depresión y suicidios, una nota curiosa es que estos son los días en que más riesgo existe de fugas carcelarias La pregunta ¿de quién es el cumpleaños? ¿De Jesús? O ¿del viejito pascuero? Se hace cada vez más imperiosa. La verdad es que la Navidad dejó de ser una fiesta cristiana y paso a ser una fiesta de la religión del mercado, en donde la pobreza del Niño de Belén es cambiada por las suntuosas vitrinas de los Mall y de las diversas ofertas de las Multitiendas, las cuales ya seguramente, religiosamente, hemos visitado; la pobreza de José y María es disfrazada en el rojo invernal del viejo pascuero y su mágica capacidad de dar y dar regalos “a todos los niños del mundo”; y la pobreza del pesebre, con su olor a excremento y animales es disimulada con un modelo norteamericano y europeo de blanca y pulcra navidad. Lo poco de cristiano que le queda son nuestros “gestos solidarios” navideños, cajas de mercaderías, hacerse cargo de alguna “carta al pascuero” de Correos de Chile, onces u otro tipo de convivencia para los niños o ancianos de los grupos de riesgo en nuestros sectores, todo ello muy válido, pero que no logra hacernos nuevamente dueños de esta fiesta y, reconozcámoslo, humildemente, pues lo vivimos, generalmente, como un “debe hacerse”, carente de gratuidad, es parte de nuestra planificación o siempre se ha hecho así, y de proyección, porque los pobres, los abandonados, de cualquier edad no comen o no tienen necesidades sólo en torno a esta fiesta.

Los franciscanos y franciscanas, además, tenemos una doble deuda con la Navidad, ella es una de las fiestas centrales de nuestra espiritualidad, para ninguno es un secreto la importancia y cariño que Francisco y Clara de Asís tenían por ella, el primer pesebre en Greccio (1 Cel 84-87) y la asistencia milagrosa a la misa de Nochebuena en Asís (Flor 35), respectivamente, lo confirman. Por lo tanto, hacer de esta fiesta nuestra y de devolverle su sentido no es un favor que hacemos, sólo, siervos inútiles realizamos nuestro cometido, reconociendo que debemos nuevamente empezar, porque, al juzgar por la publicidad navideña de este año, poco y nada hemos hecho.

Navidad la fiesta de los pobres.


Uno de los textos claves para entender la Navidad lo encontramos en el inicio del Evangelio de Juan, “... la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros,...” (Jn 1, 14), sin olvidar que esa Palabra estaba y era Dios (Cf. Jn 1,1), y esto no ocurrió en el aire sino en una historia humana, que como toda historia humana se da en un lugar y en un tiempo, “... fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. » Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios»...” (Lc 1, 26-35), y no sin dificultades, José estuvo a punto de “... repudiarla en secreto...” (Mt 1, 19), lo cual pudo tener nefastas consecuencias. ¿Qué es lo que esta detrás de esta historia humana? El misterio del proyecto de Dios, “Dios quiso comunicarse de un modo total a otro ser diferente de sí. Se digno entregarse como don a alguien. Dios no quiso limitarse a ser únicamente Dios. El Creador tuvo deseo de hacerse también criatura. No juzgó oportuno comunicar únicamente su Bien, su Verdad y su Belleza... Quiso quedarse: Dios da al mismo Dios”[1], destaca en su proyecto la gratuidad, el respeto a la libertad del otro, espera el “sí” de María y el de José, y el designio de salvación universal y cósmica.

La Encarnación es el primer paso en el cumplimiento de promesas muy antiguas hechas a hombres justos del Testamento Común judeocristiano: es el cumplimiento de la donación de Dios mismo que se promete en Abraham a todos los pueblos (Cf. Gn 12, 1-3), de compañía y liberación a su pueblo oprimido hecha a Moisés (Cf. Ex 3, 6-10) y la descendencia a la casa de David (Cf. 2 Sam 7, 12 ) y la presencia de un reinado de Dios en medio de su pueblo (Cf. Sal 72) . Lo curioso es que, muy de nuestro Dios, las cosas no ocurren desde una la lógica humana sino desde la lógica de un Dios enamorado de sus creaturas, particularmente del ser humano. El Emmanuel, el liberador, el descendiente de David y el Rey Justo esperado se presenta desde la contradicción de un ser humano, “... no dudó en asumir la condición humana, a veces trágica y, en muchos aspectos absurda. ¿Quién podría imaginar que Dios se hiciera hombre de este modo? A nadie se le oculta la condición humana. A pesar de su bondad fundamental, el hombre también es un ser fracasado en la historia. Puede ser un lobo para los demás y una máquina destructora para sí mismo”[2], por eso, nos cuesta tanto asumir la plena humanidad de Jesús, nos deja más tranquilo un Jesús espiritualizado que uno con nuestra carne, con nuestra psiquis, con nuestros afectos, con el devenir y la inseguridad del futuro y las culpas del pasado, pero nuestra fe y nuestra tradición es clara, creemos en que la Palabra se encarnó en “... Jesús de Nazaret, un judío por raza y por religión, que se formó en el reducido espacio del seno materno; que creció en el reducido espacio de una patria insignificante; que maduró en el reducido espacio de una minúscula y remota aldea; que trabajó en un medio limitado y muy poco culto, donde no se hablaba griego ni latín, las lenguas de la época, sino un dialecto, el arameo, con acento de Galilea; que sintió la opresión de las fuerzas de ocupación de su país; que conoció el hambre, la sed, la soledad, las lágrimas por la muerte del amigo, la alegría de la amistad, la tristeza, el temor, las tentaciones y el horror de la muerte; y que pasó por la noche oscura del abandono de Dios. Todo esto lo asumió Dios en Jesús”[3], y al ocurrir esto toda historia humana se hace historia de Dios, o sea, de liberación y salvación, pues “... somos todos hermanos de Cristo. Cada uno de nosotros es representante suyo; cada persona humana concretiza en sí determinadas facetas del Hijo eterno”[4].

La Navidad en particular concretiza un nuevo matiz de este proyecto de Dios, asume la condición humana plena y total, pero no de cualquier modo. “Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, (! En Belén para cumplir el mandato del censo) se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento” (Lc 2, 6-7). La Palabra construye su morada entre nosotros y lo hace como un pobre: no tiene lugar para nacer, cuando es consagrado en el Templo se realiza el sacrificio de los necesitados (Cf. Lc 2, 22-24, Lv 12, 8), Jesús mismo se define como un menesteroso: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20); este modo de encarnación será llamado por Pablo kenosis-abajamiento-despojamiento, “... siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; ...” (Fil 2, 6-7), cuya máxima expresión desde el Apóstol es su morir en la cruz (Cf. Fil 2, 8). En esta línea, nosotros como franciscanos y franciscanas agregamos un par de notas a la reflexión paulina:

  • Apareció como un hombre, pero no de cualquier modo sino como un pobre, de este modo el pobre se hace sacramento, o sea un instrumento sagrado, que nos actualiza a Cristo. En la experiencia de Francisco de Asís esto se expresa de múltiples formas, los leprosos son la mediación de su conversión, de su volver el rostro a Cristo (Test 1-3), por ello, el querer cristificarse, seguir a Jesús Pastor en la tarea de salvación y sus dificultades (Cf. Adm 6, 1-2), pasa por hacer alianza-desposar a la dama pobreza: “Hemos oído decir que tú eras la reina de las virtudes, y de hecho lo comprobamos ahora con nuestros propios ojos. Por eso, postrados a tus plantas, imploramos humildemente que te dignes vivir en nuestra compañía y seas para nosotros el camino que nos conduzcas al Rey de la Gloria, así como lo fuiste para Él cuando, naciendo de lo alto, se dignó visitar a los que estaban sentados en tinieblas y en sombra de muerte” (Sacrum Commercium 16).
  • Este modo de ser pobre, no fue vivido como víctima sino como opción. Esto queda demostrado en el compromiso que Jesús tuvo con los leprosos, las mujeres, los pecadores y los extranjeros en su caminar histórico, con esta “calaña” de excluidos sociales y religiosos se sienta a la mesa, conversa, hace discípulos. Recordemos que nace en Belén y los primeros convocados son pastores (Cf. Lc 2, 8-18), hombres de dudosa reputación moral, asociados a delincuentes y ladrones; y son unos sabios de oriente los segundos convocados (Mt 2, 9-11), hombres extranjeros, ambos grupos excluidos por quienes se sentían poseedores de la santidad, de la verdad, e incluso de Dios. Jesús devuelve así la dignidad a quienes estaban en los círculos de marginación. Francisco descubre esta clave y la hace vida, cuando descubre a un pobre más pobre que el se avergüenza. “Yo he elegido la pobreza por todas mis riquezas, por mi señora; y ve aquí que la pobreza brilla más en él ¿No sabes que se ha propagado por todo el mundo que somos los más pobres por amor de Cristo? Pero este pobre nos convence que de lo dicho no hay nada” (2 Cel 84), por ello no perdona que se le falte el respeto a uno de ellos, en esta lógica eso es un sacrilegio. “Anda listo y quítate la túnica y, postrado a los pies del pobre reconócete culpable. Y no sólo le pedirás perdón, sino también que ore por ti” (2 Cel 85), le dice a un hermano que hablaba mal de un pobre. La sacramentalidad del marginado exige de nosotros la reverencia y el cuidado que se tiene por las presencias sacramentales de Cristo, tomar en serio aquello es una tarea abierta, desafiante y pendiente, por ello es bueno recordar lo que como Iglesia latinoamericana hemos reflexionado en torno a esto, los rostros de los pobres son los rostros de Cristo y ello no como un pietismo religioso, sino como compromiso preferente más no excluyente, “rostros de niños, golpeados por la pobreza” (Puebla 32), “... de jóvenes, desorientados por no encontrar un lugar en la sociedad...” (Puebla 33), “... de indígenas y ...afroamericanos... viviendo marginados y en situaciones inhumanas...” (Puebla 34), “... de campesinos... que viven relegados en casi todos nuestro continente, a veces, privados de tierra...” (Puebla 35), “... de obreros frecuentemente mal retribuidos...” (Puebla 36), “... de subempleados y desempleados despedidos por las duras exigencias de crisis económicas y muchas veces de modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos” (Puebla 37), “... de ancianos... frecuentemente marginados de la sociedad del progreso que prescinde de las personas que no producen” (Puebla 39), a lo que se sumas los rostros de las víctimas de la violencia política del Estado o las guerrillas, de quienes son atropellados en sus derechos humanos más básicos, y otros muchos más (Cf. Puebla 40-50).
  • Una tercera nota no menos importante es el rol de María en esta línea de una encarnación y opción de pobreza de Jesús. De ella decimos que es Madre de Dios, de la Iglesia, pero quizá es bueno rescatarla como Madre del POBRE, con mayúscula. El rol de María en los Credos de la antigüedad y en los que rezamos hasta hoy, el de los Apóstoles y el Nicenoconstantinopolitano, la nombran para confirmar la plena humanidad de Jesús, no hay una carne aparente sino real en la que se encarnó la Palabra, desde nuestra tradición franciscana ella, además, confirma la pobreza como el modo de vivir elegido por Cristo. San Francisco al hablar de María, la nombra en algunos párrafos como “la madre pobre o pobrecilla”, por ejemplo, en 2 Cel 85, en donde el pobre-social es imagen del Señor y de su “madre pobre”, y al igual que en su Hijo esta condición de pobre fue en ella también opción (Cf. 1R 5). Lo que destaca en ella es el modelo de discípula, pues al abrazar la pobreza radicalmente en su vida se hizo portadora del Pobre, su Palacio, su Tabernáculo, su Casa, su Vestidura, su Esclava (Cf. SalVM 4-5), y este no es un modelo estático para ser contemplado, sino que debe impulsar y renovar el compromiso creyente, la tarea será mirar el pesebre y buscar ser otras “madres de Jesús” para el aquí y el ahora, y ello lo somos “... cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (Cf. 1 Cor 6, 20) por el amor divino y por una conciencia pura y sincera, y lo alumbramos por las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de otros (Cf. Mt 5, 16)” (1 CtaF 10). Esta es una pista para quienes nos excusamos a ser más radicales amparándonos en el olvido de la plena humanidad de Jesús y exaltando su divinidad, pues María es criatura como nosotros.
  • Finalmente, junto a Pablo reconocemos la cruz como el culmen de la pobreza de Cristo y reconocemos en este modo de presentarse, lo que lo llevará a la cruz; ella no es el fin primario de su encarnación, sino la consecuencia de fidelidad al proyecto del Padre, la comunión entre los seres humanos, la creación y el mismo Dios, él cual es rechazado por los hombres y las mujeres.

Jesús asumió a la humanidad, y con especial y preferente amor asumió a quien esta en condición de marginado, indigente, excluido, débil, víctima inocente y pobre, es eso lo que contemplamos en el pesebre. Con estas pistas, vayamos al relato de Greccio (1 Cel 84-87):

  • Lo que acontece en Greccio es primeramente una actualización de la Navidad, es un Memorial, o sea, es revivir en el presente un hecho significativo, un hecho que da sentido al hoy e impulsa al futuro con esperanza, un memorial sacramental es la Eucaristía, hacemos recuerdo de la Última Cena de Jesús y a la vez lo traemos al presente, vuelve a ocurrir frente a nuestros ojos y nos abre a la novedad salvadora del futuro: “¡Ven, Señor Jesús!”. Francisco quiere vivir la Navidad, no como un relato sino como un memorial, “Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, como fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre el heno entre el buey y el asno” (1 Cel 84)
  • En segundo lugar es la fiesta de los verdaderos discípulos pobres. “Donde hay pobreza con alegría, no hay codicia ni avaricia” (Adm 28,3), o sea , se puede compartir, hacer comunión, “... hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche...” (1 Cel 85), son los pobres quienes privilegiadamente deben celebrar y ser celebrados en la santa Noche del nacimiento de Cristo. “Quería que los ricos den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos...” (2 Cel 200). La consecuencia de la comunión es un nuevo Pentecostés, la gente “... ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos...” (ídem), Francisco “... está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo...” (ídem), el sacerdote que preside la misa “... goza de singular consolación” (ídem), y la naturaleza que los rodea “... responden a los himnos de júbilo...” (ídem). Navidad se convierte en la fiesta trinidad, el Padre que nos hace hijos iguales en dignidad, el Hijo que nos hace hermanos sin distinción y el Espíritu Santo que nos une en el gozo y la fruición. Es la anticipación de la comunión escatológica que esperamos en el Reino definitivo de Jesús, esperanza de los pobres, de las víctimas y de los rostros de la marginación y la exclusión.
  • Finalmente, esta el milagro de Greccio, “... un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño...” (1 Cel 86), según Celano, entonces, no es Francisco el que ve al Niño Jesús sino otro varón, el hagiógrafo interpreta esto como confirmación de las muchas conversiones debidas al testimonio de vida de Francisco de Asís, “... el niño Jesús, sepultados en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados...” (ídem). Así, podemos unir a Francisco con María en el rol de “madres de Dios”, como expresión del verdadero discipulado.

Navidad la fiesta de la Creación.

Sí leemos con atención el texto de Celano encontramos la presencia de la creación en medio del pesebre de Greccio, el heno, el buey y el asno, son sus representantes. El dato curioso es que el texto bíblico canónico (Cf. Lc 2, 1-14) no da cuenta de la presencia de animales en el lugar de nacimiento, escuetamente dice que María “... dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento... ” (Lc 2, 7), es por este Evangelista de quien tomamos el dato de la pesebrera como lugar de nacimiento, pues tanto Marcos como Juan guardan silencio sobre el lugar y el modo de nacer de Jesús, y Mateo habla de un Jesús ya nacido cuando los sabios de orientes llegan a adorarle, y ello no ocurre en el pesebre sino en una casa (Cf. Mt 2, 11). La tradición popular además a agregado la presencia de otros animales en el nacimiento de Jesús, corderos, perros, gallos, etc., los variados villancicos dan cuenta de esta realidad. ¿Qué hay de detrás de esta intuición?

A mi parecer, una toma en serio del tema de la Creación es un tema pendiente en la reflexión de la Iglesia y de la Familia Franciscana, no hemos dado el paso de una intuición de la relación entre Cristo y la Creación a una reflexión del cristo cósmico y de un cosmos crístico[5], y aún más lejos de nosotros está una praxis y un testimonio de vida que hable de un compromiso con la defensa y el cuidado del don de un mundo hecho bueno por el Creador (Cf. Gn 1-2, 4). Por eso, en torno a Nochebuena es una labor necesaria pasar de una caricatura de san Francisco y los pajaritos al san Francisco patrono de los ecologistas, o sea, de hombres y mujeres comprometidos con la causa de la tierra, muchos de los cuales están más allá de las fronteras de nuestra Familia Franciscana y de nuestra fe, algo por lo que tenemos que pedir perdón y pedir la gracia de revertir.

Que san Francisco haya insistido en poner animales en el primer pesebre de la historia no es un hecho aislado en su vida. La naturaleza toda era para él un sacramento de su Creador, “... para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros....” (1 Cor 8, 6), pues por Cristo, la Palabra encarnada, “... todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe...” (Jn 1, 3). Este dato de la fe el hermano de Asís lo hizo vida: “A los hermanos que hacen leña prohíbe cortar del todo el árbol, para que le quede la posibilidad de dar brotes. Manda al hortelano que deje a las orillas del huerto franjas sin cultivar, para que a su tiempo el verdor de las hierbas y la belleza de las flores pregonen la hermosura del Padre de todas las cosas. Manda que se destine una porción del huerto para cultivar plantas que den fragancia y flores, para que evoquen a cuantos las ven la fragancia eterna.

Recoge del camino los gusanillos para que no los pisoteen; y manda poner a las abejas miel y el mejor vino para que los días helados de invierno no mueran de hambre. Llama hermanos a todos los animales, si bien ama particularmente, entre todos, a los mansos” (2 Cel 165), este modo de actuar no es un romanticismo por la naturaleza, sino fruto de una contemplación madura de un hombre creyente que descubre en las cosas materiales una escala que lleva al Creador[6], descubre al pintor que ha elaborado tan bella y perfecta obra de arte que rodea al ser humano. Es el Cántico de las Creaturas donde más claramente se expresa el lugar privilegiado y sacramental del cosmos, todo él desde el Señor hermano Sol hasta la hermana Madre tierra significan a su modo alguna de las perfecciones y los beneficios que Dios revela y da a los hombres y a las mujeres (Cánt 3-9), ese es el modo de servir y de adorar a Dios de las Creaturas (Cf. Adm 5, 2), en lo cual aventajan al ser humano, cuyo modo de testimoniar a Dios en la vida es la reconciliación en el amor a Dios con las demás creaturas, humanas y no humanas, con las contradicciones de la propia vida, y con Dios mismo (Cf. Cánt 10-13). Es el hombre o la mujer reconciliado quien puede cantar estas maravillas y a la vez operarlas en la historia, pues mirar el pesebre descubre que el Dios encarnado no se ha hecho sólo ser humano, sino que ha asumido toda la materia y sus ambigüedades, de simple materia se ha hecho materia crística, ha hecho uno al cosmos, “... toda la creación, y no sólo la esfera humana, posee un carácter filial y fraternal. Se da una cristificación de la materia Las piedras, el polvo de los caminos, las plantas, los animales de la selva y de nuestro entorno, todo lo que existe, todo cuanto se mueve, siente, vive y piensa, tiene algo que ver con el Niño que hoy nace, por cuanto todos somos hermanos del Hijo Primogénito”[7]. Una verdadera celebración de la Navidad supera el antropocentrismo en el que hemos encerrado la liberación ofrecida por el Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, y le da sentido a la tarea de la construcción de una fraternidad cósmica, para nosotros franciscanos y franciscanas la contemplación del pesebre nos revela él porque los elementos, los animales y la materia toda se hacen hermano. El rol central del hombre no se minimiza o se niega, pero es reubicado en su lugar, Jesús asume la carne humana, y con ella a la humanidad toda y a la materia toda, pues como dice san Buenaventura “el hombre es un microcosmo”, una síntesis de lo creado material y espiritualmente. Esto pone al hombre y a la mujer no como un depredador sin límites sino como el custodio de un mundo que él representa, sin olvidar que el destino de su medio es su propio destino.

Hemos dicho que la piedad popular ha intuido la presencia de la Creación en el misterio encarnatorio de Jesucristo, a pesar de la carencia de datos canónicos, pero más profunda es aún la intuición de que ella participa de la fiesta de la encarnación. El pueblo judío esperaba al Mesías pero sólo poseía las tinieblas del anuncio de su llegada, es un signo natural el que da certeza del cumplimiento y plenitud de la promesa de Dios, Mateo nos narra como una estrella es la que guía a los sabios de oriente, desde desconocidas distancias los trae a una casa en Belén (Mt 2, 1-13), este astro no es sólo un anunció es el gesto de la participación del cosmos en el gran evento del Dios hecho Niño. Un texto de la Iglesia de los primeros siglos nos expresa esta participación: “Alcé los ojos y vi el aire paralizado de asombro. Elevé la mirada al cielo y vi que todo estaba inmóvil, y las aves quietas. Mire a la tierra y vi una mesa preparada, y a los hombres inclinados sobre ella para comer. Pero los que debían masticar no masticaban... Y he aquí que venían ovejas, pero no avanzaban. Estaban inmóviles... Las aguas del riachuelo fluían, y las cabritillas que las tocaban no las bebían. Por un momento, permaneció todo quieto, ajeno a su propio movimiento”[8], estas imágenes del Proto-evangelio de Tomás expresan que el Nacimiento de Jesús es para la creación el inicio de sus bodas con Cristo. Que el Hijo haga su morada entre nosotros, entonces, es también signo de esperanza y liberación para toda la creación, como lo es para y con la humanidad, pues, “... desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo” (Rom 8, 19-23). Pues, la Navidad es el inicio y certeza de la definitiva consumación de la humanidad y de la creación cósmica, que aún esperamos se plenifique en el último desvelamiento de Cristo en su parusía, en donde habrá resurrección de la carne y una renovación de todo lo creado, según lo profesamos en el credo al decir que el Reino de Jesús que ha de terminar de venir no tendrá fin.

Celano no exagera, de este modo, al incluir a la Creación entre quienes celebran en el pesebre de Greccio. Ella pone su parte para el éxito de la celebración: “La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y los animales” (1 Cel 85). Y además es protagonista del evento: “La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo” (ídem), además de estar representada por el buey, el asno y el heno (Cf. Ídem). Y como hemos fundamentado en los párrafos previos no son meros adornos o invitados de piedra, sino protagonistas y actores principales de la historia de salvación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, con todo el derecho a celebrar y a ser celebrados en la Nochebuena, “Sí llegare a hablar con el emperador..., le rogaré que dicte una disposición general por la que todos los pudientes estés obligados a arrojar trigo y grano por los caminos, para que en tan solemnidad las avecillas, sobre todo las hermanas alondras, tengan en abundancia” (2 Cel 200), decía san Francisco, junto con pedir que a los bueyes y asnos se les alimentará con más ración de los normal (Cf. ídem).

Finalmente, al insistir en esta doble dimensión festiva en la que San Francisco vivía la Navidad, es bueno recordar sus palabras sobre los ejemplos de los santos, “... es grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queramos recibir gloria y honor” (Adm 6, 3). Por ende, no simplemente contemplemos el pesebre esta Nochebuena, sino que renovemos nuestro compromiso preferente por los pobres y reflexionemos, para profundizar o comenzar a asumir, nuestro compromiso con la Creación. Pobres y Creación son los sacramentos de Cristo, en los cuales nuestro hermano Francisco contemplaba y testimoniaba para su “aquí y ahora” la credibilidad de la fe y de la Iglesia, y ellos deben ser para nosotros los sagrados instrumentos que en la contemplación operante del amor nos hagan nuevos franciscos para nuestro tiempo y sociedad.

Notas

[1] Leonardo Boff, “Encarnación, la humanidad y la jovialidad de nuestro Dios”, Sal Térrea, 2ª edición, Santander: 9

[2] Ibídem: 12

[3] Ibídem: 13-14

[4] Ibídem: 22-23

[5] Cf. Juan Noemí. “Misterium creationis. Sobre la posibilidad de una aproximación a la realidad en cuanto creación de Dios” en Teología y Vida, Vol. XL(1999): 372-399.

[6] En esta línea no debe sorprendernos el “Itinerario de la Mente a Dios” de san Buenaventura, obra cumbre de la filosofía, teología y mística franciscana, que expresa esta verdad y experiencia del hermano Francisco en el lenguaje académico de la época.

[7] Leonardo Boff : 25-26.

[8] Proto-evangelio de Tomás 17,2 citado en Leonardo Boff : 38-39