3 de mayo de 2008

El desafío de ser discípulo(a)-misionero(a).


Hno. Manuel Alvarado S., ofm

(Presentación para los catequistas de la diócesis de Chillán, 03 de mayo de 2008)

1. Un discípulo(a)-misionero(a) a la luz de los Evangelios.

El término discípulo(a), según el diccionario de la RAE, tiene dos acepciones, 1º: “…Persona que aprende una doctrina, ciencia o arte bajo la dirección de un maestro…” y 2º: “… Persona que sigue la opinión de una escuela, aun cuando viva en tiempos muy posteriores a los maestros que la establecieron…”[1], de ambas definiciones podemos sacar una par de sencilla conclusiones, el término discípulo o discípula es una palabra relacional, involucra dos polos, un maestro o una escuela que tiene algo que enseñar, y el segundo elemento es el buscador de esa sabiduría, el que quiere aprender. Esto establece una relación desigual, el que enseña y el que aprende no están a la misma altura, y si en algún momento llegarán a esa situación, lo que se daría sería una superación del maestro, éste ya no tendría nada que aportar a la formación del discípulo(a).
En esta línea, es comprensible que las comunidades primitivas al expresar en imágenes la concepción de Jesús como maestro, lo asocien al filosofo, “…por filosofía no se entendía entonces una difícil disciplina académica, como ocurre hoy. El filosofo era más bien el que sabía enseñar el arte esencial: el arte de ser hombre de manera recta, el arte de vivir y morir…”[2], o a la imagen del pastor, la cual “… expresaba generalmente el sueño de una vida serena y sencilla, de la cual tenía nostalgia la gente inmersa en la confusión de la ciudad. Pero ahora la imagen era contemplada en un nuevo escenario que le daba un contenido más profundo: « El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... » (Sal 23 [22],1-4). El verdadero pastor es Aquel que conoce también el camino que pasa por el valle de la muerte; Aquel que incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto…”[3]. Esta comprensión del Jesús resucitado, nace de la experiencia del Jesús histórico, los propios Evangelios, usan el termino hebreo Rabbuní[4] o Rabbi[5] en boca de sus seguidores al dirigirse o referirse a él. Jesús es presentado como un maestro itinerante, no enseñaba únicamente en las sinagogas (cf. 1,21 y otros muchos textos), sino además al aire libre (cf. Mc 2,15; 4,1) o en el templo (cf. Mc 11,17), su enseñanza aborda también el tema de la ley (cf. Mt 5,17-18; Lc 16,17) y algunas cuestiones relacionadas con ella y que eran objeto habitual de la enseñanza entre los maestros judíos de la época: distintos puntos concretos de las normas religiosas como el sábado (Mc 2,23-28; 3,1-6), el mandamiento principal (Mc 12,28-34), el ayuno (Mc 2,18-22 y =), las abluciones (Mc 7,1ss; Mt 15,1ss), las leyes sobre los alimentos (Mc 7,14-23; Mt 15,10-20), la familia (Mc 7,9-13; Mt 15,3-9), el modo de entrar en la vida eterna (Mc 10,17-23), las relaciones con el poder político extranjero (Mc 12,13-17). A la vez, tiene temáticas propias, aunque no por ello necesariamente desconectadas del contexto judío en el que vive, destacan el anuncio de la llegada inminente del Reino de Dios (cf. Mc 1,14-15; Mt 4,17) así como diferentes temas relacionados con dicho Reino (cf. Mc 4,1-34; Mt 13,1-52), la enseñanza sobre el amor a los enemigos (cf. Mt 5,38-47; Lc 6,27-35) o sobre la paternidad de Dios. Todo ello, nos lleva a concluir, que la experiencia histórica de los primeros discípulos y seguidores de Jesús, es la de estar tras un maestro, sin embargo, esta experiencia histórica esta preñada de un “cuento más”, de una novedad que continua en la tradición veterotestamentaria a la vez que la supera, ello es la causa de la sorpresa que causa su persona “… ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?...” (Mt 13, 55-56), pero, también su enseñanza y la autoridad con la que la imparte y comparte, los que le escuchaban “… quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas…” (Mc 1,22).
La mayor novedad del Maestro Jesús radica en el hecho, bastante inusual en su época, que es él quien elije a sus discípulos y no a la inversa, que sería el modo tradicional. Un discípulo de Jesús no es quien le ha buscado, sino que ha sido encontrado por el Maestro, encontrado en su situación vital, y cotidiana. A mi parecer esto ha sido brillantemente expresado en las palabras de Benedicto XVI: “…No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva…”[6]. Este encuentro exige una exclusividad excluyente, en el grupo de los suyos él era el único que podía enseñar, el único que ejercía de "maestro" y podía ser considerado y llamado de ese modo (cf. Mt 23,8-10); esto era así de tal modo que los pocos textos que nos hablan de una enseñanza impartida por los discípulos especifican que lo hacían por encargo de Jesús, como enviados ("apóstoles") suyos (cf. Mc 6,30) y en relación con lo que él había mandado (cf. Mt 28,20).
Finalmente, es bueno reflexionar sobre un par de rechazos que debe tener presente el discípulo(a)-misionero(a):

a) Rechazo a la todo tipo de violencia en la predicación. Dos textos son claves para entender esta enseñanza, el primero dice: “Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo...” (Lc 9,51-56), el contexto de este perícopa es interesante, la predicación de Jesús esta en su punto más alto, lo siguen cinco mil hombres (Cf. Lc 9, 10-17), tiene seguidores más allá de su grupo de discípulos (Cf. Lc 9, 49-50), su persona y sus palabras no han pasado inadvertidas, esta en boca de muchos (Cf. Lc 9, 18-21), incluso del tetrarca Herodes (Cf. Lc 9, 7-9). Lucas no da razones del rechazo de los samaritanos a acoger a Jesús, Juan nos da una pista que hablaría del nivel del éxito del maestro galileo, la muchedumbre quiere a la fuerza hacerlo rey (Cf. Jn 6,15), y el lugar para ser coronado no es otro que Jerusalén, los samaritanos posiblemente no quisieran verse involucrado en estas intenciones, mal que mal un nuevo rey judío puede no significar, necesariamente, buenas noticias para sus vecinos. Sí las cosas son así, se entiende la rabia de los discípulos, y también la intención del recurso a la violencia, que es este caso, aparentemente nace de una cierta soberbia que viene del éxito, sí se tiene el poder se puede avasallar, Jesús rechaza esta pretensión. En un contexto distinto encontramos el siguiente texto: “En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Dícele entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán»...” (Mt 26, 51-52), esta escena ocurre en el arresto de Jesús en Getsemaní, tampoco los malos tiempos justifican a los discípulos para usar la violencia contra otros. El papa Juan Pablo II pone un broche de oro en esta línea, hablando de la Eucaristía recuerda que quien “...aprende a decir gracias como lo hizo Cristo en la cruz, podrá ser un mártir, pero nunca será un torturador”[7].

b) Rechazo a la búsqueda de privilegios por los servicios. El discipulado nace de la gratuita invitación de Jesús, Él “...llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar...” (Mc 3, 13-14), por lo tanto el hombre o mujer vocacionado, hecho discípulo misionero, no puede ni debe aspirar a ningún tipo de privilegio. Los Evangelios muestran a Jesús afirmando esto, entre los discípulos surge más de una vez la discusión sobre quien era el mayor, o sea el más importante, la respuesta es enigmática, el más importante es el que sea como niño (Cf Mt 18, 1-4 y sus paralelos), o sea, el que se identifique con lo débil, lo pequeño, lo vulnerable, lejos de que se puede identificar con un privilegiado. Marcos tiene una perícopa con la cual no nos debe quedar duda sobre el rechazo a la búsqueda de privilegios: “Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos.» El les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?» Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» Ellos le dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo conque yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado.» Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»...” (Mc 10, 35-45). En su paralelo, Mt 20, 20-23, aparece la madre de los hijos de Zebedeo haciendo la misma petición, la molestia de los demás discípulos y la respuesta de Jesús se mantiene. Querer sentarse a la derecha y a la izquierda es un modo de decir que se quiere compartir el poder, es tener un lugar privilegiado en el nuevo orden que Dios propone y realizará, no es una pretensión menor. La pregunta desafío sobre la disponibilidad a beber del cáliz, se lee en el contexto de los anuncios sobre como Jesús va a morir y resucitar, cáliz es signo de angustia, dolor, sufrimiento, abandono, la profunda experiencia humana de la Cruz de Cristo. Al Maestro le queda claro, que el sí de los Zebedeos, tiene que ver con su ímpetu, por lo cual eran famosos (Cf. Mc 3,17), pero que aún no han sopesado la seriedad de lo que se les ha dicho, ni ellos ni los demás discípulos han terminado de entender la naturaleza o el destino de la misión de Jesús. Sí Él tenía alguna duda sobre el entendimiento de sus amigos, la discusión posterior le confirma sus interrogantes, ellos aún no entienden que el poder desde Dios es el servicio, lo ratificará con Él mismo con el lavado de pies joánico (Cf. 13, 1ss). La renuncia a la búsqueda de todo privilegio, no es enseñado sólo con las palabras sino, sobretodo, con el mismo ejemplo de Jesús, quien lo sigue debe tener claro que ella es central en su identidad crística, que no es otra cosa que conformar su vida a la de su Maestro, cristificándose.


2. ¿Cómo vivir esta dimensión en la vida del catequista y de la catequesis parroquial según Aparecida?

De la constatación de la realidad al desafío pastoral.

El documento de Aparecida parte de una consideración general, que debe ser considerada a la base de nuestra reflexión, un discípulo(a) misionero(a) es una persona que vive en un contexto determinado, que debe ser considerado para poder situar su rol, su labor y su significancia en la Iglesia y el mundo. Dos ejes que atraviesan la realidad latinoamericana, según Aparecida, son:

a. Vivimos en tiempo de cambios, que nos enfrentan a complejidades y confusiones nuevas a la hora de poner en la práctica los valores de nuestra fe. Nuestro tiempo esta marcado por el fenómeno de la globalización, “...es un fenómeno complejo que posee diversas dimensiones (económicas, políticas, culturales, comunicacionales, etc). Para su justa valoración, es necesaria una comprensión analítica y diferenciada que permita detectar tanto sus aspectos positivos como negativos. Lamentablemente, la cara más extendida y exitosa de la globalización es su dimensión económica, que se sobrepone y condiciona las otras dimensiones de la vida humana. En la globalización, la dinámica del mercado absolutiza con facilidad la eficacia y la productividad como valores reguladores de todas las relaciones humanas. Este peculiar carácter hace de la globalización un proceso promotor de inequidades e injusticias múltiples. La globalización, tal y como está configurada actualmente, no es capaz de interpretar y reaccionar en función de valores objetivos que se encuentran más allá del mercado y que constituyen lo más importante de la vida humana: la verdad, la justicia, el amor, y muy especialmente, la dignidad y los derechos de todos, aún de aquellos que viven al margen del propio mercado”[8]. Se debe tomar en cuenta, que este nuevo sujeto globalizado, por medio de la ciencia es capaz de manipular genéticamente la vida y de comunicarse en forma on-line con cualquier lugar del mundo[9], sin embargo, este evidente progreso humano ha enfrentado al ser humano a una crisis del sentido, se dificulta la posibilidad de unificar la realidad, o esta se ve tan inmensa y el individuo tan insignificante, que parece no ser posible actuar sobre ella[10], la respuesta ante este sentirse sobrepasado puede ser el pasotismo, “no estoy ni allí”, o el sectarismo, negarle valor a los cambios y encerrarse en las “tradiciones” o en el supuesto feliz y ordenado pasado, perdiéndose así la riqueza del paso de Dios en el hoy de la historia. La verdadera respuesta cristiana es “…hacernos discípulos dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Y necesitamos, al mismo tiempo, que nos consuma el celo misionero para llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo, aquel sentido unitario y completo de la vida humana que ni la ciencia, ni la política, ni la economía ni los medios de comunicación podrán proporcionarle. En Cristo Palabra, Sabiduría de Dios (cf. 1 Co 1, 30), la cultura puede volver a encontrar su centro y su profundidad, desde donde se puede mirar la realidad en el conjunto de todos sus factores, discerniéndolos a la luz del Evangelio y dando a cada uno su sitio y su dimensión adecuada”[11]. Estos cambios nos exigen hacer nuestro uno de los pensamientos más significativos de nuestro tiempo: “Pensar globalmente para actuar localmente”, esto exige tomar conciencia que nuestras acciones, en este caso pastorales, pero se refiere a cualquier acción humana y sus diversas dimensiones (políticas, económicas, ecológicas, sociales, etc.), deben tener en cuenta las preguntas que nacen del hombre y la mujer globalizados, pero pasados por el cedazo del Evangelio[12], sólo así seremos alternativa global a un modelo que privilegia el lucro y la competencia[13], para “...promover una globalización diferente que esté marcada por la solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos, haciendo de América Latina y El Caribe no sólo el Continente de la esperanza, sino también el Continente del amor...”[14]

b. Un segundo aspecto a tener en cuenta, es el individualismo imperante en nuestros contextos socioculturales. “…Surge hoy, con gran fuerza, una sobrevaloración de la subjetividad individual. Independientemente de su forma, la libertad y la dignidad de la persona son reconocidas. El individualismo debilita los vínculos comunitarios…”[15], esto se vive a todo nivel en nuestra sociedad, nos vamos separando cada vez más, no hay organización sindical o vecinal, por ejemplo, que tenga la capacidad de convocar y organizar a la comunidad, esto, también, lo vivimos a nivel eclesial, hay serías dificultades para lograr la renovación de las comunidades tradicionales, existe un claro cansancio y desgaste de la participación comunitaria, se escucha con mucha fuerza las criticas internas a la organización y al testimonio de los grupos pastorales y parroquiales, lo cual no es lejano, lamentablemente, a la realidad, hay dificultades para encantar a los jóvenes o para ofrecer un trabajo comunitario “mezclado” social o etariamente. Estos valores de un individualismo excluyente y que hace insignificante lo comunitario, viene de la mano de ciertos colonialismos culturales aparejados al sistema neoliberal imperante. “Esta cultura se caracteriza por la autorreferencia del individuo, que conduce a la indiferencia por el otro, a quien no necesita ni del que tampoco se siente responsable. Se prefiere vivir día a día, sin programas a largo plazo ni apegos personales, familiares y comunitarios. Las relaciones humanas se consideran objetos de consumo, llevando a relaciones afectivas sin compromiso responsable y definitivo…”[16]. Para estos tiempos, el mayor testimonio de los cristianos es darle sentido a la vida, y a la vida comunitaria, debemos demostrar que es posible caminar juntos, más allá de nuestros lugares sociales, y de nuestras diferencias etarias, políticas, generacionales y de género, no negando nuestras particularidades, sino integrándolas, recordando que nuestra meta es la construcción del Reino en nuestro hoy, siendo protagonistas de esta historia, historia de solidaridad, globalizando la esperanza, valorizando el rostro del otro, pasando del rostro de un competidor al rostro de un hermano o hermana. Este debe ser el desafío central para la pastoral, y, en particular, para la catequesis, según mi parecer, la vida cristiana es esencialmente comunitaria, es imposible vivir el seguimiento a Jesús sino es con otros.

Una catequesis laical para los nuevos tiempos.

Es innegable la importancia del rol del laico o laica en la vida de la Iglesia, él es el primer vocacionado de la comunidad cristiana, el llamado de Jesús a ser sus discípulos “...resuena ciertamente en lo más íntimo del ser mismo de cada cristiano que, mediante la fe y los sacramentos de la iniciación cristiana, ha sido configurado con Cristo, ha sido injertado como miembro vivo en la Iglesia y es sujeto activo de su misión de salvación...”[17]. El laicado no es una vocación general, sino específica, Aparecida se hace eco de la tradición posconciliar, al decir:
“Su misión propia y específica se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio.
El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los mass media, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento.
Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta”[18].
Desde allí nace la vocación del catequista y los demás ministerios ejercidos por los fieles laicos en nuestra comunidad eclesial, de su compromiso bautismal y su renovación y ratificación en la confirmación. El catequista debe unir la formación doctrinal con su propio testimonio de vida, tanto en lo que se refiere a su propio existir como en su labor de transmitir la Buena Noticia de Jesús, sin olvidarse que enseña algo que no es de su propiedad, entrega un tesoro que no le pertenece, del cual es sólo mediador, la mejor medida que puede usar un catequista es la de descubrir cuanto se deja transformar por lo que trasmite, en cuanto él nunca deja de ser discípulo que esta aprendiendo con otros. El resto de la comunidad tiene la responsabilidad de cobijar con el testimonio vital lo que sus catequistas enseñan, cristificándose, “...siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cf. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cf. 2 Co 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros...”[19], de este modo, ella podrá llegar a ser escuela del amor, de la solidaridad, de la justicia, de la paz, del respeto por lo creado.

A mi parecer, una de las tentaciones que deben ser vencidas para nuestras comunidades, es la de la especialización, este concepto viene unido a las ideologías que sustentan el actual e imperante modelo neoliberal o globalización economicista, consiste sencillamente en repartir las tareas entre personas especializadas en una determinada materia, algo en sí mismo no malo, pero que llevados a ámbitos más allá de lo productivo puede degenerar en malas prácticas en las relaciones humanas. En lo pastoral, y en la catequesis en particular, la especialización puede degenerar en la pérdida de participación de las familias. La catequesis debe ser pensada en forma integral, es decir, asumiendo la globalidad de las relaciones que entraña cada ser humano, ella debe apuntar al corazón del niño, del joven, de la pareja o de las familias. El sujeto que esta en la catequesis puede no tener conciencia de lo social de la fe en la que participa, es tarea principal del catequista, a través de la doctrina y de su propio testimonio de vida, abrir esa conciencia, invitando, según las edades y condiciones de vida, a ser ciudadano de la Iglesia y del mundo, de modo que pueda irse insertando en medio de la realidad con respuestas evangélicas, no sólo en su cabeza sino también en su corazón, lugar desde el cual decide su acción. En tiempos como los nuestros, cuando diversos actores de la cultura y del poder predican la supuesta “privacidad de la fe”, debemos ser capaces de demostrar que nada es más social que “amar al prójimo”, y que mejores cristianos serán mejores hombres y mujeres en la política, en la economía, una mejor iglesia dará como fruto una sociedad más fraterna, justa y ecológica. Esta integralidad de la catequesis es defendida en Aparecida, al insistir, primariamente, en la responsabilidad del núcleo familiar en la formación religiosa, “...está llamada a introducir a los hijos en el camino de la iniciación cristiana...”[20], “...a través de su ejemplo de vida, la educación de los hijos para el amor como don de sí mismos y la ayuda que ellos le presten para descubrir su vocación de servicio, sea en la vida laical como en la consagrada...”[21]. La Parroquia, que “...son células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial. Están llamadas a ser casas y escuelas de comunión...”[22], y, los centros educativos católicos, los cuales “...deben promover la formación integral de la persona teniendo su fundamento en Cristo, con identidad eclesial y cultural, y con excelencia académica. Además, han de generar solidaridad y caridad con los más pobres...”[23], en esta línea, deben pensar su rol evangelizador como solidaria y subsidiaria de la misión y tarea propia de la familia; debe rechazar, entonces, dos extremos nacidos de la especialización, por un lado, no puede permitir, idealmente, que la familia del niño o del joven de la catequesis se sienta desligada de responsabilidad del proceso catequético, y, por el otro, la catequesis parroquial o del colegio no puede absolutizarse frente a los proyectos familiares, ella esta en relación a las familias y su propuesta tiene sentido en cuanto apunte al corazón del núcleo doméstico, el desafío es pensar horarios, encuentros, que faciliten la participación y que no sean sólo parte de las estructuras tradicionales o burocráticas de las instituciones pastorales.

Finalmente, ¿qué significa para la catequesis tener un rol solidario y subsidiario frente a las familias? El documento insiste en que la evangelización, dentro de la cual la catequesis se inserta, tiene dos partes inesperables, la formación doctrinal y el testimonio de vida, esta división es sólo para entender y, que, además, todas las estructuras eclesiales deben estar a su servicio. Este es el marco de las relaciones entre las familias y el servicio de la catequesis, por ello, las líneas pastorales deben tener en cuenta la realidad que vive hoy la familia, ella es una institución cruzada por diversas crisis y por nuevas formas de ser vividas[24], las pastorales tienen la tarea de incluir a todas ellas, esa es una exigencia de ser escuela de comunión, identidad de la Iglesia, aquí es donde muchas veces debe ser solidaria, ayudar al acceso al proceso catequético a quienes por edad, situación familiar, etc., no pueden participar de las estructuras más formales. La subsidiaridad consiste en formar a los padres, profesores, agentes pastorales, etc., en esa unidad de testimonio de palabras y obras, que nacen de la exigencia de ser discípulos(as) misioneros(as), ello en la línea de una catequesis permanente, “...que se extienda por todo el arco de la vida, desde la infancia hasta la ancianidad, teniendo en cuenta que el Directorio General de Catequesis considera la catequesis de adultos como la forma fundamental de la educación en la fe. Para que, en verdad, el pueblo conozca a fondo a Cristo y lo siga fielmente, debe ser conducido especialmente en la lectura y meditación de la Palabra de Dios...”[25].

Bibliografía.
Magisterio.

Benedicto XVI
CARTA ENCÍCLICA SPE SALVI.
CARTA ENCÍCLICA DEUS CARITAS EST (DCe)
Juan Pablo II
EXHORTACION APOSTOLICA POST-SINODAL CHRISTIFIDELES LAICI (CFL)
Carta apostólica Mane Nobiscum Domine (MND)

V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Documento Conclusivo Aparecida (Aparecida)
Notas:
[1] Se utilizo el diccionario RAE disponible en internet, www.rae.es
[2] Spe Salvi 6
[3] ídem
[4] Cf. Jn 20, 16, Mc 10,51
[5] Cf. Jn 1,38; 3,2; 4,31; 6,25; 9,2; 11,8; Mc 9,5; 11,21; 14,45; Mt 23, 7.8; 26,25.49
[6] DCe 1
[7] MND 26
[8] Aparecida 61
[9] Cf. Aparecida 34
[10] Cf. Aparecida 36-42
[11] Aparecida 41
[12] La Orden Franciscana Seglar dice en sus Constituciones Generales, “pasar de la vida al Evangelio y del Evangelio a la vida”, no olvidándonos que el “Evangelio” es primeramente, los textos escritos en la Iglesia apostólica, pero ello no excluye, las “buenas noticias” de solidaridad, de lucha por mayor dignidad humana, por un mundo más justo, más pacífico y más ecológico, que marcan el paso y la presencia de nuestro Señor en el aquí y ahora de nuestra historia.
[13] Cf. Aparecida 62
[14] Aparecida 64
[15] Aparecida 44
[16] Aparecida 46
[17] CFL 3
[18] Aparecida 210 (La cita en cursiva corresponde a EN 70)
[19] Aparecida 31
[20] Aparecida 302
[21] Aparecida 303
[22] Aparecida 170
[23] Aparecida 337
[24] No es tarea de este artículo discutir el tema de la familia y su situación actual, para profundizar sobre ello desde Aparecida, se aconseja leer el Capítulo 2 del documento “Mirada de los Discípulos Misioneros sobre la realidad” (Nº 33-100) y los números referidos directamente a la familia: “La Familia, primera escuela de la fe” (Nº 302-303), “Familia, Personas y Vida”(Nº 431-475).
[25] Aparecida 298

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