25 de mayo de 2013

Tema 2: En búsqueda un concepto de un concepto de “laico”.

Formación Permanente Comunidades Parroquia San Francisco de Alameda 2013

Hno. Manuel Alvarado S.

Introducción.

La palabra laico debe ser de las más usadas en el interior de la Iglesia en los últimos tiempos. Se habla mucho de “participación de los laicos”, “misión de los laicos”, “el lugar de los laicos en la Iglesia”, “el futuro de la iglesia está en los laicos”, y así en un sinnúmero de frases y slogans pastorales y eclesiales. Sin embargo, tenemos claro ¿Qué es un laico?

Debemos reconocer que es una palabra difícil, la RAE define laico con dos acepciones:

“1. adj. Que no tiene órdenes clericales. U. t. c. s.
2. adj. Independiente de cualquier organización o confesión religiosa. Estado laico. Enseñanza laica.”[1]

Ambas definiciones son problemáticas, la primera porque parte de lo negativo, que como veremos más abajo no se puede definir una cosa o un sujeto desde lo que no es o no tiene. Y la segunda, es quizás la más compleja, el concepto de “laico” es usualmente usado para expresar lo que se opone, o lo que al menos quisiera ser alternativo a lo confesional, en este sentido decir que se es cristiano, católico, musulmán o judío, ya sea como ministro o como miembro de una organización religiosa impediría definirse como “laico”. De allí, que no pocas veces el término laico pudiese llegar a ser una “mala palabra” desde el interior de las organizaciones religiosas. Este modo de entender “laico” llega a su máxima problemática en la esfera de las decisiones sociales, políticas o económicas, en donde se llega a exigir la total prescindencia de lo religioso en las decisiones o votaciones. El tema se resolvería de un modo sencillo, sí alguno de sus sinónimos fuesen menos ambiguos, pero los conceptos de seglar o secular por su referencia al concepto de “mundo”, igualmente tienen una carga negativa u opositora a las estructuras religiosas.

El concepto de laico viene del griego “laos”. “En la septuaginta, frecuentemente se habla de Israel como el laos de Dios. En los primeros capítulos de Hechos, hay un contraste claro entre "pueblo" (laos) y sus dirigentes, de modo que mientras el "pueblo" muestra simpatía hacia la iglesia naciente, son sus jefes quienes se le oponen. Luego, el término "pueblo" se usaba frecuentemente en el sentido de pueblo común, y es de ese uso que la práctica cristiana tradicional surgió, de referirse a los creyentes en general como el "laicado", en contraposición al clero... Aunque al principio el movimiento monástico era en parte una protesta contra la profesionalización de la fe en manos del clero, y por ello era un movimiento estrictamente laico, pronto se le asoció con el clero, de tal modo que en algunos casos el "laicado" incluye a los creyentes que no son ordenados, incluyendo a los monásticos, y a veces se refiere a quienes no son ordenados ni tampoco llevan vida monástica... Fue de todo esto que surgió el uso común hoy de "laico" para una persona que no es profesional y que posiblemente no conoce bien cualquier tema...”[2] La dificultad presente es resultado de un proceso histórico que tendría su origen en el Medioevo: “A partir de la Edad Media presenciamos un desdoblamiento de la palabra laico: a) Se pierde paulatinamente el sentido de participación activa del laicado en el ámbito propio de la Iglesia, tan vivo en los primeros siglos, hasta el punto de que la misión de la Iglesia llega a identificarse de modo casi exclusivo con el ministerio de los clérigos. a la vez, se piensa que la plenitud de la vida cristiana corresponde solamente a clérigos y religiosos, mientras que los l. han de contentarse con vivir las virtudes comunes en el ejercicio de sus tareas profanas, consideradas por muchos como un obstáculo para la verdadera santidad. En este contexto ideológico, la palabra laico designará a un miembro meramente pasivo de la Iglesia -no ordenado ni religioso-, sin ningún elemento positivo que especifique su condición, puesto que, como hemos dicho, la inserción en el orden temporal se ve sólo como algo negativo, como reflejo de una falta de vocación más alta.
 b) A la vez, la palabra laico se aplicará a los señores seculares, que pretenden arrogarse prerrogativas en el gobierno de la Iglesia durante la época de lucha entre el Imperio y el Pontificado.”[3]

Antes del Concilio Vaticano II, tanto la mirada negativa de las realidades mundanas como la identificación entre misión de la iglesia y clero, como también el de santidad o apostolado, era dado como un lugar común en la tarea pastoral de la Iglesia, de allí vienen conceptos aún tan arraigado entre nosotros, tales como creer que “los laicos solo son colaboradores del sacerdote de turno”, o que “los laicos no pueden tomar parte en los círculos de toma de decisiones pastorales, económicos, nombramientos en la Iglesia”. Sobre el primer aspecto, la mirada negativa sobre la realidad secular, se hizo cargo la Constitución Pastoral GAUDIUM ET SPES sobre la Iglesia en el mundo de hoy, tema en el cual no entraremos en el presente artículo. Y sobre la identidad y misión de los laicos en el mundo y la iglesia, el Concilio trató del tema en Lumen Gentium, particularmente en el Capítulo homónimo, y en el Decreto APOSTOLICAM ACTUOSITATEM sobre el apostolado de los seglares. Ellos serán base de la reflexión posterior  sobre el lugar e importancia de los laicos en la comunidad creyente, presente en el Catecismo de la Iglesia Católica y en otros documentos de la Iglesia.

A la luz del Concilio Vaticano II ¿Qué es un laico?

A esta pregunta el Concilio da dos definiciones:

1.       Son “… todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia…”
2.       Son “…los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde…”[4]

La primera definición mantiene la fidelidad a la tradición histórica sobre el concepto de laico, pero quedarnos con ella nos termina dejando en el vacío. Decir que los laicos se definen por lo que no son, es como decir que bastaría definir mujer como no varón o definir gato como no perro. Nos puede dar una idea de donde no buscar, pero jamás nos dará las notas propias y riquezas que significa el término. Y además, tener claro donde no buscar nos puede terminar engañando, y llegar a imágenes deformadas o falsas sobre qué es lo verdaderamente buscado. Más allá de los problemas lógicos de esta definición, dividir los miembros de la Iglesia en laicos y clérigos, como dos polos presenta el riesgo de no dar con los vínculos permanentes entre ambos grupos humanos. El mismo Concilio reconoce que existe una diferencia entre laicos y clérigos, en cuanto sacerdotes, ambos “…difieren esencial y no sólo gradualmente…”, es decir, la diferencia no está en la dignidad de uno u otro, sino en su misión, el clérigo “…dirige y forma al pueblo de Dios…”, tiene la misión de marcar el norte, no por mérito o capricho propio sino en la persona de Cristo, y los demás miembros de la Iglesia, los laicos, “… concurren a la oblación de la Eucaristía… con la recepción de los sacramentos, con la oración con la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante…”[5], obligaciones que también son del Clérigo y que se suman a la nota propia de éste párrafo, pues nunca debe ser olvidado que un Clérigo ha sido llamado a un servicio desde su ser laico, primero es un bautizado que ha buscado el querer de Dios. “Esta vocación se fundamenta en el Bautismo, que caracteriza al presbítero como un «fiel» (Christifidelis), como un «hermano entre hermanos», inserto y unido al Pueblo de Dios, con el gozo de compartir los dones de la salvación (cf.Ef 4, 4-6) y el esfuerzo común de caminar «según el Espíritu», siguiendo al único Maestro y Señor. Recordemos la célebre frase de San Agustín: «Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano. Aquél es un nombre de oficio recibido, éste es un nombre de gracia; aquél es un nombre de peligro, éste de salvación»…”[6]

La segunda definición que da el Concilio Vaticano II sí nos ayuda a comprender mejor quienes son los laicos. Tiene como punto de partida el sacramento del Bautismo. “El Bautismo es la puerta y el fundamento de la comunión en la Iglesia…”[7], “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22)…”[8] De estas palabras de nuestros pastores podemos sacar algunas conclusiones:

1.    El bautismo es la razón de una primera y fundamental igualdad entre los fieles. Sólo se llega a la santidad, a la condición de hijo de Dios, a ser miembro pleno, a ser habitado por la trinidad, al pasar esta puerta. No se puede tener otro sacramento o abrazar un estilo de vida sin haberle recibido previamente[9].
2.       Es un proyecto integral que abarca toda la vida.
3.       Funda la dignidad de cada fiel y le abre a su misión.

Aquí esta puesto el acento en el termino fiel, cada bautizado llega a ser un fiel cristiano. Esta perspectiva nos abre al ecumenismo y al diálogo interreligioso y con los diversos ambientes culturales. Es verdad que fiel cristiano es primeramente todo bautizado, sin diferenciar el en que Iglesia o comunidad cristiana, el mismo Concilio afirma que la Iglesia de Cristo, “… establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica…”[10], abriéndonos a buscar caminos de encuentros con nuestros hermanos separados, con quienes compartimos un mismo bautismo. Pero tiene una misión aún más universal, que no puede ser olvidado, abrazar a cada hombre o mujer sin importar el lugar o sus creencias. “…Este pueblo mesiánico, por consiguiente, aunque no incluya a todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como de instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra…”[11]

Entonces ¿Cómo se entiende la división clérigo/laico o religioso/laico? El Papa Juan Pablo II enseña: “La comunión eclesial se configura, más precisamente, como comunión «orgánica», análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades…”[12], por lo tanto, nunca debemos confundir comunión con uniformidad de pensamientos, de estilos de vida, o de vocaciones. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda la profunda comunión que existe entre toda vocación suscitada en la Iglesia, y además, insiste en que no hay unas más importantes que otras, en particular parece importante destacar la comunión entre matrimonio y virginidad consagrada y su aporte a la construcción del proyecto de Dios:
Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad (cf. Mt 19,3-12). La estima de la virginidad por el Reino (cf. LG 42; PC 12; OT 10) y el sentido cristiano del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente: Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad... (S. Juan Crisóstomo, virg. 10,1; cf. FC, 16)”[13]

En esta comunión al estilo de un cuerpo vivo, cada vocación esta llamada a vivir su bautismo para la edificación, dirección, crecimiento del pueblo de Dios, así entendemos “en la parte que le corresponde”, correspondiente al final de la definición conciliar, que nos ha llevado a esta reflexión.

¿Qué parte le corresponde al laico?

A todo fiel bautizado le corresponde representar a Cristo en su triple dimensión de sacerdote, profeta y rey, y ello es igual sea casado, soltero, clérigo, obrero, empresario, joven, agente pastoral, dirigente sindical, religiosa, etc. O en palabras del Concilio: “… Cuanto se ha dicho del Pueblo de Dios, se dirige tanto a laicos, religiosos y clérigos…”[14], pues todos estos estados de vida, variopintos en sí mismos, tienen su origen en el bautismo, son sus gracias y frutos, y conforman el pueblo de Dios.

El sacerdocio bautismal del Pueblo de Dios se define en el Concilio, como la gracia para que “… todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios (cf. Hch 2,42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12,1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (cf. 1 P 3,15)…”[15], por lo tanto, una vida espiritual y sacramental es deber y don para todos los fieles, y se realiza en el ofrecimiento de sí mismo y de todas sus actividades “…Pues todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1 P 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor. De este modo, también los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios…”[16] La dimensión profética o carismática, la presencia del Espíritu en el bautizado, “…no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia…”[17], son los dones dados para que más allá de nuestras fuerzas humanas y contextos la obra buena de Dios se realice. Estos dones o carismas dados a la Iglesia para transformar el mundo “…habilita y compromete a los fieles laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía…”[18] Finalmente, la comunión en Cristo da al bautizado la condición regia, que lo impulsa a la catolicidad, pues es a este “…Rey a quien han sido dadas en herencia todas las naciones (cf. Sal 2,8) y a cuya ciudad ellas traen sus dones y tributos (cf. Sal 71 [72], 10; Is 60,4-7; Ap 21,24). Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor con el que la Iglesia católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo Cabeza, en la unidad de su Espíritu…”[19] y que los fieles laicos viven haciendo “…de nuevo a la entera creación todo su valor originario. Cuando mediante una actividad sostenida por la vida de la gracia, ordenan lo creado al verdadero bien del hombre, participan en el ejercicio de aquel poder, con el que Jesucristo Resucitado atrae a sí todas las cosas y las somete, junto consigo mismo, al Padre, de manera que Dios sea todo en todos (cf. Jn 12, 32; 1 Co 15, 28)...”[20]

¿Cuál es la misión específica del laico?

Todos los fieles sin distinción comparten una vocación común: “… la noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra…”[21], particularmente los laicos deben ejercerla “…con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento…”[22]
De estas palabras del Concilio deben salir algunas conclusiones sobre la misión de los laicos en la Iglesia hoy:

·       La misión de los laicos es un apostolado propio que nace como una noble obligación en su condición de bautizado. Evangelizar no es un favor que se le hace al sacerdote  de turno sino una tarea propia por estar inserto en el Cuerpo de Cristo.
·     Dos son los lugares de trabajo del laico, por un lado el trabajo pastoral y por otro los ambientes seculares en los que se mueve habitualmente (trabajo, familia, sociedad, política). Debe evitar convertirse en un “pequeño sacerdote”, del mismo modo que dejarse seducir o “llevar” por las corrientes sociales o ideológicas o modas. Debe hacer un constante discernimiento en ambos lados de su quehacer cristiano.
·         La misión es abierta en una doble dimensión, es una misión recibida con un camino ya hecho, del cual el fiel laico es heredero, pero a la vez debe ser siempre renovada y dar a luz nuevos caminos de encuentro con los hombres o mujeres de cada tiempo. Es una misión lejos de la novedad por la novedad como de los fatídicos “siempre se ha hecho así”. Requiere de la humildad del fermento de la levadura en la masa, puede no verse, pero se nota sí falta.

Y finalmente ¿Qué es un laico?

·         Es un fiel bautizado con un modo propio de vivir el sello de Cristo sacerdote, profeta y rey.
·         Es un fiel plenamente inserto en el Pueblo de Dios.
·         Es un fiel con una misión propia en la construcción del reino.
·         Una misión en la que debe buscar el equilibrio entre lo pastoral y lo secular.


[1] Según la pagina www.rae.es
[2] Voz laicado en Diccionario manual de teología. Justo L. González
[3] Voz Laicos. Gran Enciclopedia Rialp
[4] Ambas definiciones en Lumen Gentium (LG) 31
[5] LG 10
[6] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis (PDV) 20
[7] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici (CFL) 19
[8] Benedicto XVI, Porta Fidei (PF) 1
[9] Juan Pablo II, les recuerda a los clérigos: “…Revestido por el bautismo con la dignidad y libertad de los hijos de Dios en el Hijo unigénito, el sacerdote es miembro del mismo y único cuerpo de Cristo (cf. Ef 4, 16). La conciencia de esta comunión lleva a la necesidad de suscitar y desarrollar la corresponsabilidad en la común y única misión de salvación, con la diligente y cordial valoración de todos los carismas y tareas que el Espíritu otorga a los creyentes para la edificación de la Iglesia. Es sobre todo en el cumplimiento del ministerio pastoral, ordenado por su propia naturaleza al bien del Pueblo de Dios, donde el sacerdote debe vivir y testimoniar su profunda comunión con todos,…” (PDV 74) Y a los religiosos: “…En la tradición de la Iglesia la profesión religiosa es considerada como una singular y fecunda profundización de la consagración bautismal en cuanto que, por su medio, la íntima unión con Cristo, ya inaugurada con el Bautismo, se desarrolla en el don de una configuración más plenamente expresada y realizada, mediante la profesión de los consejos evangélicos…” (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Vita Consecrata 30)
[10] LG 8
[11] LG 9
[12] CFL 20
[13] CEC 1620
[14] LG 30
[15] LG 9
[16] LG 34
[17] LG 12
[18] CFL 14
[19] LG 13
[20] CFL 14
[21] Apostolicam Actuositatem (AA) 3
[22] AA2